En 1994, en las clasificatorias de la Copa del Caribe, se jugó uno de los partidos más insólitos de la historia del fútbol. Barbados enfrentaba a Granada, y debía ganar por dos goles de diferencia para avanzar a la siguiente ronda. Pero el partido estaba por terminar y Barbados ganaba por margen de solo un gol.
Entonces, los jugadores tuvieron una idea. Las reglas del torneo estipulaban que si un partido terminaba en empate, habría un alargue de 30 minutos, en que cada gol valdría el doble. Así, el defensa de Barbados, Terry Sealey, marcó intencionalmente un gol en su propio arco, para empatar el marcador y forzar el alargue. Los minutos restantes fueron insólitos: los futbolistas de Barbados se dedicaron a defender el arco rival, para evitar que Granada marcara, a su vez, un autogol y frustrara sus planes.
Fue una guerra de autogoles, en que ambos equipos trataban de marcar en su propio arco. Pero hasta una historia tan bizarra como esa tiene más lógica que la absurda guerra de autogoles en que están enfrascados algunos acérrimos defensores del Apruebo y el Rechazo.
El equipo del Apruebo comenzó con una delantera abrumadora: 78 a 22 en el plebiscito de entrada. Durante un año, derrochó esa ventaja con una serie de lujitos irresponsables, desde gastar meses en discusiones bizantinas de procedimientos, hasta votar desde la ducha. Algunos convencionales se dedicaron a cortejar pequeños grupos extremos y enajenar a las grandes mayorías, presentando propuestas radicales e inviables. Esas barbaridades fueron frenadas en el pleno, pero el daño ya estaba hecho.
Tal fue la farra, que en abril el Rechazo tenía una cómoda ventaja en las encuestas sobre el Apruebo. En la mente de muchos ciudadanos, el eje de reemplazar la Constitución de Pinochet, que permitió la paliza de 78-22 en 2020, fue reemplazado por un plebiscito sobre el trabajo de los convencionales. Entonces, el otro bando decidió empezar a meter también sus propios autogoles.
Impacientes por subirse al que parecía ser el carro de la victoria, varios políticos de derecha lanzaron campañas por el Rechazo. La UDI, RN y Evópoli organizaron actos y tomaron un rol protagónico. Incluso, un exbarrabrava vinculado a numerosos casos policiales apareció como vocero de un grupo por el Rechazo, formalmente recibido por el presidente del Servicio Electoral, el UDI Andrés Tagle.
Así, revivieron el eje del Sí versus el No, que tiene resultados ya conocidos: la derecha ha perdido seis de las ocho elecciones presidenciales desde la dictadura. Los autogoles fueron suficientes para estrechar el marcador. El Apruebo comenzó a subir y las encuestas CEP y Cadem lo pusieron a apenas dos y cuatro puntos, respectivamente, del Rechazo.
Caballo pillado, caballo ganado, pensaron algunos. Pero los convencionales no iban a dejar las cosas así. No, señor. Así que se las arreglaron para convertir un hito del Apruebo en otro autogol. La ceremonia de entrega del proyecto de la nueva Constitución, una instancia que podía dotar de altura republicana el cierre del trabajo, fue boicoteada desde dentro, con la absurda decisión de no invitar a los expresidentes de la República.
Mostrando una frivolidad irritante, muchos convencionales pensaron el final de su labor como un momento para ventilar sus preferencias y agravios personales, y no como un acto de unidad de la República. Una última evidencia de que nunca entendieron la trascendencia del trabajo que se les encomendó.
La mesa de la Convención intentó arreglar el entuerto, pero ya era demasiado tarde. Con toda razón, los expresidentes Lagos y Frei declinaron la invitación. Así, los convencionales rompieron el eje del Sí versus el No que comenzaba a instalarse, y lo devolvieron a una puja entre la República y un grupo sectario.
Otro autogol. Pero algunas mentes brillantes del Rechazo no iban a dejar las cosas así. No, señor. Así que lanzaron una campaña por redes sociales, con testimonios de personas que aseguraban haberse manifestado en las calles en el estallido de 2019 y haber votado Apruebo en el plebiscito de 2020, pero que ahora decidían rechazar. El spot fue viralizado con entusiasmo por políticos de derecha. Pero era mentira. Una de las participantes reconoció que había sido un trabajo bien pagado, que ella se había limitado a repetir un guion, y que el plebiscito la tenía sin cuidado. Otro de los videos (“Not Apruebo”) es aún peor: está tan mal hecho, que algunos partidarios del Rechazo creyeron que era a favor del Apruebo.
En estas piezas de propaganda, la derecha repite una campaña de desinformación que apunta al miedo, tal como lo hicieron, con los resultados ya conocidos, en los plebiscitos de 1988 y 2020. La confusión del sector se refleja en una columna del líder “amarillo” por el Rechazo, Cristián Warnken. Vale la pena transcribir textualmente su argumentación.
“Unos aprueban para reformar, otros rechazan para reformar. Y se dice que los primeros aprueban así para no rechazar (aunque, en el fondo de su conciencia, rechazan). Por lo tanto, los que en verdad estarían rechazando hoy son mayoría, tan contundente como el 78% del Apruebo del plebiscito de entrada. Pero ese Rechazo transversal quedará invisibilizado en el resultado, porque los ‘rechacistas’ encubiertos prefieren disfrazarse de ‘apruebistas’”.
Ya saben. El próximo 4 de septiembre, en vez de limitarnos a contar votos, deberíamos llevar a cada ciudadano a una entrevista con un equipo de sicólogos para que ellos descubran qué es lo que realmente quieren votar “en el fondo de su conciencia”. Porque, según Warnken, hay votantes que son “como niños asustados que no quieren decir de verdad lo que piensan”, a quienes acusa de tener “tanta cobardía y poca honestidad”.
¿Tratar así a los ciudadanos que se quiere convencer será el último autogol? No lo creo. Parece que, como Barbados y Granada, ambos bandos seguirán compitiendo hasta el minuto 90 por quién anota más veces en su propio arco.