En la escena culminante de “La granja de los animales”, cerdos y humanos se reúnen a beber y jugar a las cartas. En esa fábula de George Orwell, los humanos representan a la vieja élite, desalojada de la granja por la rebelión de los animales. Los cerdos fueron los líderes de esa revolución, pero luego adoptaron las mismas prácticas y privilegios de los antiguos amos.
Esa noche, “los animales de afuera miraron del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo, y nuevamente del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era quién”, escribe Orwell.
Antes de Orwell, el sociólogo Robert Michels postuló la “la ley de hierro de la oligarquía”. “Todo poder sigue un ciclo natural: procede del pueblo y termina levantándose por encima del pueblo”, decía Michels, explicando este reemplazo de unas élites por otras, un “juego cruel que continúa indefinidamente”.
Orwell y Michels nos ayudan a entender lo ocurrido en los últimos días en la Convención Constitucional.
Muchos convencionales son una élite desafiante. Exhiben mayor diversidad de apellidos y orígenes sociales que la élite política desafiada, aquella que ha dominado por 30 años el Congreso y el gobierno. Se parecen más al Chile que representan.
Sin embargo, esas fortalezas pueden cegar a algunos convencionales sobre su nueva realidad. Desde el 4 de julio, ellos ya no son un “pueblo” oprimido o impotente. Son miembros de una reducida clase dirigente (el 0,0008% de los chilenos) que goza de un enorme poder sobre el 99,9992% restante.
Quieren distinguirse de esa vieja élite, pero copian sus prácticas. Así se vio tras revelarse el engaño perpetrado por el convencional Rodrigo Rojas Vade.
“Hay una guerra contra nosotros. Si nos vamos a una falla, mentira o lo que sea de cada convencional durante este año vamos a tener alrededor de 300 situaciones como esta”, dijo Alejandra Pérez, de Pueblo Constituyente. “Vamos a ir cayendo uno a uno, yo voy a caer por equis cosa”.
“Eso no fue un reportaje, eso fue la Santa Inquisición. La prensa dejó la escoba. Todo lo agrandan, todo lo farandulizan”, reclamó Bessy Gallardo, de la Lista del Apruebo. “Mientras este sistema no cambie, van a haber muchos Rodrigo Rojas. Él responde a un sistema capitalista”, argumentó Elsa Labraña, electa por la Lista del Pueblo.
“Rodrigo está pasando por un momento muy difícil. Le deseamos que pueda llevar un buen camino, una buena salida a lo que está atravesando”, dijo Elisa Giustinianovich, de la Coordinadora Social de Magallanes. “No sé si corresponde una renuncia, ojalá no se reste una persona que ha estado votando continuamente por los pueblos”.
“Nosotros ya emitimos un comunicado y no vamos a hablar más del tema”, intentó cerrar la discusión Natalia Henríquez, de Pueblo Constituyente. “Fue un error”, repitió tres veces Rojas en su propio comunicado, en el que no expresa voluntad de renunciar. “Soy alguien que se equivocó. No busqué privilegio ayer, no los busco hoy”.
Suena conocido. Camuflar como “errores” los engaños, las mentiras y los eventuales delitos. Calcular votos antes de priorizar principios. Echarle la culpa al empedrado, como si los mentirosos fueran un subproducto del “sistema”. Cerrar los debates públicos por decreto, sin aceptar preguntas. Culpar a la prensa por sacar a la luz los trapos sucios de las autoridades. Victimizarse. “No busco privilegio”, dice Rojas, mientras se aferra a una posición de privilegio que obtuvo ilegítimamente.
Qué parecido a tantas excusas y dobles varas que hemos visto en la vieja clase política ante escándalos de corrupción y atentados a la fe pública.
“Ya era imposible distinguir quién era quién”, escribió Orwell.
Es cierto que hay poderes empeñados en boicotear la nueva Constitución. Quien se informe sólo por los titulares engañosos de El Mercurio o por las fake news de las redes sociales puede quedar convencido de mentiras como que los convencionales se subieron los sueldos, eliminaron la libertad de enseñanza o suprimieron el concepto de República.
Pero esos ataques no se enfrentan con paranoia ni defensas corporativas, y menos relativizando un caso tan grave como el de Rojas. “La Convención ha tenido un mal manejo comunicacional, lo que transparenta es muy poco”, reconoce Adriana Ampuero, de la Red de Organizaciones Territoriales de Los Lagos. “Transparentar las cosas es sumamente relevante, y es un acto reparatorio contarle a la gente lo que está pasando y cómo estamos tratando de subsanarlo”.
“La luz del sol es el mejor desinfectante; la luz eléctrica es el policía más eficiente”, decía el jurista Louis Brandeis, famoso por perseguir los abusos del gran poder económico.
Y es esa luz la que debe alumbrar la redacción de la nueva Constitución. Un foco que es incómodo para quienes están bajo él. Pero es indispensable. Cuando una persona asume un cargo de poder, acepta que cada una de sus acciones, y cada una de sus “fallas y mentiras”, como dice la convencional Pérez, sean sometidas al escrutinio público.
Por eso es alentador que la presidenta de la Convención haya rectificado su tibia reacción inicial (“nosotros somos seres humanos, no somos dioses para no fallar”), y haya denunciado los hechos a la Fiscalía. También, es positivo que muchos constituyentes manifiesten su indignación sin medias tintas y busquen fórmulas para excluir a Rojas de la Convención.
“La élite chilena es muy homogénea y su diferenciación del resto de la sociedad es gigantesca”, dice el sociólogo Cristóbal Rovira. “Esto es lo que genera tanto conflicto. La élite, al estar tan desapegada, tiene muy poca conexión con lo que le sucede al ciudadano común”.
Por eso importa que la Convención sea diversa; que en ella, para volver a la fábula de Orwell, haya muchos animales, y no sólo humanos. Ahora que tienen poder, deben actuar de cara a la luz del sol, como representantes de los ciudadanos que depositaron su confianza en ellos, no como una casta que se defiende a sí misma.
Porque si el pueblo mira por la ventana, y no logra distinguir quién es quién, el proceso constituyente quedará oscurecido por las sombras.