Según la RAE, un patriota es aquel “que tiene amor a su patria y procura todo su bien”. Nuestros primeros patriotas hicieron la revolución de la independencia, y nos legaron un Chile soberano. Pero dos siglos después, algunos autodenominados “patriotas” tienen otras preocupaciones: evitar un proceso constituyente en el último plebiscito (les fue mal) y hacer porras por la reelección del presidente de una potencia extranjera (ídem).
Mientras, no se enteran de noticias que a los verdaderos patriotas, esos de antes, les hubieran preocupado.
Esta semana, la empresa estatal china State Grid Corporation compró la distribuidora eléctrica más grande de Chile, CGE, por US$3 mil millones. El año pasado, State Grid ya había adquirido otra de las tres mayores distribuidoras, Chilquinta, en más de US$2 mil millones. Así, la República Popular China controlará el suministro eléctrico de 3,7 millones de hogares chilenos, el 57% del país.
La otra gran distribuidora es Enel, cuyo dueño principal es otro estado, el de Italia. Entre chinos e italianos, distribuirán el 89% de la electricidad de Chile, y de ellos dependerá el suministro del 79% de los hogares.
Así, 33 años después de la privatización de Chilectra, Chile vuelve a tener su distribución eléctrica estatizada, pero en manos de estados extranjeros. Además, el 28% de la principal empresa de transmisión eléctrica de Chile, Transelec, ya pertenece a otra estatal china, Southern Power Grid.
La Constitución de 1980, en tanto, prohíbe al Estado chileno y sus organismos “desarrollar actividades empresariales o participar en ellas”, salvo que una ley de quórum calificado lo autorice. Una norma que, según el abogado Javier Couso, “es tan hostil, que no tiene similitudes en el mundo en el derecho constitucional comparado”.
Nótese la paradoja: la República Popular China o la República Italiana pueden comprar y controlar libremente empresas en Chile, incluso en un área estratégica como la eléctrica, pero nuestra República de Chile lo tiene prohibido.
La Fiscalía Nacional Económica debe visar la venta de CGE, aunque los expertos lo consideran un simple trámite. “Siempre es mejor tener actores económicos así de grandes en mercados regulados que en aquellos que no lo son”, dice el abogado experto en regulación Eugenio Evans. Lamentablemente, la experiencia obliga a ser más cauto ante el peligro de captura del Estado. Enel (antes llamada Endesa) ha sido una generosa financista de políticos en Chile, y su historial incluye episodios como las gestiones del gobierno de Lagos para beneficiarla en la Comisión Antimonopolios, y la entrega de 1 millón de dólares a candidatos en las elecciones de 2013, distribuidos por el presidente del directorio, Jorge Rosenblut, el mismo que había recolectado dinero para la “precampaña” de Bachelet.
Si una multinacional mueve tales influencias, ¿qué pasará si pertenece al segundo Estado más poderoso del mundo, y principal socio comercial de Chile? En caso de conflicto contra ese gigante, ¿podrá el regulador defender a los millones de familias chilenas que están atadas a un servicio monopólico?
Y es que la influencia asiática no se reduce a la electricidad. Desde 2018, China lidera la inversión extranjera en Chile. En el caso del litio, la china Tianqi controla junto a Julio Ponce la principal productora, SQM, pese a que este es considerado por Chile “recurso estratégico”. Curiosa palabra: Latam también fue catalogada “estratégica” cuando pidió un salvataje del Fisco chileno, pero es en parte propiedad del Estado… de Qatar.
Si un país no debiera permitirse ingenuidades en este tema, es Chile. Los dos grandes quiebres de nuestra República fueron provocados en parte por los intereses económicos en Chile de los imperios de la época: el británico en el siglo XIX y el estadounidense en el XX. La Guerra Civil de 1891 fue financiada por el “rey del salitre”, el británico John Thomas North, enfrentado con el gobierno de Balmaceda. Y la campaña de desestabilización de Estados Unidos contra el régimen de Allende fue empujada por intereses como la minera Anaconda Copper y la telefónica ITT.
A sangre y fuego aprendimos en la Guerra Fría las funestas consecuencias de convertirse en peones en el tablero de las superpotencias. Ahora el imperio dominante del siglo XX (EE.UU.) comienza a ser desafiado en su área de influencia (América Latina) por el imperio desafiante del siglo XXI (China). ¿Cuál es nuestra estrategia frente a ese conflicto?
En abril, el gobierno alemán anunció que cualquier compra foránea de más del 10 % de una empresa podrá ser bloqueada por el ministerio de Economía si percibe riesgos estratégicos, en áreas como infraestructura, defensa, electricidad, agua y comunicaciones. Medidas similares están tomando o estudiando entre otros Australia, Canadá, China, Japón, Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea.
Estos son álgidos debates en todas las democracias capitalistas: ¿en qué sectores debe emprender el Estado? ¿En qué áreas hay que mirar con cuidado la inversión foránea? En Chile, en cambio, son simples dogmas de fe establecidos por los apóstoles de Chicago. Para nuestro Estado, nada. Para los demás estados, todo.
Son temas que los patriotas de cualquier país discuten con interés. Pero los nuestros no. Están demasiado ocupados encargando banderitas gringas por AliExpress, y comprando jockeys con la leyenda “Make America Great Again” en el Mall Chino.