Eran las 8 de la noche del miércoles 8 de julio cuando el ministro de Hacienda apuntó su teléfono hacia la pizarra electrónica en que aparecería el resultado de la votación. La imagen que le devolvió el celular dejó en shock a gran parte de la clase dirigente: contra todo pronóstico, la Cámara de Diputados aprobaba el retiro de fondos de pensiones.

Es un hecho sin precedentes: avanza una reforma constitucional rechazada por el gobierno, la totalidad del empresariado y el consenso de la tecnocracia de derecha, centro e izquierda. El Presidente de la República llamó personalmente a diputados rebeldes, el presidente de los empresarios habló del “peor Congreso desde la vuelta a la democracia”, y expertos de la oposición expresaron su desacuerdo.

Todos los mecanismos que habían marcado los límites de lo posible desde 1990 se opusieron; todos ellos quedaron dinamitados.

Y esto marca una nueva configuración del poder.

La explicación estándar usted ya la ha leído en innumerables tuiteos, entrevistas y columnas. La gente es ignorante (“falta educación financiera”, dicen los más elegantes) y se dejó seducir por un proyecto armado por charlatanes y apoyado por populistas (esa palabreja que todo lo explica en Chile). Como sentenciaron economistas en un seminario de Moneda Asset Management, este proyecto es “francamente estúpido”, una “idiotez” (José Luis Daza), y “suicida”, porque el sistema de AFP es “uno de los más exitosos del mundo” (Pablo Echeverría). Aprobarlo nos convertirá en “un país bananero”, como dijo el ministro de Economía.

¿Por qué todas esas advertencias no significan nada para el 83% de los chilenos que apoya el retiro? ¿Son todos ellos estúpidos suicidas a punto de destruir un sistema ejemplar?

La respuesta es una historia de promesas rotas.

“Celebramos un sistema que ha funcionado y ha sido exitoso”, festejaba en 2002 el Presidente Lagos. Y sin duda, fue exitoso en generar un mercado de capitales que permitió privatizar empresas públicas de electricidad, litio o azúcar, y entregarlas, con dinero de los trabajadores, a AFP formadas por grandes grupos económicos como Vial, Luksic, Angelini, Matte, Cruzat-Larraín y Yarur. “Secuencia virtuosa”, la llamó José Piñera.

También fue exitoso en entregar dinero para financiar campañas, como lo hicieron los Penta a través de AFP Cuprum, y proveer de cómodos puestos de trabajo a políticos. 11 exministros de la dictadura que creó las AFP pasaron a ser presidentes, directores o gerentes generales en ellas. Luego sumaron a la Concertación, con políticos como la actual senadora Ximena Rincón, y los exministros José Antonio Viera-Gallo, Jorge Marshall, Osvaldo Puccio y Hugo Lavados.

Durante estos 40 años, los trabajadores creyeron dos promesas: que el sistema les entregaría buenas pensiones (100% de sus sueldos para 2020, proyectaban las AFP), y que esos fondos les pertenecían. Cuando aprendieron que lo primero no ocurriría, el descontento estalló en las manifestaciones de No+AFP en 2016. 4 años después, el sistema de AFP sigue intacto.

Traicionada la primera promesa, y desesperados por la crisis, los chilenos ahora van por la segunda.

El día anterior a la votación de los diputados, un hombre se ponía de rodillas ante una funcionaria del Registro Civil de Colina, quien seguía, imperturbable, su camino. Sergio Bordillo le rogaba ayuda para activar la clave única de su hija y así acceder a alguna ayuda estatal. Todos los integrantes de su familia están cesantes y, según relata, no ha recibido ningún beneficio.

Su desesperación ilustra la de muchos que luchan contra la burocracia para destrabar las ayudas que necesitan para alimentar a su familia. Recién el miércoles, en una maniobra de último minuto para frenar el proyecto de retiro de fondos, el gobierno accedió a eliminar los requisitos de vulnerabilidad para el Ingreso Familiar de Emergencia (“IFE Plus” llamó a esas 100 lucas algún creativo). Y, apenas tres días después de anunciarlo, modificó su crédito blando para la clase media, incorporando ahora un 25% de subsidio. Nada de ello habría ocurrido sin la “estupidez” de los chilenos “suicidas”.

La indignación de una ciudadanía agotada de este interminable regateo, cuando ya llevamos cuatro meses de cuarentenas, fue el combustible de este proyecto.

Los chilenos perdieron toda fe en el sistema; compararon promesas con realidades y concluyeron que más les vale 10% en mano, que promesas de futuro esplendor volando.

Por cierto, el proyecto crea enormes problemas: afecta la estabilidad del sistema previsional y depende de compensaciones de un futuro fondo solidario que nadie sabe cómo funcionará, además de arriesgar la caída de los fondos que no se retiren. Tampoco es que 3/5 de los diputados se hayan convencido súbitamente de que sea una buena idea. Los actos de contorsionismo de algunos en la oposición han sido risibles.

El gobierno, el empresariado y los expertos siguen hablando. Hablan de un sistema exitoso mientras la mitad de los jubilados con pensiones de vejez gana menos de 202 mil pesos. Destacan la importancia del ahorro cuando esos ahorros entregan menos de 55 mil pesos mensuales a la mitad de quienes se pensionaron en mayo. Hablan del futuro en un país en que un tercio de los trabajadores son informales y no tienen cómo cotizar para financiarse una jubilación.

Para ellos, no hay disyuntiva real: mantener esos ínfimos ahorros significa hambre para hoy y hambre, también, para mañana. No son estúpidos, ni suicidas. A golpe de promesas rotas se han vuelto, simplemente, realistas.