Justo en la semana en que la pandemia alcanza su peor momento, con un récord de contagios, camas UCI al límite, 30 mil chilenos muertos y 16 millones bajo cuarentena, gran parte del mundo del poder se unió en un objetivo común: criticar a la presidenta del Colegio Médico.
Es una escalada que dice poco sobre Izkia Siches, pero mucho sobre la forma en que el poder se entiende, se acumula y se defiende en Chile.
Hace ya diez días, en el podcast “La Cosa Nostra”, Siches habló en el tono distendido de una conversación privada. “Reconozco humildemente mi error”, admitió luego. Pero el vendaval aún continúa.
El candidato derrotado por ella en las últimas elecciones gremiales dijo que “no sé si una mujer cuando está embarazada tiene derecho a decir cosas que no corresponden”. La vicepresidenta de RN exigió su renuncia al Colegio Médico, por ser sus dichos “un golpe a la institucionalidad y a la democracia”, que revela “todo lo que ella lleva adentro: desprecio, hipocresía, resentimiento”, y demuestra que es “una obediente portadora de la polera roja que lleva bajo su bata blanca. Hasta ahora el país observó a una talentosa actriz”. La directiva UDI declaró que “no está a la altura del cargo” y pidió su salida de la Mesa Social por su “doble discurso, doble estándar”.
Los directores de los 29 servicios de salud firmaron una carta rechazando las “ofensas” de Siches, y respaldando la “extraordinaria labor” de su jefe, el ministro Paris. La ministra de Desarrollo Social le exigió que “enmiende el rumbo”, so pena, advirtió de “presentarle mi renuncia al Colegio Médico”.
“Se le cayó la mascarilla”, sentenció la caricatura de El Mercurio. El abogado favorito del gobierno, Penta y SQM, Gabriel Zaliasnik, escribió una columna (“El corazón de las tinieblas”) abundando en la idea. “Izkia Siches se sacó la mascarilla. Nos mostró su verdadero rostro (…) Su corazón sigue en medio de las tinieblas de su pasado en las Juventudes Comunistas, siendo ella parte activa de la barbarie totalitaria”.
Siches logró el milagro de hacer coincidir a Zaliasnik con su más acérrimo adversario, Daniel Jadue. “Son tonos que nunca van a encontrar en mí. Son palabras que a mí más me parecen insultos”, advirtió el candidato presidencial del Partido Comunista.
¿Quién le teme a Izkia Siches? Al parecer, gran parte de la élite.
Es que, en medio del vacío de poder que vive hoy Chile, la presidenta del Colegio Médico es la persona más influyente del país. Es la figura pública mejor evaluada en las encuestas, y tiene el “liderazgo internacional” por el que tanto suspiran algunos: Time la nombró como una de las 100 líderes emergentes del mundo en 2021.
Los únicos dos acuerdos nacionales relevantes de esta pandemia los impulsó ella: el fondo de 12 mil millones de dólares en ayuda social, y el cambio en la fecha del plebiscito. Ni parlamentarios, ni ministros, ni siquiera el Presidente de la República, tienen la credibilidad para empujarlos. Esta semana, de nuevo, solo el “vamos” de Siches permitió abrir el debate sobre la postergación de las elecciones de abril.
Esta influencia es una piedra en el zapato, no sólo para el gobierno, sino para todos quienes están acostumbrados a monopolizar el poder en sus esferas. Que una mujer joven, de regiones, con ascendencia aimara, sin apellidos rimbombantes, padrinos políticos ni cuentas por pagarle a nadie, haya llegado a tal posición, parece algo insoportable para la hermética élite chilena. Claro, si ella quisiera (lo ha descartado) podría amenazar a todos los actuales candidatos presidenciales, partiendo por Jadue.
El fondo de este ataque transversal es la autodefensa del poder. Su forma, transpira machismo. La doctora en Derecho Yanira Zúñiga explica que la misoginia es “una animosidad respecto de aquellas que adoptan conductas que son percibidas como subversivas en relación con las normas patriarcales”. Y eso es evidente, desde el habitual trato de “Izkia”, contra el formal “Doctor Mañalich” o “Doctor Paris” que se reserva a sus contrapartes.
Las mujeres líderes suelen sufrir “ataques verbales usando palabras con connotaciones sexuales, que afectan su carrera política al dañar su reputación”, dice la experta Elin Bjarnegård, de la Universidad de Uppsala.
Ya el año pasado, el ex director del SII Ricardo Escobar (el mismo de la “doctrina Escobar”, según la cual las boletas falsas de políticos no son delito), escribió una fábula en que Siches era una “zorra”, que estaba embaucando a todos para llevar adelante sus “propuestas delirantes”. Pero, concluía Escobar, “la mona, vestida de seda, mona se queda”.
Ese lenguaje (“zorra”, “mona”) tiene consecuencias. Gabrielle Bardall, de la Universidad de Ottawa, ha documentado cómo las líderes mujeres “reciben más amenazas de muerte y violencia sexual, contra ellas, sus hijos y familiares” que los hombres. Este viernes, un guardia de seguridad de la Superintendencia de Educación fue detenido por amenazar de muerte a Siches, su familia y su hija en gestación. El año pasado, dos sujetos también la habían amenazado de muerte con epítetos sexistas y racistas.
Un estudio de académicos del University College de Dublín y la Universidad de Jaén muestra que entre los estereotipos con que suele definirse a las mujeres están “calculadoras” y “vengativas”. La “mosquita muerta” que encubre sus verdaderas intenciones y la “zorra” que engaña a sus víctimas calan hondo en nuestra cultura machista. Asociar a una mujer con alguno de estos clichés, como se ha hecho repetidamente con Siches, es una forma de dañar su credibilidad.
Virginia Woolf decía que históricamente “las mujeres han servido de espejos dotados de la virtud mágica y deliciosa de reflejar la figura del hombre al doble de su tamaño natural”.
Cuando una mujer deja de ser un espejo y cobra poder propio, algunos sospechan con espanto que eso empequeñecerá su propia figura.
A eso le temen.