Columna de Daniel Matamala: Un mundo mágico

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“La inflación”, decía el historiador Mario Góngora, “es el mal endémico de Chile”. Todos los chilenos de cierta edad para arriba lo recuerdan. El monstruo inflacionario llegó a máximos del 80% con Ibáñez, y no bajó del 26% de promedio anual con Alessandri y Frei Montalva.

“Nuestra herencia es una economía herida por la inflación, que mes tras mes va recortando el mísero salario de los trabajadores y reduciendo a casi nada -cuando llegan a los últimos años de su vida- el ingreso de una existencia de privaciones”, decía Salvador Allende al asumir la presidencia en 1970. “Por esta herida sangra el pueblo trabajador de Chile”, concluía.

Sin embargo, la UP convirtió la herida en hemorragia. Confió en que el uso de la capacidad ociosa de la economía y el combate a los monopolios permitirían expandir el gasto sin causar más inflación. La idea se demostró fantasiosa. Las fuertes alzas de los sueldos y el gasto público aumentaron la demanda. Cuando el déficit fiscal se descontroló, el gobierno usó al Banco Central (BC) para imprimir billetes. “El desequilbrio entre esta gran cantidad de dinero y los aumentos de producción logrados da como resultado presiones inflacionarias manifiestas”, admitía Allende en 1972. La inflación se desató hasta promediar un catastrófico 293,8% entre 1970 y 1973. Y cuando la UP intentó domar al monstruo fijando precios, el resultado fue el desabastecimiento y el mercado negro.

Por supuesto, el caos económico tuvo más factores, partiendo por un Nixon que había prometido “hacer aullar” la economía chilena. Pero ese proyecto creyó en un mundo mágico en que el voluntarismo político permite ignorar una regla básica: inundar la economía de billetes hace que los precios suban.

El efecto fue tan devastador, que recién en 2008 los trabajadores chilenos pudieron recuperar los sueldos reales de 1968. Cuarenta años perdidos, entre la hiperinflación de la UP y las políticas de shock de una dictadura que tampoco pudo domar al monstruo: la inflación promedió 79,9% con Pinochet.

Este control recién llegaría desde 1990, con el debut del BC autónomo, que les quitó la máquina de imprimir billetes a los gobiernos. Todos los presidentes del siglo XXI han gozado de una inflación bajo el 5% promedio.

Esta semana, el BC cumplió su trabajo: advirtió que un cuarto retiro de los fondos de pensiones, sumado al IFE, tendría “un impacto grande y muy persistente”, y subió la tasa de interés al doble para controlar la incipiente ola inflacionaria.

Gran parte de la oposición, en vez de escuchar el mensaje, le disparó al mensajero. El miembro de la comisión política del PC Juan Andrés Lagos acusó al BC de ser “una lacra”, que “no tiene idea de economía a escala humana. Su referente son las siete familias ricachonas”, dijo, como si fueran esas familias, y no las más pobres, las que sufren la herida de las alzas. El alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, lo apuntó por “seguir a ultranza reglas neoliberales”, como si el costo de la vida fuera un problema “neoliberal”. Y el diputado Miguel Ángel Calisto (DC) acusó al BC de “provocar a la ciudadanía”.

El primer retiro fue un mal necesario, cuando Chile enfrentaba una grave recesión y el gobierno se negaba a entregar ayuda social suficiente. Hoy, con más de 80 mil millones de dólares inyectados a la economía entre el IFE y los tres 10% previos, un cuarto retiro es una irresponsabilidad mayúscula.

Como apunta el expresidente del BC Roberto Zahler, “no toda la inflación que estamos viendo se debe al exceso de gasto. También tenemos componentes de inflación importada”. Esto obliga a redoblar la prudencia. En el mundo mágico, la inflación puede ignorarse, la saga de los retiros puede prolongarse, y el IFE, extenderse indefinidamente. En el mundo real, en cambio, esto tiene consecuencias dolorosas.

Por eso, la oposición tiene hoy una prueba de fuego.

En seis meses más habrá un nuevo gobierno en Chile. Asumirá con un gasto fiscal hipertrofiado, el fondo de estabilización vacío, demandas sociales urgentes y la necesidad de acometer reformas -como la de pensiones- que no resisten más postergaciones.

¿Cómo lo hará, si de aquí a marzo seguimos repartiendo dinero, inflando expectativas y desprestigiando a los entes públicos que tratan de hacer su trabajo?

Los políticos creen que aseguran votos a punta de retiros y bonos, pero los chilenos saben diferenciar la fuerza de voluntad del mero voluntarismo. Daniel Jadue ofreció un programa lleno de ofertones y promesas desmesuradas, y perdió. “Lo posible ya no es suficiente. ¡Vamos por lo imposible!”, prometió como lema de campaña Paula Narváez. Así le fue.

Los ganadores, Boric y Provoste, hasta ahora habían estado a la altura. El diputado había rechazado el cuarto retiro, pero se dio vuelta la chaqueta ante la presión de sus parlamentarios. La senadora también se había opuesto, pero ahora evita definirse y dilata su decisión.

La historia la conocemos de memoria. Cuatro de los cinco grandes derrumbes salariales en la historia de Chile “fueron efecto de expansiones monetarias desmedidas y grandes brotes inflacionarios”, advierte el doctor en historia económica Mario Matus. Si caemos de nuevo por esa pendiente, estamos perdidos.

Sin control de la inflación y disciplina fiscal, el próximo gobierno puede olvidarse de reformar las pensiones, generar un nuevo modelo de desarrollo o complejizar la economía. Las transformaciones de fondo que Chile necesita serán tan viables como hacerle un segundo piso a una casa cuyos cimientos se están hundiendo.

Nos tomó décadas cicatrizar la herida sangrante de la inflación. Chile requiere que sus líderes tengan fuerza de voluntad para gobernar el país real, no para fantasear con un mundo mágico que termine reabriendo esa herida.

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