Hasta la semana pasada, Francisco Vidal fue el más apasionado y efectivo portavoz de la opción “En Contra”. No es una sorpresa: como vocero, Vidal es formidable. Carismático, avasallador, siempre bien nutrido de una batería de datos con los cuales apela directamente al sentido común de los ciudadanos.

Tras el triunfo del “En Contra”, el presidente Boric lo designó presidente del directorio de Televisión Nacional (TVN).

Y en el mismo punto de prensa en que se anunció su nombramiento, Vidal demostró por qué su designación es una pésima idea.

No es un misterio para nadie que el presidente Boric está frustrado con los medios de comunicación. Como diputado repetía que el rol de la prensa es “incomodar al poder”, pero ahora que ostenta el máximo poder político, se le ve incómodo con ella.

El presidente Boric está incómodo; los deseos del diputado Boric se han hecho realidad.

Lo ha demostrado en múltiples episodios, como cuando encaró a un reportero gráfico por fotografiarlo mientras trabajaba con las cortinas abiertas en su oficina de La Moneda.

Hace algunos días, volvió a la carga, mientras inauguraba la remodelación de una plaza. “Antes de subirme al escenario me di una vuelta rápida en el teléfono por los matinales. Adivinen cuántos matinales están transmitiendo esta buena noticia (…) Por supuesto ninguno estaba dando esto”.

El episodio va más allá de la crítica que cualquier ciudadano puede hacer a la pauta de los medios, y muestra un narcisismo preocupante en un Presidente de la República: Boric reclamó por no verse a sí mismo en cadena nacional.

En los países donde existe libertad de prensa, lo que haga y diga el presidente puede ser noticioso. Pero no lo es por defecto. Las actividades rutinarias de un gobierno, como la inauguración de una plaza, no tienen por qué ser cubiertas en vivo. Menos aun cuando Boric tiene por costumbre no responder preguntas sobre temas de contingencia.

Suponer que todo lo que haga el presidente, solo por serlo, debe copar la pauta periodística, es la mentalidad de autócratas como Maduro, Bukele y Trump. No debería ser la lógica de un demócrata como Boric.

Volvamos a Vidal.

En el punto de prensa en que se informó su designación como nuevo timonel de TVN, se le preguntó por la queja de Boric contra los matinales. Su respuesta fue digna de un vocero, pero muy peligrosa viniendo del máximo directivo de TVN.

“Por definición la televisión pública debe cubrir al jefe de Estado”, respondió con su habitual elocuencia. “Que Canal 13 elija, que Megavisión elija, que Chilevisión elija, pero para mí, la voz del Presidente, la voz del presidente del Senado, la voz del presidente de la Cámara, la voz del presidente de la Corte Suprema, la voz del Contralor, la voz del Fiscal, son voces institucionales, y la televisión pública debe cubrirlas”.

Vidal se equivoca.

La televisión “pública” no tiene ese apellido porque sea un micrófono del poder, sino por lo contrario: porque su compromiso no está con ningún poder, sino con el público. Está al servicio, no de esos poderes, sino de la ciudadanía. Ella es su única mandante, y servirla debe ser su única preocupación.

De hecho, los medios públicos suelen estar en conflicto con los gobiernos. Margaret Thatcher consideraba a la BBC “irresponsable y sesgada”, y creía que algunos de sus programas “ofendían la decencia pública”.

Una TV pública que no incomoda al gobierno es una mala TV pública.

En Chile lo sabemos.

Entre 1973 y 1990, TVN fue el canal vocero del régimen. Cada actividad presidencial se cubría con genuflexión. Su compromiso con el público era nulo. Su noticiero, 60 Minutos, era conocido como “60 Mentiras”.

En democracia, TVN se volvió un canal público, con un directorio pluralista en teoría (en la práctica, cuoteado entre oficialismo y oposición), para intentar independizarlo de los gobiernos de turno. Y los choques entre su misión y los intereses gubernamentales han sido permanentes.

En 1993, Informe Especial entrevistó al exagente de la DINA Michael Townley, quien confesó el asesinato de Orlando Letelier. El gobierno del presidente Aylwin intentó censurar la emisión, para no incomodar al general Pinochet, entonces al mando del Ejército. Tras varias postergaciones, la entrevista fue emitida.

En 2000, otro reportaje de Informe Especial abordó la intervención de la CIA en Chile, mencionando el rol de El Mercurio en ella. Presionado por la oposición y por connotados empresarios, el director ejecutivo René Cortázar exigió cambios en el reportaje. Cuando el director de Prensa se negó, Cortázar intentó destituirlo. Finalmente fue él quien debió irse, ya que el directorio de TVN respaldó a Prensa y rechazó la censura.

En ambas ocasiones, los profesionales de TVN resistieron la intromisión del poder, y cumplieron su labor al servicio del público.

Como ocurrió con los reportajes sobre Townley y El Mercurio, es habitual que el interés del público choque frontalmente con el interés del gobierno, de los políticos y de los poderes económicos.

Boric y Vidal deben entender que el rol de TVN, hoy como ayer, es servir al público, moleste a quien moleste. Si Boric nombró a Vidal para que sea su soldado en TVN, como lo hizo al hablar en los patios de La Moneda, le hará un flaco favor a la televisión pública.

TVN tiene muchos desafíos, comenzando por reconectarse con las audiencias. Pero sus problemas sólo se agravarán si es percibida como una portavoz del gobierno.

De hecho, en su primer día en el cargo, Vidal ya dañó el prestigio de TVN y a sus profesionales. Tras sus palabras, cada pauta del canal público se volverá sospechosa de estar digitada desde La Moneda.

Vidal debe decidir si sigue siendo el vocero de su tribu política, o si asume el rol que le corresponde ahora: ser el garante de la independencia del canal de todos los chilenos.

Una independencia que incomoda al presidente Boric. Pero que el diputado Boric aplaudiría sin reservas.