Columna de Paula Escobar: 40 horas sí se puede
Que no podríamos jugar la Copa América. O que la Conaf no podría combatir los incendios forestales. Parece que fuera hace tanto tiempo, pero sucedió en 2019, antes del estallido social. Ese año, el proyecto de la diputada Vallejo de disminuir la jornada de 45 a 40 horas semanales desató un verdadero escándalo. El ministro del Trabajo de entonces, Nicolás Monckeberg, no solo lo calificó como “un muy mal proyecto”, que “va a afectar el empleo y las remuneraciones”, sino que dijo que si se aprobaba la reducción laboral, Chile podría verse impedido de jugar la Copa América!
Cuando las encuestas mostraron un amplio respaldo ciudadano a la medida (74% según Cadem, 72% según Mori), el gobierno del expresidente Sebastián Piñera presentó un proyecto alternativo: bajó de 45 a 41 horas y aseguró que era mejor, porque brindaba flexibilidad…
Después vinieron el estallido, la pandemia, la Convención, el nuevo gobierno… y ahí quedó el proyecto. Y aún con condiciones económicas mucho más adversas que las del preestallido, esta semana el proyecto adquirió gran impulso, tras una serie de indicaciones del gobierno y un trabajo impecable de la ministra del Trabajo, Jeannette Jara, para destrabar la iniciativa y hacer posible esta reducción, que se calcula que beneficiará a cuatro millones de personas y que nos ubicaría en el promedio de los países miembros de la Ocde.
La puesta en escena en que se dio a conocer el anuncio fue una de transversalidad y de diálogo fructífero entre el gobierno, los gremios empresariales, la CUT y muchas organizaciones. “Este [anuncio], más que un compromiso de campaña, es un compromiso de todos en Chile”, afirmó Juan Sutil, presidente de la CPC. El Presidente Boric aseguró que la reducción debe implementarse “con cuidado y responsabilidad sobre los efectos que pueda tener en la economía, protegiendo el empleo y las remuneraciones”. Por ello, los principios serán la gradualidad (en cinco años), el acompañamiento de las empresas de menor tamaño, medidas para mejorar la productividad, además de la corresponsabilidad como norte: tanto padres como madres cuidadores podrán tener horarios diferidos de entrada y salida, entre otras medidas innovadoras.
Este caso ilustra, a pesar de todas las dificultades, cuánto hemos cambiado, en qué lugar distinto estamos y cómo es posible avanzar. Ideas como esta, que parecían marginales, estrafalarias, se convierten en sentido común y compartido. Que las personas estén condenadas a largas jornadas laborales -además de estar una hora o más en la locomoción colectiva de ida y vuelta- era antes para algunos considerado algo negativo, pero imposible de cambiar. Estaba normalizada la situación de tantos millones de personas de salir y volver a la casa sin luz natural, de ver a los niños solo en pijama, de vivir para trabajar.
Tras el estallido y la pandemia -grandes espejos donde mirar las fisuras de la sociedad-, esto se hizo inaceptable y urgente de arreglar. Se fue juntando una voluntad política dispersa: es claro el cambio del paradigma del trabajo pospandemia, que los largos horarios no garantizan resultados. También se hizo evidente que no es sostenible una sociedad donde una gran mayoría tiene tan deficiente calidad de vida: el Estado de bienestar es hoy un horizonte mucho más compartido. Y luego, el modo de aproximarse: la ministra Jara buscó el diálogo, actuó aunando criterios, persuadiendo, escuchando e incorporando indicaciones que reconocen principios relevantes como la gradualidad, la productividad, el acompañamiento. No desoyó o descalificó las críticas o reparos, sino que les dio un espacio. No todo el espacio, pero uno suficiente para sacar adelante la tarea.
Acá hay lecciones valiosas, de todo eso necesitaremos el 4 de septiembre y en los tiempos que siguen. La segunda transición que estamos viviendo necesita de liderazgos que entiendan los desafíos del siglo XXI, redibujen el camino de lo posible y puedan convocar a los que se resisten con diálogo. Como dice Bruce Feiler, las transiciones se tratan de encontrar la forma en que nos “desatascamos”. El impulso y apoyo a las 40 horas es un buen ejemplo de salir del atasco y la parálisis en que hemos estado, de que sí se puede poner un pie en el mundo del futuro y lograr transformaciones que se hagan cargo de los dolores y desigualdades de nuestro país, cruzando barreras y aunando mayorías.
Como dice Alfredo Zamudio, director del Centro Nansen -y uno de los mayores expertos en procesos de diálogo y paz-, para salir de momentos complejos, hay que partir por volver a dialogar, en el sentido más profundo del término. Eso habrá que hacer sí o sí después del plebiscito. Y para ello habrá que encontrar -como dice Zamudio- “el lugar más abajo en la pirca que divide”. Y, desde allí y con paciencia, conversar de nuevo. Y seguir.
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