El día antes de morir, entrada ya la noche, el expresidente Piñera conversó con el Presidente Boric para ofrecerle su ayuda -y la de sus equipos- para enfrentar la devastación causada por los incendios en la Quinta Región, que ha cobrado la mayor cantidad de vidas desde el 27/F, la tragedia que le tocó a Piñera recién asumido. El actual Mandatario aceptó la ayuda y le indicó como enlace a la ministra de Desarrollo Social, Javiera Toro, con quien Piñera habló después. Luego, organizó una reunión con sus equipos para que se pusieran a disposición de Boric y su gobierno.
Horas después, Piñera murió en el trágico accidente en el lago Ranco.
Sus años de gobierno -como todos- tuvieron luces y sombras. Se han escrito, y se escribirán aún más, muchas páginas analizando ambas; hay visiones distintas y legítimas. Pero la hora de la despedida tras su trágica muerte es la hora de resaltar, como se ha hecho, sus legados: 27-F, rescate de los 33 mineros, vacunas, empleos, crecimiento, matrimonio igualitario, PGU, posnatal de seis meses y, sobre todo, la decisión histórica de no sacar a los militares a la calle después del estallido social y tomar el camino de los votos y de la democracia.
Además de aquello, hay un legado en lo que hizo el día antes de morir. Es una señal profunda y contiene semillas de esperanza para el futuro. Por más que en Chile reine un pesimismo a veces brutal es muy destacable -y nada común para estos tiempos- que dos mandatarios tan distintos y distantes respecto de su proyecto político conversen y mantengan un vínculo para enfrentar las tormentas. Antes fue Piñera quien pidió ayuda y recibió consejos de Bachelet, Frei y Lagos. Con Boric las distancias políticas, generacionales y de estilo eran mucho mayores. Habla mucho del expresidente Piñera que, sin revanchismos ni rencor, haya tomado el teléfono para ponerse a disposición para ayudar. Habla mucho también del Presidente Boric el estar disponible para recibir la ayuda y el consejo.
Este episodio habla también (y tan bien) de Chile.
De que por sobre las diferencias políticas, incluso las agrias y tóxicas disputas políticas, sí existe un reservorio de unidad, un sentido de lo común, una trama de continuidad histórica. ¿Qué países pueden contar con esto? ¿Se imaginan a Bolsonaro así con Lula, a Trump con Biden o a Fernández con Milei? En la disposición a dar la ayuda, y también en la de recibirla, hay algo que es valioso y frágil, pero que existe, y que hay que reivindicar y remarcar. Que aún existe, aunque no se vea en la superficie, la posibilidad de comportarse como adversarios políticos, pero no como enemigos acérrimos. La esperanza de que se puede no sucumbir a la política de la adversarialidad y el odio que campea en el mundo.
“Traidores”, les dijo el Presidente argentino, Javier Milei, a quienes no le dieron los votos en la Cámara de Diputados esta semana para su proyecto Ómnibus. Algunos de los “traidores” eran también centristas ex socios de Macri; el que se le opone es el enemigo mortal. Esa es la deriva que ha tenido rendimiento electoral, y no solo en Argentina. La idea de que al adversario político hay que odiarlo y joderlo. Los Netanyahu, Bolsonaro, Milei, movilizan con éxito odios, rencores y miedos, aun cuando saben que si el bote se hunde, se hunden todos. “La envidia, el resentimiento y la ira, si son lo suficientemente fuertes, normalmente te hacen preferir hundirte, siempre y cuando puedas derribar al otro, al que odias o envidias. Algunas emociones nos hacen inmunes a nuestra autopreservación”, como dice la destacada socióloga franco-israelí Eva Illouz.
Piñera no estaba por avivar odios ni rencores, ni tampoco por negar la sal y el agua a este gobierno ni a ninguno: no se le ofrece una mano a quien se quiere destrozar. Firmó, de hecho, junto a todos los expresidentes, el Compromiso de Santiago para la Conmemoración de los 50 años del Golpe, en que parte de su sector tuvo una regresión. De hecho, con su propio sector -sus más ácidos detractores también los había en la misma derecha- tampoco guardó rencores que le impidieran colaborar. En sus últimas entrevistas reivindicó un proyecto de derecha moderna y no identitaria, la amistad cívica y el diálogo para sacar adelante el país.
Las miles de personas que fueron a despedir al exmandatario, así como el impecable funeral de Estado que organizó este gobierno, abonan a esta idea: hay reserva y también avidez de mayor unión republicana a pesar de las diferencias. La gente lo pide a gritos: no más peleas, no más odio.
Si una parte importante de los liderazgos políticos lee este momento así, hay una posibilidad de enfrentar no solo los incendios de febrero, sino los de los años que vienen, con otro espíritu.
Bajo la hojarasca -como diría el expresidente Lagos- se esconde una posibilidad.