Era 6 de marzo de este año interminable cuando, con solemnidad y en la Sala de Sesiones del Senado, se constituyó la Comisión Experta. Doce y 12, de oficialismo y de oposición, designados por el Congreso. Partieron con buen pie: por unanimidad eligieron ser liderados por dos académicos y abogados de prestigio y talante de diálogo: Verónica Undurraga y Sebastián Soto, presidenta y vicepresidente.

La posibilidad de llegar a ninguna parte era alta para la Comisión Experta. Si alguien no cedía, se quedaban empatados. No fue fácil pero, tras maratónicos tres meses otoñales, lo lograron.

“Se da por despachado el anteproyecto de nueva Constitución”, dijo Verónica Undurraga el 30 de mayo, con la voz quebrada de emoción. Los y las 23 restantes entonaron espontáneamente el Himno Nacional de Chile.

No era para menos.

Ha sido uno de los pocos -quizás el único- acuerdos significativos que ha logrado la clase política chilena en los últimos años. Uno que fue aprobado desde el comisionado PC hasta el del Partido Republicano. Uno que todos los expresidentes de Chile valoraron. Un texto que a nadie fascinó, pero que permitía a todos vivir. Un texto que unió y no dividió.

Un pacto entre las distintas visiones políticas, que podrían con este texto competir legítimamente frente al electorado. Un pacto intergeneracional a la vez: uno que quienes aún no nacen podrían emplear para navegar tiempos inciertos.

En fin: los y las comisionadas lograron acordar lo que realmente es un texto constitucional. Y quienes, si no los chilenos y chilenas, hemos aprendido en estos cuatro años lo que no es una Constitución. No es un programa de gobierno, no es para vengarse de nadie, no es una lista de supermercado, no es para sacar del juego político a los adversarios ideológicos. No es para darse gustos identitarios.

¿Era perfecto el anteproyecto de la Comisión Experta? No, pero es justo decir que se acercó, como ninguna, a lo que siempre soñamos. Un sueño discreto, es cierto, nada barroco, realista, sobrio. Pero un buen sueño chileno al fin y al cabo.

Es cierto que tenía vacíos -aquello donde no se llegó a acuerdo quedó sin abordarse-, pero contenía una gran cantidad de acuerdos sustantivos. No sólo fue sin disfraces, sino que parece que tampoco hubo tantas máscaras. Porque declarar que se busca el diálogo -con corbata y gomina- para pasar después la aplanadora es una forma de disfraz. En la comisión se logró algo discreto y casi milagroso. Primero, haber acordado algo sustantivo. Y segundo, dejar a todos en paz. Nadie exultante, pero nadie alienado, angustiado, incómodo, con la propuesta constitucional.

Se dirá que no les quedaba otra; porque si no acordaban, fracasaban. Cierto. Pero el diseño no fue el único secreto de su éxito, sino la responsabilidad con que se tomaron su trabajo en esos tres meses y también la dinámica que crearon como grupo (aunque luego se haya acabado en la etapa siguiente). Tantas veces vemos en Chile que domina y prevalece la lógica de la suma cero, aunque aquello sea también la lápida propia. La clase política vive en esa dinámica autodestructiva, de no conceder nada al adversario, como el perro del hortelano.

Los y las expertas se sustrajeron de aquella dinámica y lograron un anteproyecto. Y Chile estuvo entonces bien cerca de poder plebiscitar una Constitución de consenso.

Casi.

Hasta que el P. Republicano optó por su enmiendazo: 400 enmiendas, donde alteraron significativa y dramáticamente lo acordado en la Comisión Experta. El Consejo hizo, entonces, una Constitución del gusto de la “derecha y centroderecha”, como dijo el consejero Luis Silva. Un texto que “veta a un sector”, como dijo el expresidente Lagos al fundamentar su voto “En contra”.

No es un pacto entre fuerzas políticas distintas, sino uno que -sea cual sea el resultado del plebiscito de hoy- excluye a un grupo, desde luego de centroizquierda e izquierda. Al rechazo de los expresidentes Lagos y Bachelet se suma el de figuras como Ernesto Ottone, Andrés Velasco, Ignacio Walker, Javiera Parada o Felipe Harboe, entre otros.

¿Fue un fracaso, entonces, el trabajo de la Comisión Experta? ¿Haber logrado lo más difícil, como fue ponerse de acuerdo y sacar adelante la tarea histórica, para luego verla sucumbir?

El tiempo lo dirá.

Pero sea cual sea el resultado de hoy, el país quedará más dividido, y el trabajo que viene de parte de todos los liderazgos responsables será volver a sentarse a la mesa para achicar las grietas, cruzar los puentes y disminuir la adversarialidad y la hostilidad entre quienes piensan distinto. Y pese al fracaso, el trabajo de la Comisión Experta puede ser importante para esta etapa: demostraron que sí se puede mirar al otro y reconocerlo “como un legítimo otro en la convivencia”, como decía Humberto Maturana.

Demostraron que se puede -y se debe- negociar y ceder para sacar adelante al país.