En lenguaje diplomático -que de por sí debe bajar decibeles, voltajes, intensidades- podrían llamarse “errores”. Pero en castellano claro, o en lenguaje político, son más que errores los que ha cometido el embajador en España, Javier Velasco. Errores repetidos que constituyen fallas de criterio ya más estructurales. Agrava esto el hecho de que sea amigo del Presidente, pues el estándar debiera ser más alto. Pero el análisis de sus luces y sombras como funcionario público también debe ir más allá de aquello, pues los embajadores políticos (un 20% aproximadamente) son parte de todos los gobiernos, y pueden hacerlo bien o mal.
Amigo o no amigo, el embajador Velasco ha tomado una serie de malas decisiones, tanto de forma como de fondo, que lo debieran haber llamado a la reflexión. Ha tenido mucho tiempo para completar su curva de aprendizaje en materia diplomática, para comprender y aquilatar lo que significa el gran honor y responsabilidad de representar al Estado de Chile, especialmente en un país tan importante como España. Su primer golpe de realidad vino cuando, de modo liviano y sin datos, dijo que la desigualdad de la dictadura se había “profundizado” en los años de la Concertación. Índice de Gini en mano, el expresidente Lagos lo sacó al pizarrón para demostrarle que no era así. Su mirada política de los gobiernos de centroizquierda puede ser negativa, pero otra cosa es que ya en su rol de representante del Estado de Chile traspase esos juicios sin filtro y, peor aún, sin respaldo.
Segundo, descriterios flagrantes fueron ciertas imágenes suyas difundidas en redes sociales. Rodeado de langostas primero, sin darse cuenta de que la lectura sería bien obvia: ¿Con los impuestos de quién? La vida diplomática es de nivel alto, pero son palacios (vidas) prestados, con el objetivo de dejar en alto el nombre de Chile y no para presumir, menos frente a ciudadanos pasando apreturas económicas propias del ajuste fiscal durísimo y necesario que le tocó hacer a este gobierno, cumpliendo su misión de responsabilidad fiscal, pese a presiones para “abrir la billetera”. ¿Cómo un diplomático podría no saber esto? La foto suya acariciando los pies de su pareja en presunto auto diplomático -que desató la ira contra ella, pero el funcionario era él- recalcó su dificultad para entender el cargo que ostenta. Ya no solo habitar el cargo, sino lo que este significa: ceder grandes espacios de autoexpresión para sumergirse en los matizados rasgos del lenguaje y quehacer diplomático (cansinos y fomes para algunos). Luego de esto, no asistió a la recepción anual que ofrecen el Rey Felipe VI y la Reina Letizia a todo el cuerpo diplomático acreditado, una tradición de casi cien años. Estaba de vacaciones, y tampoco mandó a nadie de la embajada. Su respuesta: que había avisado a la Casa Real. ¡Faltaba más!
A esta suma de descriterios se sumó, como se sabe, lo que expresó hace unos días en un foro: ante el debilitamiento de las relaciones con Israel producto del conflicto en Gaza, dijo que Chile podría buscar en España un nuevo socio en el sector de defensa. No solo entró a un terreno altamente conflictivo sin antes haber acordado nada con Cancillería, sino que fue un autogol gratuito: no tenía para qué haber dicho nada de eso.
Pero peor aún, distrajo la conversación sobre una gira europea exitosa y de futuro, en que el Presidente Boric tuvo una acogida muy importante de líderes mundiales de la talla de Olaf Scholz y Emmanuel Macron, que le dieron tiempo y deferencia especial en un momento álgido y crítico post elecciones de la UE. Eso, en lenguaje de relaciones internacionales, habla toneladas respecto del lugar de respeto de Chile, y de la figura del Presidente Boric, en la arena mundial.
Pero en Chile, en cambio, no se habló de aquello, sino del embajador Velasco y su nuevo desatino, y de que el Presidente lo llamó, otra vez, “al orden”.
Una vez en Chile, lo confirmaron en su cargo. Se explicó que su desempeño era considerado muy bueno, más allá de estos “errores”. Eso sí, con tarjeta naranja: no hay espacio para más. Sin embargo, la más clara comprobación de que no ha aprendido aún su papel es que haya puesto al Presidente y al canciller en este impasse de decidir si se iba o se quedaba. El embajador Velasco no renunció y, hasta donde se sabe, tampoco puso su cargo a disposición. Como resultado, el Presidente ha sido criticado, con razón, por minimizar los descriterios reiterados de quien es su amigo.
La guinda de la torta es que la derecha, o parte de ella, ha querido usar los yerros de Velasco para atacar al canciller Van Klaveren, quien representa, en forma y fondo, la quintaesencia de la diplomacia profesional de más alto nivel de nuestro país. Intentar sacar rédito político local polarizando la política exterior es de gran riesgo. Esta es, y debe permanecer siendo, de Estado.