El video, digámoslo, fue un error.

En varios niveles. Especialmente, porque para conmemorar la ratificación por parte de nuestro país de la Convención de Derechos del Niño, hace 30 años, no cabía una provocación sino todo lo contrario; una convocatoria amplia de un logro civilizatorio, como es consagrar los derechos de los más vulnerables, vulnerados durante milenios. Más allá del valor artístico de la propuesta titulada “El llamado de la naturaleza” -materia subjetiva- esta no logra el propósito comunicacional, que debió ser convocante. Al revés, el video transforma ese hito, en signo identitarios de un grupo -de jóvenes, de adultos-, que deja fuera a muchos otros. El tono, la estética, la puesta en escena son, en ese sentido, excluyentes. La letra de las canciones, mayor foco de críticas por aquello de “saltarse los torniquetes”, sin duda. La Defensora de la Niñez, Patricia Muñoz, ha dicho que es una metáfora y que lamenta que no se haya comprendido como tal, que “jamás hemos llamado a la violencia”. Unos días después, bajó el video. Con todo, parece un descriterio de su parte haber aprobado una pieza que divide, en una celebración que es emblemática y transversal. Dicho eso, la lapidación pública y la verdadera cacería que ha surgido contra la Defensora de la Niñez está fuera de toda proporción. Un grupo de diputados de Chile Vamos pide su destitución. La acusan de hacer proselitismo político y de “promover el odio, la desobediencia civil y la comisión de delitos”. Un abogado la demandó por ley de seguridad del Estado, aludiendo a los artículos 8, 123 y 133 del Código Penal, los que apuntan contra “la conspiración y proposición para cometer un crimen o un simple delito”. Algunos columnistas hombres la han tildado de “feminista radical” y uno la bautizó como “la mujer torniquete”. Otros varones han comentado de que esto le pasa por su “excesiva presencia mediática y en redes sociales”, lo que no sería del agrado de ellos. En fin, en Twitter, algunos han llamado a “piteársela” (sic). Y así, suma y sigue una cascada, una bola de nieve tóxica de descalificaciones a su persona, a su estilo, a sus “intenciones ocultas”, a su carácter, incluso su apariencia física ha salido al ruedo.

Poco o nada sobre su trayectoria profesional previa y destacada en la fiscalía, motivo por el cual ganó el concurso para este cargo y fue ratificada por unanimidad en el Congreso. Y poco o nada acerca de su papel actual como defensora, que en todo caso los diputados de Chile Vamos no habían considerado relevante como para pedir su destitución antes de este episodio.

Pero Patricia Muñoz, les guste o no su personalidad o estilo, es una abogada de prestigio que ha defendido y visibilizado los derechos de los niños y niñas con urgencia y firmeza, golpeando la mesa y sacando al pizarrón sin anestesia a las autoridades cuando ocurren hechos como menores de edad “impulsados” al río o baleados dentro de un recinto del Sename, como ha pasado en los últimos tiempos en Chile. Ha hecho de este cargo nuevo uno con “dientes”, justamente para defender a quienes deben tener la mayor protección por parte del Estado por no ser aún adultos.

Pero poco o nada de eso aparece en el debate público.

Es como si le estuvieran cobrando ahora antiguas cuentas, y por ello se aprecia esta desproporción, esta impaciencia por destituirla o sacarla de escena, y el tono descalificatorio personal.

Este caso es bastante ilustrativo de cómo son tratadas de manera discriminatoria las mujeres en el mundo del poder. Se les exige el doble y se las juzga el triple, y su desempeño no es el foco de las críticas, sino justamente, su manera de “ser”. “...Debemos cambiar algunas conductas, de manera que las mujeres que quieran ir a posiciones de poder que están bajo el ojo público no sean tratadas peor que los hombres. Hay que ser realistas: estar bajo el escrutinio público es duro, seas hombre o mujer. Pero es mucho más duro si eres mujer”, dice la brillante historiadora británica Mary Beard, autora de Mujer y poder.

Y es que, como ella establece, tener voz pública y ejercer el poder es una transgresión a lo que supuestamente -desde siglos- las mujeres deben y pueden hacer. Pero especialmente si se ejerce con fuerza y sin complejos, rompiendo los estereotipos. La irritación machista por las mujeres empoderadas persiste, y se va acumulando, hasta que llega el momento. Y cuando aparece el error, se pasa la cuenta, y la hoguera se comienza a fabricar, como está pasando con Patricia Muñoz.

La defensora se equivocó en su decisión de aprobar este video. Un error de criterio comunicacional, como lo han cometido muchas autoridades, actuales y pasadas, de este gobierno y de todos los otros. Pero de ahí a llevarla a la Inquisición, no.

No más palos al fuego.