Este “18” ha caído en pandemia: con mascarilla y más temor a perder el trabajo que al Covid. Y, como si fuera poco, a un mes del plebiscito histórico del 25 de octubre.

Esto hace que sea más importante que nunca celebrar y reforzar la identidad nacional, pero no promoviendo el chovinismo, la exclusión o la discriminación.

Me refiero a cómo estamos tratando la situación de los migrantes, aquellos que -antes y ahora- han venido a buscar aquí una vida mejor.

Más de siete años lleva el proyecto de migración en el Congreso, al que el gobierno le puso urgencia temiendo una alta presión migratoria pospandemia. Dos indicaciones de senadores de oposición se han llevado la mayor atención. Una es la visa de oportunidad laboral, que establece que se puede entrar como turista y en el aeropuerto requerir una visa de trabajo. La otra establece que los que estén en situación irregular pueden solicitar visa sin sanciones en un plazo de 90 días luego de ser aprobada la ley.

Esta semana no se logró avanzar en el Senado. Mientras, la situación de muchos migrantes es dramática. La Encuesta Bicentenario UC detectó que un 65% de los migrantes ha perdido “todo, casi todo o más de la mitad” de sus ingresos (versus un 52% de los no migrantes). Y como explica un estudio reciente del Hogar de Cristo, miles no han recibido ninguna ayuda, justamente por su situación irregular, que les impide tener RUT vigente “y, por tanto, está excluida de la institucionalidad y de la red de protección social”. Eso los hace presa fácil de verdaderas mafias, que se aprovechan de ellos y los dejan para siempre en una situación irregular e informal.

Para hacer todo esto peor, está prendiendo en Chile -como en otros países- un discurso político populista antiinmigrantes. No es casual que el alcalde Joaquín Lavín -conocedor como pocos del people meter político- afirmara, sin mediar pregunta alguna, que era partidario de cerrar completamente las fronteras a inmigrantes mientras no se recuperara totalmente el empleo en Chile.

El discurso ha surtido efecto: un estudio de la UDD reveló que el 73% rechaza dar visas de trabajo a inmigrantes. La experta Carolina Stefoni, de la U. Mayor, dijo a El Mercurio que esto da cuenta de que “el discurso contra la inmigración está calando más de lo que pensábamos”. Lo atribuye a “una campaña sistemática de responsabilizar a los migrantes por la falta de empleo y las consecuencias de la pandemia en la economía nacional. Ese es un esfuerzo del gobierno”.

Y lo complicado es que los datos muestran otra realidad respecto de los pros y contras de la migración. Esther Duflo, premio Nobel de Economía 2019, investiga justamente qué funciona empíricamente en materia social. En su libro Good Economics for Hard Times (escrito junto al también Nobel Abhijit V Banerjee), deconstruye varios mitos sobre inmigración: no está al alza, por ejemplo. Y tampoco disminuye los salarios del resto. Tal como Bill Gates destacó, refleja que no hay evidencia creíble de que incluso grandes afluencias de migrantes “dañen a la población local”.

“Banerjee y Duflo demuestran que los migrantes no son solo trabajadores, también son consumidores. Los recién llegados gastan dinero (...). Esto crea puestos de trabajo y, sobre todo, puestos de trabajo para otras personas poco calificadas”, escribió Gates.

Un informe del Servicio Jesuita de Migrantes en Chile y la Fundación Avina coincide: la migración no ha perjudicado ni el empleo ni los salarios, “incluso ha aumentado la capacidad fiscal del Estado, al generar más ingresos que gastos para el Fisco”, dice. Según este reporte, representan el 8% de la fuerza laboral de Chile y aportan cuatro mil millones anuales al Fisco.

Es un tema complejo y, por cierto, se requiere con urgencia regularizar a quienes ya están aquí, para sacarlos de la informalidad y la precariedad. Lo que se ha constatado en muchos países es que hacer más restrictiva la inmigración no la evita, sino que aumenta justamente la irregularidad. También hay que legislar hacia el futuro, de modo de tener una migración ordenada, segura y planificada. Pero poniéndose en los zapatos de ellos: no todos llegan en avión. Muchos llegan por pasos irregulares, de manera desesperada, sin hacerles preguntas a quienes los traen.

Para legislar bien hay que basarse en la realidad, la evidencia y la política comparada. Esta materia no es solo económica, sino también humanitaria. Y se debe hacer promoviendo el respeto y la dignidad de los migrantes, reconociendo su trabajo duro y muchas veces invisibilizado, y no creando narrativas de enemistad, racismo y discriminación.

Esa no es la chilenidad que celebramos este fin de semana.