Vía Zoom desde su casa en Mevaseret Sion, a seis kilómetros de Jerusalén, David Grossman advierte que durante su conversación con La Tercera podrían escucharse sirenas, señal de que debe partir inmediatamente a refugiarse de un bombardeo. Por si eso pasara, se disculpa de antemano. Para mayor abundamiento, en un punto de la conversación casi se persuade de oír esas sirenas. Para tranquilidad de entrevistadores y entrevistado, era sólo el estruendo de una moto.
Se diría que el autor de La vida entera -novelista, cuentista, ensayista y articulista- se encuentra en un estado de desvelo. Pero, en realidad, ha vivido así desde que tiene memoria. De hecho, le ocurrió la mañana del 7 de octubre -día de los ataques terroristas de Hamas- que su cabeza adormilada confundía reportes radiales de otras épocas con noticias desoladoras de último minuto.
Ese sábado, que los israelíes llaman ya “Sabbat negro”, dejó 1.500 civiles muertos, miles de heridos y dos centenares de secuestrados. Tras una vida como testigo crítico de los conflictos de su país con Palestina y los vecinos árabes, el escritor sintió que esas noticias ya las había oído antes. Pero se dio cuenta de que había algo distinto, que este atentado había roto algo muy profundo.
-Muy pronto entendí que incluso si las palabras son las mismas, la energía y la urgencia son totalmente diferentes. Y hay algo aquí que nunca he presenciado antes, y nadie lo había presenciado antes. ¿Cómo nos cambiará? -se pregunta.
Nacido en Jerusalén en 1954, con más de 40 años de trayectoria, Grossman es hoy el escritor más relevante de Israel. Autor de una obra que reflexiona en torno a la violencia y a las arbitrariedades, sus libros exploran en la historia contemporánea israelí y en las huellas del dolor en las familias y la comunidad.
Nominado al Nobel tanto en la ficción como en sus ensayos, Grossman despliega un esfuerzo por examinar la vida en medio de la destrucción: narró la historia de un soldado israelí y un civil palestino en Cisjordania en su primera novela, La sonrisa del cordero; abordó el Holocausto en los ojos de un niño, y le dio voz a un comandante nazi en Véase: amor, así como describió la desolación de la guerra en La vida entera.
Activista por la paz y el entendimiento, Grossman no abandonó esa postura ni siquiera en su hora más sombría, en agosto de 2006, cuando agentes del ejército israelí llegaron a su casa para informarle que su hijo Uri había sido alcanzado por un misil en la guerra del Líbano. Días antes, Grossman y su amigo Amos Oz habían pedido un alto al fuego.
En su ensayo Escribir en una zona de catástrofe, Ud. recuerda un cuento de Kafka, Una pequeña fábula. En ella, el ratón, acorralado entre el gato y una trampa, dice: “Ay, el mundo cada día se hace más estrecho”. ¿Cómo vincularía esa frase a la situación actual en Israel?
Si vives toda tu vida en medio de la violencia, de la guerra, preparándote para la guerra, inevitablemente te conviertes en un guerrero en un mundo dividido entre gente violenta y gente no violenta, con personas que se vuelven suspicaces, agresivas y asustadas, y el miedo trae agresividad. Creo que lo que presenciamos hace dos semanas llevará dramáticamente a Israel en esa dirección. Tendremos que ser muy cuidadosos en el futuro para no permitir ningún error o negligencia; tendremos que estar en guardia de una manera que no conocíamos (y eso que ya sabíamos mucho sobre estar en guardia). La vida va a cambiar. Y creo que esa atmósfera mental, inevitablemente, te va estrechando: no estás en contacto con toda la riqueza y diversidad de la vida, sino que te estás preparando para la próxima agresión, para el próximo ataque.
“No he tenido un día de paz en mi vida”, declaró a La Tercera en 2015. ¿Cómo resuena esa afirmación estos días?
Hay cosas que sólo se han agravado, pero es un hecho que Israel no ha tenido un solo día de paz en sus 75 años de existencia, incluso años y años antes de convertirse en un Estado. En ese sentido, estoy hablando de algo que no entiendo: lo que significa vivir en paz. Solo puedo imaginar o pensar ilusoriamente en no tener miedo todo el tiempo, no sospechar todo el tiempo, poder estar abierto al mundo.
Es un círculo vicioso: si te preparas toda tu vida para la guerra, todo lo que verás a tu alrededor es la guerra o la posibilidad de una guerra, pero también puede pasar que ni siquiera estés preparado para la guerra contra tu enemigo y verte tomado por sorpresa. Así pasó aquí hace dos semanas, con más de 1.500 muertos y 3.000 heridos. Escuchamos descripciones terribles de personas que se salvaron milagrosamente o fueron asesinadas frente a sus padres, frente a sus hijos. No sé si alguien en los siglos XX y XXI ha sido testigo de semejante brutalidad.
No voy a entrar en las descripciones más espeluznantes, porque paralizan al que habla y al que escucha, pero sí diré que hubo situaciones, y no tan pocas, en las que los terroristas agarraron el celular de alguien, le pidieron que llamara a sus padres o a su hermano y le dispararon mientras hablaban, incluso con reacciones de alegría y jactancia. Cada persona que se salvó es un milagro, porque eso pasó contra todo pronóstico. Fue un ataque muy bien equipado a cargo de terroristas decididos. Ahora estamos tratando de empezar a recuperarnos. Pasarán años hasta que eso pase, si es que pasa. Probablemente, la mayoría de las personas que participaron en este evento, que fueron víctimas en esta circunstancia, nunca volverán a ser las mismas. Las cosas cambiarán dramáticamente e Israel cambiará dramáticamente. Es demasiado pronto para entenderlo, pero ya lo sentimos en el aire.
¿Qué lo llevó a firmar la carta de 75 israelíes de izquierda que reprochan a la izquierda internacional su actitud ante los ataques de Hamas?
Me pareció que había algo completamente injusto, torcido incluso, en la reacción de algunos en las universidades de Estados Unidos y en la prensa europea (por supuesto, no en todas las universidades ni en todos los diarios). Existe este instinto pavloviano de acusar a Israel de todo sin conciencia de los matices de la situación. Se puede criticar a Israel, se puede criticar al ejército israelí. Yo mismo, en los últimos 40 años, he criticado y denunciado el comportamiento de los militares, los errores de nuestros militares, los crímenes cometidos por varios individuos en los años de la ocupación israelí. Pero acusar a Israel de lo que sucedió ahora es ser totalmente sordo y ciego a la complejidad de la situación, así como a lo que provocó la reacción militar de Israel. El ataque fue tan cruel, tan brutal e inhumano, que hay que identificarse con este elemento. Israel sigue conmocionado por los acontecimientos.
Lo que intentamos en este documento fue simplemente insistir en los matices. ¿Qué circunstancias nos llevaron a tomar este tipo de represalias? Ahora, la represalia en Gaza creo que debería ser revisada. Debería haber un momento en el que esto se detenga, porque es insoportable para mí, como israelí, que los niños de Gaza y las personas inocentes estén siendo atacados. Pero, al mismo tiempo, exijo una reacción matizada.
Ran Heilbrunn, redactor de la carta de los 75, dijo que la respuesta de la “izquierda global” le hizo reexaminar sus propios puntos de vista. ¿Le ha pasado algo así?
En este caso, estoy de acuerdo con él. Todo debería examinarse de nuevo, como si nunca hubiera pasado, en medio una situación que es muy exigente. Lamentablemente, creo que los puntos principales del conflicto entre Israel y los palestinos, o entre Israel y parte del mundo árabe, siguen siendo los mismos. Aun así, creo profundamente que debe haber un Estado palestino, que la ocupación terminará, que los palestinos e Israel tendrán la oportunidad de vivir sus vidas en paz, con dignidad, con respeto mutuo y soberanía en los respectivos territorios.
Lo que tal vez ha cambiado es la comprensión nítida de que probablemente nunca tendremos una paz decente, profunda y viable. Podríamos tener un acuerdo de paz, podríamos tener un buen diálogo entre las comunidades israelí y palestina, pero las principales cualidades de la paz -la apertura total, la confianza en quien fue tu enemigo- no se manifestarán. No tendremos la suerte de presenciar eso. Todo lo que hagamos estará a la sombra de este ataque y de la violencia brutal que trajo a nuestro conflicto, una violencia mucho mayor que la de cualquier otro incidente que hayamos presenciado.
Contó en una columna que sintió “un profundo sentimiento de traición a los ciudadanos israelíes por parte del gobierno, del primer ministro y su destructiva coalición”. ¿Qué lo hace sentirse traicionado?
Ver cómo Israel, el país más fuerte de la región, con la mejor Fuerza Aérea, la mejor inteligencia, los mejores tanques... Ver todo eso casi colapsado en cinco minutos por una excavadora que destruyó la defensa entre ellos y nosotros. Israel es un país en peligro permanente. Todo el tiempo ha habido intentos de combatir, ocupar y dañar Israel, y nosotros mismos no hemos sido inocentes del aire de violencia en la región.
Israel, debido a su historia, tiene mucho significado para sus ciudadanos. Es un país que, permanentemente, podría estar o no estar: irradia fragilidad, vulnerabilidad. Es un país que fue construido a partir una idea -no todos los países fueron creados por una idea-, hay una idea de base muy potente, que es ser una patria, un hogar para el pueblo judío que durante 2.000 años estuvo exiliado. Que nunca se sintió como en casa en el mundo, individualmente ni como colectivos. Israel fue creado en función de esta idea milagrosa de que, después de todos estos años de exilio, de los pogromos y de la Shoah [el Holocausto], volveríamos a nuestro hogar y comenzaríamos una vida normal como alguien que tiene un lugar en el mundo y no está esperando ser expulsado, perseguido o exterminado.
Así las cosas, un líder de Israel debe ser alguien capaz de cargar con la significación y la importancia de esta idea, y debe tratar al país con el mayor cuidado, pero lo que hemos visto en los años de Netanyahu es un flujo incesante e imparable de tonterías y sinsentido, con un aire contaminado por toda clase de peleas. Es casi insultante pensar en lo que hemos estado ocupados en los últimos años, y cómo el primer ministro ennegreció la cara del movimiento de protesta que comenzó el último año (del que me siento orgullosamente parte). Ahora vemos que fuimos engañados por nuestro líder para no preocuparnos por las cosas correctas, para no comportarnos de una manera que asegurara que el líder no se durmiera, porque sabe lo precioso y especial de lo que se depositó en sus manos. Por eso, hoy muchos israelíes se sienten traicionados por su gobierno, que no hizo el trabajo. Hay un contrato entre el ciudadano y el país, y el contrato dice que el país debe proteger a los ciudadanos. Para eso tenemos un ejército, para eso pagamos impuestos. Y todo nuestro gran ejército se derrumbó de un solo golpe hace dos semanas.
Ahora tienen un gobierno de unidad nacional. ¿Qué significa eso en el futuro cercano?
Es una pregunta complicada. El gobierno de unidad se formó como resultado de la presión de la ciudadanía, que quiere ver a sus líderes unidos. Por supuesto, este no es un matrimonio por amor, sino por interés, entre personas que se odian profundamente. Pero si esto ayuda a levantar la moral pública, si le da a la gente algún sentimiento de confianza, que así sea. Sigo pensando que el Sr. Netanyahu debería dimitir en cuanto termine esta guerra. Un líder que llevó a su pueblo a tal catástrofe no puede seguir gobernando.
¿Ha considerado irse de Israel?
Una vez, hace 17 años, cuando perdimos a nuestro hijo Uri en la guerra contra Hezbolá, mi familia y yo nos preguntamos, ¿queremos quedarnos realmente? ¿Realmente queremos pasar por toda esta realidad extrema y violenta? Fue una crisis tan personal, una grieta tal en nuestra identidad que tuvimos que hacernos todas las preguntas importantes. Y dimos la respuesta quedándonos aquí, porque queremos estar aquí. Israel es importante, es relevante para nosotros. Yo quiero vivir mi vida en un lugar donde lo que pasa es relevante para mí. Este es un lugar hecho de mis propios materiales, y yo estoy hecho de los materiales de este lugar. No es fácil. A veces existe la tentación de no exponerse, de no temer tanta violencia, tensión y odio, también entre los propios israelíes. Y ahí me digo, este es mi lugar: nací aquí, hablo hebreo, decodifico todo en hebreo y conozco los códigos israelíes. Este es el lugar en el que quiero estar, porque espero que, de alguna manera, las cosas cambien un poco para mejor. No puedo decir que hoy soy muy optimista, pero aun así sé que no se abandona a una persona ni a una comunidad cuando está tan enferma y despedazada. Y esta es la situación de Israel. Siento que tal vez puedo contribuir un milímetro en la dirección en la que creo escribiendo artículos, haciendo discursos, reuniéndome con políticos y tratando de convencerlos de varias cosas.
La literatura y el miedo
En algún punto, la conversación se mueve hacia las letras y Grossman lo agradece. En las últimas semanas, cuenta, ha concedido varias entrevistas, pero “en muy pocas me preguntaron sobre literatura”. El solo hecho de hablar de literatura, dice, le “derrite el corazón” al hacerlo pensar en cuán privado ha estado de ella y de cuán difícil le resulta hoy escribir.
¿Qué papel juegan la arbitrariedad, el dolor y la muerte en su obra?
La arbitrariedad es importante para mí. Casi en todos mis libros he escrito sobre un individuo que se enfrenta a la arbitrariedad, a todo tipo de arbitrariedad: puede ser la que nuestro cuerpo tiene sobre nuestra alma, la arbitrariedad de la ocupación militar [israelí], la arbitrariedad de la forma de pensar nazi. Hay músculos rígidos del alma, de los sentimientos, y en cada libro intento entender esto desde otro punto de vista y mostrar cómo es posible mantener tu humanidad e incluso tu dignidad en una situación dictada por la arbitrariedad.
Para mí, escribir sobre estas cosas es una forma de liberarme del miedo a verme paralizado por la realidad, a colaborar con la parálisis. Al fin y al cabo, si no protestas, empiezas a colaborar. Y me gusta pensar que mi escritura me salva de esta colaboración con el mal o con la arbitrariedad. E incluso en las peores situaciones, me he sentido una persona libre. No sentí que la situación o el miedo me hubieran confiscado el alma, si se me disculpa la metáfora.
Hace 37 años, en Véase: amor, usted escribió sobre un comandante nazi, Herrneigel. ¿Qué tipo de desafío fue ese?
Como judío, como ser humano, este comandante de un campo de exterminio simboliza todo lo que temo, todo lo que odio. Es quizás la máxima manifestación de la arbitrariedad, de la forma nazi de pensar y comportarse. Era difícil poder escribir sobre él. La mayoría de los comandantes nazis, y los nazis, en general, eran gente normal (esto es lo aterrador: que las personas normales puedan convertirse en monstruos). Ahora, como alguien que escribe sobre alguien más, necesitaba conocer a ese personaje. Necesitaba entender perfectamente qué precio se paga por colaborar de esa manera, por colaborar con el mal: qué procesos tienen lugar hasta que uno se encuentra totalmente capturado por un modo de pensar. No significa que lo justifique, por supuesto. Ni siquiera tengo que decir que él es la manifestación de mis pesadillas. Pero, de repente, entendí el mecanismo que hace así a una persona como Nigel. Y, en cierto modo, ahora sé aún mejor de qué debo ser consciente, de qué debo cuidarme.
¿Qué le dice la famosa fórmula de Sartre, “El infierno son los otros”?
Añadiría que el infierno también está dentro de nosotros, no sólo dentro de otros. El otro puede ser un infierno para sí mismo y para nosotros, y puede serlo porque no lo entendemos. Pero también nosotros tenemos buenas razones para decir que hemos pasado por un infierno en nuestra vida, en nuestra vida privada y en nuestra historia colectiva. No solo los judíos, por cierto. La vida es tan dura, tan impredecible, tan brutal a veces que, exactamente como el ratón de Kafka, el mundo se estrecha cada vez más.
¿Qué le hace decidir entre escribir ficción y no ficción?
Me gusta más escribir ficción. Me gusta la riqueza de la ficción, la riqueza del lenguaje que se puede usar en ella. A veces, cuando escribes para un diario, tienes que ser más explícito y menos literario. La literatura da mucho espacio a los matices y a las delicadezas, mientras que para los periódicos tienes que ser muy estricto, muy punzante y directo. No hay tiempo para la complicación ni para la multiplicidad de capas. Escribo a veces artículos que parecen más un grito que un artículo. Y lo siento intuitivamente: sé cuándo es el momento de escribir un artículo y cuándo toca escribir otro capítulo de mi libro. Debo decir que siento un dolor físico por verme privado de mi escritura una y otra vez en los últimos años. La realidad se vuelve cada vez más exigente, cada vez más extrema.
Mi difunto amigo Amos Oz dijo que tenía sobre su mesa dos lápices: uno para escribir artículos de no ficción, documentales y ensayos, y otro para escribir literatura. Me gusta esta formulación como me gustan muchas de las suyas, pero creo que esta vez respondería de otra manera: incluso cuando escribo ensayo político, quiero que sea también literario, en el sentido de que respete mucho las sutilezas de la situación acerca de la cual escribo. En mis escritos políticos, trato de comprender cómo otros, incluso mis enemigos, observan un cierto texto: el texto de la realidad, el texto de la violencia.
¿Cómo enfrenta el aspecto manipulador del lenguaje?
El meollo del asunto es el lenguaje que escogemos, porque hay tanto que se define a partir de ahí. Entenderemos cada vez más una situación si somos cada vez más precisos y directos. Y esta es siempre mi lucha cuando escribo, y escribo y reescribo, a veces 20 y hasta 25 versiones diferentes, porque siento que voy a alguna parte, pero aun así no entiendo bien. Todavía es oscuro para mí. Y luego, cuando llego ahí, cuando doy con la verdad, toda la situación se abre ante mí y veo dónde estaba bloqueado interiormente. Veo los lugares donde no fui lo suficientemente inteligente o valiente para penetrar.
Ahora, cuando lo he logrado, veo a veces gente que dice: escribe demasiado bien. Pero no es eso, sino que intento escribir con mayor precisión. Porque si somos más precisos, es como si nos dieran la clave para descifrar uno de los enigmas de la vida, de la humanidad. Cuando eso ocurre, es un momento gozoso. Sucede dos, tres, cuatro veces en el transcurso de toda una novela. Y sucede a través del lenguaje y de nuestra insistencia en el lenguaje adecuado, exacto, preciso.