La profesora y psicóloga argentina Analía Kalinec (1979) vivió los mejores años de su infancia y adolescencia en casa del llamado “doctor K”, torturador durante el período de la dictadura en su país. Para ella simplemente era Eduardo Kalinec, un padre cariñoso y comisario destacado de la policía federal. Su historia de cercanía filial sólo comenzó a decaer cuando en el año 2005 Kalinec fue detenido, y terminó por colapsar en el 2008, cuando se comprobó que había participado en torturas y detenciones. Los documentos del proceso respaldaban su culpabilidad y ante las preguntas infinitas de la hija, el padre se limitó a justificar lo que había hecho.
Desde ese momento, Analía Kalinec es una díscola, reñida con gran parte de su familia por quitarle el apoyo al progenitor y por ponerse del lado de los tribunales. Ese espíritu en contra de la postura de la mayoría de sus parientes motivó que su padre invocara desde la cárcel un recurso judicial para desheredarla. Pero, al mismo tiempo, fue su puerta de entrada al colectivo Historias Desobedientes, organización creada en el 2018 por familiares de genocidas en Argentina.
La entidad tiene ramificaciones en Brasil y también en Chile, donde Analía Kalinec estuvo en el año 2019. Fue el momento en que coincidieron también acá Pepe Rovano, Lissette Orozco, Vittoria È. Nato y Verónica Estay Stange, miembros chilenos que residen entre Viña del Mar, Bogotá, Santiago y París. Aunque en Chile la asociación aún no alcanza las dimensiones de su contraparte transandina, sí hay una fuerte red organizacional entre sus integrantes, todos enfrentados a traumas que comienzan en la decepción y terminan en la vergüenza.
La directora del doctorado en Sociología de la Universidad Alberto Hurtado, Oriana Bernasconi, analiza las opciones de vida de los “desobedientes”. “Han cruzado un camino de desafiliación doloroso, descorriendo velos y reconociendo que su padre o su tía no eran esa persona que creían conocer tan bien. Y en el acercamiento a sobrevivientes y familiares de víctimas, se les cree, son acogidos y, en ocasiones, inician conversaciones largas que deben ser reparadoras para ambas partes”, comenta, aludiendo a que también surge entre ellos la intención de ayudar a los familiares de las víctimas.
Varios de los integrantes de la asociación han incursionado en el mundo de la literatura y del cine, territorios donde las confesiones encuentran una salida creativa única. En Chile es conocido el caso de la documentalista Lissette Orozco, que en el año 2017 fue premiada en el Festival de Berlín por su película El Pacto de Adriana, acerca de la relación con su tía, exsecretaria de Manuel Contreras.
Actualmente, Orozco reside en Bogotá y trabaja en varios proyectos conjuntos, uno de ellos de autoría de Pepe Rovano: es un documental sobre el lazo que unió a éste con su padre. En el campo literario, Vittoria È. Nato publicó el libro de poesías La Hija del Torturador. Finalmente, la semióloga Verónica Estay Stange ha asumido muchas labores de investigación y vocería desde París, donde vive hace dos décadas. Estas son sus historias.
Pepe Rovano va en busca del padre
Criado por su madre y sus abuelos después de que su padre abandonara tempranamente el hogar, el periodista Pepe Rovano (1975) dice que la curiosidad por conocer a su auténtico progenitor sólo despertó mientras trabajaba en España en un documental sobre la exhumación del cuerpo de Federico García Lorca. “Uno de los médicos de Granada me hizo saber que ellos también estudiaban restos de detenidos desaparecidos de Chile. En ese momento se me hizo verdad lo evidente: yo mismo no tenía idea de quién era mi propio padre. Era un desaparecido para mí”, cuenta.
En el año 2009, Rovano regresó a Chile, donde un amigo de universidad le reveló que por razones laborales se había enterado de la identidad de su padre. “Me pasó el Informe Rettig y me dijo: ‘Aprovecho de decirte que eres hijo de un genocida, responsable de la muerte de seis militantes del Partido Comunista y condenado a 12 años de cárcel, de los que no cumplió ni un solo día debido a la Ley de Amnistía’”, recuerda Rovano, cuyo progenitor resultó ser el excoronel de Carabineros Rodrigo Alexe Retamal Martínez, sentenciado en el 2007 por la Corte de Apelaciones de Santiago.
Tras un período de shock y una posterior depresión que lo llevó de vuelta a vagabundear por Europa y África, Rovano regresó a Chile para encontrarse con Retamal. “A pesar de todo, necesitaba un padre. Al menos necesitaba conocerlo”, dice, explicando que los primeros encuentros entre ambos fueron fríos, pero que luego surgió un inesperado buen vínculo que se afianzó con los años. Vivían cerca, almorzaban casi todos los días y cuando a Rovano le tocó otra vez ir a Europa, su padre llegó a visitarlo con su novia. Durante todo ese tiempo se acostumbró a filmarlo y también comenzó a preguntarle por lo que había pasado la noche del 11 al 12 de octubre de 1973, cuando fue el homicidio de los seis militantes en San Felipe.
“El problema es que durante esos cincos años nunca hubo la más mínima señal de arrepentimiento. Ni siquiera un asomo de justificación diciendo que él era joven o que lo hizo contra su voluntad y obedeciendo órdenes. Por el contrario, estaba orgulloso de su acción, y cuando yo lo encaraba replicándole que existían dos sentencias que lo condenaban, se defendía diciendo que se trataba de un complot de los comunistas o incluso de otras ramas de las Fuerzas Armadas”, cuenta el director de cine y periodista.
A pesar de que había entablado una relación medianamente cordial con Rovano, Rodrigo Retamal no quiso reconocer legalmente a éste como su hijo. Según Rovano, fue debido a su homosexualidad, cuestión que él mismo le contó en el 2004. “En ese momento creo que tomé la decisión de hacer el documental Bastardo, que había ido postergando por tanto tiempo”, explica.
El padre del cineasta murió en el año 2016, con él a su lado. Para entonces, Rovano ya había empezado su vínculo con las víctimas de crímenes. “Al mismo tiempo que me acercaba a mi padre, empecé a visitar a una de las viudas de los asesinados en el caso que lo involucraba. Ella era Berta Manríquez, quien también ya falleció, y a la que le entregué el material filmado con Rodrigo Retamal. Servirá para reabrir el caso y ayudar en la reparación a los familiares”, cuenta el también periodista, quien lleva el apellido de su madre.
Lissette Orozco y la tía Chany
Radicada en Colombia desde hace cuatro años, Lissette Orozco (1987) creció en un hogar donde la figura de su tía Adriana Rivas era el orgullo de muchos y el motivo de admiración de la muchacha. Representaba la independencia laboral y el libre albedrío femenino en un clásico entorno patriarcal. También era la mujer alegre y de personalidad vistosa que cada cierto tiempo venía desde Australia cargada de regalos para todos.
Estas vivencias fueron contadas en el documental El Pacto de Adriana (disponible gratis en Ondamedia), la película en la que Orozco también encara a la tía Chany (su nombre dentro de la familia) respecto de las acusaciones que caen sobre ella cuando fue secretaria del exdirector de la Dina Manuel Contreras. Un poco como le pasó a la argentina Analía Kalinec con su padre, a Orozco la verdad se le reveló en la medida en que los antecedentes judiciales empezaron a ser evidentes. Kalinec escribió el libro Llevaré su nombre y Orozco realizó la película que la enemistó con una parte importante de su familia.
“Yo no sé cuál es el grado de culpabilidad de mi tía, pero sí tengo claro que ella entraba casa por casa a preguntar por los que vivían ahí. Era uno de sus trabajos. Tal vez no tiene las manos directamente manchadas con sangre, pero a la larga estuvo involucrada, pues fue parte del mecanismo de la Dina para llevarse a las personas de sus hogares”, explica la directora.
Rivas, que vive en Australia, se encuentra procesada por secuestro calificado en calidad de coautora, en los casos Conferencia 1 y 2, relacionados al secuestro y posterior desaparición en 1976 de dirigentes comunistas. Aunque en junio los tribunales australianos declararon que era extraditable, sus abogados apelaron la decisión y hoy aún se encuentra en ese país.
En el círculo familiar de Lissette Orozco las posiciones con respecto a la “tía Chany” se dividen generacionalmente: los jóvenes tienden a empatizar con las víctimas, mientras que los mayores apoyan a Rivas y no le dan chance a la justicia. Dentro de ese grupo etario, las hermanas de la exsecretaria de Contreras rompieron relaciones con Lissette Orozco.
“Desde el momento en que asimilé lo de mi tía y luego lo conté, me liberé de una carga muy grande. Aunque al hacerlo haya sido considerada una traidora por una parte de mi familia, creo que permite a las futuras generaciones dejar de cargar con un secreto familiar que se estaba perpetuando”, explica la cineasta. Para ella, la pertenencia a Historias Desobedientes ha significado interiorizarse de la variedad de matices que puede haber entre sus integrantes.
“Nos juntamos todas las semanas: planificamos acciones, escribimos libros en común, desarrollamos obras de teatro. Hay integrantes del movimiento que odian a sus familiares por lo que hicieron, pero también están los que aún sentimos aprecio a nivel personal, más allá de lo que hayan cometido. Siempre he dicho que si mi tía es culpable, debe pagar, pero eso no significa que haya dejado de quererla. De alguna manera he logrado separar el corazón de la postura ética”.
El renacimiento de Vittoria
Vittoria È. Nato es un seudónimo literario, pero también es una declaración de principios. En italiano se puede entender como “la victoria ha nacido” y la frase pertenece a los poemas del libro La Hija del Torturador (2011). El mismo título de su poemario da a entender la magnitud de la experiencia de quien prefiere no revelar su verdadero nombre.
Tras muchos años de traumas y secuelas psicológicas, Vittoria È. Nato (1964) ha podido rearmar una vida que desde su niñez estuvo marcada por un episodio que la convirtió en familiar y víctima al mismo tiempo: el 22 de septiembre de 1973, el día de su cumpleaños número nueve, fue apresada junto a su madre, Matilde, y llevada a un recinto militar. Según cuenta, detrás del hecho estaba su propio padre, el funcionario de la Armada Juan Pienovi.
“Mi madre fue juzgada por un tribunal de guerra en la Escuela de Infantería de Las Salinas en la noche del 22 de septiembre de 1973. Salió en libertad y con firma semanal bajo la custodia de mi padre”, cuenta Nato, que actualmente se desempeña como docente en Santiago. Los motivos detrás del episodio, que además significó torturas a su madre, se originan tras la orden de detener a simpatizantes del gobierno de la Unidad Popular: Matilde Arancibia organizaba encuentros de Cristianos por el Socialismo en la población Juan Gómez Carreño de Viña del Mar.
“El mismo 11 de septiembre, una vecina le avisó a mi madre que ella estaba en una lista y que la iban a ir a buscar. Mi mamá tomó todas sus cosas y fuimos a escondernos donde la media hermana de mi padre. Ahí estuvimos hasta que el 22 de septiembre, el día de mi cumpleaños, llegó mi papá a buscarnos y convenció a mi madre de que nos devolviéramos a casa. Dijo que no nos iba a pasar nada y que él lo tenía todo bajo control. Poco después de volver a casa, llegaron dos infantes de Marina y pasó lo que pasó”, cuenta la profesora, que alude a un abuso sexual efectuado por su padre contra ella y su mamá, bajo órdenes superiores,
Sin embargo, no fue hasta tres años después que Vittoria y su madre se enteraron de que el propio Pienovi las había entregado: “Durante una discusión, le dijo a mi mamá que era él quien había organizado nuestra captura. Se justificó diciendo que lo habían obligado y que le habían advertido que un funcionario de confianza no podía estar albergando a una mujer que hacía reuniones de izquierda. Su comandante le dijo que no podían dejar pasar el caso nuestro, pues había copia de la lista en la Fuerza Aérea”.
La madre de Nato aún vive, aunque arrastra serias secuelas psicológicas y está en silla de ruedas. “Mi padre se defendía diciendo que lo que hizo fue para salvarnos la vida, que de lo contrario nos hubieran matado. Yo le respondía sobre qué tipo de salvación era aquella que incluyó torturas a mi madre y a mí”, enfatiza Vittoria, que comenta que al cumplir los 18 años logró expulsar a su padre de la casa familiar.
Luego se dedicó a rehacer lentamente su vida y a tratar de borrar con poca fortuna los episodios de la infancia. Juan Pienovi murió en el año 2006 sin ser juzgado y hasta el día de hoy su hija dice que el mes de septiembre es una pesadilla en el calendario.
Verónica, la sobrina de “El Fanta”
Hace tres semanas, Miguel Estay Reyno, alias “El Fanta”, murió en el penal de Punta Peuco cumpliendo cadena perpetua por el caso degollados. Tenía 69 años y de la misma manera que los familiares de Pepe Rovano y Lissette Orozco, jamás expresó señales de arrepentimiento ni ánimo de colaborar con las investigaciones. Exmilitante de las Juventudes Comunistas, “El Fanta” partió delatando a excamaradas tras ser torturado por agentes del régimen en 1975. Después se transformó en uno de los agentes más “eficientes” de la policía secreta, facilitando la desaparición y muerte de decenas de militantes del PC.
Entre los primeros delatados por Estay Reyno estuvieron su hermano menor, Jaime, y su cuñada Verónica, ambos torturados y luego exiliados. Los dos viven actualmente en México y su hija Verónica Estay Stange (1980) reside en París. Desde allá, la semióloga y doctora en literatura francesa se ha transformado en una de las integrantes más activas de Historias Desobedientes. “Nací y crecí en México. Siempre supe del caso de mi tío, aunque entre saber y tomar conciencia hay un largo camino. Realmente dimensioné mi situación cuando ya estaba haciendo mi doctorado en Francia. Necesité mucho tiempo de reflexión para volver a Chile con frecuencia, recién desde el 2018″, relata Verónica Estay Stange.
La académica reconoce que “El Fanta” era un asunto difícil de abordar en familia: “No era algo recurrente en casa. Era demasiado doloroso y una vez que mis padres nos contaron lo que pasó a mi hermana y a mí, lo normal era no volver sobre eso”
“Yo no conocí a mi tío. Nunca quise hacerlo tampoco. Sin embargo, he leído todos los libros que se han escrito sobre él. Sobre su actuar bajo tortura no me puedo pronunciar, pues no puedo dimensionar lo que se puede soportar en esa situación. Lo que no perdono ni excuso es lo de 1985, su participación en el caso degollados. Es por eso que estoy en Historias Desobedientes”, dice Estay Stange.
La académica reconoce que su apellido le ha jugado en contra: “Siempre me costó mucho acercarme a organismos de derechos humanos . Temía las preguntas que al final revelaran de quién era sobrina. En una actividad en Chile junto a familiares de víctimas una mujer se paró de su asiento y se fue al enterarse de quién era yo. En este sentido, creo que encontré un refugio en Historias Desobedientes. Estando acá, pude comenzar a colaborar con organismos de familiares de víctimas”.
Acerca de cómo recibió la noticia de la muerte de Estay Reyno se toma un tiempo para responder: “Sentí estupor y quedé perpleja. Es difícil ponerle palabras. Murió sin hacer lo suficiente por ayudar. Hay una sensación de irrevocabilidad y de que las cosas son irreparables. Una sensación de pasmo”.