Dos años, 10 meses y 18 días: La compleja ruta que recorrió Chile

linea de tiempo de la convención
Los hitos más relevantes de un proceso inédito en la historia del país.

Desde el estallido social de octubre de 2019, han pasado 1053 días. Con pandemia, con cambio de gobierno, con una inédita Convención Constitucional que tuvo de tropiezos, catarsis, aciertos, y diseñó una nueva propuesta constitucional. Le pedimos a nuestros columnistas que escribieran sobre cinco períodos que marcaron estos años: la previa a la Convención, el inicio, la elección del Presidente Boric y su vínculo con el proceso, las negociaciones políticas, y el fin de la constituyente, con la etapa que se abre a partir de hoy. Aquí están.


Columna de Pablo Ortúzar: El veneno octubrista

El concepto de “octubrismo” recuperó fuerza en el debate público a propósito de un acto del Apruebo donde se ultrajó la bandera nacional. Pero ¿qué es el “octubrismo”? Octubre de 2019 es un momento de catarsis social destructiva en que se legitimó que todos los límites normativos que hacen posible la convivencia pacífica fueran pasados por encima. El mensaje, visto en la distancia, era bastante claro: luego de que durante los años anteriores quedara en evidencia la plaga de corrupción y abusos a nivel de todas las jerarquías institucionales, la sociedad chilena reaccionó con un “si ustedes no respetan las reglas, yo tampoco”.

Por un tiempo, entonces, operó una inversión masiva de los valores. Ondearon banderas negras y mapuches, se quemaron iglesias, se validó todo tipo de acto de transgresión. Contra la hipocresía y las mentiras de la normatividad de los poderosos, se recurrió al cinismo de lo abyecto y lo violento. La filósofa Lucy Oporto hizo la crónica de esta inmersión colectiva en lo ruin, presentada como un acceso a lo verdadero. Todo lo que condensa la frase de un personaje de Cantinflas convertida en consigna durante esos días: “Estamos peor, pero estamos mejor... porque antes estábamos bien, pero era mentira, no como ahora que estamos mal, pero es verdad”. Lo verdadero, se asumió, era lo contrario a lo afirmado, hasta ahora, como bueno.

El orden establecido, en ese punto, quedó sin sustento. Y dos caminos para seguir se abrieron: el del derrocamiento y el de la reforma. El Partido Comunista, si Sergio Micco tiene razón, se la jugó por derribar al Presidente democráticamente electo desde la calle. Querían usar el INDH como ariete. La vía reformista, en tanto, se cuajó en el Congreso y la selló el acuerdo del 15 de noviembre. Ganó este segundo camino. Y Gabriel Boric, al sumarse, se abrió las puertas de La Moneda. Así nació la Convención Constitucional, con un contundente mandato terapéutico: debían sanar la República.

El acuerdo también hizo nítido el “octubrismo”: el rechazo a los acuerdos y el deseo de mantenerse en la inversión de los valores, en el rally de demolición y en el poder de las patotas. Había, de antes, gente enamorada de la violencia y la transgresión. Pero muchos fueron flechados por octubre. Como Walter White luego de sus primeros crímenes, sintieron que la arbitrariedad fáctica le devolvía potencia a su ser. Rafael Gumucio apunta a los casos más ridículos para identificar el fenómeno: oligarcas ultrones de última hora, como Felipe Bianchi, que celebraban desde las comunas donde no pasó nada que en otras pasara de todo. Sin embargo, la disposición octubrista es un hecho más amplio y complejo: un agujero de conejo emocional e ideológico que lleva al nihilismo y a la afirmación de que la verdad la dicta el poder.

Y fue justamente la preeminencia de personajes atrapados en esa disposición -injertados, muchos, al amparo de las sombras de las listas de “independientes” y los “escaños reservados”- lo que hizo fracasar a la Convención en el esfuerzo de convertir el 80% de aprobación de entrada en un apoyo similar de salida. Los octubristas ahí presentes, que pifiaron el Himno Nacional y dispusieron normas que apuntan a la disolución del orden republicano en formas políticas pre y posmodernas, convirtieron la instancia y su obra en otro síntoma de la crisis en vez de en una terapia. Y hoy, en las urnas, y mañana, sea cual sea el resultado, tendremos que lidiar con el veneno que nos pasaron etiquetado como remedio.

Columna de María José Naudon: De la embriaguez a la desolación

Domingo 4 de julio de 2021. Todo está dispuesto para el puntapié inicial. Desde distintos puntos de la capital una procesión cargada de simbolismo avanza hacia el Palacio Pereira. Desde el cerro Santa Lucía (cerro Huelén) los pueblos originarios; desde la calle Yungay, el Frente Amplio, y desde la Plaza Baquedano (Plaza Dignidad), la Lista del Pueblo. El programa anunciaba la sesión inaugural a las 10.00, pero en definitiva el primer intento fue a las 11.00 y falló. El Himno Nacional fue interrumpido a gritos. Algunos nombres que hoy resultan familiares salieron a la palestra por primera vez, y aun cuando deseamos que en los meses siguientes su protagonismo disruptivo hubiera declinado, el asunto fue exactamente al revés. Elsa Labraña y Rodrigo Rojas Vade fueron protagonistas ese día y terminaron transformándose en emblemas de un octubrismo que ha vuelto una y otra vez en forma de agresividad, vejamen a los símbolos patrios y reivindicación de la violencia. Lo caótico y estridente marcó el tono ese 4 de julio y terminó instalándose en la médula de la convención. Pero ese día hubo también otro nombre: Carmen Gloria Valladares, que con calma, templanza y paciencia supo conducir y canalizar el desborde. Visto en retrospectiva, cuánta falta hizo durante el resto del proceso el coraje abrazador de Valladares. Pasadas las 13.00, los convencionales gritaron un sí al unísono y la Convención quedó constituida. Quedaba conformada una Convención paritaria, con pueblos originarios, democrática y con participación ciudadana, para muchos la esperanza de un nuevo ciclo.

Ese 4 de julio comienza el período más octubrista de la Convención, pero a la vez aquel en que el hechizo reconducía los excesos y los justificaba como parte de una marcha blanca de un grupo que no se conocía, que carecía de experiencia y que necesitaba construir confianzas. Nuevas alianzas, nuevos liderazgos representados en la presidencia de Elisa Loncon se abrían paso. Pero también nuevas estéticas, lenguajes y símbolos. El 8 de julio la Convención tuvo su primera declaración. Por 105 votos a favor, 34 en contra y 10 abstenciones, los constituyentes de Apruebo Dignidad, el Colectivo Socialista, Lista del Pueblo, pueblos originarios y otros independientes firmaron un documento que demandaba una serie de puntos al Poder Legislativo y al Ejecutivo. Entre ellos, la tramitación acelerada del proyecto de indulto general, el retiro de todas las querellas interpuestas que invocaban la Ley de Seguridad del Estado y la inmediata desmilitarización del wallmapu. Las condiciones daban cuenta del clima, pero también de la falta de conciencia de los bordes de su mandato.

A poco andar, la caída de la aprobación de la Convención propinó la primera estocada. Loncon se defendió acusando una campaña de desprestigio. Comenzó a gestarse aquí una falta de autocrítica que se extendió como metástasis. El fenomenal alcance de la norma que prohibía el negacionismo, o la que pretendía evitar las fake news, la cuestión sobre el derecho preferente de los padres a decidir sobre la educación de sus hijos y una serie de otras definiciones de fondo aparecieron cuando apenas se discutía el reglamento. El ánimo vindicativo pareció olvidar el principio de igualdad y pluralismo que era la esencia de aquello que buscábamos.

Mientras esto ocurría, en la izquierda, los grupos identitarios comenzaron a ganar espacio y como acreedores furiosos exigían el pago de las cuentas pendientes. Parece evidente que el orden democrático no puede enjaular la ira, pero debe transformarla en un instrumento de justicia y bienestar humano. Quienes podían ejercer esta posición no lo hicieron con la fuerza requerida. La cólera es un veneno para la democracia y alentarla es un error, tanto como negarla. Las aproximaciones desde la revancha, así como las condiciones canceladoras y asfixiantes, suelen conducir a caminos poco sustentables en el tiempo. La historia está llena de Tratados de Versalles que esconden, bajo una paz aparente, un germen de conflicto aún más pavoroso y agresivo que aquel que habían querido conjurar.

Así las cosas, el 6 de septiembre Rodrigo Rojas Vade, vicepresidente adjunto e ícono del estallido, reconoce ser un impostor. La paja que con tanta claridad habían visto en el ojo ajeno se transformó en una enorme viga en el propio. El episodio venía precedido por días difíciles en la Lista del Pueblo. La renuncia de más de 10 de sus integrantes, sumado a la fallida candidatura de Diego Ancalao habían puesto a la colectividad en un momento complicado. Sin duda, la farsa de Rojas Vade influyó decisivamente en la credibilidad de la Convención. Mostró las vísceras de la épica. La apuesta por el recambio y las nuevas vestales sufrían un revés brutal y volvía a abrirse la herida de la desconfianza, el recelo y la desafección. En retrospectiva, es probable que este episodio haya operado como una importante contención al octubrismo con las relevantes implicancias que esto supone. De cualquier modo, esto sigue por verse.

Columna de Óscar Contardo: Un largo camino hacia el futuro

En Punta Arenas ese telón de fondo habitual de nuestro país, elaborado en el valle central, y que dispone la cordillera al oriente y el mar al poniente, está trastocado por una geografía distinta, un entorno de penínsulas con líneas costeras curvas, canales serpenteantes que se bifurcan alrededor de islas y grandes espacios iluminados por un sol tenue, distinto al de las latitudes centrinas, que cae de soslayo. La cordillera se eleva, se hunde, se pierde y vuelve a aparecer. El Presidente Gabriel Boric viene de ahí, y como suele ocurrir con los magallánicos, cultiva en esas particularidades un orgullo por esa patria menor recóndita en donde avanzar cualquier tramo hacia el norte resulta inabarcable, porque las distancias lo son. En Magallanes todas las carreras parecen ser de fondo, de largo aliento, condicionadas por lo inevitable de la geografía y por el azote del viento; no es posible trazar líneas rectas para cubrir el trayecto entre dos puntos en el menor tiempo posible, no tiene sentido hacerlo. La mirada longitudinal del territorio, el esquema de orientación al que estamos acostumbrados la mayoría, se ensancha, como en ninguna otra región del país. Las referencias cambian la percepción de cualquier recorrido.

Las condiciones en que le ha tocado asumir la Presidencia a Gabriel Boric guarda similitudes con la geografía de su región de origen: nada de lo vivido en las últimas tres décadas se le parece, partiendo por las referencias a las que nos había acostumbrado el sistema desde el retorno a la democracia y concluyendo en los desafíos políticos, sociales, económicos y culturales a los que se enfrenta. Crisis nacionales, sobre crisis internacionales y grandes signos de interrogación sobre nuestro destino.

Si volvemos a la imagen de la noche del acuerdo del 25 de noviembre de 2019 es posible recordar al diputado Boric yendo y viniendo de salones y pasillos del edificio del Congreso de Santiago, hablando con sus adversarios en una larga jornada de negociaciones y bajo la presión tremenda de un derrumbe inminente. La crisis que sobrevino con el estallido necesitaba un punto de arranque para una salida. Finalmente la derecha entregó la Constitución del 80 y los representantes de los partidos firmaron el acuerdo que marcó el inicio del proceso constituyente. Todos lo hicieron en representación de su partido, menos el diputado por Magallanes, que no contó con el respaldo del suyo. Había tomado un riesgo a contramano de sus correligionarios y asumiendo la responsabilidad de lo que significaba. Ese gesto reveló un carácter y una mirada de largo plazo que solo aparece en instantes para la posteridad. Cuando más tarde el diputado Boric llegó a ser candidato a la Presidencia, ni siquiera figuraba entre los nombres de las encuestas: asumió una precandidatura simbólica frente a un contendor popular de un partido disciplinado y tradicional. Ganó. Luego encabezó una candidatura que reventó en una votación histórica. Boric sabe de geografías accidentadas, de cómo avanzar buscando el norte por el noreste, rodeando penínsulas, esquivando corrientes adversas y buscando las señales del ambiente y el lugar en donde se vuelve a asomar la cordillera extraviada. Sabe tambien encontrar un rumbo en soledad y buscar un sitio desde el cual ver en perspectiva el paisaje.

En la reciente entrevista concedida a la revista Time le preguntan al Presidente su opinión sobre el texto de la propuesta constitucional, y él responde enumerando los atributos que la destacan, añade que hay cosas que se pueden mejorar y termina con la frase “es un paso grande”. Un paso. Agrega en la siguiente respuesta, que de ser rechazada la propuesta, como gobierno impulsarán la elaboración de un nuevo texto redactado por un órgano especialmente elegido para la tarea: “Nos demoraremos un poco más, pero vamos a llegar igual”. Esta idea la había anunciado antes, provocando el resquemor de algunos convencionales que interpretaron su declaración como una traición hacia ellos. Sin embargo, en tanto Presidente, era lo que le correspondía hacer frente a la evidencia difundida por los medios que indicaban la pérdida de apoyo de la Convención Constitucional y del texto. Era también la manera de obligar a la derecha a pronunciarse sobre el proceso al que adherirían en caso de ganar el Rechazo (lo que aún no ha hecho con claridad). Por último, también era la manera de separar amablemente aguas entre el destino de su gobierno -un mandato de cuatro años- y el de un texto elaborado para perdurar por décadas. Algunos convencionales que no lo entendieron así, seguramente tampoco percibieron el modo en que durante meses los errores repetitivos y sistemáticos de un puñado de constituyentes acabaron por servir de munición de ataque de los más críticos de la propuesta. Carentes de un canal de información y comunicación efectivo, los miembros de la Convención más mediáticos desatendieron la distancia con que se los veía desde fuera y prefirieron verse a sí mismos. Proporciones distintas de torpeza, ingenuidad y de soberbia que provocaron un daño profundo, acelerado por el bombardeo de falsedades sobre el trabajo de los constituyentes y, luego, sobre el contenido del texto.

El impacto que tendrá el resultado del plebiscito de este fin de semana en el gobierno del Presidente Boric será obviamente importante, pero no definitivo al punto en que lo aventura la oposición. Si bien la figura del Presidente está asociada al proceso, no lo está al trabajo de los constituyentes: la identificación es con los ideales y aspiraciones estampados en el plebiscito de entrada y no con la manera en que quedaron plasmados en el texto. Ni la derrota ni el triunfo significan, por otro lado, un cambio en las condiciones de las muchas crisis por las que atraviesa el país, para las que, a juzgar por los discursos, la oposición no tiene ni siquiera un diagnóstico claro más allá del oportunismo electoral. Tampoco abundan los liderazgos con una visión más amplia que la ganancia inmediata de puntos en una encuesta semanal, uno de los vicios en curso más perniciosos, que impide las discusiones de fondo y condena los debates a la frivolidad política y la miopía, dos factores detonantes del estallido.

El Presidente Boric ha dado señales de estar consciente de que su mandato es una carrera de fondo, que la nueva Constitución es un asunto perentorio, pero que no significará una salida inmediata a la crisis, porque las causas que la provocaron están aún ahí. La irritación y el hastío no se esfumarán con el resultado de este domingo. Cambiarán el ánimo y la popularidad momentánea, habrá semanas más ásperas, pero el camino hacia el futuro es una ruta extensa, inexplorada, y más vale procurarse de la compañía apropiada para aventurarse en ella, recorrer sus valles, rodear los farellones y dibujar el mapa de las bahías más seguras. Decidir en soledad la dirección que tomará la caminata después del domingo, y elegir quiénes son los indicados para ir a la vanguardia este nuevo tramo.

Columna de Max Colodro: La política en pleno

El Congreso y los partidos políticos podrán estar en los últimos lugares en materia de aprobación y legitimidad, pero son al final del día los actores que están llamados a encontrar las vías de salida en circunstancias de tensión y de crisis. Sin ir más lejos, en uno de los momentos más agudos del estallido social, lo que hizo el expresidente Piñera fue “darles un pase” al Congreso y a los partidos para que intentaran generar un acuerdo que hiciera posible el inicio del proceso constituyente. En horas que fueron dramáticas, ese acuerdo -firmado desde la UDI hasta un sector del Frente Amplio- se produjo, y ello fue lo que en definitiva permitió no superar, pero al menos descomprimir el contexto que el país enfrentaba en ese trance. Así, con todo su desprestigio a cuestas, lo que las fuerzas políticas firmaron esa inolvidable madrugada pudo ser luego ratificado por una inmensa mayoría en las urnas.

Más allá de las diferencias y singularidades del caso, en el marco del proceso constituyente iniciado después ocurrió algo parecido: luego de meses de discusión sobre el reglamento de la Convención y sobre normas constitucionales de la más diversa naturaleza, en la etapa del plenario los partidos políticos terminaron siendo un factor clave para moderar y precisar algunos de los contenidos más problemáticos. En efecto, a pesar de que una importante cuota de ciudadanos decidió votar por constituyentes “independientes”, y del peso siempre relevantes que tuvieron los escaños reservados, a la larga fueron los partidos quienes terminaron articulando respaldos para hacer posible los 2/3 en las votaciones decisivas. Sin el rol que jugaron el PC, el Frente Amplio y el Colectivo Socialista, ello simplemente no habría ocurrido. Y esa es una de las razones por las cuales la Constitución propuesta al país vino a representar, en esencia, el proyecto de sociedad que esas fuerzas políticas encarnan.

El problema, una de las fallas de origen del proceso constituyente que hoy concluye, fue precisamente ese: haber logrado imponer por la fuerza de los hechos una hegemonía ficticia muy distante de la realidad política del país. Porque, en el Chile actual, ese que viene expresándose desde el retorno a la democracia, el PC, el Frente Amplio, los escaños de pueblos originarios y otras agrupaciones radicales, nunca se han acercado siquiera a la posibilidad de representar a 2/3 de la ciudadanía. Algo que se confirmó otra vez en la reciente contienda de noviembre pasado, cuando la derecha volvió a obtener más del 40% en la elección presidencial y en la parlamentaria. Y es esa realidad, poderosa e indesmentible, lo que este proceso constituyente ha buscado de manera deliberada negar y obstruir.

Hoy el país debe votar la propuesta emanada de la Convención Constitucional. Sea cual sea el resultado, el papel que juegue a partir de esta noche el Presidente Boric y la tarea que asuman luego el Congreso y los partidos definirá nuevamente el cauce para continuar el proceso constituyente. En caso de ganar el Apruebo, serán ellos los que deban generar los acuerdos necesarios para asegurar las reformas que las fuerzas políticas partidarias de dicha opción comprometieron hace un par de semanas. De triunfar el Rechazo, serán también los mismos actores -Presidente, Congreso y partidos- los que tendrán el imperativo de definir las vías y los mecanismos institucionales para reiniciar el proceso, seguramente en condiciones distintas a las establecidas para la travesía que hoy llega a su fin.

En síntesis, más allá del resultado que emane de las urnas, son los partidos políticos y la representación que ellos tienen en el Congreso, quienes deberán hacerse cargo de reformar un texto que hasta sus partidarios reconocen defectuoso, o de reiniciar el proceso constituyente, tratando esta vez de representar mejor lo que la sociedad chilena es y ha sido desde hace mucho tiempo. Las organizaciones sociales, los grupos de interés y las identidades culturales son importantes en el país y tienen todo el derecho a hacer sentir su voz a través de los cauces legales. Pero, al final del día, en una democracia en forma, son las fuerzas políticas representadas a través del gobierno y el Congreso las que tienen la misión de aquilatar y mediar esas voces, de darle un cause institucional y de ponerles límites a sus demandas, porque la alternativa a ello es a la larga algo que simplemente no cabe dentro de la democracia.

Ese principio, su fuerza y su continuidad histórica son también parte de lo que está en juego el día de hoy.

Columna de Paula Escobar: El día después de mañana

El cierre de la Convención fue como debió ser el inicio: republicano, sobrio, respetuoso.

“Piensen en sus nietos”, les recomendó el constitucionalista Wim Voermans a los convencionales meses antes. Pensar en los nietos es proyectar el futuro, contener las pulsiones individuales, buscar lo bueno y no lo perfecto. Si el espíritu de la ceremonia de cierre hubiera sido el mismo desde el comienzo, quizás otro gallo cantaría hoy, en que las encuestas han mostrado una tendencia al alza del Rechazo. Aunque hay que recalcar -una y otra vez- que todo puede pasar hoy; han sido meses complejos para la campaña del Apruebo, cuesta arriba. El 78% que aprobó de entrada se ha ido diluyendo y solo hoy sabremos hasta qué punto. Una parte se debe a factores externos, pero otra es de responsabilidad propia, todo hay que decirlo. La sobreinterpretación de su éxito en la elección de convencionales originó en sectores hegemónicos darse “lujitos”, como los calificó el convencional del colectivo socialista César Valenzuela. Desde formas y debates excluyentes hasta algunas normas maximalistas que no generan mayoría. Los partidarios del Rechazo se subieron a esa ola y la amplificaron. Con distintas armas: desde la exposición legítima de disposiciones que requieren cambios, hasta interpretaciones ultracatastróficas sobre el texto, pasando por las ilegítimas fake news (como que a las personas les iban a quitar la casa propia, o que el aborto se podría hacer hasta los nueve meses). A esto se agregó el logro rechacista de incorporar a figuras de la ex Concertación, coalición que antes la derecha quiso “desalojar”, pero a cuyos miembros hoy les dieron las vocerías más relevantes, replegándose tras ellos y celebrando con aplausos entusiastas cada vez que alguno de ellos cruzaba el Rubicón.

Todo esto ha hecho que lo bueno y positivo que el proceso y el texto sí tiene, hayan pasado a segundo o tercer plano en el debate público. Es de justicia reconocer que, con ruidos y tropiezos, la Convención sí encauzó el estallido social, respetó plazos y reglas, y redactó con paridad y diversidad un texto que -a pesar de todo- se hizo cargo de los grandes temas del siglo: la catástrofe climática, que requiere repensar el modo de vida, producción y consumo; el respeto a los pueblos originarios; los derechos sociales como un mínimo civilizatorio; la paridad de género y la democracia paritaria, uno de los grandes aportes e innovaciones al constitucionalismo mundial. Es un salto cuántico en los derechos de las mujeres, tanto a una vida libre de violencia, como al igual acceso a los cargos de poder y a los mismos salarios, pasando por sus derechos sexuales y reproductivos, incluida la valorización de la labor de cuidados, trabajo feminizado y menospreciado, sobre el que, sin embargo, descansa el funcionamiento de la sociedad completa.

¿Que hay normas y disposiciones que no quedaron bien en la propuesta? Por cierto. Como lo han dicho muchos aprobistas, la propuesta requiere ajustes y modificaciones que, de ganar el Apruebo, este Congreso -con amplia representación de los sectores del Rechazo- deberá procesar y, en todo caso, “bajar” a la realidad en más de 70 leyes. Aunque los sectores maximalistas interpretaran un triunfo como un apoyo cerrado y sin matices, un Congreso donde no tienen mayoría ni poder de veto, sería un reality check evidente, que contendrá esos impulsos a dejar el texto escrito en piedra. Es entonces, por ello, un mejor punto de partida para un proceso de cambio que no terminará mañana, gane la opción que gane.

Porque si gana el Rechazo, volvemos a fojas cero. Es cierto que hay compromisos del Rechazo de asumir algunos de los puntos de la propuesta, pero ¿entienden todos esos grupos del Rechazo -desde Republicanos hasta la Centroizquierda por el Rechazo y Amarillos- lo mismo cuando hablan de “cambios? Porque las condiciones de lo posible volverán a estar mediadas por lo que quieran los partidos de derecha, que son los que tienen representación parlamentaria. ¿Qué pasa si la embriaguez de éxito los conduce a sobreinterpretar un resultado favorable, en plan “nosotros ganamos y ustedes perdieron”, como dijo antes el convencional Stingo?

Eso parece más riesgoso: si gana el Rechazo, las causas del estallido social, los anhelos de una sociedad más justa y menos desigual, estarán ahí, vivos y urgentes. No hay espacio para minimizarlos ni negarlos. Algo que la derecha ha hecho no solo las veces que se opuso a cambiar la Constitución, sino hace tan poco tiempo, cuando, entre vítores y aplausos, decidieron guardar en un cajón la Constitución propuesta por la expresidenta Bachelet, que hoy algunos de ellos quisieran reflotar. Con falta de visión y arrogancia la desestimaron y -en buen chileno- la fondearon. Sin darle ninguna opción.

Chile necesita sanar sus heridas y transitar hacia una sociedad menos desigual y más justa, donde la cuna no marque el destino. El trabajo realizado por la Convención, si gana el Apruebo, servirá para iniciar un camino que tendrá reformas y adaptaciones. Y si gana el Rechazo, no debe ser menospreciado ni -una vez más- fondeado. El costo de esa miopía lo pagaríamos todos.

Hoy, mañana y el día después de mañana hay que pensar en los nietos y las nietas, y en el bien superior del país. No hay vuelta atrás.

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