Cada mañana, cuando pone sus pies en el piso, Paola Mattos recuerda ese mal paso. Ocurrió en 2006, en la casa de las Siervas del Plan de Dios, en Perú. A ella no le gustaba la oscuridad, pero al volver de una actividad debía bajar por una escalera sin luz y sin baranda. No era la única forma de llegar a la casa de la comunidad, pero respondía a una orden de la superiora. Esta, la primera vez que observó su temor, le ordenó volver por allí siempre, aun si ella no estaba. “No seas maricona, tienes que ser una sierva recia”, le dijo.
Aquella noche de agosto, Paola Mattos se enfrentó de nuevo a las dudas y el miedo. Pero en su cabeza resonó con más fuerza el mantra que escuchaban y repetían obsesivamente las monjas sodalicias: “El que obedece nunca se equivoca”.
Asustada y a oscuras, Paola Mattos perdió el equilibrio y cayó violentamente. Sufrió una fractura expuesta de tibia y peroné en la pierna derecha. A la fecha ha recibido 10 intervenciones.
Cuando su guía espiritual, Elizabeth Sánchez, quiso saber por qué había bajado por esa escalera sin iluminación, ella respondió que cumplía una orden de la superiora, Andrea García.
-No vuelvas a repetirlo, me dijo; eso debía quedar entre ella y yo. Y me mandó a escribir mil veces “el que obedece nunca se equivoca”.
Paola Mattos nunca se recuperó del accidente: “Quedé coja y debo usar un bastón para caminar”, cuenta ahora desde su casa en Medellín.
Su vida con las siervas, en Chile y en Perú, no colaboró en su recuperación, según cuenta: aunque los médicos le recomendaban reposo después de cada operación, las superioras le insistían en que se moviera. “No seas maricona, camina”. Incluso, recuerda que la conminaban a subir escaleras para hacerla “más recia”.
El accidente fue uno de los momentos más infelices de su vida junto a las Siervas del Plan de Dios, o simplemente Siervas, la rama femenina del Sodalicio de Vida Cristiana, comunidades religiosas fundadas en Perú por Luis Fernando Figari. El Sodalicio llegó a Chile en 1999 por invitación del excardenal Francisco Javier Errázuriz, y poco después lo hicieron las Siervas.
Más allá del accidente, la experiencia con las religiosas dejó otras huellas en Paola Mattos, fruto de maltratos físicos y verbales, así como abuso de poder y conciencia.
A inicios de 2020 ella se retiró, luego de 18 años vinculada a la comunidad. Y a mediados de 2021 presentó una denuncia en la Oficina Pastoral de Denuncias del Arzobispado de Santiago, junto a un grupo de exsodalicias: Melanie Taylor, Verónica Avilés, Ángela Cardona y Delia Avilés.
Ellas colaboraron en la investigación Siervas, de la periodista Camila Bustamante, publicada recientemente en Chile por Planeta. La autora también participó de la comunidad sodalicia, si bien no llegó a consagrarse. A partir de su propia experiencia, Camila Bustamante recoge una veintena de testimonios de exreligiosas, así como de padres, exsodalicios y sacerdotes, que describen el funcionamiento de la institución y su dinámica basada en la obediencia, la autoridad incuestionable, el control, la represión de las emociones y los castigos físicos y sicológicos.
“Las Siervas del Plan de Dios me violentaron sicológicamente, me manipularon, me humillaron y luego me abandonaron”, escribe.
En 2017, Luis Fernando Figari, el líder de los sodalicios, que en Chile controlaban la Universidad Gabriela Mistral y tenían conexión con colegios del barrio alto, fue sancionado por el Vaticano por reiterados abusos físicos, sicológicos y sexuales, entre ellos a menores de edad. Se le prohibió mantener contacto con las comunidades que fundó.
Profusamente documentado, el libro de Camila Bustamante ilumina lo que ocurría paralelamente al interior de la comunidad de mujeres, entre religiosas. Y describe también la forma en que las autoridades femeninas minimizaron, ocultaron o negaron los abusos.
“Tu familia está mal”
La cara más popular y amable de las Siervas es su banda de música. Con guitarra eléctrica, batería, bajo, chelo y violín interpretan canciones evangélicas. Uno de sus éxitos, Hoy despierto, logró cinco millones de reproducciones en YouTube. En Spotify suman otros dos millones. En 2018 fueron nominadas al Grammy Latino como mejor canción cristiana. Pero la imagen que transmite la banda y las letras de sus canciones “se contradicen con lo que ocurre realmente al interior de la comunidad”, dice Camila Bustamante.
Curiosamente, la banda se dio a conocer en 2015, cuando comenzaron a publicarse los testimonios contra Figari. Primero fue el libro Mitad monjes, mitad soldados, de Paola Ugaz y Pedro Salinas, que expuso testimonios que denunciaron una cultura de abuso institucional, humillaciones y violencia. Luego vinieron dos informes eclesiásticos que confirmaron las denuncias.
“Esto es lo que yo viví”, sintió Camila Bustamante al conocer las acusaciones. Comenzó entonces un proceso de reflexión en torno a lo que había vivido con la comunidad, a la que aún estaba vinculada.
Tras la llegada de los sodalicios, las monjas desembarcaron en Chile en 2002. Trabajaron en uno de los hogares de la Fundación Las Rosas y en comunidades en Huechuraba y Maipú. En una parroquia de esta comuna las conoció Camila Bustamante en su adolescencia, y rápidamente se vio involucrada a tiempo completo en sus actividades.
Según cuenta, las religiosas las inducían a involucrarse cada vez más, a tener consejería espiritual y formar grupos de oración con ellas. “Así, a los 15 años ya nos estaban preguntando si queríamos ser monjas o no, por nuestras familias, la relación con nuestros padres, nuestras amistades, nuestra sexualidad”. Del mismo modo, planificaban sus oraciones, recomendaban o desaconsejaban libros y cómo sumar a otras niñas al movimiento. También realizaban exámenes sicológicos sin consulta a los padres. “Nos llamaban todos los días, nos enviaban mensajes. Sentíamos que eran nuestras amigas, pero también muchas jóvenes se sintieron acosadas y presionadas”.
Las religiosas prometían un apostolado en favor de los pobres y desposeídos, y un servicio personal por un mundo en crisis.
-Te decían: el mundo está mal, tu familia está mal, hay sufrimiento, y tú tienes que sacrificarte por ellos. A los 15 años te hacían responsable y yo me sentía constantemente culpable y angustiada. Y me convencía de que tenía que sacrificar mi vida.
Incentivada por su guía espiritual, Camila comenzó a discernir su vocación. Por entonces participó de un encuentro con Figari, quien escuchó sus dudas y sin mucha delicadeza le dijo: “Lánzate a la piscina”.
Ella cursaba tercero de Periodismo en la UDP. Decidió congelar y viajar a Perú a formarse como monja.
-Para mis papás no era fácil acceder a un pasaje en avión al extranjero, y mi mamá lo compró en cuotas, con mucho esfuerzo. Yo empecé a juntar plata con distintos trabajos para financiar los test psicológicos que me harían allá, los uniformes de monja, los libros y cuadernos. Tuve que comprar hasta pijama especial y ropa interior especial. Y me fui con la plata justa.
A inicios de 2011, Camila Bustamante y dos postulantes más fueron recibidas en casa de una familia amiga del Sodalicio. Las alojaron en el sótano y prácticamente no tuvieron contacto con ellas. A las semanas fueron trasladadas al Centro de Formación, donde conoció otro rostro de las religiosas.
Aisladas de su entorno, a las aspirantes se les enseña que la obediencia es la columna vertebral de la vocación. Que “la voz de tu superior es la voz de Dios”; “cuestionar a tu superior es cuestionar a Dios”; “el que manda se puede equivocar, pero el que obedece nunca se equivoca”; “nunca debes confiar en nadie fuera de tu comunidad” y “tu familia es una tentación del demonio”.
Durante esa iniciación pasó de la alegría a la confusión, luego a la tristeza y la ansiedad. Describe la dinámica de las superiores como un perfil bipolar, del castigo y los gritos a la indiferencia. En su iniciación, durante días el almuerzo y la cena se sustituía por pan y agua. A veces las levantaban de madrugada para nadar en la piscina o hacer ejercicios extenuantes. Aunque parece arbitrario, todo está planificado, afirma.
Camila Bustamante comenzó a tener episodios de pánico y pesadillas nocturnas.
-Te hacen sentir que lo que sientes está mal, que no eres digna de ser sierva. Yo me preguntaba por qué, y pensaba que era mi pecado.
Ella terminó convenciéndose y al mismo tiempo sintiéndose rechazada. Advierte también un sesgo de clase: las preferidas eran las aspirantes que venían de familias de clase alta, dice.
-Me hicieron ir, congelar mi carrera, perder la beca, invertir plata que no tenía, distanciarme de mi familia cuando estaba claro que yo no me iba a quedar al final.
Aun así, no se desligó del todo. Regresó a Chile, retomó los estudios y, fiel al movimiento, buscó un novio dentro de la comunidad. Se casaron en septiembre de 2015.
Solo semanas después estalló el escándalo del Sodalicio. Su matrimonio y todo su mundo entró en crisis. Habló con las religiosas en Chile, se reunió con la superiora Andrea García y solo recibió negaciones. Las monjas eran leales a Figari y no reconocían abusos en su comunidad.
-Entonces me doy cuenta de que en realidad esto tan lindo que se supone que había vivido y que era descubrir mi vocación, había tenido muchas cosas malas. Yo estaba muy afectada en términos de autoestima.
Contactó a exsiervas, también a las monjas y escribió un artículo en El Mostrador en 2017. Después de eso, una de las autoridades en Perú, Elizabeth Sánchez, organizó una reunión amplia en Maipú. Y ante un centenar de personas, las religiosas le preguntaron: “¿Quieres destruir la iglesia?”.
-Fue una situación muy dolorosa, un ataque de 100 contra uno. Decían que eran mentiras y que yo quería hacer daño a las siervas. Al final, Elisabeth Sánchez se acerca, me abraza y me dice: “Espero verte pronto”. Es una típica actitud de las siervas.
Ya entonces se había presentado una queja en el Arzobispado de Lima. Y en 2018 una exsierva chilena, Melanie Taylor, escribió una carta al Vaticano.
“Me hizo daño”
Fue en un encuentro en el Colegio Apoquindo donde Melanie Taylor conoció a las Siervas. Tenía 15 años y estudiaba en el Craighouse. Comenzó a participar de las actividades de las monjas y aunque solo vio un par de veces a Andrea García, la superiora prontamente la hizo sentir especial, elegida. De este modo, a los 17 años hizo su promesa de candidata, y al salir de cuarto medio viajó al Centro de Formación en Perú.
Una vez en la casa comunitaria, el encanto de la superiora y del grupo de monjas comenzó a esfumarse. Las sonrisas dieron paso a los tratos denigrantes.
-Pero, a ver, cholita, mueve la única neurona que tienes -le decía en tono burlesco Andrea García. Eran parte de las llamadas “correcciones fraternas”.
Muy alejadas del espíritu de caridad, en esas correcciones “con gritos y descalificaciones exponían a diferentes hermanas frente a todas, quienes, entre lágrimas, terminaban pidieron perdón avergonzadas”, escribió en su carta al Vaticano, donde junto con las humillaciones denunció acercamientos impropios de connotación sexual.
Junto con la obediencia, la vida al interior de la comunidad estaba marcada por la vigilancia, la pérdida de libertad y privacidad, la negación de las emociones y el afecto .
-Podía hablar con mi familia cada dos semanas, siempre con una monja al lado. No podía entrar a internet sola, nunca más pude visitar a mi familia sin estar acompañada por otra sierva. Ni siquiera podías hablar en libertad, porque te iban a acusar. Era como vivir con un policía dentro de tu casa. Y también se instalaba un policía interior, que te hacía vivir con ansiedad insana.
Melanie Taylor se emociona al recordar. Su familia desconocía sus amarguras. No podía contarles, ni siquiera si estaba enferma. “Nosotros somos tu familia”, le decían.
-Al final terminas sacando a tu familia de todo lo que te pasa, solamente contándole lo bonito, como una fachada. Nunca más le contaste de algo que te preocupa o apena.
Con todo, Melanie Taylor vivió siete años entre Perú y Ecuador, trabajando con jóvenes. Esa tarea le daba alegrías, pero se sentía profundamente infeliz. Y en 2014 decidió alejarse de la comunidad.
Al año siguiente conoció los abusos de Figari y, como otras exsiervas, reconoció su experiencia. A partir de entonces comenzó un proceso personal, a revisar lo que había vivido y darle nombre a los abusos.
Aunque guarda cariño por personas que conoció y por su trabajo con los jóvenes, reconoce que salió afectada.
-Al salir sentía mucha inseguridad, perdí la conexión conmigo misma y tenía la autoestima herida. Perdí la capacidad de vincularme con los demás, porque siempre te decían que estaba mal... Siento que me hizo daño, siento que es algo que enferma a las personas que pasan por ahí. O sea, si no hay cambio, en verdad la comunidad es como una máquina donde la gente se va enfermando y uno lo ve sistemáticamente.
Verdad y perdón
Paola Mattos creía haber encontrado una comunidad que la acogía y valoraba cuando conoció a las Siervas en Medellín. Aún era una chica muy tímida, a la que le costaba hablar en público, al llegar a la casa en Perú, en 2002. Para la superiora, su timidez era una debilidad y las siervas debían ser recias.
-Yo viví un bullying muy fuerte en la comunidad. Andrea García impuso un juego a la hora de comer: cuando yo hablaba, ella golpeaba la mesa y todas la seguían, 40 mujeres, va a llorar, va a llorar. Y yo por dentro, no puedo llorar. Cada vez que intentaba hablar era lo mismo. Después dejé de hablar y me agobiaba sentarme a la mesa.
Compartió su angustia con su guía espiritual y la respuesta fue: “No te quejes, esto te va a ayudar a ser fuerte”.
Con la misma intención, era obligada a lanzarse a la piscina, aun cuando no sabía nadar. Paola Mattos cuenta que buscaba aferrarse al borde de la pileta, entonces la superiora le ordenó a otra religiosa que le golpeara los dedos con un palo.
Para vencer sus miedos también fue obligada a bajar por esa escalera sin luz que cambió su vida para siempre.
No fue fácil para ella dejar la institución en que estuvo 18 años, tiempo en el que siente que su personalidad “fue anulada”, se volvió “una extraña para mi familia” y vivió atormentada por la culpa.
-Te manipulan en todo momento. Te siembran la duda y la culpa constantemente y al final algo en ti se desmorona.
En 2020 volvió a Medellín y el año pasado participó de la denuncia contra las Siervas en Santiago. Esta se sumó a otra denunciada presentada en Lima en 2019, donde también intervino Melanie Taylor, luego de enviar la carta al Vaticano.
Hace unos días, en sincronía con la publicación del libro, que ya ha tenido prensa en Perú, Melanie Taylor recibió una carta desde Perú para conocer su testimonio.
Paralelamente, la actual superiora, Natalia Sánchez, publicó una carta a la comunidad en la web, donde dice que “hemos sufrido y replicado un mal ejercicio de la autoridad y esto ha provocado un profundo dolor en muchas personas”, pide perdón por las acciones abusivas y asegura que están en un proceso de sanación. No habla de las víctimas que salieron (a quienes solían calificar de “traidoras”) ni de las denuncias.
“Así como no se leen palabras como justicia, víctimas, sobrevivientes o denunciantes, la carta tampoco hace mención al origen de los males: Luis Fernando Figari Rodrigo, fundador de las Siervas del Plan de Dios”, comentó Camila Bustamante en su cuenta de Instagram.
Paola Mattos subraya que no las animan odiosidades ni resentimientos.
-Lo que a mí me motivó a dar mi testimonio es que el que obedece sí se equivoca, y el que obedece puede sufrir consecuencias en la vida si no tiene la capacidad de ser crítico frente a esto. Yo no estoy resentida, pero creo que para que haya perdón se tiene que conocer la verdad.
Contactada por LT Domingo, la superiora de las Siervas no respondió las consultas para este reportaje.