Las madres

Attilio nació el 28 de septiembre de 2017, a las 12.53, en un pabellón de maternidad de la Clínica Indisa. El parto fue por cesárea. Pesó 3,61 kilos y midió 49 centímetros. Lloró intensamente, como si estuviera enojado. De ese momento fueron testigos una matrona y sus dos madres, la doctora en Historia Emma de Ramón y la cientista política Gigliola Di Giammarino. En cada etapa del parto, Emma había sujetado la mano de Gigi, quien estaba sobre la camilla, pero siendo primerizas, no pudieron evitar el miedo. Al final, en el momento del apego, la matrona puso a Attilio en el cuello de Gigliola y Emma lo abrazó mientras le cantaba Caballito blanco. Attilio se calmó. “Fue el momento más feliz de mi existencia”, recuerda la historiadora.

La decisión de ser madres la habían tomado un año antes, pero su historia es bastante más larga. Ambas se conocieron en 2004, cuando Emma era pareja de la jueza Karen Atala, quien le ganó un juicio internacional al Estado de Chile luego de que se le arrebatara la tuición de sus hijas por asumir públicamente su lesbianismo. En esa época, eran sólo amigas, aunque -confiesan- siempre se sintieron atraídas. Una vez que ambas terminaron sus relaciones anteriores, comenzaron a salir, hasta que un día Emma le dijo a Gigi que ya no podía vivir sin ella, que dejara la casa de sus padres y que comenzaran un camino en serio juntas. “Qué me dijeron a mí, me vine altiro, con camas y petacas”, dice Di Giammarino riendo.

En diciembre de 2015, tras convertirse en una de las primeras parejas lesbianas en usar el AUC -la figura legal que les permite a personas del mismo o distinto sexo regular las actuaciones de la vida en convivencia- comenzaron a evaluar la posibilidad de ser mamás. “¿Seremos capaces?”, se preguntaron. Una vez resuelta esa duda, buscaron la ayuda de un especialista, el obstetra Nicolás Carvajal, experto en fertilización asistida. Por el historial médico de ambas, era Gigi quien podía someterse a la reproducción, ya que Emma se había hecho una histerectomía años atrás. La historiadora acompañó a su pareja a cada consulta médica, hasta que llegó el momento de la “transferencia”, como se denomina a la implantación en el útero del óvulo fecundado. “Ni te explico la emoción que sentimos”, dice Emma. Ese sentimiento se profundizaría aún más dos semanas después, cuando Gigi llegó de sorpresa al trabajo de su pareja. “Vamos a ser madres”, le dijo, dejándole un chupete en el escritorio. Lloraron.

Fue un embarazo normal, recuerdan, y en el que tuvieron el apoyo de sus familias y amigos que no pararon de hacer fiestas y baby showers. A la semana 22 supieron que era un niño y decidieron llamarlo Attilio José, en homenaje a sus abuelos. El sexo de su hijo no fue sorpresa para ninguna, pues dicen que siempre sintieron “una energía masculina” en el vientre de Gigi. También tenían fe en que el embarazo llegaría a término y así fue.

Tras el parto, fueron al Registro Civil. “¿Cuál es el nombre del niño?”, preguntó la funcionaria. “Attilio José de Ramón Di Giammarino”. Así quedó inscrito. Pero el apellido de De Ramón hasta ahora es una especie de “nombre de fantasía”, pues, en ese mismo acto, el organismo rechazó inscribirlo con dos madres y dejó sólo a Gigliola, por haber sido quien lo parió. El pequeño quedó así desvinculado de la protección legal de De Ramón. Como excusa, dijo la funcionaria, el sistema sólo le permite inscribir a un padre y una madre, no estaba la opción de dos madres. “No puedo”, dijo. Fue la primera batalla perdida. Se indignaron, se desanimaron; a Emma le dolió, a Gigi también. “¿Por qué todo tiene que ser tan difícil para una familia lesbomaternal en Chile?”, se preguntaron. Cuando la decepción y la rabia finalmente empezaron a ceder, ambas decidieron pelear.

Gigliola Di Giammarino y Emma de Ramón llevan más de ocho años de relación y en 2015 firmaron el AUC. Foto: Mario Tellez.

Fueron a la Corte de Apelaciones de Santiago, en diciembre de 2017, y mediante un recurso de protección acusaron que era ilegal y arbitrario que Attilio no tuviera en su partida de nacimiento a sus dos madres, que se estaba realizando una errónea interpretación del derecho sustantivo de filiación y -lo más importante- se estaba vulnerando el interés superior del niño. Perdieron 3-0. Entonces recurrieron a la Corte Suprema, donde perdieron 5-0 y ni siquiera tuvieron derecho a alegatos.

El abogado

Juan Enrique Pi, de 35 años, llegó a la Fundación Iguales en 2012 como voluntario. Antes de asumir un rol más protagónico, el abogado de la Universidad de Chile trabajó tres años en la Secretaría General de la Presidencia, en el segundo gobierno de Michelle Bachelet. Ahí integró el equipo coordinador de la agenda de derechos humanos.

En abril de 2017, un mes después de tomar la presidencia ejecutiva de Iguales y en una de sus primeras reuniones de directorio, Pi se enteró por Emma que ella y Gigi serían madres. No lo pensó dos veces. Sabía que existían interpretaciones difusas de las leyes que les impedirían ejercer a ambas la protección legal de ese hijo que venía en camino. Se acercó a la historiadora y le pidió ser su abogado. A la semana siguiente, Pi les presentó una estrategia. La batalla sería dura, les advirtió. Lo primero sería esperar lo que haría el Registro Civil y luego de eso presentar un recurso de protección cuyo destino parecía escrito: todas las familias homoparentales que habían usado esa vía judicial habían perdido, ya que la jurisprudencia le daba la razón a la negativa del organismo. Pero esa no era la etapa importante del proceso. Lo que Pi tenía en la mira era recurrir al sistema internacional apenas el Estado de Chile le negara a Attilio la protección de una de sus madres. Iban a llegar hasta la última instancia. Pero, para eso, primero tenía que agotar todos los medios dentro de la justicia chilena.

Y fue entonces cuando vio la jugada.

Juan Enrique Pi, de Fundación Iguales.

Dentro de los estudios que hizo Pi para el caso, estaba una acción judicial que se interpone ante los Tribunales de Familia cuando un padre o una madre no quiere reconocer a un hijo. Con la reforma de 1998, la Ley de Filiación terminó con la figura de los hijos ilegítimos y permitió hacer esta reclamación ante la justicia. “¿Y por qué la Gigi no demanda a la Emma y exige que se haga cargo –como madre también- de su maternidad y, por tanto, de su alimento, de elegir su educación, de nombrarlo heredero?”, se preguntó. Nadie antes lo había hecho, así que consultó a sus amigos que litigan en esos tribunales. La respuesta que recibió era que estaba loco. Que sería declarado inadmisible, ¡cómo una madre iba a demandar a otra! Un cercano incluso le dijo: “Juan Enrique, no vayas a poner tu nombre ahí, vas a hacer el ridículo”. Pero Pi desoyó todo. Lo único que le importaba era que Emma y Gigliola lo apoyaran en esta aventura. “Démosle”, le dijeron. El día en que se acababa un convulsionado 2019, el 31 de diciembre del año pasado, ingresaron la demanda de reclamación de filiación no matrimonial ante los Juzgados de Familia de Santiago.

Unos días después, cuando el abogado estaba comprando en un almacén de su barrio, recibió una notificación en su correo en que le avisaban que el tribunal había declarado admisible la demanda. Recuerda que gritó, sin que le importara estar en público. Ahora había que preparar el juicio. Junto con acoger la acción judicial, el juzgado de familia decidió nombrar un curador ad litem para Attilio. Es decir, Pi ya no representaba los intereses del hijo de Gigliola y Emma, sino un tercero imparcial. La situación provocó angustia en las madres y una extraña sensación. Pi se vio sorprendido. La jueza Macarena Rebolledo designó al abogado Francisco Estrada para tales fines. Ni Pi, ni De Ramón, ni Di Giammarino lo conocían personalmente, pero no era un desconocido. Estrada había sido director del Servicio Nacional de Menores (Sename). En medio del proceso, el abogado de Attilio debió visitarlos y observar cómo era la relación del pequeño con sus madres, en especial con la demandada, Emma de Ramón.

Cuando le tocó testificar, Estrada apuntó a que no había nadie más capaz de ejercer como madre que ambas mujeres. “La única preocupación de un curador es el interés superior de él. Tras visitarlo y estudiar los antecedentes, me convencí de que hay abundante evidencia de que Attilio es criado, nutrido en todas sus dimensiones y muy querido por sus dos madres”, dijo Estrada.

La etapa probatoria se hizo por Zoom, ya que el juicio se realizó hace unas semanas en medio de la pandemia. En su contestación a la demanda de su pareja, Emma dice que es la madre de Attilio, que lo planificó, que ha experimentado cada segundo de su existencia y quiere darle todas las herramientas que cualquier otro niño tiene con papá y mamá. “Mi hijo no puede ser discriminado. El día de mañana, si termina nuestro vínculo con Gigi, debe poder demandarme por alimentos, por ejemplo, o si se enferma, tengo que poder decidir qué tratamiento hay que darle. Mi pareja viaja mucho por trabajo, qué pasa si un día Attilio se enferma y lo llevo a la clínica, no tengo cómo obrar como madre en ese momento, y sólo pensar que me lo pueden quitar por lo mismo es aterrador. En ese momento, él no podrá, si yo muero, decidir las exequias de mi cuerpo, ni será mi heredero legitimario; para la ley, Attilio no era mi hijo, aunque siempre lo será”, expuso De Ramón.

Al informe del curador ad litem, la contestación de la demandada, se sumaron los testimonios de los hermanos de ambas. La familia daba fe del amor y el hogar que encabezan estas dos mujeres que están criando a un niño. “Uno piensa que como madre es de una forma y es fuerte ver cómo te ve el resto, me emocionó mucho la declaración de mi hermano y mi cuñado, que relataban ante la jueza cómo soy yo como madre, me gustó lo que veo hoy de mí”, recuerda la historiadora.

Uno de los momentos más emocionantes, comenta Pi, fue cuando declaró el médico que asistió la fertilización. “Dijo algo así como que ellas eran tan madres como sus otros pacientes y que no había ninguna diferencia entre esta familia y las otras familias heterosexuales que él atendía”, detalla el abogado. Otro testimonio clave, dicen, fue el de una educadora del jardín infantil de Attilio. Al principio, debido a su corta edad, al niño le costó acostumbrarse. Fue Emma la que asistió todos los días durante un mes a realizar un trabajo de adaptación. Es así como ella contó al tribunal que cuando el pequeño se ponía a llorar, lo llevaban a una sala conjunta donde De Ramón lo esperaba, al verla, él extendía las manos, se calmaba, la abrazaba y sonreía. “Es su madre también”, dijo la profesional.

Attilio

Hay un programa que Attilio no puede dejar de ver, se llama Leo, el pequeño camión. Hoy, en medio de la cuarentena y con varias videoconferencias en casa de Emma y Gigi, las cápsulas de Leo son la diversión favorita de las tardes de Attilio. “No tenemos tele, somos antitele”, dice Di Giammarino tras terminar una reunión virtual.

El martes 26 de mayo, Attilio quería ver a Leo, pero en el hogar de Emma y Gigi había mucha expectación y le explicaron que ese día recibirían noticias muy importantes para él y ellas. Attilio sonrió y siguió jugando. “Siempre hemos tratado de hablarle en lenguajes muy claros a él, es muy chico, aún tiene dos años y no entiende, pero es la forma en que podemos darle herramientas para cuando él crezca y enfrente un mundo que, cada vez menos, sigue siendo heteronormado”, explica Gigi. Estaban los tres en el living, expectantes -Juan Enrique Pi seguía la audiencia en su hogar-, cuando la jueza Macarena Rebolledo procedió a leer su veredicto. “Se acoge la demanda en contra de Emma de Ramón, que deberá asumir todos los deberes que como madre le asiste con su hijo”, algo así recuerdan que dijo la magistrada. “Lloramos, nos abrazamos, besamos a Attilio, aún no logro bajar de esa nube de felicidad, es como que no me la creo aún”, dice la historiadora.

El lunes 8 salió la sentencia del fallo que se calificó como histórico. La vocera de la Corte Suprema, Gloria Ana Chevesich, dijo que la sentencia quedaría ejecutoriada si ninguna de las partes recurría a la corte -ni Emma ni Gigi pensaban hacerlo- y al día siguiente el subsecretario de Justicia, Sebastián Valenzuela, aseguraba que el Registro Civil acataría la orden de la jueza una vez sean notificados.

En el mundo de los abogados, la estrategia de Pi no pasó inadvertida. Un sector la cuestionó advirtiendo una “instrumentalización de jueces” para torcer el derecho, y recordaron el caso de las nulidades matrimoniales fraudulentas que se usaban antes de que el Congreso aprobara la Ley de Divorcio en Chile. Otro sector celebró el camino que utilizó el abogado, señalando que es un procedimiento válido, un litigio estratégico. Pi se defiende: “Este proceso se ajustó completamente a Derecho y es bastante ofensivo y gratuito que personas acusen ilícitos sólo porque no estén de acuerdo con lo resuelto en un juicio del que no fueron parte”.

Attilio y sus dos madres, Gigi y Emma.

Gigi, en tanto, se enfoca en este triunfo. Confiesa que han sido meses duros, pero la reconforta que su hijo algún día entenderá la lucha que dieron sus mamás. “Una esperaría que esto estuviera resuelto por los legisladores, lo mismo que pasa con el matrimonio igualitario, que los honorables avanzaran en los derechos filiativos de familias como la nuestra, mi hijo no puede ser tratado diferente por el sólo hecho de tener dos mamás, ojalá no tener que acudir a un tribunal con una estrategia para lograr lo justo”, dice De Ramón. Di Giammarino se emociona y añade que “yo sé que mi hijo seguirá creciendo en un seno lleno de amor, de libertad, y muy consciente de que esta batalla fue por él, no fue por ninguna de nosotras, fue para protegerlo a él”.