El antiguo Teatro Velarde, hoy Teatro Municipal de Valparaíso, lucía decorado con banderas chilenas. La gran sala del edificio art decó estaba repleta. Un millar de delegados de todo el país había llegado a la Convención del Partido Conservador la mañana del sábado 6 de diciembre de 1941. Entre ellos, había 22 mujeres. Al micrófono las representó Elsa Neumann, quien habló a nombres de la Sección Femenina del partido. Era un momento de connotación histórica: la primera vez que ellas participaban de una junta nacional.

-Muchos de ustedes han considerado ridículo que la mujer intervenga en política y han prohibido a sus mujeres e hijas inscribirse, perjudicando así sus propios intereses, con el egoísmo muy propio de algunos hombres que creen que la mujer no es capaz, y perdónenme si alguno se siente ofendido -dijo Elsa Neumann.

Con un ánimo más conciliador, agregó:

-No pretendemos quitarles sus derechos, sólo nos guía el propósito de ayudarles y, por qué negarlo, si es necesario, insinuar una idea o darles un buen consejo.

La Sección Femenina del Partido Conservador (SF) sólo tenía unos meses de vida. En un tono de reproche amistoso, las palabras de Elsa Neumann relevaban al menos dos rasgos de la incorporación de mujeres a la militancia: despertaba reticencias o bien la oposición de sectores importantes del partido y, lejos de reclamar un rol protagónico, su actuación parecía subordinarse a los objetivos de la dirigencia masculina.

“El Partido Conservador fue el último en incorporar a las mujeres. El Partido Socialista, el Partido Radical, el Partido Comunista, incluso la Falange Nacional, ya contaban con mujeres en sus filas”, resalta la historiadora Camila Sanhueza, autora de la investigación De “apolíticas” a militantes: la incorporación de mujeres al Partido Conservador Chileno (1934-1952), recién editado por la UAH.

A través del Diario Ilustrado, en mayo de 1941 la directiva del Partido Conservador anunció un rediseño de su estructura y convocó a un grupo de distinguidas señoras a una reunión en el Club de La Unión. De algún modo, la cita respondía a dos movimientos: la presión de las propias mujeres que ya habían formado la Legión Femenina Conservadora y el interés de la dirigencia de ampliar su base de votos, luego de dos derrotas desmoralizantes: la partida de la juventud del partido, que dio origen a la Falange Nacional, y la catástrofe electoral de 1938, cuando el Frente Popular llegó a La Moneda.

El triunfo de Pedro Aguirre Cerda fue una dura derrota para el Partido Conservador.

Para entonces las mujeres ya tenían experiencia política: en las elecciones municipales de 1935 votaron por primera vez y se presentaron 98 candidatas. De ellas fueron electas 26, y 16 pertenecían a la alianza del Partido Conservador con la Asociación Nacional de Mujeres de Chile (ANMCH), donde destacó Adela Edwards como regidora por Santiago. Pero incluso antes, las señoras de la clase alta participaban en actividades de connotación pública a través de agrupaciones como la Liga de Damas Chilenas, dedicada especialmente a la acción social, aun cuando ellas se consideraban “apolíticas”.

-No eran apolíticas; eran sujetos totalmente políticos: participaban en sociedades de beneficencia, asistían a los pobres, o sea, actuaban en el espacio público. Y por más que no se le considerara una actividad política, era algo sumamente político. No solo eso, las asociaciones y ligas de mujeres ya editaban sus propios periódicos y escribían columnas de opinión a finales del siglo XIX e inicios del XX -dice la investigadora.

¿Por qué se consideraban apolíticas? Por varios factores, responde la historiadora: por la crisis de legitimidad que afectaba a la política, sobre todo a la oligarquía tradicional, y por las prácticas políticas: la corrupción, el cohecho, los fraudes electorales.

-Esas prácticas eran algo típico y las mujeres no querían empañar el trabajo que estaban haciendo. Eso era lo primero. Y lo segundo tiene que ver con los roles de género: que una mujer participara en política y se hiciera una militante activa era muy mal visto.

La defensa de la familia, el orden y el catolicismo eran parte de la esencia del mundo conservador. Y en ese contexto el rol de la mujer correspondía a la esfera privada. Esa fue una de las principales contradicciones que enfrentaron las mujeres de la élite al integrarse a la política activa. Al interior de la colectividad había una tensión entre quienes pensaban que “las mujeres no debían participar en agrupaciones partidistas, y mantener su rol en el hogar, y otros que sí apoyaban la participación de las mujeres, como parte de la evolución política y democrática”.

Desde inicios de los años 20 las agrupaciones de mujeres obreras y profesionales, cercanas al Partido Radical, Socialista o Liberal, promovían el sufragio y el feminismo. En el caso de las mujeres de la élite, defendían los valores católicos y reclamaban derecho a voto e independencia económica para administrar su patrimonio, pero no planteaban un cambio en los roles de género.

-Está la discusión de si eran feministas o no. Ellas no tenían un discurso progresista como las mujeres socialistas o las del MEMCH (Movimiento Pro-Emancipación de la Mujer), liderado por Elena Caffarena, y desde la perspectiva actual tenían bastantes contradicciones, pero desafiaron su rol de género. Aunque no tenían un discurso rupturista, en la práctica sí estaban siendo rupturistas.

En cualquier caso, los inicios no fueron fáciles: a la SF le costó captar militantes. Solían publicar insertos donde aseguraban que el trabajo partidario sólo restaba unas horas al hogar, sin “menoscabar la nobleza de su misión en la vida como mujeres”.

Elena Caffarena, líder del MEMCH.

Gran parte de quienes militaron tenían lazos familiares con hombres del partido: la presidenta, Carmen Olivares, estaba casada con el senador Héctor Rodríguez de la Sotta; la vicepresidenta, Elvira Vial, era esposa del escritor y exdiputado Jenaro Prieto, y la tesorera, Ana Echenique, era hija de Francisco Echenique Gandarillas, quien también fue diputado conservador.

En su origen, la SF pretendía abocarse a tareas sociales hacia los más necesitados, pero eso sólo repuntó en 1944, para la elección municipal. Ese año montaron cuatro consultorios en comunas populares de Santiago, según su memoria anual, con fines electorales. “Si bien a través de sus mismas militantes la SF buscó presentarse como un espacio político de acción social, a la larga terminó siendo una plaza de búsqueda de votos para los candidatos hombres del partido”, escribe.

Aun así, los resultados del Partido Conservador no fueron los esperados: perdió terreno frente al Partido Radical y la izquierda. El desafío era aumentar la participación femenina y conquistar el voto obrero. Y aquí el factor anticomunista aparece relevante.

Para el senador Horacio Walker Larraín, la SF debía implicarse en la lucha política, sobre todo para enfrentar el trabajo de propaganda del PC. Si los comunistas utilizaban un discurso “basado en el odio y lucha social”, la mujeres conservadoras podían “adoptar una táctica parecida, sustituyendo el odio por el amor cristiano”.

-El anticomunismo venía de los años 20 y 30, pero se agudiza en los 40. Comienza la Guerra Fría y el Papa Pío XII da un discurso a favor de la participación de la mujer para proteger el hogar del comunismo. El anticomunismo caló hondo entre las mujeres de derecha y va a ser un factor de movilización.

La década del 40 cerró con un balance paradójico: la persecución de los comunistas por el gobierno de Gabriel González Videla, quien declaró ilegal al PC, y el voto femenino universal en 1949.

En las elecciones presidenciales de 1952, las mujeres votaron por primera vez.

La llamada ley maldita avivó viejas grietas y nuevas heridas en el Partido Conservador. Mientras la facción tradicionalista consideró necesaria la ley para combatir al comunismo, los socialcristianos creían en el trabajo político, no en la represión. El partido terminó dividido y su Sección Femenina también.

El voto universal afectó al mundo feminista, incluidas las mujeres de derecha: el sufragio detuvo las movilizaciones, las que retornarían en el gobierno de Eduardo Frei y Salvador Allende y en los 80, durante Pinochet.

Pese a la distancia y los cambios culturales, la autora reconoce rasgos que permanecen entre las mujeres de derecha hoy:

-El anticomunismo es una constante. La derecha política de hoy, como conjunto, no parece ser feminista: los partidos de derecha siguen siendo profundamente masculinos. Cuando se votó la norma de paridad para la elección de convencionales, y que fue apoyada por Erika Olivera y Marcela Sabat, la UDI amenazó casi con dividir a Chile Vamos. No hay real interés en potenciar liderazgos femeninos. Pese al tiempo que ha pasado, las cosas siguen más o menos igual. Y me imagino que la elección presidencial, donde el voto de las mujeres fue decisivo, debe haber sido una alarma de emergencia para el sector.