Tenía el aspecto de una osadía fenomenal o de una terrible extravagancia. En cualquier caso, la idea implicaba enormes riesgos. En 1968, Nemesio Antúnez asumió la dirección del Museo de Bellas Artes con el propósito de modernizarlo, de transformar el “mausoleo” en un espacio vivo: liberarlo de su atmósfera salonesca con cortinas de terciopelo y abrir las puertas al aire fresco de los artistas, el diálogo entre las artes y el contacto con el público. Y con ese espíritu, el pintor que venía llegando de Nueva York tuvo una visión audaz: excavar todo el hall del museo para construir una sala de exposiciones en el subsuelo, la sala más moderna y más grande del país.
Bautizada como Sala Matta en honor al pintor chileno más relevante, la construcción tomó dos años y presentó una serie de desafíos técnicos para soportar la estructura del edificio levantado en 1910 y para evitar las filtraciones desde el río Mapocho. Durante su construcción, y tras la elección de Salvador Allende, Roberto Matta vino a Chile, visitó las obras y produjo cuadros con los materiales. También viajó su hijo, Gordon Matta-Clark, quien realizó una intervención en el museo.
“La Sala Matta significó disponer de un espacio moderno, absolutamente impresionante, que no existía en Santiago, y cambiar el carácter del museo: darles mayor importancia a las exposiciones temporales, animar el museo y reforzar la relación con los artistas”, dice hoy Fernando Pérez, actual director del MNBA.
A 50 años de su inauguración, la sala acaba de ser renovada gracias a un sistema de iluminación de última generación, controlado digitalmente, que le otorga una nueva dimensión cromática y que amplifica sus capacidades expositivas. El circuito permite resaltar formas y colores de manera innovadora, así como la creación de atmósferas y escenas y, gracias al uso de luces led, responde al propósito de un museo más sustentable. Además, incorpora una nueva parrilla metálica y un sistema de rieles que posibilita añadir paneles o subdivisiones en el espacio.
El proyecto tuvo un costo cercano a los $ 200 millones, financiados con recursos del Servicio Nacional del Patrimonio; fue elaborado por un comité del museo y contó con la participación del iluminador Pascal Chautard. Y forma parte de un plan maestro que busca mejorar las condiciones del edificio y ampliar sus espacios: el diseño abarca la recuperación del anfiteatro y del patio interior, mejoramiento de los depósitos y renovación del hall central.
“Eso implica un reacondicionamiento del hall que lo haga realmente un espacio público amable y que vuelva a tener cafetería, que recupere la vegetación que tuvo en algún instante y sea una continuidad con el parque, y que sea un espacio expositivo no solo de escultura, sino también de pintura”, dice Fernando Pérez.
Ese plan les permitiría ganar un 20 o un 30% más de espacio expositivo, calcula el director, y así dar mayor visibilidad a la colección. Integrada por unas seis mil obras, la mayor parte de ella se encuentra en los depósitos. Fernando Pérez aspira a exhibir un 10% de ella y mostrar al público obras de gran valor, como la colección de Roberto Matta, formada por cuadros, grabados y dibujos, o clásicos de la pintura chilena como El huaso y la lavandera o La carta.
Desde su reapertura, el museo está recibiendo unas 12 mil visitas mensuales y el desafío que se ha propuesto el director apunta a una mayor cercanía con los públicos, tanto a nivel nacional como local: montar exposiciones itinerantes, potenciar aún más la difusión a través de redes sociales y mantener una relación fluida y constante con el barrio y las instituciones culturales del sector.
El entorno del museo fue muy afectado tras el 18 de octubre. ¿Cómo ve la perspectiva de recuperación?
Yo tiendo a mirarlo desde una perspectiva histórica. Cada tanto las ciudades son afectadas por fenómenos de todo tipo, también por fenómenos sociales. No quiero disminuir un ápice su importancia y su gravedad, pero hay que tener en cuenta que si uno mira el mundo hoy, fenómenos como ese, por esas u otras razones, están ocurriendo en muchos lugares, y hay que encontrar las vías para que haya el clima social que permita la recuperación. Creo que esa es la clave. Hay que encontrar ese equilibrio social y que entre todos nos demos cuenta de que queremos compartir una ciudad. Y que es grato compartirla y es un bien para todos, para nosotros, para nuestros hijos, para nuestros nietos. No creo que sea una cosa que se pueda hacer unilateralmente, como desde la ciudad, sino que hay que recuperar el clima social, el diálogo para que eso ocurra y que la gente en verdad quiera estar sentada en la calle y tomarse un trago, salir al cine, ir al teatro. Es un diálogo no solo entre personas, también entre la ciudad y la sociedad. Estando aquí me tocaron momentos muy difíciles y creo que hoy estamos en un momento distinto y espero, como en el caso de la pandemia, que vayamos hacia un buen horizonte. Ahora, a mí me parece que efectivamente el museo es una institución, con todas sus limitaciones, querida por la gente.
¿Cuál es su evaluación del deterioro que sufrió la ciudad?
Yo creo que el deterioro más importante que tuvo la ciudad probablemente fue el del Metro y creo que eso ha logrado ser recuperado. Yo diría que los otros son deterioros más abordables y en un cierto grado han existido siempre. O sea, siempre ha habido pintadas, siempre ha habido ese tipo de cosas que en ciertos momentos políticos aumentaba, luego disminuía. Y lo importante es mantener esas cosas en un grado razonable o darles un curso. O sea, si usted va a una ciudad como Berlín, quizás la va encontrar más pintada que Santiago
Claro, pero no imagino a los berlineses quemando iglesias…
No, no quiero hacer comparaciones ni quiero disminuir la gravedad de algunos hechos. Pero uno tiene que saber que en el París de fines de 1840 y en otros lugares ha habido ese tipo de cosas, y peores, incendios y cosas muy terribles. El equilibrio social es frágil y tenemos que hacer un esfuerzo grande por mantenerlo, nunca naturalizarlo y nunca darlo por descontado, porque cuando uno menos lo piensa, algo ocurre. Hay una mayoría que se ha hecho más urbana en las últimas décadas y confío que ese aprecio por la ciudad sea un factor para valorarla y que equilibre, digamos, los de los brotes contrarios. Mientras sean minoritarios hay que encontrar la manera de controlarlos, como sea.
De los atentados al patrimonio, ¿cuál le impactó más?
Le va a parecer extraño, pero yo diría que en verdad el del Metro, porque el patrimonio no es solo el pasado, el patrimonio es algo que se está haciendo todos los días. Antes el patrimonio era una cuestión de cuatro o cinco expertos, a quienes nos gustaban las cosas que habíamos heredado del pasado. Pero hoy el patrimonio se ha convertido en un bien social. Hoy hay manifestaciones por el patrimonio, campañas, gente presionando al Consejo de Monumentos Nacionales, agrupaciones de barrio. No hay mejor protección para el patrimonio que la protección social. La protección legal, diría yo, es de algún modo subsidiaria de la protección social o es una representación con fuerza de ley de algo que la sociedad quiere. Pero si la sociedad no lo aprecia, no hay manera. En ese sentido, yo pienso que el Metro también constituye un patrimonio, un patrimonio que permite una mejor vida a millones de personas que caminan por espacios razonables, que disminuyen su tiempo de viaje. No es sólo un asunto técnico, es un patrimonio de todos los santiaguinos. Hoy no se habla solo de transporte, se habla también de movilidad. Y la movilidad incluye la experiencia del movimiento, la experiencia de los viajes. Y en ese sentido creo que un Metro que idealmente tiene pequeñas bibliotecas, espacios para el arte, lugares donde es posible hacer eventos culturales, un nivel de mantención, es un patrimonio muy importante.
Virginio Arias fue un gran escultor y su obra El descendimiento está en el hall del museo. ¿Qué le parece que se hayan ensañado con su escultura en la Plaza Baquedano?
Permítame ponerlo en una perspectiva, porque la discusión e incluso el ataque sobre el monumento hoy día da la vuelta al mundo. Ya sean los monumentos a Colón, monumentos considerados racistas en los Estados Unidos, los de la Unión Soviética y ya sea lo que nos ha pasado aquí. O sea, esto está dentro de todo eso. Creo que las personas que eventualmente pueden haber atacado el Monumento a Baquedano seguramente no sabían quién era Virginio Arias, ni que había hecho la escultura, ni tampoco sabían que García del Postigo hizo el plinto. O sea, tenemos una deuda en dar a conocer los valores artísticos que eventualmente puedan tener los monumentos. Todos los monumentos producen discusiones en un momento dado, monumentos que son cambiados, sacados, atacados. Los monumentos son muchos monumentos, es decir, en el Monumento a Baquedano yo puedo distinguir al militar triunfador de una guerra o a un personaje popular en el momento en que se hizo esa obra. O puedo ver una escultura ecuestre o un hito urbano. Todas esas cosas están contenidas en el monumento. No creo que nadie estuviese atacando a Virginio Arias, sino que estaban atacando de alguna manera un símbolo social percibido mal y de una manera súper compleja. Si usted se acuerda, las relaciones con el monumento comenzaron con las barras y con los partidos de fútbol. La celebración incluía trepar como triunfo a un monumento, pero con una bandera de Chile, o de Colo-Colo. A lo que hay que poner atención cuando tengamos un poco más de calma, distancia, es ver en qué momento esa sensación de triunfo y celebración se transmuta en una sensación de rabia y de ira. Y yo creo que probablemente en ese momento la escultura se convirtió en algo así como un símbolo social y es al símbolo social al que se ataca.
¿Debería volver a la plaza?
No lo sé. No creo que haya que convertir este tema de la escultura en una suerte de gallito social, de sí o no. Hay que encontrarle el mejor lugar, el mejor lugar a una parte de la historia y a una obra de arte, a las dos cosas al mismo tiempo. Los monumentos muchas veces cambian. No es sencillo. La Plaza Italia fue concebida con ese monumento, pero la Plaza Italia está sometida también a un cambio de trazado que casi seguro que va a ocurrir. Entonces la escultura habría que trasladarla de todas maneras. Yo creo que hay que dejar que las aguas se aquieten para ver cuál es el lugar. A quienes, como yo, amamos la historia, no nos gusta demasiado borrar las memorias, incluso la memoria de aquello que nos disgusta. Yo creo que es importante que un país conserve incluso los recuerdos de momentos que puedan no ser felices. Si usted me pregunta, diría que es una reflexión y una discusión pendiente.