A menudo pensaba en el suicidio. Kenzaburo Oé tenía poco más de 20 años, había estudiado literatura francesa y el existencialismo de Jean Paul Sartre de algún modo caló en él. Aunque creció durante la Segunda Guerra Mundial, no recordaba su infancia con amargura. Muy pronto publicó sus dos primeras novelas, que tuvieron una exitosa recepción. Y, sin embargo, se sentía sin rumbo. Pero en 1963 coincidieron dos hechos que remecieron su vida y delinearon su obra: nació su hijo Hikari y viajó a Hiroshima.
El día que nació su primer hijo, el 13 de junio de 1963, estuvo lejos de ser un momento de alegría: el niño nació con hidrocefalia, causada por una hernia cerebral. Los médicos le advirtieron al padre que era una inflamación inusitada, una malformación que ellos nunca habían visto. Era un bebé con apariencia monstruosa.
“Este pequeño bebé era una especie de personificación de mi infelicidad. Parecía un bebé con dos cabezas”, dijo a The New Yorker. “Esta fue la crisis más importante de mi vida”.
Nacido en 1935 en Ose, un pueblo de montaña en la isla de Shikoku, Kenzaburo Oé murió el 3 de marzo pasado. Premio Nobel 1994, tenía seis años cuando Japón atacó Pearl Harbour, nueve cuando murió su padre y 10 cuando el país se rindió, luego de las devastadoras bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. En su obra reflexiona en torno al dolor y la sanación, al pacifismo y las secuelas de la guerra.
Cuando nació su primer hijo, en Japón no había una cultura de cuidados y respeto hacia las personas con discapacidades. Los médicos les explicaron al escritor y a su esposa que el niño no sobreviviría en esas condiciones. Necesitaba una cirugía compleja, pero incluso si sobrevivía a ella, quedaría con secuelas graves, como un “vegetal humano”.
A dos meses del nacimiento, Oé viajó a Hiroshima. El niño aún estaba en el hospital, pero el escritor partió a cubrir un congreso sobre desarme nuclear. “Estaba escapando de mi bebé. Para mí fueron días vergonzosos de recordar. Quería escaparme a algún otro horizonte”, contó.
En Hiroshima conoció al doctor Fumio Shigeto, director del hospital, un sobreviviente de 1945 que atendía a las víctimas de la bomba. A Oé lo conmovió su coraje y su voluntad. Shigeto le contó que aunque desconocían los efectos reales y duraderos de la radiación, debían intentarlo: “Si hay personas heridas, si tienen dolor, debemos hacer algo por ellas, tratar de curarlas, incluso si parece que no tenemos ningún método”. Kenzaburo Oé pensó en su hijo: “Y entonces supe que debía enfrentar a mi bebé, pedir la operación y hacer todo lo posible para cuidar de él. Regresé a Tokio y operaron a mi hijo”.
Hikari, cuyo nombre significa Luz, sobrevivió, pero quedó con secuelas permanentes: autismo, visión limitada, dificultades físicas y convulsiones epilépticas. Kenzaburo Oé y su esposa se dedicaron a cuidarlo y estimularlo. Y la existencia de Hikari le dio razones contra el suicidio. “Hasta entonces, había sido una persona pasiva. Mi vida había sido oscura y negativa”, dijo, “pero con el nacimiento de mi hijo se me abrió el corazón”.
La vida de Hikari se conectó profundamente con la creatividad de su padre: Oé comenzó a escribir para darle voz a su hijo.
Un año después, el escritor publicó Una cuestión personal, la novela que consolidó su obra. En ella narra la historia de Bird, un joven padre con un niño idéntico a Hikari, “un monstruo con cabeza de gato y el cuerpo hinchado como un globo”. Los médicos le dicen que es mejor dejarlo morir. Bird pregunta si sufrirá. “¿Usted cree que los vegetales sufren?”, le responden. Bird quiere escapar, sueña con viajar a África y se refugia en una amante. Atormentado, piensa matar al bebé, pero finalmente decide salvarlo.
Por la misma época Oé escribió Agüí, el monstruo del cielo, una historia breve donde un padre provoca la muerte intencional de su bebé, afectado por un tumor. Cuando la autopsia revela que se trataba de un tumor benigno, el fantasma del niño comienza a atormentar al padre.
“Mientras lidiaba con la existencia de Hikari en estas formas literarias creativas, Oé también estaba lidiando con el propio Hikari de una manera sorprendentemente creativa”, dice Lindsley Cameron, autora de La música de la luz: la extraordinaria historia de Hikari y Kenzaburo Oé.
El escritor y su esposa buscaron formas de comunicarse con el niño, incluso contra la opinión de los médicos, que lo consideraron una pérdida de tiempo. Un día notaron que Hikari reaccionaba al sonido de los pájaros. “Así que compré discos de los pájaros salvajes de Japón. Hice una cinta con cantos de 50 especímenes de pájaros”, contó el autor en una entrevista en Berkeley. Durante tres años puso la cinta insistentemente, hasta que un día Hikari habló.
El niño tenía seis años. Estaban paseando por el bosque y de pronto, al escuchar el canto de un ave, Hikari lo reconoció: “Es un ruiseñor”, dijo. Al día siguiente, identificó otro: “Es un gorrión”. Poco a poco, comenzó a comunicarse.
La madre llenó la casa de música: Bach, Mozart, Chopin y Beethoven. Hikari escuchaba concentrado y pronto pudo identificar las obras. Sus padres llevaron una profesora de piano a casa, Kumiko Tamura, una maestra de niños virtuosos que aceptó el desafío como una forma de terapia para el niño. Rápidamente ella observó su extraordinaria memoria y habilidades musicales. Le enseñó a improvisar y a escribir, y a los 13 años Hikari le mostró su primera composición.
Para entonces, Kenzaburo Oé había publicado Cuadernos de Hiroshima, un conjunto de testimonios de los sobrevivientes y los médicos que conoció en su viaje a la ciudad. Y profundizó sus reflexiones en torno a ser padre de un niño discapacitado en una serie de obras: Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, Las aguas han invadido mi alma y Despertad, oh jóvenes de la nueva era.
A su vez, Hikari fue variando y puliendo sus piezas, breves y delicadas composiciones para cámara. Con el apoyo de sus padres y su maestra, en 1992 publicó su primer CD, una colección de 25 obras para piano y flauta. Fue el primero de tres discos que en conjunto vendieron 600 mil copias.
¿Por qué la gente compró estos discos poco publicitados?, se preguntó The New York Times en 1995. “Sencillamente, porque la música es hermosa. Es totalmente accesible, y mientras que las primeras piezas atraen principalmente por su simplicidad y encanto, algunas de las últimas, más oscuras, son extremadamente conmovedoras, con melodías inquietantes y una elegancia y economía de desarrollo sorprendentes”.
Hikari tiene la capacidad verbal de un niño de tres años, pero sus logros musicales son extraordinarios, “incluso en una persona normal”, dice Lindsley Cameron.
En su discurso de aceptación del Premio Nobel, en 1994, Kenzaburo Oé recordó que en su niñez lo maravillaron dos libros: Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, y El maravilloso viaje de Niels Holgersson, de Selma Lagerloff. Entonces soñaba con entender algún día el lenguaje de los gansos. Recordó también que los pájaros fueron los mediadores que le permitieron a su hijo llegar al mundo de la música:
“En mi nombre, Hikari ha cumplido así la profecía de que algún día podría entender el lenguaje de los pájaros”, dijo.
En esa época el escritor dijo que ya no escribiría más: Hikari ya había encontrado su voz. Sin embargo, dos años después editó A Healing Family, un libro que repasa la vida junto a su hijo, celebra sus logros y los logros de su familia, que completan otro hijo y una hija. Allí escribió que en la música de Hikari “hay un poder curativo, un poder para sanar el corazón”. Y agregó: “Porque en la música o literatura que creamos, aunque llegamos a conocer la desesperación, esa noche oscura del alma por la que tenemos que pasar, descubrimos que al darle expresión podemos ser sanados y conocer la alegría de recuperarnos; y como estas experiencias vinculadas de dolor y recuperación se suman uno a otro, capa sobre capa, no sólo se enriquece el trabajo del artista sino que sus beneficios son compartidos por otros”.
Entrevistado por la revista Paris Review en 2007, Kenzaburo Oé se declaró fiel a los dos grandes temas que conmovieron su vida: “Soy una persona aburrida. Leo mucha literatura, pienso en muchas cosas, pero en la base de todo están Hikari e Hiroshima”.