La escena ocurrió en una estación de trenes, a la afueras de Londres. Rose Worth y su hermana llegaron con David arropado como un pequeño bulto. Era 1942, Segunda Guerra Mundial. Rose estaba casada, su marido se encontraba en el frente y el niño nació de una relación de infidelidad con David McEwan. Cuando ella supo que su esposo volvía a casa, publicó un anuncio en un diario local: “Se busca hogar para un bebé varón, de un mes; cesión completa”. El bebé fue entregado en aquella estación a una pareja que respondió al anuncio.

Dos años después, Rose enviudó, se casó con David McEwan y ambos fueron padres de Ian, quien creció sin saber que tenía un hermano mayor. Y se convirtió en uno de los grandes novelistas británicos. McEwan se enteró de la historia y conoció a su hermano David Sharp recién en 2002. Mientras su hermano publicó una memoria, Cesión completa, McEwan nunca quiso escribir sobre este episodio. Pero ahora forma parte de su nuevo libro, Lecciones.

Recién publicada por Anagrama, Lecciones es una de las novelas más extensas y ambiciosas del autor de Expiación. También la más personal. En ella entrelaza historia, ficción y memorias, atraviesa los últimos 60 años, desde la crisis de los misiles en Cuba a la pandemia del Covid, y narra la historia de un personaje con el que comparte varios rasgos biográficos.

-Durante mucho tiempo mis editores me preguntaron si iba a escribir mis memorias... Bueno, estas son mis memorias, en cierto modo. Buena parte de mi vida familiar está ahí, y concretamente mi hermano, que yo no supe que existía hasta que cumplí los 52 -dice en una conexión de Zoom desde la biblioteca de su casa.

Compañero de generación de Martin Amis, Julian Barnes y Salman Rushdie, autor de una veintena de obras, entre cuentos, ensayos y novelas, McEwan quería abordar el tema familiar desde la ficción, de una forma novelada. Este libro que trabajó durante la pandemia se prestaba para ello: “En parte, el proyecto de esta novela era mirar cómo algunos acontecimientos de nuestra vida o del panorama mundial extienden una sombra muy amplia”, dice.

Ian McEwan desde su casa.

Recuerda también a dos hermanastros, nacidos en el primer matrimonio de su madre, que tuvieron vidas separadas: una fue entregada al cuidado de una institución y otro fue criado por una abuela muy estricta “y tuvo una infancia muy infeliz”.

-Así que, en cierto modo, esta es una historia de guerra, no solo una historia personal, sino que es la intersección de la Segunda Guerra Mundial en las vidas privadas. Y eso es lo que más me interesa: cómo esos acontecimientos con mayúsculas tienen la capacidad de entrar en nuestras vidas personales a un nivel más íntimo. Y no solo es un asunto de soldados, de la gente que queda atrás y que se preocupa por ellos, sino también los niños, las niñas, los hijos tienen unas vidas conformadas o rotas directamente por esos acontecimientos... En nuestro país, en Inglaterra y en Europa, hay centenares de miles de niños, por no decir millones, que ahora están empezando igual una nueva vida por la guerra.

Lecciones narra la historia de Roland Baines, un hombre nacido en 1948 que creció a la sombra de la Segunda Guerra y vivió parte de su infancia en el norte de África, como el mismo McEwan, cuyo padre era agregado militar. Roland vive en diferentes lugares, se casa con Alissa Eberhardt, hija de una líder antinazi en Alemania; tienen un hijo, pero su vida se derrumba cuando ella lo abandona con el bebé abruptamente. Entonces comienza a reconstruir recuerdos y sus días en el internado, donde estudió con una maestra de piano que dejó honda huella en él.

La novela responde a dos principios que perseguía el autor. Por un lado, “dar una visión general de todas las crisis políticas e hitos a nivel mundial que habían tenido impacto en mi vida, empezando por la crisis del Canal de Suez, hasta la caída del Muro de Berlín, la pandemia y el ataque al Capitolio de Estados Unidos”. Y, a su vez, abordar literariamente su historia personal, con un personaje conectado a su biografía.

“Supongo que Roland Baines es la persona que habría podido ser yo, si no hubiera encontrado la escritura ni hubiera abandonado la escuela”, dice.

Aun cuando gran parte del material de Lecciones proviene de sus recuerdos, McEwan prefiere la forma y los recursos de la novela en lugar de las memorias tradicionales. ¿Por qué?

-Porque quería entrar en los sentimientos, en las emociones… La novela es una de las maquinarias más bellas que hemos inventado para investigar la vida privada y la relación de la vida privada para con la sociedad en el sentido más amplio -dice.

McEwan, Hitchens y Martin Amis.

Con 75 años, el ejercicio de volver sobre su historia y revivir momentos emocionales lo llevó a reflexionar sobre las elecciones en la vida y lo accidental que pueden resultar.

-Hablando con muchos de mis amigos escritores, que también tienen esta edad, 70 y algo, creo que uno llega a un punto en el que reflexionas y contemplas todo el curso de tu vida. Durante el confinamiento, muchos de nosotros, personas ya mayores, nos encontramos en ese aislamiento forzado y mirando hacia atrás, a nuestra infancia, a nuestra adolescencia, la transición interesante a la vida adulta, y preguntándonos por cosas que son importantes y que están en esta novela. Por ejemplo, ¿hasta qué punto tenemos opciones o hemos decidido cosas en la vida que hemos vivido? Hay gente que ha ido a la universidad y ha encontrado a quien iba a ser su marido o su esposa. ¿Por qué has escogido esa universidad? Pues por motivos realmente que tienen que ver con el azar. Y ese azar es fascinante y está ahí desde el principio de nuestra vida. Creo que vale la pena reflexionar sobre el hecho de que si tus padres hubieran hecho el amor cinco segundos más tarde, tú no serías tú, tú no existirías. Otro esperma habría llegado a ese óvulo y serías tu hermano o tu hermana, es decir, otra persona dentro de la familia, pero tú, como tal, no existirías.

La imaginación y los límites

Uno de los elementos poderosos de la novela es el deseo, tema que está presente en gran parte de la narrativa de McEwan. Pero que hoy podría estar en entredicho, sobre todo desde la perspectiva masculina.

-Hace dos o tres años escuchaba un programa de radio y un joven novelista dijo: ‘ya no me atrevo a escribir del deseo masculino’. Yo me sentí horrorizado con esa declaración, porque pensé, ¿y cómo lo haces? Porque es un tema importante, ¿no?

El tema lo lleva a reflexionar sobre los límites actuales de la libertad creativa:

-Yo soy escéptico respecto de aquellos que intentan frenar los límites de la imaginación de otras personas. Yo creo que está desapareciendo la libertad de expresión en muchos estados autocráticos, parece que hay menos libertad. Creo que estamos en una gran recesión de la libertad de expresión y es doloroso ver esto en universidades, en los campus, en el debate público, en sociedades relativamente libres. Pues también tenemos cortada, en parte, nuestra imaginación, porque no queremos molestar a los demás. Y eso también va vinculado con lo que vemos en Estados Unidos y otros países, donde hay jóvenes que no quieren leer ciertos libros para no sentir incomodidad.

Desde luego, el escritor no comparte esas actitudes que han llevado a un auge inusitado de libros cuestionados o censurados en Estados Unidos:

-Si no quieres leer, no leas, pero no impidas a otros hacerlo. Hemos visto cómo se han retirado libros de las bibliotecas de las escuelas. Y, la verdad, yo espero que el péndulo empiece a girar hacia el otro lado, y que encontremos un punto de normalidad y de decencia al respecto. Porque no puedes frenar la imaginación o controlar la imaginación de otras personas. Creo que tendríamos que tener una sociedad libre y abierta, y si encuentras un libro puedes opinar en contra, pero no puedes limitarlo.

La versión cinematográfica de Expiación.

En su caso, recuerda la lección que aprendió de Philip Roth, el gran novelista americano, quien le dijo: “Siempre tienes que escribir como si tus padres estuvieran muertos. Es decir, no te preocupes por molestar o incomodar a tus padres Y seguí su consejo”. dice. “Creo que la culminación del deseo es el momento sensorial más potente en nuestra vida adulta. Por tanto, ignorarlo, evitarlo, evitar que otros escriban sobre ello, no hablar de ello, no ponerlo sobre el papel, para mí es una locura.”.

Hoy, en este debate en torno a la libertad de expresión se cruza también la pregunta en torno al pasado: cómo juzgarlo. ¿Es legítimo mirarlo con los criterios del presente?

-Creo que es un ejercicio útil preguntarte cómo nos mirará el futuro y qué estamos haciendo hoy. ¿Qué pensará el futuro de nosotros y de lo que hacemos? ¿De qué van a debatir? Igual el futuro nos condenará por tardar tanto tiempo en tomarnos en serio el cambio climático -se aventura. Y añade:

-Al mismo tiempo, hemos visto un movimiento muy interesante de parte de jóvenes británicos que están abriendo el debate sobre la riqueza, una riqueza derivada de la esclavitud. Hace un par de años vivimos un momento extraordinario en la torre de Bristol, donde hay una estatua de un personaje local que había hecho su fortuna con las plantaciones de azúcar en el Caribe. La gente se preguntó: ¿Por qué esta estatua está dominando la plaza? Y la tiraron al río. Es útil recordar que esa estatua había sido objeto de debate para que fuera retirada durante 25 años. Hubo una reflexión larga sobre la cual la autoridad no quería tomar parte. Ahora existe un movimiento sobre si estas estatuas deberían estar en los museos. Creo que hay algo decente en ese impulso. Pero también hay otros de gente que recaba firmas para que se dejen de estudiar los libros de David Hume, el gran filósofo, porque hizo algunas reflexiones a favor de la esclavitud, como mucha gente. Shakespeare, en un momento de hambruna en Inglaterra, se especula que se quedó con no sé cuántas toneladas de grano e impedía a la gente tenerlas. Tienes que saber que las cosas fueron del modo como fueron. Y no puedes después decir que ya no quieres leer a Shakespeare o a David Hume por eso.

El tema de los pequeños incidentes decisivos que pueden cambiar el destino de una vida o un personaje aparece, por ejemplo, en una de sus novelas más célebres, Expiación. Y acá toma nueva forma:

-Hace unos días, recibí una carta de alguien que estuvo en el internado que yo describo, en el que está Roland Baines. Él estuvo allí unos años antes que yo y me contaba que tuvo una discusión realmente muy intensa con un profesor cuando tenía 16 años, y estaba tan confundido y tan enfadado que abandonó la escuela. Por eso no se quedó a estudiar los últimos dos años y no pudo entrar en una universidad, y el curso de su vida, como el curso de la vida de Roland Baines, cambió radicalmente. No es que fuera una vida fracasada, la de Roland tampoco lo es, pero al huir de esa profesora de piano para no casarse con ella, su vida adopta otro curso completamente distinto, y eso me fascina. Ya no solo en las novelas, sino en la vida de la gente. Cómo hay pequeños acontecimientos que de repente te empujan en otra dirección. ¿Puedes tomar una decisión fatal cuando eres joven?

En el fondo de la novela está también la reflexión sobre cómo el contexto histórico modela las diferentes generaciones. “La historia, aunque no leas periódicos, aunque no sigas los acontecimientos públicos diarios, marca tu sentimiento de optimismo o de pesimismo. Es decir, tu optimismo o pesimismo viene definido por cómo te empujan o te impactan esos acontecimientos”, subraya. De cara al futuro, McEwan no es precisamente optimista.

-Creo que, básicamente, el tema del cambio climático será no solo un tema material brutal, sino metafísico también, para todos nosotros. Si no puedes estar seguro sobre la naturaleza de tu futuro, creo que entonces tienes un sentido profundo de un universo moralmente alterado y transfigurado.

¿A esta altura de su vida, cómo mira a su generación literaria?

Cuando Martin Amis falleció, estaba hablando con otros compañeros de mi generación, y en una pausa, James Fenton dijo, bueno quién será el próximo. Y nos produjo un escalofrío a todos. He perdido a Martin, he perdido a otros amigos, estamos desapareciendo. Y cada vez que uno fallece me da la sensación de que una parte de mi vida se va con él, es un cierre y, además, se añade también una sensación de soledad. Cuando miro la lista de premios literarios veo que mucha gente de nuestra generación no está y que se premia a voces que igual no han sido tan escuchadas, especialmente mujeres. Nosotros tuvimos nuestra época, una gran época en los años 70. Nadie se daba cuenta de que todos los responsables de las editoriales, empresas y novelistas eran hombres, entonces nadie lo cuestionaba y nunca hubiera tenido que ser así. No nos podemos quejar. Yo he tenido mi tiempo, mi época, y mi voz ha sido escuchada.