Fotos en blanco y negro, cajas con recortes de prensa, ediciones especiales. En el centro de su galería, Isabel Aninat revisa y ordena documentos. Hay una foto con Patricio Aylwin cuando era precandidato. Otra que reúne a una multitud de artistas donde se distinguen Mario Carreño, un jovencísimo Bororo y Guillermo Núñez riendo. Son imágenes que hablan de los 40 años de trayectoria de la galerista, una historia que partió en 1982 en una sala en calle Bucarest, Plástica 3, y que se extiende hasta su espacio actual, en el edificio CV Galería, en Vitacura.
Entre esas paredes festejará su aniversario el próximo miércoles, una celebración que quiere destacar no solo su trayectoria, sino también la historia, así como los 350 artistas que han pasado por la galería, dice.
-En un momento pensé que celebrar es muy ego y me dio pudor. Pero después dije en Chile hay mucho olvido y, además, nadie sabe el gran trabajo que hacemos las galerías. Yo partí como galerista con la idea de agrandar el círculo, y eso he hecho. O sea, yo hice encuentros con los precandidatos a la presidencia después del Sí y el No, con los artistas. Y organicé un homenaje a la Carmen Waugh, que fue tan importante para los artistas. Ese tipo de cosas son las que quiero resaltar, para que sepan quiénes son y cómo trabajan las galerías. Porque muchas veces las galerías parece que son solo el cóctel y la venta, una cosa un poco frívola. Y las galerías no tienen nada de frívolas, las pocas que han sido frívolas han muerto.
Con estudios de filosofía, Isabel Aninat hacía clases en el Instituto de Estética UC cuando se embarcó en el proyecto de su primera galería con dos socias. Luego fundó Plástica Nueva, la que finalmente dio origen a Galería Isabel Aninat. Hoy es la galerista más antigua y reconocida del país, tiene relación con museos de América y Europa y suele participar en prestigiosas ferias internacionales, como Arco Madrid y Art Bassel. Aun así, dice que extraña el romanticismo de los primeros años.
-Fue un minuto muy duro para todos, especialmente para los artistas. Sin embargo, fue un minuto muy bonito. O sea, yo personalmente lo echo de menos, porque había un idealismo tremendo, los artistas mostraban cosas en contra del gobierno pero con símbolos, con mucha poesía. Para mí la poesía es como el alma del arte. Y, además, nos uníamos los pintores, los poetas, los escritores, cosa que hoy día no pasa porque hay un individualismo tremendo. En esa época nadie andaba pensando en vender; cuando alguien vendía era una celebración tremenda. Además, no teníamos muchas cosas, los artistas traían cosas de su casa para el cóctel, si faltaba una silla ellos traían y se conversaba mucho más.
De esa época recuerda algunas exposiciones audaces, como el Colchón amatorio de Juan Pablo Langlois o la exposición de fuerte carácter político de Guillermo Núñez.
-Al final de la exposición de Guillermo Núñez, hubieras visto las cosas que le escribían en el libro de visitas: “Si eres tan comunista, ¿cómo vas a vender tan caro?”. Después con Federico Assler me decían “este viejo hace puros penes”, jajaja. Había mucha gente que decía pero esta cosa tan cara y no se entiende nada, y hoy esa misma gente me dice qué ganas de comprar, pero está tan caro. Bueno, en esa época no costaba nada y además nadie pensaba en la cosa económica. Mientras yo conversaba con los artistas ellos a veces me hacían un dibujo y me lo regalaban, y nadie pensaba en venderlo. Hoy día dar casi no existe. Hay un cambio fuerte, hay más gente interesada en el arte. En ese minuto era como de locos hacer una galería.
No era un negocio.
No. Nunca lo ha sido. Toda la plata que gano yo la meto acá en la galería. Chile no tiene el concepto real de que el arte es tan importante para la sociedad. Pero el arte da cuenta de lo que somos, a veces se adelanta y también nos sirve para abrir la cabeza. Yo le doy las gracias a cada uno de los 350 artistas que han expuesto acá.
¿Cómo se ganó la confianza de los artistas?
Una muy buena pregunta, porque además yo tengo pinta de cuica y los artistas al principio tenían resquemor. Pero cuando yo iba a los talleres, y empecé con los más importantes, por ejemplo, Rodolfo Opazo.
Gran pintor, arisco, ermitaño.
Era insoportable, no tenía confianza con nadie, y yo lo adoraba. Al final terminé siendo su sicóloga. Pero me ganaba la confianza cuando conversaba con ellos, y al final me gané la confianza de todos. Cuando hice clases en el Pedagógico fue igual, creían que yo era una espía de la dictadura, y al final me gané el premio a la mejor profesora. La confianza se gana con la conversación. No es cosa de imponer, sino de conversar y hacer cosas juntos. Es algo que echo de menos.
Ud. se ganó también la confianza de Roberto Matta, ¿cómo fue?
Matta había sido amigo de mi suegro. Me dijo éramos los dos locos totales, él debería haber sido artista, igual que yo, pero se quedó en Chile y ahí no se puede ser artista. Me hice muy amiga de él, incluso me convidó con mi marido y fuimos a Tarquinia, donde él se compró un convento abandonado y ahí puso su taller. Fuimos muy amigos, le hice una entrevista y preparamos un libro.
¿Hay mucho Matta falsificado en Chile?
Sí, aquí llega mucho, tanto que yo he sido un poquito dura con la gente. Desde lejos los miro y les digo eso es mentira. Y me dicen pero cómo si pagué 20 mil dólares. Pero un óleo de Matta no cuesta 25 mil dólares. O sea, si yo me caigo y te vendo algo falso, tengo que devolverte la plata, soy una galería seria. Ese es el riesgo de comprarle a cualquier persona, es un riesgo bastante grave.
¿El público chileno es de gusto tradicional?
Hay un gusto más tradicional en general. Los coleccionistas no, porque saben, estudian. La gente que compra para su casa es más tradicional. Ahora yo creo que las galerías tienen que preocuparse más de exportar. Yo empecé a salir en los 90 y mi impresión es que el público de una feria como Arco se impresionaba con el arte chileno, y me fue muy bien. Eso quiere decir que tenemos mucho que aportar, pero seguimos encerrados.
¿Qué más el falta al medio?
Nos falta más profesionalismo. Hay que saber que esto es un tejido donde van todos de la mano. Y en Chile como que no nos sentimos todos de la mano, entonces muchos coleccionistas van a los talleres a comprar y eso es un hoyo para galería. Y cuando un tejido tiene un hoyo, se empieza a romper.
Al principio Ud. tenía la disyuntiva de arte y mercado, arte y venta. ¿Cómo lo ve hoy?
Absolutamente que la tarea esencial de una galería es vender. Que el arte es digno y que la dignidad del artista también implica que tenga que ganar plata. El dinero es parte de esto y una galería se mantiene con las ventas. ¿Si todo tiene precio, por qué el arte no?
Ud. expuso acá a Raúl Zurita, pero me imagino que es más difícil con otros artistas políticos como Lemebel.
Yo soy muy abierta. A mí de Lemebel hay cosas que me encantan, y otras no me gustan tanto. A ver, siento que algunos artistas jóvenes están muy obvios, que hablan, por ejemplo, del estallido social, pero sin reflexión. En cambio, la cruz de Lotty Rosenfeld, por ejemplo, puede hablar de la dictadura, de la Casa Blanca, del poder. Es un símbolo que tiene muchas lecturas. A mí no me gustan las obras que tienen una sola lectura y que son tan explícitas. Creo que los artistas de género de repente caen también en una cosa muy, muy obvia, muy directa.
¿Cómo la afectó la pandemia?
Me encantó, en el sentido de que me dio tiempo para estudiar, para reflexionar, para revisar el archivo, para pensar a dónde voy. Ahora, ¿cómo me afectó económicamente? Pésimo, todavía estoy recuperándome.
La galería fue beneficiada con los Fondos de Emergencia de Cultura, y fue muy criticada. ¿Qué fue lo que más le molestó?
Primero por qué me nombraron a mí y no a todas las galerías. Todas las galerías recibieron plata, entonces yo lo veía como una cosa política por (ser la suegra de) Luciano Cruz-Coke. Pero me encantó el apoyo de los artistas, Zurita, Javiera Parada. Nombraron también a Patricia Ready, sabemos que ella tiene dinero y tal vez pensaron que yo también tenía dinero.
¿Qué habría pasado si no postula?
En ese minuto no tenía cómo pagar nada. Entonces hubiéramos cerrado. ¿Y quiénes eran los perjudicados? Los artistas. Ese tipo de cosas no las pensamos; tiramos piedras, pero no pensamos en la repercusión.
En una entrevista con este diario, la ministra de Cultura anunció una reforma a los Fondos de Cultura. Dijo que fijarse solo en la calidad genera una elitización.
A ver, yo no sé si acaso es elitista Nicanor, la Gabriela Mistral, y fueron de una calidad... Aquí mismo han pasado miles de artistas y cero elitistas, pero sí de mucha calidad. Yo creo que tiene que primar el criterio de la calidad y que no sea solamente de Santiago, la provincia tiene mucho que decir.
En esa entrevista le pregunté a la ministra si las galerías podrían seguir postulando, pero dijo que no estaba claro.
Se nota que conoce poco a las galerías y lo que hacen. O sea, un artista encerrado en su taller sin que nadie lo muestre, no existe. Y para llegar a un museo tiene que haberlo mostrado alguien antes. En la galería yo gasto mucho dinero yendo a las ferias, voy a mostrar a los artistas y entonces me estoy jugando por ellos. Pero si lo va a mostrar una municipalidad y yo no tengo la opción, ¿para qué?