Javier Gómez Santander: “Los ladrones son grandes contadores de historias y grandes creadores de mitos”

El guionista de “La casa de papel” reaparece en escena con “Relojeros”, audioserie documental que retrata en profundidad a una élite del hampa: los ladrones internacionales de relojes de lujo. Gómez Santander viajó por América Latina y Europa –junto al periodista Nahuel Gallotta– para conocer a los delincuentes y recoger historias tan inusuales como las que adelanta en esta entrevista. Eso sí, toma distancia: “No son Robin Hood, aunque les guste mucho decirlo”.


Hay relojes que cuestan unos pocos miles de dólares, otros cuestan cientos de miles y hay los que sobrepasan el millón. Detrás de todos ellos hay bandas de ladrones que se mueven por el mundo para arrancarlos de las muñecas de sus dueños. También hay policías que persiguen a esas bandas y, cada tanto, las pillan. Y un gran mercado negro que reduce la mercancía en latitudes insospechadas.

El periodista argentino Nahuel Gallotta, autoridad en el género policial, viajó hace algunos años a Madrid siguiendo la pista de argentinos, colombianos, venezolanos y chilenos que roban relojes en Europa. Allí se encontró con Javier Gómez Santander, periodista de televisión que para entonces ya había cambiado de rubro: venía de dar el golpe como guionista jefe de La casa del papel, la historia de ladrones que en su momento fue la serie de ficción más vista en el mundo. “Quedamos de tomar un café, no era una reunión de trabajo. Pero cuando Nahuel me empieza a contar sobre las bandas­ que anda siguiendo, yo pienso: guau, ¿esto no da para una investigación internacional?”.

El resultado es Relojeros. Los ladrones del lujo, podcast de seis capítulos que se estrena este martes 14 en todas las plataformas de audio. “Aquí nos hemos juntado el periodista que más ladrones conoce en América Latina con el que escribió el robo de ficción más grande, y creo que la serie da cuenta de esa mezcla”, provoca Gómez, cuya productora La Pegaso debuta con este trabajo. Presupuesto había: grabaron en México, Colombia, Chile, Argentina, Italia y España. “En todos esos países entrevistamos a los ladrones, a algunos en la calle, a otros en las cárceles. También hablamos con abogados que los asesoran, con policías, con joyeros… Y por cierto, con víctimas de estos robos”.

¿Lo que uno va a escuchar son las voces directas de estas personas? ¿O es un relato basado en sus testimonios?

No, están las voces directas, de eso se trata. Y ya que pudimos darnos el lujo de viajar a entrevistarlos, quisimos que eso también suene. Cuando oyes de fondo las motos de Nápoles, las rumbas de Medellín, el tren de Buenos Aires, es el audio real, lo grabamos allí. También tenemos los ambientes de las cárceles, que los grabaron los propios ladrones. Les íbamos pidiendo, “grábanos puertas que se cierran”, “grábanos la cumbia que están escuchando” y ellos nos mandaban por WhatsApp. Y esto no es un capricho, se corresponde con la autenticidad que quisimos darle a estas historias. Aquí damos por descontado que robar está mal, no venimos a hacer ese juicio. Esto va de que ellos, con mucha generosidad, nos cuentan todas las técnicas de su oficio, pero también nos cuentan sus vidas, su intimidad. Y yo creo que es sano escucharles hablar, porque nunca sabemos muy bien quién es esta gente. Entre los ladrones de relojes, además, te encuentras con perfiles asombrosos, porque dentro del mundo del hampa son casi los que más se preparan.

¿Por qué?

Porque necesitan entrenarse muy bien. Son siempre bandas de tres ladrones. Uno es el “marcador”, que reconoce el reloj y tiene que saber diferenciarlos a distancia. Ese suele ser el líder y el cerebro de la banda. Luego está el “cortador”, que arrebata el reloj y tiene que tener una técnica muy depurada para hacer saltar la correa. Y el tercero es el “piloto”, que se lleva al cortador en la moto y por supuesto conduce con mucha destreza. En el podcast tenemos incluso a maestros de ladrones, que hoy se dedican a enseñar a otros porque ya no tienen reflejos para robar y ser pilotos. Y tienen un discurso muy cínico, ¿no? Te dicen: “Yo no lo hago ladrón, él ya era. Yo lo ayudo a que se perfeccione y robe relojes en vez de celulares, porque se gana más plata”.

¿Para ellos no era un problema que alguien pueda reconocer sus voces?

Fíjate que la única persona que nos ha pedido que su voz no se reconozca –esto dice mucho– no es un ladrón, sino un joyero. Un mexicano al que robaron un par de veces en su tienda por tener Rolex, que es un imán para los ladrones, por ser la marca que mejor se vende en el mercado negro. Porque después del robo viene todo el flujo del dinero: cómo ellos se deshacen de esos relojes y cuál es el destino final. Casi nunca se venden en el país donde se roban, siempre aparecen en otro lado.

¿Hay destinos frecuentes?

Sí. Nosotros les preguntamos esto a policías de distintos países, incluida la PDI chilena que tiene grandes investigadores en este asunto. También hablamos con detectives privados, en Estados Unidos hay uno que sólo investiga robos de relojes. Él siguió el rastro de un reloj que se robó en Buenos Aires, en Recoleta, y lo encontró en Miami. Ese es uno de los destinos frecuentes, sobre todo en torno al edificio Seybold. También van mucho hacia Arabia Saudí, Emiratos Árabes y China. Ahora, los relojes tienen una cualidad que es única en el mercado negro: lo robes en el país que lo robes, siempre te lo pagan en dólares. Eso los hace muy atractivos para un ladrón internacional.

Contemos un poco sobre los participantes chilenos de esta historia.

Bueno, aquí cada país tiene su escuela, ¿no? Y en Chile hay grandes monreros, palabra que de hecho sólo se usa en tu país. En el podcast aparecen algunos que roban en casas en Europa, y que se vinculan con esto porque muchas veces escogen la casa por el reloj que lleva el dueño. Van mirando en la calle, o se infiltran en restaurantes de lujo, y cuando pillan a un tipo que lleva un reloj caro lo siguen durante tres días. Hay un chileno al que llamamos Torni, porque él dice que en Europa no le den un euro, ni le dejen con pan ni agua: que él sólo necesita “un torni” –un destornillador– para poder abrir todas las puertas que se le pongan por delante. También explica que él no hace grandes labores de investigación, porque tiene un talento natural para ver las puertas y saber lo que puede encontrar adentro.

¿A él lo entrevistaron en Europa?

No, estuvimos con él en su barrio de Santiago, ahí nos contó sus historias. Tiene un montón de supersticiones, algo muy propio de su gremio. Una de ellas es que, si deja los tornis encima de la cama, los tira y compra otros, porque se duermen y ya no sirven. También nos cuenta que el mejor comprador de relojes robados es un narco, porque ese no quiere ir a la tienda de Rolex a dejar su rastro, así que te lo va a pagar muy bien.

Habías pasado mucho tiempo metido en la cabeza de ladrones de ficción. ¿Qué cambió al trabajar con ladrones reales?

Que estos te dan material que no sospechabas. Por ejemplo, hay una marcadora argentina, a la que llamamos la Señora, que nos daba detalles que en la ficción no usarías, porque no se te ocurren. Ella montó una banda de ladrones porque su marido le fue infiel, entonces lo echó de casa y tuvo que ganarse la vida. Le pidió a su tío que le enseñe el oficio y se convirtió en una de las mejores ladronas de relojes. Pero también tenía dos niñas y era una madre perfecta: las llevaba al colegio y después se iba a robar. Y si tenía una reunión en el colegio, hacía esperar afuera a todos los ladrones de su banda, cosa que ellos jamás hacían con sus propios hijos, ¿no? Son detalles que nunca pensarías. Y lo que también descubres es que su deseo de progresar, de ser mejores en lo suyo, es bastante similar al tuyo. Eso de alguna manera te toca: comprobar que la ambición, el motor humano interno, dentro o fuera de la ley sigue siendo muy parecido.

Siempre es más presentable empatizar con los presuntos dolores de un delincuente, pero quizás a veces nos parecemos más en las ambiciones.

Así es. De esto nos habla en el podcast el sociólogo chileno Juan Carlos Oyanedel, que ha estudiado mucho a los ladrones. Y tenemos una historia de ambición fabulosa. Son tres muchachos de La Matanza, un barrio muy pobre de la periferia de Buenos Aires. Llegar a robar en el Obelisco ya era un salto grande para ellos. Llegar a robar relojes de lujo, con la formación que requiere, mucho más todavía. Pero cumplido ese paso deciden que quieren robar en Europa. Y contactan a un abogado para que les consiga un odontólogo, porque les faltan dientes y ahí se les nota el barrio. “Bueno, se les nota por más cosas”, les dice el abogado. Y los empieza a formar. “Para moverse entre los ricos de Europa hay que saber llevar traje”, les dice. Y los tiene durante meses caminando con traje por Buenos Aires.

Sólo para acostumbrarse…

Puro entrenamiento. Luego les va arreglando la boca, el corte de pelo, les enseña a comer en restaurantes, hasta que ya pueden irse un mes a Barcelona a comer en sitios caros y localizar las zonas. En el primer viaje nunca roban. En el siguiente ya empiezan a robar y les va muy bien. Pero quieren más, ¿no? Y a los pocos años se alían con unos pistoleros franceses para robar joyerías, que es el sueño de cualquier ladrón de relojes. Ya son ricos, te llevan a sus fiestas en aviones privados, montan todo tipo de negocios en Argentina para lavar su dinero. Llegado un momento, ya intercambian los botines por drogas e inauguran una ruta de narcotráfico inusitada: desde Amsterdam, pasando por Barcelona, a Buenos Aires. Es decir, de Europa a América, no al revés. Inundaron la noche de Buenos Aires de éxtasis y con eso duplicaron sus ganancias. Y su última ambición fue decir: “¿Y si juntamos las dos cosas y les robamos a los narcos?”.

Esta ambición no termina nunca…

Claro, pero ahí calculan mal, les roban a unos narcos muy peligrosos. Eso hace que se retiren del robo y vuelvan a Argentina a llevar vidas legales, con todas las empresas que ya tienen. Pero sí, muchos ladrones nos dicen “yo ya tenía mucho dinero, no necesitaba robar, pero ya era adicto a esa adrenalina, a la tensión, lo necesitaba”. Todos se enganchan a eso.

Cuando vemos películas de ladrones queremos que les vaya bien y que el policía pierda, total es ficción. Pero aquí son de verdad y quizás nos pase algo parecido, queramos o no. ¿Qué piensas de esa relación del espectador con el delincuente?

Eso es profundamente humano: tiendes a ir con la persona que conoces, con la que pasas más tiempo. Y aquí también te sucede, porque estás escuchando sus vidas y además te hacen gracia, los ladrones son grandes contadores de historias. Les encanta volver al barrio a contar los golpes, ¿no? Y nadie sabe cuánta mentira hay en sus relatos, porque también son grandes creadores de mitos, en sus comunidades hay muchas historias con resonancias mitológicas. Pero, como dices, esto no es ficción. Por lo tanto, fuimos a buscar a las víctimas y también las escuchamos. Porque ellos siempre dicen que están robando a ricos y que lo reparten entre los pobres, pero no es cierto. Algunos inyectan dinero en sus comunidades, pero también se lo gastan en cocaína, prostitutas y alcohol. No son Robin Hood, aunque les guste mucho decirlo. Y cuando vas a las víctimas, ahí dices “hostias, están robando a gente normal, están llevándose los recuerdos de la gente”. Pero eso lo dejamos para el final, para no condicionar la escucha y dejar que puedas conocerlos y disfrutar de sus historias.

Me contabas antes de la entrevista que también cuentan historias de otras épocas.

Lo que pasa es que nos preguntamos cuándo empezaron los ladrones a viajar a otros países para robar, quisimos ir a ese origen. Por eso la serie comienza en la Bogotá de 1950, que es cuando los colombianos comienzan a viajar a Estados Unidos y entienden que fuera de sus países pueden robar a gente con más dinero. Y eso ha seguido sucediendo. En la época del corralito argentino, por ejemplo, vinieron a Europa algunos ladrones que ya no podían robar allá, porque la gente no salía con dinero de los bancos. Y al poco tiempo llamaron a sus compañeros, los ladrones de relojes, diciéndoles “tienen que venir a ver, la gente lleva Rolex en la calle”.

¿Por qué un reloj puede costar tanta plata? ¿Qué le pasa a la gente con los relojes?

Bueno, es una de las preguntas que nos hacemos: por qué alguien se gasta en un reloj el dinero con el que podría vivir un par de años tumbado en la playa. Y la respuesta que más se repite entre la gente de relojes es algo totalmente absurdo: la pasión por el mecanismo.

¿Del reloj?

Sí, saber que eso está funcionando ahí, que tiene tantas piezas. Bueno, es una afición como cualquier otra: parece absurda, pero también te permite ir teniendo esa escalera de conocimiento, de ir identificando relojes, sabiendo qué tipo de mecanismo llevan. Un aficionado chileno, que no quiere que digamos su nombre, dice que a él no le gusta llevar el reloj por la calle, que hasta le da vergüenza. Lo que le gusta es coleccionarlos, verlos en casa, limpiarlos. Y claro, luego hay gente que lo hace más por estética o que le encanta exhibirse con un reloj de 300 mil euros.

Unos cuantos futbolistas entre ellos.

De hecho, los ladrones muchas veces tienen casi balizados a los futbolistas, porque ellos presumen en las redes de sus relojes y además van contando dónde están. En el podcast hablamos con los policías que resolvieron el robo a Marco Verratti. Él puso en las redes sociales que estaba de vacaciones en Ibiza y eso hizo que una banda de albaneses, que era seguida por la policía española hacía tiempo, volviera a España. Le robaron a Verratti tres de millones de euros entre relojes y joyas, pero la policía los agarró con el botín en el trayecto de salida de la isla.

Está de moda que periodistas de investigación se pasen a la industria del entretenimiento para poder financiar reportajes largos. Lo que es muy raro, porque se suponía que el mal periodismo migraba a la entretención, no el bueno.

Sí, es muy curioso esto. Yo siempre me preguntaba “cómo será hacer periodismo con dinero”, porque, joder, tienes que estar en cuarenta temas cada día, con una sensación de hombre orquesta que no puede demorarse en nada. En cambio ahora, además de viajar, Nahuel y yo pudimos encerrarnos durante un mes sólo a escribir y montar los seis capítulos, disfrutando de hacer un producto muy cuidado. ¿Por qué? Porque estamos estrenando en todo el mundo, el escaparate es otro. Pero claro, a mí también me gustaría que la gente pagase las suscripciones a los periódicos con la naturalidad con que paga Spotify, porque el periodismo hay que pagarlo. Mientras tanto, me parece muy positivo que los productos de las plataformas se nutran un poco de nuestro fetiche por lo real, por lo fidedigno. Incluso para una historia tan poco realista como La casa de papel, antes de escribir cualquier trama yo necesitaba saber si eso era posible o no. Para sacar el oro del Banco de España, por ejemplo, hicimos los cálculos con ingenieros para saber si esas bombas de extracción podían sacarlo realmente. Pero me preocupan más los documentales, porque la gente se está informando a través de ellos y muchas veces lo narrativo se lleva a la verdad por delante.

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