De pronto se acabó el vino. Estaban en una boda, en Caná, al norte de Nazaret. Por entonces María tenía 50 años y Jesús había iniciado su vida de predicador errante. “No tienen vino”, fue a decirle ella discretamente. Aunque él ya andaba con un grupo de nuevos amigos, los apóstoles, todavía no demostraba sus poderes públicamente. “Aún no es mi hora”, le respondió. Pero ella confiaba en él, y se dirigió a los sirvientes: “Hagan lo que él les diga”. De este modo, llenaron seis enormes tinajas de piedra con agua y prodigiosamente esta se convirtió en vino. El mejor que habían probado. Fue el primer milagro de Jesús y el que inició su fama de profeta y milagrero.
El episodio lo relata el Evangelio de Juan, uno de los que asistió a la boda, y lo rescata el sacerdote José Miguel Ibáñez Langlois (1936) en su nuevo libro La Virgen María, un bosquejo de su vida. Publicado por Ediciones UC, el libro ilumina la personalidad de la madre de Jesús, a menudo relegada a segundo plano, y ofrece una aproximación a ella con una resuelta vocación narrativa.
Durante medio siglo y arropado con el seudónimo de Ignacio Valente, el presbítero del Opus Dei fue el crítico literario más influyente del país. Admirado y temido, “el cura Valente” solía despertar también odiosidades y se llegó a hablar de “la dictadura de Valente”. Así como fue un gran lector de la obra de Nicanor Parra y apoyó decididamente a Raúl Zurita en sus inicios, polemizó con Enrique Lihn y criticó con extrema dureza, incluso con crueldad, la obra de algunos narradores. La más célebre fue la que hizo de Mala onda, la primera novela de Fuguet: la llamó “bazofia” y con su crítica, involuntariamente, empujó a los lectores jóvenes tras ella.
Figura protagónica de la literatura chilena, Ibáñez Langlois aparece también, transfigurado por la ficción, en Nocturno de Chile, una de las novelas de Roberto Bolaño. En ella el sacerdote Sebastián Urrutia Lacroix, miembro del Opus Dei, ejerce de crítico literario con el seudónimo H. Ibacache y le da lecciones de marxismo a Pinochet.
Doctor en Filosofía, poeta y autor de ensayos, entre ellos La creación poética y Para leer a Parra, Ibáñez Langlois se retiró de la crítica literaria. En los últimos años se ha dedicado a escribir y a publicar libros que exploran en los misterios de la fe cristiana, como El amor que hizo el sol y las estrellas o La pasión de Cristo.
-Yo entiendo que estos últimos libros sobre Cristo son tan escritura literaria como los anteriores -dice a través del e-mail y cuenta que sus lecturas hoy “son más bien relecturas: de Isak Dinesen, Nemirovski, Robert Harris y McEwan”.
Ahora entrega un relato biográfico sobre María que busca rescatarla desde la penumbra y desde la devoción mariana. El desafío, como dice, consistió en recrear la vida de la joven nacida en Nazaret, una muchacha judía de familia sencilla en Galilea vinculada al árbol genealógico del rey David, solo con los datos de los evangelios. Y, eventualmente, recurriendo a la imaginación literaria: “Y cuando ha sido indispensable amplificar esos datos, me he permitido suponer con la imaginación solo aquello que era realmente verosímil, o aquello que se desprendía de esos datos casi por su lógica interna”, anota.
Escrito en un lenguaje sencillo y con un estilo directo, que se abre a veces a la reflexión teológica, el libro incorpora también información histórica y cultural que le otorga contexto al relato. A través de él se lee la historia de María y la de Jesús desde la perspectiva de ella. Por cierto, el libro integra también una reflexión sobre la mujer, la maternidad y las virtudes cristianas.
La historiadora Josefina Araos, investigadora del IES, fue encargada de presentar el libro en la Universidad de los Andes. Entre otras dimensiones del texto, en su intervención destacó la audacia de dirigir la mirada hacia la Virgen María en tiempos de feminismo. “Porque es una mujer, pero que poco se adecúa a las aspiraciones más o menos establecidas en la opinión dominante. María es maternidad, obediencia, renuncia, resignación, entrega; todas disposiciones que generan ruido. La aproximación del feminismo a su figura suele de hecho ser conflictiva: es como si en ella se confirmaran las razones del lugar históricamente relegado de la mujer”, dijo. Y agregó: ”El autor no quiere resignarse al silencio de los textos evangélicos. O más bien, hay en él una cierta queja permanente a lo largo del libro por asumir ese silencio como uno que confirma el poco protagonismo de María, por habernos acostumbrado quienes creemos a su grandeza, sin hacernos pregunta alguna, y aquellos críticos, habituados a su relegación, ya confirmada, tampoco se interesan sobre ella”.
En la presentación, Ibáñez Langlois comentó que este era su mejor libro y eventualmente el último.
-A mi edad, 86, cualquier libro puede ser el último -dice ahora a La Tercera Domingo-. Y el mejor… el mejor le parece a uno el más reciente. Lo escribí porque, después de dos o tres libros dedicados a Jesús, habría sido el colmo no poner los ojos en su madre. Incluso debí escribirlo antes.
¿Qué sentido tiene publicar un libro sobre la Virgen María en estos momentos, cuando la Iglesia parece afectada por una profunda crisis?
Tiene más sentido que nunca. Un maravilloso título de la Virgen es este: “madre de la Iglesia”. Cuando un niño está en aprietos, su primera reacción es llamar a su madre. Un anciano en su segunda infancia hace lo mismo, y, si puede, lo hace escribiéndole. ¿No se nota que este libro es un grito de socorro?
El libro es un intento por resaltar a María, que a veces suele perderse en la imagen de la Virgen. Ella es la “llena eres de gracia”, la madre de Dios, la virgen y santa: ¿cómo puede identificarse con ella una persona que lidia diariamente con sus emociones, pasiones y dificultades?
La Virgen María lidió con más tribulaciones, dificultades y penas que nadie en esta tierra. Su santidad no le ahorró esas pruebas; al contrario, las multiplicó. Por eso es tan fácil identificarse con ella en nuestras aflicciones, y pedirle que nos dé su fuerza para sobrellevarlas.
María es una figura discreta, silenciosa. ¿Qué influencia tuvo en la formación de Jesús y cómo siguió su relación después, cuando él comenzó su vida pública?
María educó a Jesús niño, lo cuidó en su juventud y lo sirvió en su madurez. Cuando Jesús se separó de ella para iniciar su ministerio público, siguió tan unida a él como si nunca se hubiera movido de su lado. Y esa unión llegó al máximo cuando estuvo él crucificado y ella al pie de la cruz, unidos en un dolor supremo. Allí nos la dio él como madre nuestra para siempre.
El primer milagro de Jesús ocurrió en la bodas de Caná, y fue por petición de María. Jesús se resiste al principio, pero finalmente lo cumple. ¿Qué le dice a usted este episodio?
La petición de María a Jesús, tan sencilla y breve, “No tienen vino”, nos anima a recurrir a él de la misma manera, con la simple exposición del hecho, sin los historiados ruegos que a veces dirigimos al cielo, como si Dios no supiera lo que necesitamos.
Como usted resalta, al final, en la hora de la crucifixión, los apóstoles desaparecen y es ella quien está al pie de la cruz. Usted imagina que ella vuelve a pensar en el pesebre…
Ella lo recibió en su regazo como si fuera un niño otra vez, ella lo limpió y lo abrazó y besó con el corazón destrozado. La representación más hermosa de ese instante la tenemos en la Pietà de Miguel Ángel.
María suele identificarse con la maternidad, la obediencia, el silencio. ¿Cómo puede dialogar con las mujeres de hoy, en tiempos de feminismo?
En tiempos de feminismo las mujeres siguen siendo mujeres. Más aún, hay varios precedentes de feminismo, eso sí que positivo y equilibrado, fundado en la figura de María, por ejemplo en Francia. Recordaré el de Tatiana Goritcheva, que en plena Unión Soviética fundó un movimiento de esa especie llamado “María”. Y cómo no, si ella es la femineidad perfecta.
¿Qué piensa de la idea del sacerdocio femenino y de la bendición de las uniones homosexuales, temas que discute la Iglesia en Alemania?
Que la Virgen misma, la bendita entre todas las mujeres, no fue sacerdotisa. Es la prueba más clara de que no se trata de discriminación. Jesús ordenó sacerdotes a 12 varones, que estaban inmensamente por debajo de María. En cuanto a las uniones homosexuales, nunca serán matrimonios para la Iglesia, como tampoco lo fueron para Cristo.
En el documento “Para tutelar el carisma”, el Papa Francisco le restó poder e independencia al Opus Dei, al determinar que el prelado de la orden no podrá ser obispo y dependerá del ministerio del Clero. Algunos teólogos lo leyeron como una pérdida de privilegios o incluso una degradación. ¿Qué le parece a usted?
El Papa Francisco, en el contexto de la reforma de la curia romana, puso al Opus Dei bajo la dependencia del dicasterio del clero: se trata de un cambio administrativo. El prelado del Opus Dei, hoy como ayer, no tiene por qué ser obispo: no por eso es menos prelado. Hablar de degradación no tiene sentido: el Opus Dei es la misma prelatura personal que era.
Puede aún considerarse a la Iglesia “santa”, como reza el Credo, después de los escándalos de abusos sexuales y ocultamientos que hemos conocido?
Antes o después de esas miserias, la Iglesia es santa porque es el cuerpo de Cristo en la tierra, no por la virtud de sus miembros, que puede ser mayor o menor. Hoy, como siempre antes, la Iglesia está compuesta por hombres, que es tanto como decir: por pecadores. Y también por santos.