La celebración del 18 de septiembre fue una fiesta inolvidable. Llegaron muchos amigos y dos invitados especiales: Enrique Lafourcade, el maestro, y el antipoeta Nicanor Parra. A ellos se sumaron los amigos más fieles de Mariana Callejas, los habituales del taller literario en la casa de Lo Curro: Gonzalo Contreras, Carlos Franz y Carlos Iturra. Fue una tarde feliz. El antipoeta recitó, jugó con los hijos de la anfitriona y estampó una dedicatoria en uno de sus libros: “Para mi más joven admirador, mi amigo Chris Townley”. Al anochecer sonó el teléfono, un llamado para la dueña de casa desde el extranjero: era Michael Townley desde Washington y, en clave, le informó a su esposa que todo iba viento en popa. Es decir, que la bomba ya estaba instalada en el chasis del auto de Orlando Letelier. Ella cortó, rápidamente marcó un número de la DINA y transmitió la información.
Tres días después de la fiesta, el 21 de septiembre de 1976, el auto en el que viajaban Letelier, excanciller del gobierno de Salvador Allende; su secretaria, Ronni Moffitt, y su esposo, se elevó por los aires y cayó envuelto en llamas en Washington.
El plan se había urdido en la casa de Lo Curro, la misma donde solo unos meses atrás había sido asesinado el diplomático español Carmelo Soria, y donde Eugenio Berríos, a quien los niños llamaban tío Hermes, instaló un laboratorio para desarrollar gas sarín. A esa casa llegó un par de veces, sin previo aviso, Manuel Contreras, el jefe de la DINA. Y en ella la dueña se lucía como anfitriona de sus amigos escritores los miércoles por la tarde, día del taller.
En esa época, la vida doble de Mariana Callejas se transfiguraba en sus cuentos. “Cuentos que se encarnan no en historias de espías o agentes secretos, sino de guerrilleros urbanos de izquierda que la mayoría de las veces protagonizan alguna tragedia sangrienta”, escribe el periodista Juan Cristóbal Peña en su nuevo libro, Letras torcidas, un minucioso perfil de Mariana Callejas.
Director del Magíster de Periodismo Narrativo de la Universidad Alberto Hurtado y autor de destacados libros de investigación, entre ellos Los fusileros, La secreta vida literaria de Augusto Pinochet y Jóvenes pistoleros, Peña sostuvo una ronda de entrevistas con Mariana Callejas en 2010, en vísperas de la resolución de la Corte Suprema que la condenó como coautora del asesinato del general Carlos Prats y su esposa en Buenos Aires. Esas entrevistas fueron el punto de partida del libro, al que dedicó cuatro años de reporteo y escritura.
-A medida que me sumergía en la vida subterránea y en la obra de Mariana Callejas, lo que me parecía más sorprendente era la vida doméstica que se construye en torno a la casa de Lo Curro, que es una casa-cuartel con fachada de casa de familia, con mamá, papá, hijos y servidumbre. Me parecía que ahí había algo muy perturbador y, a la vez, muy revelador sobre el personaje y su entorno, el modo en que ella construyó una suerte de desdoblamiento de funciones, donde podía ser dueña de casa, mamá, una excelente anfitriona, líder de los talleres literarios y a la vez también una agente muy activa del terrorismo de Estado. En ese sentido, me parece que hay similitudes con una película como Zona de interés.
Ganadora del Oscar a Mejor Película Internacional, Zona de interés se basa en el libro homónimo de Martin Amis y relata la vida del comandante Rudolf Hoss y su esposa, quienes llevan una vida aparentemente normal junto al campo de concentración de Auschwitz, ignorando el horror.
En este caso, Michael Townley, Mariana Callejas y tres de sus hijos se trasladaron a una casa de tres pisos comprada por la DINA, un inmueble que cumplía varios propósitos: taller de fabricación de bombas, lugar de detención y siniestro laboratorio químico.
-Manuel Contreras, el director de la DINA, le propuso a Townley buscar un lugar donde vivir con su familia, pero que a la vez sirviera de cuartel secreto, el cuartel Quetrupillán. En los primeros pisos había un laboratorio de electrónica, un laboratorio fotográfico, una oficina con una secretaria que llevaba la documentación, información de opositores, registros contables de los gastos de la casa y de las operaciones. Agentes armados cumplían la función de guardias y choferes, con autos asignados por la DINA, con antenas a la vista. La casa también tenía una gran antena visible. Y había una casita aledaña, donde Eugenio Berríos experimentaba con gas sarín, para eliminar no solo a opositores o partidarios problemáticos, sino también pensando en una guerra con Perú y Argentina. Un delirio de Manuel Contreras. Todo eso estaba en juego en la casa cuartel de Lo Curro, donde los dos niños menores iban al colegio, celebraban cumpleaños e invitaban compañeritos.
Profusamente documentado, con gran números de fuentes, testimonios judiciales, correspondencia y entrevistas inéditas, Peña compone un acabado perfil que ilumina las contradicciones, talentos y sombras de la vida de Mariana Callejas. Escrito con estilo y vocación narrativa, el perfil se lee como una magnética novela de no ficción en torno a la agente, cuya vida estuvo marcada “por la escritura, los crímenes y la vida familiar”. Y que inspiró la novela Nocturno de Chile, de Roberto Bolaño, y la obra teatral El taller, de Nona Fernández.
Violencia y literatura
Nacida en 1932 en un pueblo de la IV Región, Callejas creció en Santiago y a los 15 años simpatizaba con el comunismo. A los 20 conoció a un joven judío-uruguayo que la acercó al socialismo sionista. Se casaron y viajaron a Israel. Participaron en la fundación de un kibutz, del que ella salió agotada y con nuevo marido, el norteamericano Allen Earnest, con quien tuvo tres hijos: Ron, Andrew y Susan.
Sin embargo, el matrimonio no prosperó. En una fiesta con amigos judíos en Santiago, Callejas conoció a Michael Townley, un chico americano de 17 años, nacido en Iowa, hijo del representante de la Ford en Chile. Townley había abandonado el colegio y era fanático de los autos y las motos. A los 18, él se convirtió en su tercer esposo, con quien tuvo dos hijos: Christopher y Brian.
Townley ejerció varias ocupaciones y se involucró en un negocio rentable pero fraudulento: la pareja terminó refugiándose en Miami, donde é se empleó en un taller mecánico, ella comenzó a escribir cuentos y, según su testimonio, marcharon contra la guerra de Vietnam. Progresivamente, tal vez por el contacto con los exiliados cubanos con los que Mike solía beber cerveza, la pareja fue contagiándose de anticomunismo. Y en 1970, tras la elección de Salvador Allende, volvieron a Chile con la intención de “hacer algo”.
De esta forma, se integraron a Patria y Libertad, donde eran vistos como “dos bichos raros”, acota Peña: una pareja medio hippie en cuyo patio preparaban bombas molotov, planeaban acciones de sabotaje, fumaban marihuana, escuchaban a Marvin Gaye y Simon & Garfunkel, y solían juntarse con otras parejas a ver películas porno. Un dúo que quería hacerse notar y resultaba difícil de controlar para los dirigentes del movimiento. Su colaboración con el grupo acabó en marzo de 1973, cuando Townley participó del asesinato de un obrero en las instalaciones de Radio Concepción.
Townley huyó a Estados Unidos, su esposa lo siguió meses después y juntos celebraron el Golpe en Miami. De regreso en Chile fueron contactados para integrarse al nuevo servicio de Inteligencia, que seguía órdenes de Manuel Contreras.
La primera misión que cumplieron fue el asesinato del general Carlos Prats en Buenos Aires. Townley fabricó e instaló la bomba en el auto de Prats. Mariana Callejas estaba junto a él, tenía el detonador y trató de hacerla explotar, pero no pudo y finalmente la detonó él. A esa acción se sumaron otras operaciones criminales, como el atentado contra Bernardo Leighton y su esposa en Roma (contrataron a los sicarios), los tres intentos frustrados de asesinar a Carlos Altamirano en Europa y, por cierto, el homicidio de Letelier en Washington.
“Mariana Callejas participó en todas las operaciones internacionales de la DINA”, puntualiza Peña. “¿Qué llevó a esta pareja, sin convicciones ideológicas definidas, a involucrarse en los crímenes de la dictadura?”, se pregunta. Una de las respuestas la ofrece Ron Earnest, el hijo mayor de Mariana Callejas, hoy convertido en abogado de inmigrantes.
-Una de las explicaciones que da Ron es el gusto por la aventura, la aventura banal. O sea, Mariana Callejas era una mujer que disfrutaba del riesgo, de la adrenalina de las operaciones en las que no necesitaba estar presente. En ese sentido, hay una banalidad en su participación en acciones vinculadas al terrorismo de Estado. También hay una necesidad económica. Ni Townley ni Callejas terminaron el colegio, no tenían una ocupación definida, salvo Townley como mecánico de cajas de cambio automáticas, pero no había mucho campo en Chile en esa época. Poco antes de entrar a la DINA esa era su situación.
Mariana Callejas, describe Peña, “era una mujer con cinco hijos, en crisis matrimonial, que se debate entre una incipiente carrera literaria, una todavía más incipiente carrera musical, porque está pensando mandar una canción al Festival de Viña del Mar, y piensa también en emigrar nuevamente a Estados Unidos o Inglaterra. Y en esa circunstancia surge la propuesta del coronel Pedro Espinoza para que trabajen para la DINA. Y eso para ellos significaba recibir un sueldo, beneficios, bonos, viáticos para las operaciones internacionales, salud” .
Aun así, Peña se pregunta ¿por qué ella se involucró tanto? ¿Qué necesidad tenía de presionar el detonador de la bomba contra Prats? ¿Por qué acompañaba a Townley?
-Yo creo que a ella le gustaba sentirse agente internacional, por los viajes, los hoteles, disfrutar de los viáticos, aunque se quejaba de que era poco siempre, y claramente tenía seducción por la violencia, que es muy propia de la Guerra Fría de los años 70 -dice.
La violencia y la literatura, por cierto. “La escritura interesó a Mariana Callejas muchísimo más que la política, de la que entendía poco”, escribe Peña. Ingresó a un taller dirigido por Enrique Lafourcade, donde conoció a Contreras, Franz e Iturra. Sus cuentos, diestramente elaborados, deslumbraron al maestro y a sus talleristas. Tanto la estimaba Lafourcade, que la invitó a una cena con Jorge Luis Borges cuando el escritor argentino visitó Chile.
Las sesiones del taller se trasladaron más tarde a Lo Curro, sin Lafourcade y con ella de maestra de ceremonias. Sus cuentos solían hablar de violencia política, en una época en que pocos se atrevían a abordar el tema. Ganó premios y concursos, que despertaron celos entre sus amigos. En cambio, el contenido de sus historias, la precisión con que describe armas y la psicología de los guerrilleros, no les sorprende, tampoco los signos externos que indican que la casa de Lo Curro no era solo un hogar familiar.
-Al parecer, quienes integran el elenco más estable de los talleres literarios no quieren ver lo evidente: los guardias con corte de estilo militar, los autos con grandes antenas a la vista, las salidas extrañas de Michael Townley, los agentes internacionales -cubanos, italianos- que se dejan caer por largas temporadas en Lo Curro y que interactúan con quienes Mariana Callejas llama “mis niños”: Franz, Contreras e Iturra.
Cuando se revela la participación de Townley en el asesinato de Letelier y ella queda al descubierto, cae en desgracia. Sus amigos se alejan, a excepción de Iturra. Quiere entrar al taller de José Donoso, pero le cierran las puertas. El desprestigio la persigue, pero ella persiste. Se autoedita, recibe una mención en un premio de novela y una distinción en un concurso de la revista La Bicicleta, de oposición a Pinochet.
Tras el retorno a la democracia, Mariana Callejas comenzó un desfile por tribunales en causas asociadas a derechos humanos. Por entonces, sus viejos amigos publican y forman parte del fenómeno de la Nueva Narrativa. Ella, en cambio, solo recibe portazos. El único editor que recomendó la publicación de sus cuentos fue Germán Marín, acaso movido por la provocación.
-Para ella, la verdadera condena fue que su participación en la DINA truncó su carrera literaria. Eso le duele mucho más que haber pasado unos meses en la cárcel por el caso Prats. Ella sentía que era injusto que ignoraran su producción literaria. Su nombre empezó a aparecer con muchísima frecuencia en las páginas policiales y desapareció de las de cultura, al tiempo que sus antiguos amigos publican y figuran. Eso fue una doble bofetada para ella, ver que sus amigos que le daban la espalda, a su juicio, por razones mezquinas, triunfaban en la literatura mientras ella iba desapareciendo. Eso fue lo más duro, significó su muerte literaria. Pero no se dio por vencida y siguió golpeando puertas de editoriales.
Vivió sus últimos días en una residencia para adultos mayores, afectada por una demencia derivada del párkinson. Murió en 2016.
¿De qué modo su historia refleja el espíritu de esos años?
Yo intenté retratar un clima cultural y literario de una época que estuvo manipulada por los escritores oficialistas, principalmente por Enrique Lafourcade, un personaje fundamental para entender el ambiente literario y para entender a una figura como Mariana Callejas. Fue él quien la descubre, la apoya y la premia. Su historia permite entender también un organismo como la DINA, ya no solo como un órgano represivo dedicado al exterminio de opositores de izquierda, sino como un aparato burocrático que ampara a una familia como la de Mariana Callejas y Michael Townley y donde la vida cotidiana está permeada por las tareas represivas. En ese sentido, permite ver la dimensión a la que llegó la dictadura, que no es muy distinta a la dimensión a la que llegaron otras dictaduras u estados controlados por grupos extremos y que hicieron tareas de exterminio, como ocurrió con el nazismo. Y eso nuevamente uno puede verlo en la película Zona de interés, donde los funcionarios que participan del exterminio lo hacen al tiempo en que siguen cumpliendo tareas de esposo, padre y participando de una vida cotidiana normal.