Viajó a Antofagasta la mañana siguiente a la primera vuelta presidencial. Quería entender el fenómeno que descolocó a los analistas y fracturó la credibilidad de las encuestas: el triunfo de Franco Parisi en la Segunda Región. A través de la Plataforma Telar, que rescata experiencias y voces de las comunidades, Juan Pablo Luna tenía contactos en la zona. Habló con pobladores y pobladoras, y las respuestas solían coincidir: “Bueno, él fue el único que vino para acá”. “Pero él está en Estados Unidos”, replicaba. “Pero mandaba a su gente, y ellos nos escuchaban”.
La historia es conocida: para la segunda vuelta, el bus con Izkia Siches recorrió el norte, desembarcó en Antofagasta y logró conquistar esos votos. “Fue una estrategia de campaña súper efectiva, pero la pregunta que queda latente es: ¿Eso es duradero?”, plantea el cientista político uruguayo.
Profesor de la Escuela de Gobierno UC, Luna reconoce los bordes históricos de la llegada de Gabriel Boric a La Moneda, los nuevos liderazgos al margen de la ex Concertación. Y también su sintonía con el espíritu de la época.
“Creo que el armado de gobierno del Presidente Boric sincroniza un poco mejor las características de la élite gobernante con la mayoría sociológica de Chile, que no siempre es la mayoría política o la mayoría que tiene influencia en ese sentido. Es un recambio que de alguna manera se siente más acompasado con los tiempos de la sociedad”, dice.
Autor de La chusma inconsciente, libro que recoge columnas de análisis en torno a la crisis social y política del país, Luna subraya también un rasgo menos evidente y eventualmente más preocupante:
-Un aspecto que se habla poco y que para mí es importante para entender en qué medida este puede ser un gobierno de transformación o no, es que es un recambio que se sigue dando a nivel de élites, con pocos vasos comunicantes con una parte importante de la sociedad. En marzo de 2021 el Frente Amplio estaba en un debate interno bastante peleado, si les daba para juntar 30 mil firmas, y respecto de si debían o no llevar una candidatura propia. En muy poco tiempo construyó capital electoral, pero ese capital no es capital político. Y creo que ahí se corre el riesgo de sobreenfatizar los cambios, sobre todo cuando tenés a un 50% de la gente que no vota y una proporción importante de la gente cuyo voto cambió y cuya adhesión hoy es alta respecto del Presidente, pero que puede caer también rápidamente.
¿El triunfo de Boric capitaliza o procesa las demandas que nacieron del estallido social?
Creo que lo que se logra en la campaña entre la primera y la segunda vuelta es movilizar el voto del Apruebo, movilizar a esa gente que quiere cambios. El punto es cuán resistente es esa adhesión ante complicaciones económicas que van a venir, ante problemas de seguridad que van a persistir y ante nuevos “olivazos” o escándalos que comprometan a liderazgos de esta nueva coalición. Yo creo que hoy Gabriel Boric simboliza los nuevos tiempos de Chile, pero tiene un tiempo acotado para transformar ese capital político en un proceso de cambio sostenible, que vaya eventualmente generando apoyos más estructurados en la sociedad.
La falta de arraigo social del Frente Amplio, ¿de qué manera le puede jugar en contra y cómo podría enfrentarlo?
Uno no elige las circunstancias en las cuales le toca gobernar. Yo creo que al Frente Amplio el triunfo se le adelantó un ciclo electoral, y en ese sentido llega con una construcción política bien endeble, sobre todo en sectores populares y medios. Y el punto es que hoy buena parte del aparato partidario se vuelca al gobierno y empieza a estar preso de la lógica de tener que gobernar un país complicado. Veo un doble desafío. Por un lado, cómo suplir lo que no tenés, para sostener políticamente al gobierno. Y, por otro, cómo al mismo tiempo tenés gente que no esté metida en el gobierno y que esté de alguna manera articulando y fortaleciendo esos partidos que siguen siendo aparatos muy débiles. Y lo único que uno puede hacer cuando no tiene esa estructura es apostar a los liderazgos y a una movilización más desde lo comunicacional, más por aire que por tierra. Pero siempre ese tipo de estrategia, aun en un contexto de redes sociales y de fuerte mediatización de la política, es una articulación políticamente más frágil.
Aun así, el gobierno asume en un escenario de transformaciones sociales, con una Convención Constitucional funcionando. En la derecha y en sectores del empresariado hay temores a un proceso refundacional.
El proceso constituyente es probablemente el motor de cambio fundamental, ¿no? Pero también está en entredicho. Hay que ver qué pasa y qué relación tiene con el gobierno. Cuál es la lógica de implementación del nuevo texto constitucional, en caso de que sea aprobado. Ahora, yo creo que lo que hace el proceso constituyente, más que su contribución a generar una nueva Constitución, es mostrar la complejidad del problema que tiene Chile hoy como sociedad: es algo así como una forma de sincerar problemas profundos, demandas muy sentidas que tenía esta sociedad y que muchos no habían querido ver. En ese sentido, el proceso constituyente destapa la necesidad de pensar en un nuevo modo de convivir. Es bien probable que el proceso constituyente no logre dar solución a buena parte de los conflictos que están quedando expuestos; más bien, debería ponernos a todos a pensar en cómo se articula un nuevo proyecto de desarrollo para Chile que logre ir respondiendo a las demandas que estallaron y que es muy difícil solucionar en el corto plazo.
Juan Pablo Luna hace una pausa y agrega: “La derecha y cierto sector del empresariado siguen pensando que es posible volver a una lógica pre 18 de octubre. Mi impresión es que aunque el proceso constituyente termine fracasando, porque no logra un texto consistente y que impulse las transformaciones, o porque es rechazado en el plebiscito de salida, una vuelta al pasado es inviable, aun con la Constitución del 80 en pie y funcionando. Pensando en el gobierno y en el liderazgo de Gabriel Boric, en lo que ha logrado articular en términos simbólicos, me parece que esta es una oportunidad para decir bueno, en realidad tenemos un problema muy grande, tenemos muchos conflictos en Chile que tienen que ver con cómo funciona el Estado, cómo crecemos económicamente, con los múltiples patrones de desigualdad y de injusticia sobre los que se estructura este Chile del presente. Y tenemos que ponernos a pensar y a negociar y a dialogar cómo salir de acá. No sé si este deba ser un gobierno de reformas, creo que ninguna de las reformas que está sobre la mesa soluciona parte importante de los problemas estructurales del país. Tampoco lo va a hacer el proceso constituyente. Más que pensar este gobierno como una amenaza hacia los sectores empresariales, yo lo veo como una oportunidad breve, centrada en el liderazgo de Boric, de negociar cómo funcionamos como sociedad”.
La Convención está siendo objeto de fuertes críticas, de sectarismo, de construir una Constitución excluyente, no sólo desde la derecha, sino también desde este nuevo referente, Los Amarillos. ¿Cómo lee esas críticas?
Yo creo que Los Amarillos tienen mucho más prensa que votos, y eso es parte del problema del sistema tradicional. Hay gente que perdió la hegemonía o la exclusividad en términos de decir qué es lo que está bien y qué es lo deseable para Chile, y está operando desde esa pérdida. Me parece que no es mucho más que eso y lo demás ha sido como los resabios de la influencia que aún tienen, en términos de caja de resonancia del sistema tradicional. Creo que los problemas de Chile tampoco se solucionan, meramente o principalmente, porque las preferencias de Los Amarillos entren en la nueva Constitución. No, los problemas de Chile son problemas de un modelo de desarrollo agotado, de una estructura social fuertemente quebrada y donde hay décadas de resentimiento. En ese contexto estructural me parece ingenuo que las mismas élites que fueron centrales en los discursos que articulaban políticas públicas en el período que termina con el estallido, hoy se quejen de que no tienen influencia o que no se los escucha. Ahora, en términos ideales, el proceso tendría que construir una Constitución que nos represente a todos, pero es difícil pasar del dicho al hecho en un contexto como el chileno y donde estás reformando una Constitución que representaba y protegía los intereses de muy pocos en contra de los intereses de muchos otros. Entonces es difícil desprenderse de la historia y esperar generosidades y bonhomía de quienes en su momento no la recibieron.
Todos reconocieron en la designación de Mario Marcel como ministro de Hacienda una forma de tender puentes con el mundo empresarial. ¿Tiene Boric el capital político para aproximarse a ese mundo para negociar los cambios?
Es lo que tiene que hacer, y no miraría solo a la nominación de Marcel, también escucharía, por ejemplo, los discursos que dio Boric en Icare, uno durante la campaña y otro después de haber sido electo y donde hay un llamado a conversar y a sentarse a la mesa. Yo creo que el desafío que tiene Gabriel Boric como presidente en ese contexto es otro. Todo gobierno tiene que negociar con el capital y el peso del capital, sobre todo en una sociedad como la chilena y con las desigualdades que tiene Chile, es muy fuerte como para cerrarse a conversar. Pero el desafío que tiene, me parece, es no solo sentar a la mesa a los empresarios, sino articular una negociación más amplia y sentar a sectores que hoy no están representados y que no tienen articulación política ninguna. El desafío de Boric no solo es tranquilizar a los empresarios, también es empujar transformaciones con ellos.
Cuando habla de establecer una mesa de conversación amplia, ¿no está pensando en el Congreso, no?
No, creo que sería un gran error pensar en las transformaciones como proyectos de ley que tienen que pasar por el Congreso. Eso es parte del proceso de cambio, como lo va a ser también reglamentar e implementar la nueva Constitución, si es que se aprueba. Lo que hace falta en Chile es una negociación prelegislativa. O sea, es una negociación que tiene más que ver con articular sectores sociales y representar a los actores e intereses y demandas que están en la sociedad. Estoy pensando en procesos de concertación social que los países tienen usualmente después de crisis significativas, y en las cuales se acuerda un paquete de medidas que luego tiene tramitación legislativa. Pero creo que el Congreso, tal como está estructurado, con los niveles de legitimidad y los niveles de fragmentación que hoy tiene, debería jugar un rol menos central para la acción de un gobierno transformador. El gobierno primero tiene que impulsar un amplio proceso de concertación social, si no se va a empantanar en la discusión de reformas sectoriales que no van a lograr las transformaciones que el país requiere. Si tú lo piensas, el gobierno de Piñera fue una larga sucesión de proyectos de ley anunciados desde La Moneda que no lograron ni siquiera ser discutidos en el Congreso. Ahí está un ejemplo de lo que no hay que hacer. Cada proyecto de ley era una operación comunicacional para tratar de sostener la popularidad del Presidente o tratar de dar un golpe de timón, pero sin ninguna capacidad de articulación política. Y mira cómo terminó.
Por eso, en algún momento postuló que el nuevo gobierno debía ser de transición.
Y sigo pensando lo mismo. Creo que debiera ser un gobierno que trate de cambiar la lógica a partir de la cual funciona el sistema político y la sociedad chilena en su conjunto. Y eso no se logra automáticamente ganando una elección, y tampoco aún teniendo un proyecto de Constitución aprobado y de buena calidad. Es un gobierno que tiene que solucionar problemas urgentes que no tienen tramitación legislativa, que tienen que ver con la integridad del Estado chileno; estoy pensando en crimen organizado, en La Araucanía, en la frontera norte. Y, por otro lado, debiera tratar de vertebrar las demandas, los intereses, las rabias que están tan claramente representadas en el ejercicio de la Convención Constituyente o en lo que ha sido el ejercicio de la Convención, y que esta no va a poder solucionar por sí misma. Entonces, el gobierno tiene que darle músculo social a un proceso de cambio que no va a venir del cambio institucional o del recambio de élites. Me parece que hay que ser bien controlado en términos de lo que se aspira hacer como gobierno. La tarea fundamental es articular políticamente los conflictos que hoy están desbordando a las instituciones.
¿Las tensiones al interior de la coalición podrían suponer problemas de gobernabilidad?
Yo creo que eso se va a mantener latente ahí y va a depender de cómo sean estos primeros meses, cómo decanta el primer tiempo de gobierno. Pero esa es una condición estructural del gobierno y de la coalición, que son dos coaliciones: Apruebo Dignidad y la coalición con el PS y el PPD. En ese juego a dos bandas dentro del gobierno, si las cosas empiezan a ir mal o si más a mediano plazo van bien, las ambiciones personales o sectoriales pueden jugar en contra del gobierno, incluso dentro del gabinete.
El Presidente se identificó con el proceso constituyente, ¿de qué modo le repercutiría si este fracasa, ya sea porque resulta una Constitución deficiente o porque es rechazada en el plebiscito?
Sí, va a repercutir en el gobierno, pero mi hipótesis es que el proceso constituyente aún siendo exitoso no es suficiente para responder a los problemas estructurales que manifestó el estallido. Creo que el gobierno no debiera esperar a ver qué pasa con el proceso constituyente, sino que debiera comenzar desde el primer día a apalancar un proceso de concertación social, y que sirva para acompañar lo que resulte del proceso constituyente, sea esto un texto constitucional aceptable y bueno para Chile, sea un texto rechazado o un texto de mala calidad. En cualquier caso, Chile necesita más que una nueva Constitución, necesita un nuevo pacto social y ese pacto social debiera servir para trabajar en cualquiera de los tres escenarios de la Constitución. Sin ese pacto social y de articulación política, vamos a seguir teniendo años de incertidumbre y de complicaciones.