La banda adolescente que robaba autos por likes
Un grupo de menores de edad de Pudahuel está acusado de dedicarse a los portonazos. Sólo que en vez de desarmarlos o venderlos, el Ministerio Público plantea que los usaban para grabarse y subir historias a redes sociales. El caso tiene de cabeza al fiscal de la causa: nunca antes se había enfrentado a una pandilla que delinquiera por fines que no fueran económicos.
La madrugada del sábado 24 de septiembre de 2022, C.B.A., un muchacho de 15 años de edad, se subió a una camioneta Great Wall junto a dos primos: J.B.C. (15) y J.B.T. (16). Los acompañaba Vicente Cano (19), el único mayor de edad, a quien habían conocido en el colegio años atrás.
El grupo recorrió las calles del poniente de Santiago hasta llegar a Lo Prado. Allí, a las 2.45 AM se encontraron con una camioneta Chery Tiggo naranja, que estaba estacionada. Apagaron las luces y se acercaron lento.
Cuando pasaron por el costado, se dieron cuenta de que había alguien adentro. De inmediato -declaró la víctima- se bajaron los cuatro ocupantes. No ocultaban sus rostros. Tres de ellos apuntaron al conductor con armas, lo insultaron y le dijeron que se bajara. Le preguntaban también si el auto tenía cortacorriente. El hombre no pudo sacar ninguna de sus pertenencias antes de que lo obligaran a bajarse y se la llevaran.
El auto era una especie de trofeo. Arriba de él, al día siguiente, C.B.A. grabó otro video mientras conducía. En él, mientras suena un reggaetón, se lo ve a él y a su primo J.B.T. moviendo las manos y aleonándose entre ellos. El adolescente subió el momento a sus historias destacadas de Instagram. Era una de las primeras veces que podía mostrar algo así a sus 385 seguidores.
En ese mismo recorrido evadieron un control policial en Lo Prado. La patrulla a cargo se dio cuenta de que el vehículo que manejaban tenía encargo por robo, así que lo siguieron. Fue una persecución a alta velocidad por las calles de esa comuna. Se sumó también un helicóptero policial, que alumbraba a la Chery naranja mientras cortaba calles residenciales. Dentro del auto se dieron cuenta. Reaccionaron grabando y publicando otro video corto, mostrando el helicóptero que los seguía por el cielo.
Se metieron por la avenida Corona Sueca. Allí, a cuatro kilómetros de donde robaron el auto la noche anterior, perdieron el control y chocaron. Los detuvieron ahí mismo. Al día siguiente todos salieron en libertad: sólo les imputaron un cargo por receptación.
Ya en su casa, al día siguiente, C.B.A. se metió a su celular. Se dio cuenta de que el matinal del canal Mega había hecho un despacho informando sobre la persecución, en la que dos carabineros terminaron heridos.
C.B.A. aprovechó esa nota para volver a exponer su noche a sus seguidores. Capturó el video de la noticia y encima de las imágenes escribió: “Jajajaja. Atacando prensa de nuevo”. Celebraba, así, ser el centro de la información de ese día.
Todo lo que C.B.A. publicaba, sin que él supiera, era observado por Sergio Soto, fiscal de Análisis Criminal de la Fiscalía Metropolitana Occidente. No era casualidad: estaban detrás de ese grupo de adolescentes. Así, empezaron a vincular algunos hechos que ya habían sucedido con lo que posteaba esta misma banda en Instagram y TikTok.
-Teníamos algunos nombres -dice Soto-, pero nos faltaba identificarlos a todos. Así que empezamos a investigarlos a través de sus cuentas en redes sociales.
Cuídanos desde el cielo
C.B.A. nació en Santiago el 17 de octubre de 2007. En ese momento su padre, Cristián Bravo Mancilla, ya enfrentaba cargos por tráfico de drogas. Había sido sorprendido en Pudahuel vendiendo papelillos de pasta base en la calle. Antes de que el menor cumpliera ocho años, la familia se fue a vivir a Rancagua. Ahí lo matricularon en un colegio en Doñihue.
No mucho después Bravo Mancilla y su esposa, Teresa, fueron condenados por tráfico de drogas en pequeñas cantidades: les encontraron 130 papelillos con pasta base, además de cannabis y cocaína. Ninguno cumplió su pena en la cárcel.
Al año siguiente la familia de Bravo Mancilla regresó a Pudahuel. A C.B.A. lo inscribieron en el colegio Ministro Diego Portales, uno particular subvencionado. Ahí se juntó con sus otros dos primos hermanos, J.B.C. y J.B.T., que estudiaban en otros cursos. El que sí estaba en su clase era Vicente Cano.
Los tíos de C.B.A. también tenían antecedentes. Por ejemplo, en el historial del padre de J.B.C. había causas por riñas, porte de drogas y robo con violencia. Aun así, no era la historia más dura del grupo. Camilo Bravo Mancilla, padre de J.B.T., fue imputado por robo con violencia en lugar no habitado cuando su hijo aún era un niño. El 24 de marzo de 2021 lo asesinaron. Fue en Independencia, con un disparo al estómago que le rajó la arteria aorta a los 35 años. Tanto J.B.T. como C.B.A., su primo, tenían 13. Ese homicidio los marcó para siempre.
En el perfil de C.B.A. de Instagram se lee “Tío Camilo por siempre”. Cuando pasó un año de la muerte de Camilo Bravo subió una historia. “Te amo tío, un año, loco. Cuídanos desde el cielo. Te amamos. Tu familia”.
La vida de los primos estuvo rodeada de delitos no sólo por la historia familiar, sino que también por el entorno en el que vivían. Según el fiscal Sergio Soto, las encerronas se hicieron masivas en Pudahuel, la comuna en la que crecieron, en 2017: el mismo año en que C.B.A. cursaba cuarto básico. El menor repitió ese curso. Hasta hoy no ha vuelto al colegio.
En esos años, dice Soto, este delito ocurría predominantemente en las autopistas y lo hacían bandas organizadas para sacar un rédito económico. Por eso, se robaban autos de alta gama o camiones de carga.
Pero esto cambió a medida que el delito se hizo cada vez más difícil de ser perseguido, cuando empezó a ocurrir en las calles internas. Eso dio pie a que una banda de menores, como esta, pudiera realizar -según acusan en el Ministerio Público- ocho encerronas.
Patricio Cisternas (ex DC), concejal de Pudahuel, dice que este es un problema en su comuna. Que esta forma de delinquir se está insertando desde la niñez.
-Lo más difícil es reinsertarlos. Porque ese niño de 15 años, que se pegó seis encerronas y ha tenido un arma en sus manos, no es imposible reinsertarlo. Pero va a ser algo muy duro de hacer sin redes de apoyo. Porque al final la pandilla, para ese niño, es su familia sustituta.
Después de ese primer posteo en Instagram, en el que C.B.A. se jactaba de ser detenido, en septiembre de 2022 el adolescente y su grupo participaron en otras cuatro encerronas.
El 3 de febrero de 2023, por ejemplo, bajaron a una mujer afuera de su portón en Quinta Normal. Luego, ella declaró que un grupo de ocho sujetos de similares características -porque todos parecían ser menores de edad- la hicieron descender de su Mazda CX3.
Esa vez quedó en evidencia la poca experiencia de la banda. El esposo de la víctima declaró que, luego de publicar avisos en redes sociales buscando el auto, en los cuales estaba su teléfono, lo contactó una persona anónima. Esa persona decía que había comprado el auto para revenderlo, pero no le servía por el año de fabricación. Primero se lo ofrecieron a un millón y realizar la entrega en el Hospital El Pino. Al ver que el marido no cedía, el vendedor comenzó a desesperarse. Terminó pidiendo $ 50 mil. El trato nunca se concretó.
Tres días después, en San Miguel, una mujer denunció que un grupo de entre nueve a 12 personas que aparentaban ser menores de edad, en tres autos diferentes, se le cruzaron mientras entraba a su domicilio en su Mitsubishi Montero. Dos de ellas eran mujeres, dijo. Relató que, luego de bajarla a golpes del auto, le pegaron en la nariz, la arrastraron y la azotaron contra su portón. Uno de ellos, dijo, le manoseó sus pechos. “Me puse en posición fetal -declaró-, pensando que en ese momento me iban a matar”.
Según las pruebas que tiene la Fiscalía para sostener su caso, los primos se sacaron una serie de fotos con los autos. En una, sale un sujeto parado sobre la Mitsubishi con los brazos abiertos. En otra, C.B.A. muestra varios autos. Puede verse un Mazda como el que habrían robado en febrero.
El punto de quiebre fue en marzo de este año. El primer día de ese mes, C.B.A., su primo J.B.T. y otros cinco sujetos se bajaron de un Kia Soluto que habían robado esa misma noche, para llevarse un Kia Sorento en Maipú.
El dueño de la camioneta puso la denuncia. Contó que iba camino al trabajo cuando lo abordaron. Que el que lo bajó de su auto fue el que se fue manejando. Que reconocía su rostro y su corte de pelo con chasquilla.
Lo clave de esa denuncia fue otra cosa que dijo ese hombre.
“El joven de chasquilla -reza su declaración- se subió a mi auto. Pero en vez de usar directa, debe haber puesto la palanca de cambio en reversa. Chocó el portón de mi vecino. Luego avanzó y chocó el auto donde esperaban los otros delincuentes. Se volvió a tirar hacia atrás y arrasó con el portón del vecino que vive justo en frente de mí”.
Con ese golpe, la patente del Kia Soluto donde venía la banda se soltó y cayó al suelo. La recuperaron los vecinos, que la entregaron a Carabineros.
El resto del trabajo para llegar a las identidades, cuenta Soto, lo hicieron a través de inteligencia artificial. Usando un sistema de análisis llamado “Fiscal Heredia” pudieron dar en minutos con una lista de nombres de posibles involucrados. “En vez de cruzar a mano los datos de los posibles asociados a un sospechoso, un trabajo que puede durar meses, este sistema lo hace a gran escala en tres minutos”, detalla el persecutor.
Soto logró identificar a 11 sospechosos, entre ellos, los primos. La causa, a pesar de haber investigado a decenas de bandas de robos de vehículos durante años, lo sorprendió. Primero, porque encontraron muchísimas pruebas que podían utilizar. Esto, porque la banda no borraba las patentes de los autos robados que subían a redes sociales. Lo otro es que no era una pandilla convencional: no delinquían por fines económicos.
-Nos dimos cuenta de que empezaron a aparecer los autos que se robaba la banda. O sea, no los vendían. Los autos sencillamente empezaron a aparecer botados. De hecho, tampoco robaban autos de gama tan alta. Cuando encontraban una posible víctima, robaban el auto, pero solo lo usaban para carretear, grabarse y conseguir likes.
Reírse en el tribunal
La subprefecta Nelly Canales, jefa de la Bicrim de Maipú, detalla que los menores del clan y los otros sospechosos fueron detenidos gracias a las pruebas que recopilaron en cámaras de seguridad y en redes sociales.
-Fuimos a las casas de ellos y a las de algunos familiares, porque no todos estaban viviendo en sus domicilios. Algunos vivían con la abuelita, con un tío o con un amigo.
Al entrar a esas casas, la PDI incautó 17 armas de fogueo, una pistola, un fusil y dinero. De los 11 detenidos, siete de ellos eran menores de edad. Esto es algo que lamenta Sergio Soto. Cree que los primos y su banda son un síntoma de que algo anda mal en cuanto a la prevención de delitos en los adolescentes.
-Ellos lo que quieren es publicitar su actividad delictual. Llega a tal punto, que cuando los detuvieron lograron subir historias desde el Centro de Internación Provisoria, jactándose de dónde estaban. Ahí sus amigos les dicen que salgan luego para que sigan aplanando calles.
Margarita Benavente, la defensora penal pública de C.B.A., señala que las pruebas que exhibió la Fiscalía, basadas en evidencia fotográfica de redes sociales, serían insuficientes para probar la culpabilidad de los acusados. Que hoy, ante la ley, siguen siendo inocentes.
Al fiscal Soto lo que más le preocupa es que el actuar de esta banda derrumba la lógica con la cual había perseguido delitos hasta ahora.
-Estamos frente a sujetos que son acusados de robar autos y ellos mismos fabricaron la prueba que los culpa de esto. Y se enorgullecen de ello -lamenta-. Es que ellos se querían validar con su familia de esa manera. Pero, también, con la sociedad en general.
Soto da un último ejemplo. Un recuerdo que, a pesar de los días, sigue dándole vueltas. Durante la audiencia de control de detención, el 11 de mayo, mientras exhibía las pruebas, los autos que supuestamente esta banda robó, la persecución y los asaltos a mano armada, los primos hicieron algo que nunca antes había visto.
Se pusieron a reír.
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