Al principio, Katherine Aravena quería ser una suicide girl. El concepto habla de un estilo de mujeres que se caracteriza por los tatuajes, piercings y sensualidad en redes sociales. Aravena, ya a los 16 años, tenía a sus suicide girls favoritas. Se cortaba el pelo como ellas, se tatuaba como ellas y hablaba de empoderamiento femenino como ellas. Pero esa moda no le duró para siempre.
Después de un semestre estudiando Prevención de Riesgo en 2019, Katherine Aravena, a los 19 años, pasó a formar parte del grupo de “ni-ni”: jóvenes que ni estudian ni trabajan. Vivía en la casa de su abuela en La Cisterna y hacía trabajos esporádicos. Pero con la pandemia se acotaron sus opciones y necesitaba ganar dinero. Lo único que tenía claro es que no quería un trabajo donde alguien más la mandara. Ahí se completó el cambio. De conseguir likes por su estética alternativa, Katherine Aravena pasó a obtener plata a cambio de la venta de fotos y videos íntimos.
En noviembre de 2020 anunció en su cuenta personal de Instagram que si alguien quería comprar sus videos sexuales, le hablara por interno. Después, invitó a sus seguidores a una cuenta exclusivamente de contenido erótico, donde ella posteaba. Luego, se unió a una plataforma masiva donde se podía comprar su contenido online, llamada Vlocked. Y por último, hace dos meses, se unió a OnlyFans.
OnlyFans es una red social fundada en 2016, que se basa en creadores de contenido y suscriptores. Es como Netflix, pero de contenido personalizado, donde personas pagan mensualmente por acceder a lo que otro publique: ya sea posteos, fotografías o videos. Además, tienen un chat privado donde pueden pagar propinas o dinero extra. La idea inicial era que artistas publicaran contenido exclusivo para sus fans a cambio de dinero y el sitio se quedaba con el 20% de la transacción. Sin embargo, hoy la página es famosa por su contenido pornográfico. Actualmente posee 120 millones de usuarios, de los cuales solo el 10% crea contenido. Los demás, miran.
Yo creo que es feminista que una mujer pueda decidir qué hacer con su cuerpo y ser respetada por ello.
Actriz y cantante, creadora de contenidos en OnlyFans.
En ese mundo los seguidores de Aravena empezaron a crecer y, como consecuencia, empezó a ganar muchísima más plata de lo que podría haber conseguido, por ejemplo, trabajando en un local de comida rápida. Aunque esa notoriedad le trajo la primera dificultad: a su familia no le parecía correcto lo que estaba haciendo. Se comenzó a correr la voz de que la joven vendía fotos desnuda y se generó un escándalo en la familia. Su tía fue la más dura: “Vas a manchar nuestros nombres, porque estás vendiendo tu cuerpo”, recuerda que le dijo. Pero hasta entonces, a Katherine ese problema nunca se le había pasado por la cabeza. Para ella, dice, esto era distinto:
“Altiro se me hizo fácil, porque yo era de sacarme fotos provocativas. Me gustaba mucho mi cuerpo, entonces siempre estaba sacándome fotos”.
Cuando explica esto, durante la primera entrevista para este reportaje, Katherine Aravena enfatiza una cosa: “Esto no me da pudor”.
El viejo debate
El 1 de julio, en la portada de Las Últimas Noticias (LUN) apareció la escritora Camila Gutiérrez, autora de los libros Joven & Alocada y No te ama, contando que se había abierto una cuenta en OnlyFans. Las razones, decía, eran por una parte económicas y, por otra, recreativas. Pero en Twitter, algunos usuarios no se lo tomaron bien y criticaron a Gutiérrez por ser parte de lo que se conoce como trabajo sexual virtual. Sobre todo, cuestionaron su feminismo: “La hipocresía que implica ser feminista y apoyar una industria capitalista que se forra con la cosificación del cuerpo humano”, dice uno de los tuits en su contra.
Gutiérrez salió a defenderse. “No al abolicionismo y sí a la regulación”, escribió entre sus posteos. Porque con el trabajo sexual virtual se abre el viejo debate que trajo la legalización de la prostitución, donde el abolir se enfrenta al regular. Esta vez, se cuestiona si la venta de contenido erótico digital puede ser un acto de liberación sexual de la mujer o es netamente mercantilización del cuerpo. La investigadora feminista del Centro de Conflicto y Cohesión Social (Coes) Gloria Jiménez-Moya es tajante en su posición: “Yo creo que desde el feminismo, el confundir esta mercantilización del cuerpo con libertad es un problema”.
Hay más mujeres del mundo de la cultura que se han unido a OnlyFans. Artistas y escritoras contactadas para este reportaje, que en privado defienden la plataforma, prefirieron no referirse por las críticas que podrían recibir. Una actriz y cantante que ingresó al sitio hace un mes se refiere a su decisión desde el feminismo: “Yo creo que es feminista que una mujer pueda decidir qué hacer con su cuerpo y ser respetada por ello”. En su caso, ha visto la plataforma como una herramienta que sustenta sus proyectos y dice haberse transformado en un espacio de expresión artística.
Hay que estar muy conscientes de cómo eso sigue perpetuando al cuerpo femenino como un objeto de deseo sexual para un otro.
Nerea de Ugarte, psicóloga feminista.
Ella propone una vuelta de tuerca: “Yo me objetivizo sexualmente para ganar plata de esta objetivación. Después de tanto tiempo en que eso ha sido un problema, ahora es un poder de la mujer. Es expresarse sexualmente, ser un sujeto sexual y que esto sea un poder para mí. Gano dinero, nadie me toca, nadie me abusa, nadie me hace nada que yo no quiera hacer”. Su propuesta le dobla la mano al patriarcado, dice, al mismo tiempo que se excusa de dar su nombre para no tener problemas con su madre.
Sobre este histórico debate hay íconos feministas, como Virginie Despentes, autora de Teoría King Kong, que defiende el trabajo sexual como una forma de liberación, y la italiana Silvia Federici, que propone que el cuerpo de la mujer se transa en distintas situaciones, como el matrimonio, a cambio de estabilidad económica.
La psicóloga Nerea de Ugarte sostiene que existen muchos feminismos, tal como existen muchas violencias y, por lo mismo, muchas formas de entenderlas y abordarlas. Sin embargo, afirma que hay una contradicción “entre esto de empoderarte de tu cuerpo y sentirse orgullosa de exhibirlo -monetizando o no esa exhibición- y, por otra parte, entender que esa forma en que lo estás mostrando tiene implicancias en la perpetuación de la violencia simbólica, como es la hipersexualización, la objetivización y la cosificación del cuerpo de las mujeres”, explica.
De Ugarte defiende la libertad de la mujer por sobre su cuerpo, pero llama a adquirir conciencia sobre el resultado social y político de las acciones, “donde, de cierta forma, hay que estar muy conscientes de cómo eso sigue perpetuando al cuerpo femenino como un objeto de deseo sexual para un otro”. Sin embargo, lo que más le preocupa es el grupo de mujeres que ingresa a este mercado por necesidad.
Jiménez-Moya hace una distinción. Primero, habla de quienes se insertan en este mundo por voluntad y se refiere a esto como el mito de la libre elección: “Es esta creencia de que las mujeres eligen las cosas porque quieren. Sin embargo, el contexto y la sociedad también la están influenciando para tomar esa decisión”. Por eso, dice que las mujeres buscan sentirse deseadas, “hay elementos sociales y conceptuales que van guiando lo que tú eliges”.
Pero después, habla de un segundo grupo, que son quienes llegan solamente con fines económicos. Lo explica como un problema estructural, donde la mercantilización del cuerpo aparece ante la necesidad, “que afecta más a las mujeres”, dice. “Confundir esto con una forma de revelación puede ser un error, porque se nos olvida la causa que hay detrás, que es la desventaja social de la mujer”, afirma la investigadora. Para ella, lo otro es un debate de élite. “Creo que la gran mayoría de las mujeres no lo hace por gusto”, señala.
Katherine Aravena no sabe quién es Camila Gutiérrez, tampoco vio su portada en LUN. Le han llegado críticas de feministas diciéndole que su trabajo aporta a la explotación sexual. Ella no entiende por qué. No conoce la teoría abolicionista, pero en realidad, tampoco se lo cuestiona. Lo que realmente le importaba era lo que finalmente consiguió: el dinero para poder independizarse.
Digitales y precarias
Carla (19) conversaba con una amiga sobre las fotos sin ropa que les enviaban a hombres que conocían y que les gustaban. “Pero lo estamos haciendo gratis. ¿Por qué no les sacamos dinero?”, le preguntó en tono de broma. Ese fue el empujón para empezar a comercializar fotos y videos eróticos. Actualmente lleva dos meses en OnlyFans, plataforma que utiliza en su tiempo libre mientras estudia Biología Marina. Vive con sus padres, que costean la mayoría de sus gastos. Los $ 200 mil o $ 300 mil pesos que recibe por el contenido es para sus gastos personales y para, en un futuro, pagar el crédito de su carrera. Lo mantiene en secreto, porque cree que sus familiares se alarmarían. Pero ella, hacer esto, no la avergüenza.
En un principio, Carla dice que para ella fue un desafío desnudarse ante la cámara para un público más extenso. “Pero después me empoderé”, afirma. De hecho, dice que los piropos de sus suscriptores la hacen sentir bien. El académico de la UAI y director de Cultura Social Media, laboratorio de investigación en comunicación digital, Arturo Arriagada, explica que esa sensación se repite entre los creadores de contenido digital y que trasciende las razones económicas. “También hay una motivación de estar visible para otros, de tratarse a uno mismo como un producto. Es algo muy propio de la comunicación en plataformas digitales”, sostiene. Según el especialista, es un cambio cultural que también se ve en youtubers e influencers: ser visibles y auténticos en la comunicación que se realiza a través de los contenidos, bajo la promesa de generar ingresos y obtener reconocimiento por esta actividad.
Al principio era más el juego, el sentirme sexy, pero ahora me cuestiono más cosas.
Katherine Aravena, creadora de contenido en OnlyFans.
Aun así, todas las creadoras de contenido contactadas para este reportaje mencionan como primera motivación el dinero. La coordinadora de Inclusión y Género de la Facultad de Economía y Negocios (FEN) de la Universidad de Chile, Carla Rojas, lo explica por tres características que comparte este grupo social: son mujeres, son jóvenes y, en su mayoría, trabajadoras informales.
Durante la pandemia, la tasa de participación laboral femenina presenta una de las peores cifras en los últimos 10 años, llegando al 41%. Eso significa que solo cuatro de cada 10 mujeres está trabajando. Por otra parte, el empleo juvenil también muestra una de sus peores caras. Según la Ocde, Chile tiene el cuarto lugar con peor cifra de empleo en la juventud: el desempleo llega a un 43% en los jóvenes. Rojas propone cruzar las variables. Si el empleo juvenil es uno de los más afectados por los servicios y rubros a los cuales pertenecía y, además, las mujeres tienen un 5% más de desempleo, “esto las deja en un espacio de absoluta precarización y pobreza”, dice.
Ante esta crisis, dice la académica, es que las mujeres jóvenes vieron OnlyFans como una opción accesible y fácil, porque comparten una visión distinta. “Tienen muchos más resueltos algunos estereotipos en relación al placer del cuerpo, al uso de aquello, al poder erótico que existe en el cuerpo. Entonces, son mucho más autónomas en ese sentido y también tienen una lógica de la liberación”, explica Rojas. Por eso, dice que las contradicciones son diferentes en un grupo que se siente cómodo y no ve como ajena la expresión sexual virtual.
Eso fue lo que cambió en Katherine Aravena.
Tres semanas después de la primera entrevista para este reportaje, suena distinta cuando habla de su trabajo. Esta vez cuenta que no se siente tan cómoda sabiendo que hay personas mirando sus fotos desnuda. Que siempre le costó y que, incluso, por pudor, no vuelve a ver el contenido que graba. Dice que una cosa es sacarse fotos sexies, “pero llegar a venderlo es brígido”. Incluso, ha llorado pensando en el tema. “Al principio era más el juego, el sentirme sexy, pero ahora me cuestiono más cosas”, señala. A sus clientes los tilda de “cochinos” y dice que le da nervios pensar en que son ellos los que la miran. Aunque aún le sigue gustando que, por lo que pagan hombres como ellos, pueda hacerse un sueldo de $ 4.000.000 al mes.
-¿Pero aún lo disfrutas?
Ya no tanto.