La luz de la tarde entra generosa por el amplio ventanal del departamento. Desde su escritorio, rodeada de libros y obras de arte, Marcela Serrano tiene una vista excepcional del Parque Forestal. Las ramas de los árboles se estiran robustas y añosas hasta la altura de su ventana. Si mira hacia la calle, desde lo alto puede ver a las personas que diariamente visitan o hacen vida en el parque. Y su imaginación de escritora se activa:
-Uno siempre está escribiendo en la cabeza: palabras, frases, imágenes. Y cuando no las escribe, se pierden. Ahora estoy escribiendo sobre gente que vive en el parque. No sé qué pasará con eso, probablemente vaya a la basura. Pero lo importante es que estoy escribiendo -dice.
Las dudas también la rondaron mientras escribía las páginas que integran A vuelo de pájaro, su nuevo libro. Editado por el sello Alfaguara, el volumen reúne tres cuadernos escritos entre 2020 y 2022 y que responden a un propósito: escribir observaciones diarias, guiadas por una idea general: las delicias cotidianas durante el primer año, el asombro el segundo, y la luminosidad del sol el tercero.
Observaciones, reflexiones, imágenes, en estas notas ocupan un espacio central los afectos, la amistad y las pérdidas, la naturaleza, el proceso de envejecer y las lecturas como refugio en un contexto extraordinario: la pandemia. Políticamente, son los últimos años del segundo gobierno de Sebastián Piñera, el inicio del proceso constitucional y la elección de Gabriel Boric.
-El país siempre ha sido un personaje clave en mis libros. Cuando leo ciertas novelas chilenas, incluso algunas más antiguas, digo qué raro, no tiene contexto. A mí me costaría mucho escribir sin el contexto, me parece que ir contando el país es tan importante como contar cualquier cosa.
Desde Nosotras que nos queremos tanto y Para que no me olvides hasta Lo que está en mi corazón, Marcela Serrano le dio voz a una variedad de personajes que identificaron a miles de lectoras en América Latina. Finalista del Premio Planeta en España, en poco más de una década se volvió una de las escritoras más significativas de la narrativa hispanoamericana. Paralelamente, entre 1997 y 2003 acompañó a Luis Maira como embajador en México. Un año más tarde, se retiró de la vida pública.
-Mis editores habían decidido lanzarme al mundo. Yo vivía subiendo y bajando de aviones. Físicamente estaba agotada. Además, por la embajada de México pasaba medio mundo y el fresco de Lucho (Maira) me usaba para la vida social. Un día terminé encerrada en un clóset, no pude más. Volví a Chile y al año siguiente me fui a la mierda por estrés crónico.
Aun así escribió otro par de libros, pero sin actividades públicas. Y esta distancia con el mundo se acrecentó definitivamente tras la muerte de su hermana Margarita, en 2017. Con su partida, dice, algo más desapareció: “Después de la muerte de mi hermana no pude volver a la ficción”.
Marcela Serrano le dio forma al duelo en un conmovedor libro que publicó en 2019, en los días del estallido, El manto. Y ahora es ella la protagonista, en un libro sin ficción, escrito con sensibilidad, elocuencia y franqueza, que se lee como una novela. Sin embargo, les pide disculpas a sus lectoras en el prólogo “por no ser la escritora de siempre”.
-Yo no quiero engañarlas, porque ellas siempre se han identificado con mis novelas. Pero bueno, también pensé, en esta vuelta el personaje soy yo.
Hace un par de semanas, la escritora participó de la presentación en Chile del libro póstumo de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos. Allí volvió a encontrarse con sus lectoras, recibió aplausos y firmó libros como si se tratara de su lanzamiento. “Hace tanto tiempo que no estoy con mi público. Fue muy emocionante”, recuerda.
A vuelo de pájaro se desarrolla entre su casa en Mallarauco, donde se retiró con sus hermanas, hijas y nieto, y el departamento en Santiago que adquirió tras su separación de Luis Maira. Dedicado a su amiga Lotty Rosenfeld, quien murió de cáncer en julio de 2020, el libro transita desde la sensación de libertad del inicio de la pandemia al cansancio, la muerte de los amigos, la calidez de la vida familiar, las copas de vino, el vuelo de los pájaros, la luz de los atardeceres y la compañía de sus perros y gatos. Y las lecturas: Homero, Ovidio, Emmanuel Carrère, Sigrid Nunez, Vivian Gornick.
El primer cuaderno busca las delicias en medio de la pandemia. ¿Es una forma de hallar el paraíso diario, como dice Borges?
Sí, esas delicias que por Dios que las tuvo la pandemia. Imagínate, un campo donde estamos todas las hermanas, cada una en su casa repartida entre los árboles. Yo podía ir en la tarde con el vodka listo a la casa de la Sol o la Nena, en fin. O cuando llegaban los campesinos a dejarnos tomates. O la mozzarella de la quesería que tenemos al lado. Y los animales, mis perros, mis gatos, todos fueron clave. Si uno se concentra, la vida está llena de delicias.
Y, sin embargo, siente culpa…
Yo veía las noticias y me derrumbaban las imágenes de la miseria. Hasta qué punto incluso una pandemia depende de ser pobre o no. Leía el New York Times y el New Yorker, y la situación de los negros en Estados Unidos era para volverse locos. Y en nuestro país, los metros cuadrados, todo tiene que ver con la clase, con cuánto ganas. Vi un reportaje sobre Bajos de Mena, donde las mujeres viven en 35 metros cuadrados con cuatro personas. Mi casa en Mallarauco es enorme, llena de luz, rodeada de árboles, de animales. Me vino mucha culpa.
Si uno opta por los pobres, por todo lo que implica hasta hoy ser de izquierda, en mi opinión, acarrea un poquito de culpa siempre. O sea, no puedes olvidarte de que eres privilegiado.
¿Es muy culposa?
La culpa ha estado siempre, porque yo me metí a la izquierda muy tempranamente. Y me culpaban porque venía de un colegio privado, del Villa María, que era una especie de maldición en la izquierda. Si uno opta por los pobres, por todo lo que implica hasta hoy ser de izquierda, en mi opinión, acarrea un poquito de culpa siempre. O sea, no puedes olvidarte de que eres privilegiado. No es que yo me quiera ir a Bajos de Mena, pero tengo conciencia.
Generaciones
Madre de Elisa y Margarita y abuela de Marcel, Marcela Serrano estuvo más de 30 años casada con Luis Maira, su tercer marido. Hoy escribe: “Nada me ha traído tanta serenidad como bajar la cortina”.
-Ya era hora. Estuve emparejada toda mi vida. Me casé a los 22 años la primera vez, y entre marido y marido fueron periodos bastante cortos. Cuando me empezó a venir este afán de soledad, me dije ¿y si me tomo en serio el tema de estar sola? Todo esto fue después de la muerte de Margarita.
Usted ya vivía en casas separadas con Luis Maira.
Y gracias a eso duramos tanto tiempo. Pero me agoté. Me agoté de hacerme cargo de otro, de proteger a los hombres; siempre están necesitando protección, por Dios, mucho más que nosotras. Me cansé de hacer concesiones día y noche.
¿No quiere volver a estar en pareja?
Pareja instalada, no, me muero. Y no instalada, no sé... En el fondo, miro en menos a los hombres.
En el libro escribe que los hombre le parecen poco interesantes. ¿Por qué?
Son tan predecibles, primero por el ego, estoy hasta aquí con los egos, ¡por favor! A esta altura, más sabe el diablo por viejo que por diablo: uno puede predecir muchas actitudes y no me alcanza a valer la pena. Los hombres están aterrados, porque no han entendido el feminismo o se han quedado con el feminismo ultra. Pero nadie está contra ellos. Todo el proceso que hagamos de igualdad tiene que ser con los dos sexos. Si queremos cambiar la humanidad, tenemos que hacerlo juntos.
¿Los hombres no han asimilado bien la igualdad que reclama el feminismo?
No saben cómo reaccionar. En los hombres más jóvenes y educados ha permeado el discurso feminista, sí, hay más equilibrio. Pero los hombres mayores, la generación de Lucho Maira, no tienen destino.
Usted fue parte de la generación feminista que luchó contra la dictadura. ¿Cómo ve hoy su aporte?
Nosotras hicimos un inmenso trabajo. Me parece clave que las jóvenes feministas lo entiendan: no vienen de la nada. Ahora, nosotras éramos más globales, más unitarias. Hoy hay demasiados feminismos que se sacan la mierda entre ellos por cosas que, para la gente de mi generación, son irrelevantes. O sea, ¿aceptamos a los trans como mujeres o no? Gran pelea. ¿Sabes qué? No me importa nada. Si los trans quieren participar, estupendo; si no, no más. Hoy todo es identitario, estoy agotada de eso.
Ustedes, además, tenían una causa política común.
Sí, a nosotros nos influyó que teníamos una lucha política. Hubo un grupo que formó la Julieta Kirkwood, el primero, yo era un poco más chica entonces. Pero después se amplió a la mujer por el socialismo y era una cosa muy unitaria, muy universal. No nos importaba si tú eras comunista o democratacristiana, estábamos peleando por las mujeres. Ahora acabo de leer un artículo del último libro de la Judith Butler que salió en Estados Unidos, en el que ella dice volvamos a hacer una cosa más social. Todo, incluso el lenguaje que usan...
¿Se reconoce en él?
Cómo se te ocurre, al revés, lo hallo desconectado por completo. Yo me imagino a las mujeres del campo, a las mujeres en las poblaciones, no entienden nada. Hay una desconexión profunda, de un elitismo enorme; hablan entre ellas… Me apena que hoy las mujeres gasten sus energías en toda esta cantidad de ideologismos en vez de volcarse a un sentido más amplio, más universal. Cuando estamos todas juntas y salimos a la calle los 8 de marzo la energía es fantástica.
¿Usted aún vibra con eso?
Absolutamente. Me emociona, porque están todas en la misma. Ahí no importan nada los ideologismos y la pequeñez.
En el libro habla de un tema controversial: el síndrome de Fedra, las mujeres que hacen acusaciones falsas de abuso...
Y me aterré de escribirlo.
¿Es difícil hablarlo?
Ahí tienes feministas que ni siquiera quieren escuchar la posibilidad de que eso pase. Y pasa. Hay venganzas de mujeres que tienen que ver con eso. Pero si tú lo dices en una conferencia de mujeres, te sacan la cresta.
En una columna, Carlos Peña se preguntaba qué pasa con el derecho a la duda ante las denuncias de abuso. Decía que hay una tendencia a creer en la víctima solo por declararse víctima. Y se apresuran las condenas públicas antes de los procesos...
Bueno, el caso de Felipe Berríos. Yo estoy con él. Pero esa es una posición muy difícil de mantener en el feminismo. El feminismo más radical considera que la víctima siempre tiene razón, que siempre hay que creerle, porque como es tan complicado denunciar, y son dolores tan profundos y a veces eternos, cuando alguien llega a denunciar hay que creerle. Yo tengo mis dudas.
Alegrías y frustraciones
Con estupor primero y alegría después, Marcela Serrano siguió la nominación y la elección presidencial de Gabriel Boric. Al principio le costó asimilar como mandatario a alguien que siente cercano. “Pero me emocioné mucho”, dice. Al inicio del gobierno tenía mucha esperanza, cuenta. Hoy siente frustración.
-Por una parte, porque nos farreamos la nueva Constitución. Por los excesos, por no entender que no era un programa de gobierno ni una revolución. Y, por otra parte, nunca pensé que con Boric en el poder íbamos a tener un Congreso tan mezquino. Y una derecha que desde el primer día se ha encargado de entorpecer el trabajo del gobierno y no ha tenido la voluntad de sentarse a la mesa a conversar.
El gobierno ha cometido errores también.
Sí, han tenido mal manejo en muchos temas, por inexperiencia. Se equivocan mucho. Les cuesta mucho tener un sentido de Estado.
¿El Presidente lo tiene?
Absolutamente. Y cuando la derecha o la ultraizquierda hablan de las volteretas, es puro crecimiento, pura racionalidad entender que no se pueden hacer cambios sin el apoyo que necesita. Además, acuérdate que recibimos el país hecho mierda por los retiros. Y los retiros se aprobaron porque Sebastián Piñera se negó a dar plata a la gente en pandemia. A mí me parece que Marcel es un héroe: no estamos en recesión, a pesar del país que recibimos.
¿Y en cultura?
Sí, lo de cultura es una pena, es una farra. Esperábamos otra cosa, sobre todo con un Presidente como él. Lo que hemos visto en cultura está muy distante de lo que él es.
¿Qué le pareció la conmemoración por los 50 años del Golpe?
Creo que el Presidente se la jugó realmente. Yo era una pendeja en la época, pero quienes vivimos el Golpe se lo agradecemos.