En uno de sus cuentos más célebres, Jorge Luis Borges narra el hallazgo de el Aleph: el punto que contiene todos los puntos. Un orificio que permite observar el universo simultáneamente desde todos los ángulos posibles. En un sentido, los acontecimientos históricos que ha vivido el país en el último año podrían asemejarse a esa singularidad, piensa el analista Max Colodro. “El pasado, el presente y el futuro reunidos en un trance fundacional, donde los fantasmas de la historia volverían también a saldar cuentas”, escribe.
Sociólogo y doctor en filosofía, el columnista de La Tercera publica el ensayo Chile Indócil: huellas de una confrontación histórica (Tajamar Editores). Escrito antes del 18/O, el libro es un intento del autor por comprender la polarización política que ha experimentado el país en la última década. Una política de enfrentamientos que sepultó los acuerdos y que en su libro lo lleva a preguntarse: “¿Somos un país condenado a la confrontación, al odio y al resentimiento?”.
Reactivadas en los últimos años, las divisiones persiguen al país desde la década del 60, plantea Colodro. “Lo que hemos vivido desde los 60 es una disputa para imponernos unos a otros modelos políticos y modelos ideológicos sin ninguna capacidad de mirar y construir consensos para lograr convivir y ver al país como un proyecto común”, dice.
Bajo esa luz, los 90 y la política de los acuerdos fueron una excepcionalidad, forzada por las condiciones históricas. Una dinámica que acumuló tensiones y que se fracturó la noche en que Sebastián Piñera alcanzó su primera presidencia. “El momento radical es el 2010, cuando se produce la alternancia en el poder, y lo que revive entonces es la distancia de la centroizquierda respecto del país que se construyó en base a consensos forzados y sobre todo a una institucionalidad y a un modelo económico impuestos por una dictadura. Esa desafección es lo que conduce de la Concertación a la Nueva Mayoría”.
Usted sostiene que el plebiscito de 1988 encierra un fracaso de la centroizquierda. ¿En qué sentido fue un fracaso?
El plebiscito del 88 tiene una doble dimensión. Efectivamente es un triunfo electoral y político sobre Pinochet. Pero es un fracaso a mi juicio porque lo que la centroizquierda buscó, desde la Democracia Cristiana al Partido Comunista, sobre todo en los 80 con el inicio de las movilizaciones, fue derrocar a la dictadura. Finalmente eso no se produjo porque la oposición no tuvo la fuerza ni la capacidad de derribar al régimen. Tuvimos entonces que aceptar las reglas del juego para participar en la lógica del plebiscito y eso supuso aceptar una transición pactada, aceptando senadores designados, comandantes en jefe inamovibles, aceptando que Pinochet iba a jugar un rol central durante 8 años como comandante en jefe del Ejército y que el año 98 iba a asumir como senador vitalicio; si después no siguió como senador fue gracias a las cortes en Londres y en España y no a lo que hicimos en Chile. La centroizquierda tuvo que aceptar condiciones dolorosas, y esas frustraciones son los que surgen con mucha fuerza el año 2010, cuando descubre que este país que ha administrado y construido durante 20 años termina haciendo posible que los partidarios de la dictadura ganen elecciones en democracia con mayoría absoluta. Y ese golpe emocional, traumático, explica buena parte de la tensión de la última década en Chile.
¿Renegar de la transición no es renegar de su pasado?
La centroizquierda inicia el 2010 una autodemolición. Cuando se produce la derrota, la centroizquierda mira hacia atrás y dice este país es más la herencia de este modelo heredado que algo propio, y esa es la razón por la cual se procede a esta demolición, a la lógica de la retroexcavadora, y es lo que genera una polarización muy fuerte. Y además genera una paradoja: hoy es la derecha la que defiende el país del 90 en adelante, en vez de ser el país defendido por aquellos que lograron el fin del régimen militar y el inicio de la transición; ellos no miran este país como propio, lo ven como un país impuesto.
Pero el proyecto que reelabora la centroizquierda conduce a un nuevo gobierno de la derecha.
A partir del 2010 lo que se busca es reconstruir un proyecto político nuevo, se integra al Partido Comunista, que fue opositor a la Concertación, y su incorporación es muy importante. Se llega al gobierno, pero el error que comete la Nueva Mayoría es hacer reformas que golpearon muy fuerte el ethos de esa clase media emergente que había crecido en los 20 años de la Concertación.
¿El estallido social fue la oportunidad que la izquierda necesitaba?
El estallido lo que hace es reinstalar con fuerza y relegitimar el discurso de la izquierda. La izquierda fue tremendamente eficaz en darle una interpretación al fenómeno del estallido donde el eje está puesto en la necesidad de una nueva Constitución. El gran logro de la centroizquierda es haber convencido a la mayoría de los chilenos de que buena parte de la solución de sus problemas pasa por el cambio constitucional, y que este está íntimamente vinculado al cambio del modelo económico. Y su segundo gran logro es iniciar la demolición del sistema de las AFP. Se está demoliendo la Constitución a través del proceso constituyente y ahora el modelo económico disparando a la columna vertebral que es el sistema previsional.
La centroizquierda se ha ido polarizando y los actores que hoy emergen como viables, Daniel Jadue, Pamela Jiles, son la expresión de un Chile muy confrontacional”.
¿Las cifras de Apruebo, respaldado por una inmensa mayoría, no relativizan la idea del país polarizado?
Lo que se expresa en el resultado del 25 de octubre es una profunda división social y cultural, y niveles de segregación brutales. Pero la polarización se explica no solo por la posición que llega a adquirir la abrumadora mayoría de los chilenos frente al plebiscito, sino que se explica porque la sociedad chilena arrastra un desacuerdo de fondo sobre cómo se valoran estos últimos 30 años. La polarización se evidencia también en el debilitamiento de las fuerzas políticas de centro, no hay prácticamente centro político en Chile. La centroizquierda se ha ido polarizando y los actores que hoy emergen como viables, Daniel Jadue, Pamela Jiles, son la expresión de un Chile muy confrontacional. Y por otro lado la derecha tampoco tiene la capacidad de mostrar una visión de país que logre grados mínimos de consenso.
La nueva Constitución cierra un ciclo: ¿permitirá exorcizar uno de los fantasmas de nuestro pasado?
El proceso constituyente es una tremenda oportunidad. Pero supone un desafío: ¿vamos a ser capaces como sociedad, y sobre todo los actores políticos, de aprovechar la Convención para de buena voluntad y buena fe buscar acuerdos o va a ser un espacio donde unos y otros van a intentar imponer hegemonías, derrotar al adversario, neutralizar opiniones de los que piensan diferente? Señales como lo que hemos visto en los últimos días, el intento de una parte de la izquierda encabezada por el Partido Comunista de desconocer uno de los acuerdos claves del 15 de noviembre, que fue el quórum de los 2/3, devela que hay sectores que no ven este proceso como un espacio de construcción de acuerdos sino de imposición de hegemonías.
¿Desaparecerá la violencia?
Lamentablemente la violencia no va a desaparecer y va a acompañar el proceso constituyente, y por una razón clara: la violencia es anterior a octubre. Toda la violencia asociada al movimiento estudiantil, la violencia en el Instituto Nacional, en el INBA, es expresión de que hay un sector de la sociedad que mira la violencia de una manera distinta a como se ve en un sistema democrático. Es el principal problema político de la sociedad chilena: que hay un sector grande, particularmente en las generaciones más jóvenes, que valora y legitima la violencia como un medio para conseguir fines, y el resto de la sociedad no hemos sido capaces de mostrar que la violencia por definición está más allá de los límites del sistema democrático.
¿Hay sectores políticos interesados en la violencia?
Hay sectores que están apostando que el proceso constituyente no sea espacio para construir acuerdos y se generen nuevas frustraciones, y a partir de ellas relegitimar el uso de la violencia para imponer escenarios políticos. Es una amenaza real al proceso constituyente y ya lo está haciendo con un sector que está desconociendo el acuerdo.
¿A qué sectores les interesa que la violencia se mantenga?
La violencia sigue siendo legitima para sectores de izquierda importantes, entre ellos el Partido Comunista y algunos actores del Frente Amplio, que no conciben la posibilidad de construir una Constitución en conjunto con la derecha.
¿Cómo ve al resto de la centroizquierda?
Después de haber abjurado lo que fue el Chile de la Concertación, se quedó sin ningún espacio de legitimidad y es muy difícil que la centroizquierda moderada pueda verse relegitimada en sus diferencias con la izquierda radical. Si ya se sumó a ese diagnóstico de que no eran 30 pesos sino 30 años, veo difícil que pueda convertirte en alternativa legítima. Esa es la razón porque las alternativas que se instalan son del Partido Comunista o el Frente Amplio.
Y en la otra vereda, Joaquín Lavín...
Ahí tienes a una derecha más pragmática, algunos dirán populista como la que representa Joaquín Lavín, que vio una tremenda posibilidad de avanzar y crecer en lo que fue el mundo de la Concertación, y por eso se plantea como un socialdemócrata: lo que quiere es convencer y cooptar a lo que fue la izquierda moderada.
Sería una paradoja que Lavín capitalice este proceso.
Es una posibilidad, y sería una gran paradoja que termine siendo Joaquín Lavín quien encabece un proyecto de cambios hacia un Chile más inclusivo.
La actual crisis le está devolviendo protagonismo al Estado, ¿no sería el momento para un proyecto político de centroizquierda?
Lo que la centroizquierda tiene que hacer es pensar una alternativa política para este contexto y no seguir creyendo que se puede poner marcha atrás y volver a un contexto del siglo 20, porque ese contexto no va a volver. Uno de los problemas de la centroizquierda chilena es que cuando mira la crisis del capitalismo y la crisis del país ahora tiende a pensar en las recetas de la década del 60 y del 70, y no en recetas que tengan que ver con el mundo del hoy.
“El otro modelo” fue su última elaboración.
La idea de hacerle correcciones al modelo era parte de una tentativa. Pero ese otro modelo suponía volver a lógicas muy similares a los 60 y 70. Y yo creo que respondió a algo muy presente: la ilusión de que se dieron las condiciones para que la centroizquierda, la generación derrotada por el Golpe de Estado y la generación derrotada de los 80, pueda tener hoy la revancha. La tentación de la revancha le puede hacer daño al país y a la propia izquierda.
¿A la izquierda le falta conexión con el mundo actual?
Le falta conexión con un mundo globalizado donde los Estados nacionales viven crisis profundas, presionados por la globalización económica y cultural. El Estado va a cumplir un rol relevante para impulsar la recuperación económica, pero eso ha ocurrido siempre después de cada crisis del capitalismo globalizado. Y a medida que los motores del mercado se van reactivando, el Estado va cediendo espacios, y eso va a volver a ocurrir ahora. El gran error de la izquierda es que no lograr entender que las crisis no amenazan la existencia del capitalismo, porque el capitalismo se alimenta y se vigoriza con estas crisis. Eso Marx lo entendió muy bien hace 200 años.