Mesas vacías, inseguridad y abandono: el ocaso del Mercado Central
De ser una visita obligada para cualquier recorrido turístico, el Mercado Central de Santiago pasó a enfrentar la crisis más grave de su historia. El estallido social, la pandemia y la inseguridad del barrio les pasó la cuenta: se ha cerrado el 30% de los locales y los recorridos turísticos ya no los contemplan.
El empresario Marco Morgado (54) invita a recorrer el Mercado Central. En este lugar prácticamente creció: es la cuarta generación que trabaja allí. Mientras camina saludando a gente que lo reconoce, se detiene frente a una corrida completa de locales. Ahora están todos cerrados, pero alguna vez, recuerda, fueron restaurantes que rebosaban con aromas, risas y brindis:
“Ver esto me da pena, porque no era así”.
Tal como Morgado, locatarios de restaurantes y pescaderías del tradicional edificio acusan que existe un abandono por parte de las autoridades. Desde octubre del 2019, cuando comenzó la crisis social, empezó un sostenido declive, tanto del barrio como del Mercado.
El resultado de esto es evidente en este momento: es hora de almuerzo, pero muchas mesas están vacías. Por lo mismo, los garzones tienen que salir a perseguir a los potenciales consumidores para que se sienten.
El problema, en simple, es ese: la gente ya no entra al Mercado Central.
“Estamos trabajando con un 70% de los puestos abiertos”, comenta Augusto Vásquez, dueño del tradicional local fundado por su padre, “Donde Augusto”. “De hecho, la Joya del Pacífico cerró, y desde la pandemia que no se sabe nada de ellos”.
La calle Puente, el límite poniente del edificio, ha sido históricamente la principal fuente de visitantes al lugar, considerando que es un paseo peatonal y que en su recorrido hay dos estaciones de Metro. Pero hoy, denuncian, es imposible transitar con tranquilidad. En un recorrido simple entre la Plaza de Armas y el Mercado hay que sortear decenas de vendedores ambulantes que estrechan la calzada.
Además, la venta de comida callejera, como anticuchos y pollo frito, cree Morgado, les hace competencia. Y una desleal, agrega, considerando que los ambulantes no siguen ninguna norma de higiene, ni pagan patente.
“Si viene la Seremi y tengo una baldosa quebrada, me hacen un sumario y me sacan un parte -se queja-. Pero afuera venden lo que quieren, con toda tranquilidad y sin ninguna medida sanitaria”.
Así, también, la inseguridad es un gran problema del sector. Se ha puesto bravo, dicen vecinos y locatarios. Y según constatan quiosqueros y comerciantes establecidos del Paseo Puente, los lanzazos y robos por descuido son pan de cada día.
De hecho, según cifras de Carabineros de Chile, en el cuadrante al que pertenece el Mercado Central, que incluye la parte norte del casco histórico, se han cometido 1.541 delitos en lo que va del año, un 96% más que en el 2021. Asimismo, van 117 robos con violencia en los últimos 28 días, un aumento del 200% en el mismo período del año pasado.
Todo esto ha hecho que el Mercado hoy luzca vacío y algo lúgubre. Los rincones de sus locales, algunos derechamente abandonados, con mesas acumulando polvo, exhiben fotografías con visitas ilustres e invitados famosos. Las mismas que hablan de un pasado muy distinto al presente. Tiempos que, literalmente, eran días de grito y plata.
Los días de fiesta
El Mercado Central ha tenido desde siempre una estrecha relación con el desarrollo de la ciudad de Santiago.
El arquitecto de la Universidad Católica Dino Bozzi explica que el lugar donde se sitúa hoy el edificio siempre estuvo contemplado para que existiese allí el mercado de la ciudad. De hecho, hasta mediados del siglo XVIII allí existió la Plaza de Abastos de Santiago.
“Eso, hasta que el lugar se quemó -indica Bozzi- y fue sustituido en los años 1870 por el edificio actual, una construcción de fierro prefabricada de origen europeo”.
Allí se transaban verduras, frutas, carne, entre otros. Testigo de eso fue la familia de Marco Morgado: su tatarabuelo trabajó allí en los años 1930, vendiendo codornices y conejos.
Luego, con el desarrollo de La Vega Central como mercado de abastos, asegura Bozzi, el Mercado tuvo que reinventarse. “Así, de a poco se fue especializando en la oferta actual que tiene, concentrándose en los productos marinos y en las cocinerías”.
Morgado comenta que su padre y su madre, a finales de los años 70, pusieron una cocinería, donde vendían desayunos y pailas, comida al paso. “Luego, la misma demanda de la gente nos obligó a crecer. Eso nos llevó a, por ejemplo, tener sí o sí una carta, o a poner copas en vez de vasos”.
Todo ese esfuerzo derivó en El Galeón, restaurante que fundaron con su hermano Francisco, heredando toda esa tradición gastronómica familiar.
El Mercado, a la vez, iba ganando prestigio como un atractivo turístico, que se potenció al ser declarado Monumento Histórico en 1984. Abrieron más restaurantes, llegó más público. Incluso, a principios de los 2000 se grabó una exitosa teleserie nacional.
Con el tiempo, comenzaron a llegar cada vez más turistas extranjeros: europeos, argentinos y brasileños. Y la bonanza económica estaba desatada. “Era habitual ver cuentas de dos millones de pesos, fácil, entre seis personas. Eran turistas que pedían vinos caros, o platos como centolla”, recuerda Morgado.
Augusto Vásquez, en tanto, recuerda que el invierno era una muy buena temporada, ya que llegaban turistas a disfrutar de los centros de esquí que rodean la capital.
De hecho, la bonanza no es un recuerdo tan lejano. “Para la Copa América del 2015, que se hizo en Chile, el Mercado era una fiesta -asegura Vásquez-. Estaba lleno de vida. Puse una pantalla gigante y se vieron todos los partidos”.
El Mercado se convirtió en una fuente de ingresos para que familias completas salieran adelante, como Malena Puertas (68) y sus ocho hijos e hijas. Partió vendiendo cabezas de ajo y hoy tiene un restorán y una pescadería.
El fin de este ciclo de bonanza, todos coinciden, terminó el 18 de octubre del 2019: el día en que comenzó la crisis social.
Con las consecuentes protestas a lo largo de todo Chile y Santiago, el Mercado también fue foco de vandalismo. “Tuvimos que cerrar varias veces. En una ocasión nos trataron de destrozar las terrazas, tuvimos que entrar todo -subraya Vásquez-. “Fue una locura. Me acuerdo que decíamos, ¿qué vamos a hacer?”.
Un efecto de la masividad e intensidad de las protestas, comenta el mismo Vásquez, fue que el acceso se les hizo cada vez más difícil a los turistas, debido a los cortes de tránsito en el centro cívico y el cierre del transporte público.
Todo esto fue la primera estocada: Morgado lamenta que al principio del estallido tenían cuatro locales con 120 trabajadores. Semanas después, solo quedaban 55 empleados. Faltaba el segundo golpe de gracia: la pandemia. “Cerramos una semana sin saber que iban a ser siete meses. Y sentimos lo que fue pasar de tener ingresos, hacer inversiones, a no vender un solo peso”, lamenta Morgado.
De hecho, El Galeón tuvo que reestructurarse. Cerraron uno de sus locales más queridos, que quedaba a la entrada norte del Mercado, y lo convirtieron en una pescadería. Los Morgado siguen pagando deudas crediticias, que suman, dice, 400 millones de pesos.
En tanto, Vásquez lamenta que al día de hoy en Don Augusto trabaja solo la mitad del personal que trabajaba antes de la crisis. La baja de los comensales no da para más.
“Se acabó la pandemia, pero la gente no volvió a venir -expone-. Gran parte de nuestras ventas eran bufetes de abogados y oficinistas. Pero la gente ya no viene al centro. Y acá quedamos nosotros”.
Bajar la cortina
El Mercado Central, a pesar de que las restricciones pandémicas se han flexibilizado, y que las protestas no son tantas como antes, aún no logra alcanzar el nivel de visitantes de aquellos buenos tiempos.
Según Marco Morgado, esta es una nueva etapa de la crisis, la “pospandémica”. La migración de algunas empresas a la zona oriente debido al estallido social, como ocurrió con los grandes bancos, es uno de los factores que explican que hayan perdido parte importante de su antigua clientela chilena.
Pero el otro factor es el entorno: el barrio se ha vuelto muy complejo.
Patricio Alonso, uno de los trabajadores de El Galeón, hoy pescadería, lamenta lo cambiado que está el barrio. “Llegamos en la mañana y tenemos que limpiar toda la fachada del Mercado, que la usan de baño, como si fuera algo normal. Se ponen a tomar afuera, y son insolentes”.
La garita de Carabineros que se ponía afuera del Mercado, que en algún momento servía para brindar protección, hoy está dentro del edificio, abandonada, frente a algunos locales cerrados.
Vásquez lamenta que a pesar de que han hecho esfuerzos por reunirse con la alcaldesa Irací Hassler, no han podido. “Nunca nos ha dado la instancia. Queremos que nos escuche y se ponga en nuestra posición”. Y agrega: “Estamos desamparados”.
Desde la Municipalidad de Santiago indicaron que en los últimos dos meses se han realizado siete megaoperativos con Carabineros en calle Puente, donde se incautaron 50 carros de comida. En el último de ellos, se detuvo a cinco personas.
Además, durante el segundo semestre se licitará un nuevo sistema de seguridad que contempla una renovación de la central de televigilancia del Mercado Central.
Con todo, Morgado se pregunta de qué forma hacer que vuelvan los clientes. Hoy, a diferencia de antes, están atendiendo principalmente a chilenos. Pero hace años, recuerda, atendía casi exclusivamente reservas de mesas de turistas.
“Nos sorprendió ver tanta mesa vacía -dice Julio y Ana María, una pareja de comensales del Mercado-. Venimos hace años. Y antes había que reservar, por la cantidad de extranjeros. Ahora prácticamente te entran del brazo para que consumas”.
Según Cristóbal Barrientos, director de la Agencia Santiago Tours, la inseguridad de la zona ha hecho alejarse a las empresas turísticas del Mercado Central. De hecho, ellos mismos ya no ofrecen recorridos por el lugar.
“Es que caminar con turistas por Ahumada o Puente es muy peligroso -asevera-. Aparte se les acercan, los molestan, les piden plata”.
Lo mismo piensa Mario Cavalla, director de la plataforma de turismo cultural Santiago a Pata. Solía llevar grupos a recorrer el lugar, por su historia y valor patrimonial. Pero ya no lo hace. Y agrega otro punto: la relación precio-calidad del lugar no es muy buena.
“Antes era una picada, pero ahora les ven la cara de turistas y se exceden con los precios. Les cobran como si fuera un restaurante gourmet, pero no lo son”.
Barrientos, de hecho, señala: “Ahora los llevamos a comer pescados y mariscos a otros lugares, como el barrio Italia”.
“Nos están saltando, es un hecho -admite Morgado-. “Para la pandemia trabajábamos con 40 empresas. Y aunque algunas quebraron, muy pocas nos están haciendo reservas”.
De hecho, Vásquez recuerda un hecho que él considera insólito. “Atendí a unos brasileños. Comieron rico, se fueron felices y volvieron al rato: les habían robado el celular de un lanzazo”.
Pero una de las cosas que más lamentan es que ellos son los encargados de preservar el negocio familiar. Y los que más lo sienten son sus padres, que dedicaron toda su vida al Mercado Central.
“A mi papá lo jubiló el estallido social. Le afecta ver el Mercado y que esté vacío”, asegura Vásquez, hijo de don Augusto. “El mío tiene 83 años. Y cuando viene a saludar, le da pena. Mi mamá también, trabajó toda su vida acá, y cuando viene, no lo puede creer”, agrega Morgado.
Y por más que piensen en cómo reactivar, al final llegan a la conclusión de que la solución no pasa por ellos. Y, agrega Vásquez, en el Mercado Central ya trabaja la mitad de los trabajadores que hace algunos años.
“Todos los días me despierto y digo: ¿Vale la pena seguir? Bajar la cortina es una cosa latente -suspira Vásquez-. Estamos abandonados. A otros barrios los ayudan, pero no sé por qué a nosotros no”.
“El Mercado se puso feo. Se apagó, no hay bulla, no hay movimiento. Y cuando no hay movimiento, hay muerte”, dice Morgado.
Y remata.
“Esto es como una pesadilla que nunca se acaba”.
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