Tal vez militar en el partido de la independencia es una cuestión de carácter. Requiere personalidad para convencer a alguien con el paraguas programático de sí mismo y resistirse ante las tentaciones de la inscripción en una colectividad. Y todo sin parecer arrogante ni presumido.

El ex director del Museo Nacional de Bellas Artes y profesor de Teoría e Historia del Arte en la Universidad Católica, Milan Ivelic (1935), probablemente luce con orgullo aquella condición. Vivió los años de la Unidad Popular, de la dictadura y de la transición sin firmar por nadie, pero él recalca que eso no significa que “no tenga ideas políticas” ni adopte posiciones cuando la encrucijada histórica lo pide.

Y qué más evidente encrucijada que las próximas elecciones de convencionales constituyentes del 11 de abril. Ivelic reconoce que ir auspiciado solo por su trayectoria era un pasaje a ninguna parte y en esta ocasión se acogió a un paraguas. Es uno integrado por personalidades bastante transversales y bajo el nombre de Independientes No Neutrales.

El grupo ya estuvo por el Apruebo y entre sus integrantes más conocidos están Agustín Squella, Eduardo Engel, Patricia Politzer, Rodrigo Jordán y Benito Baranda, por nombrar algunos. Milan Ivelic está entre los seis candidatos que la lista maneja en el distrito 11, el de Las Condes, Vitacura, Lo Barnechea, La Reina y Peñalolén.

Reconoce que es una zona difícil, pero a estas alturas del partido tal vez aquellas consideraciones sean relativas. Después de todo, lo esperable sería que a los 85 años alguien prefiera dedicarse al descanso o la lectura en vez de a discusiones desgastantes. Para el ex director del Instituto de Estética de la UC aquella presunción no corre.

El cineasta Silvio Caiozzi decidió ser candidato a constituyente después de que un grupo de artistas lo convenció, ¿Cómo fue su caso?

No, a mí nadie me tuvo que convencer. Es una decisión totalmente personal e independiente. Nunca he pertenecido a ningún partido político, pero eso no significa que no tenga ideas políticas. He sido profesor de Teoría e Historia del Arte durante toda mi vida. Y resulta que el arte está relacionado con lo que pasa en la sociedad, con lo que acontece en la historia. En otras palabras, al ser profesor de esta disciplina simplemente no podía eludir la contingencia en que se encuentra Chile. Me pregunté, ¿Por qué yo, con mi experiencia y mi permanente diálogo con mis alumnos, yo que me siento aún joven, no puedo manifestar mis propuestas en la convención constituyente?

¿Nunca en su vida se relacionó con algún grupo político u ocupó un cargo que lo vinculara con alguna colectividad?

No. Lo más cerca fue ser director del Museo de Bellas Artes (desde 1993 a 2011), pero eso fue una suerte de convergencia de tipo cultural, no política. Fue por razones culturales por las que el entonces presidente Patricio Aylwin me designó en ese cargo. Siempre he sido una persona autónoma, sin ataduras a ningún dogma o ideología. Y créame que esa independencia es muy apreciada para mí. En realidad, mi único compromiso es con la libertad y la democracia. Si es que llegara a ser elegido como constituyente, me gustaría al menos concentrarme en que se respeten aquellos pilares y valores de nuestra sociedad. Eso sí que lo voy a defender. Me refiero, por ejemplo, a contribuir a equilibrar los poderes del Estado para que ninguno se coma al otro, pero también me refiero a los derechos humanos, a afianzarlos y a respetarlos.

¿En qué sentido?

En el sentido de que la próxima Constitución sea realista. Me preocupa que sea un texto muy bien redactado, pero que no sea cumplido o realizado por las autoridades que vendrán. ¿Van a ser capaces de entender que se necesita afianzar la democracia, la justicia y la libertad, y al mismo tiempo disminuir la pobreza? Todo suena muy bonito, pero quienes tendrán la misión de concretar nuestras propuestas, ¿lo irán a hacer bien? Por eso yo hablo de la “ética de la responsabilidad”. Es decir, todo lo que la constitución mandata debe ser cumplido.

Al parecer teme bastante que la nueva Constitución sólo sean bonitas palabras.

Sí, es un temor. El papel aguanta todo y yo puedo poner cualquier cosa. Mi preocupación es que sea un discurso florido de bellas palabras a las que se las va a llevar el viento. Uno tiene experiencia y conoce lo que pasa. Yo llevo casi 65 años haciendo clases y tengo alumnos de todos los estratos socioeconómicos. Cada estudiante habla por sí mismo, pero también por su vida y su familia. Así uno los conoce. Ojalá que entre los constituyentes haya sobre todo personas con experiencias vividas y no experiencias teóricas. La constitución debe estar aterrizada, en la tierra, aunque sea redundante decirlo. Debe tener en cuenta cómo es nuestro país ¿Por qué no hemos podido mejorar las condiciones de vida de los chilenos? ¿Por qué hay familias de 4 o 5 personas que viven en espacios de 20 o 30 metros cuadrados? ¿Por qué los museos estatales tienen tan poco presupuesto, por qué la cultura tiene tan poco relieve?

¿Cree que sería muy difícil el diálogo entre un ex director del Museo de Bellas Artes como usted y un político clásico?

Por supuesto que creo que hay que ir con apertura de mente y entender que siempre podemos llegar a un consenso mínimo. Confío en que si hay mentes abiertas y lejanas a la intolerancia y al dogmatismo, podremos encontrar soluciones. Yo acepto totalmente la diversidad y tengo claro que entre los constituyentes habrá ideas muy distintas. No me voy a agarrar a puñetes con nadie, sino que conversaré con los que no comparten mi opinión. Es más, puede que el otro tenga mucho mejores ideas que yo.

Un mes antes del estallido usted publicó un libro donde de alguna manera advertía las tensiones en el país.

Sí, en la introducción del libro de arte chileno Fronteras abiertas que escribimos junto a Gaspar Galaz, yo planteé que algo podía ocurrir en el país. Eso lo escribí un año antes de octubre del 2019. Sin embargo, tengo que decir que me llamó la atención la violencia del estallido o, mejor dicho, la explosión social: no me gusta el término estallido. Sin embargo, los sin voz no tenían otra posibilidad al parecer. Había que protestar y había que hacerlo con ira. Ahora, después de eso vino el proceso constituyente. De lo contrario no estaríamos hablando de esto ahora, sino de cómo le va a ir a Colo-Colo.

La mayoría de los museos cerró a fines del año pasado, pero instituciones como el GAM o el Centro Arte Alameda buscaron participar en la demanda social a su manera, ¿Usted qué habría hecho?

Cuando yo era director del museo mi responsabilidad era la de custodiar un patrimonio. Por muchas ganas que haya tenido, yo no habría podido exponer la conciencia histórica y artística de un país a un hecho de vandalismo. No se trata de ser valiente o no, sino que de la responsabilidad que uno asume al hacerse cargo de un tesoro nacional.

¿Se siente en condiciones óptimas considerando el desgaste y la discusión que significa ser constituyente?

Sí, totalmente. Tengo 85 años y si me llegan a elegir es probable que sea el más viejo de todos. Sin embargo, yo le dedicaría un 90 por ciento de mi tiempo a esta tarea y un 10 por ciento a la docencia, cuestión que no puedo dejar de hacer.

¿Por qué son tan importantes las clases?

Es algo vital para mí. Me conecta con el ser humano. Estar frente a 40 muchachos que me escuchan e interactúan me halaga, me hace bien. Mientras tenga capacidad física e intelectual seguiré haciendo clases, aunque sea gratis.

En ese sentido, ¿Qué valor le otorga a la visualidad callejera tras octubre del 2019?

Yo comienzo mis clases con un análisis de los graffitis. Pienso que los muros de la ciudad se han transformado en la escritura del pueblo. Pero aclaro que no hablo de cualquier rayado, sino que me refiero a las creaciones especialmente hechas para ese entorno, con pinturas o incluso con palabras. A falta de voz, muchos se expresan visualmente. En esas obras está lo que piensan y lo que sienten. Desde Plaza Italia hasta Estación Central uno es capaz de encontrar en las paredes de la Alameda el pulso de lo que siente el pueblo. Mis alumnos salen a fotografiar aquellas huellas con sus celulares. No todo es barbarie y por eso hay que distinguir entre un rayado que ensucia y violenta de una imagen que visualiza y compromete a todo un sector de la sociedad. No todo lo que está en los muros está mal o es nefasto como algunos creen.

A propósito de expresiones callejeras, ¿Cree que la estatua de Baquedano debería permanecer donde está?

Sí. No se debe mover. Debe quedar como un símbolo para que el público haga la lectura que estime conveniente del monumento de Baquedano, aunque esté caricaturizado o pintarrajeado. Lo peor es sacarlo. Se puede restaurar en su momento, pero ahora es un testimonio para que cada cual lo interprete a su manera. Yo no soy partidario de esconder ni de secretismos. Tampoco de preocuparme sobre qué van a pensar los extranjeros, de si somos quizás muy bárbaros o desgraciados. Dejen la estatua tal como está.

¿Siempre ha tenido una postura dialogante o quizás en su juventud fue más radical?

En general sí, aunque no puedo decir que no haya tenido algún momento violento en mi vida. Tal vez si en una conversación los ánimos se van caldeando, puede que uno tenga ganas de lanzar un combo. Pero aun así, uno trata de frenarse. En fin, es una cuestión de hábitos culturales y sociales que se desarrollan en la vida: para mí la diversidad es lo esencial y no todos podemos pensar igual.

¿Tal vez durante la dictadura enfrentó situaciones de intolerancia?

Por supuesto. Todos sabían mi postura en la universidad. Yo no era pinochetista ni me gustan los regímenes dictatoriales. Más de alguna vez lo dije en mis clases y es lógico que había autoridades que me tenían distancia. Tal vez el momento más conmovedor de mi vida fue cuando pocos días después del 11 de septiembre de 1973 fui a visitar La Moneda. Ver eso me significó un golpe afectivo y psicológico muy profundo. Vi todo en televisión, como muchos, pero me convencí de que tenía que observarlo con mis propios ojos.