Creció en Jerusalén, en un entorno de enorme riqueza cultural. Solo mirar El Monte del Templo, en la Ciudad Vieja, lo hacía sentirse parte de la historia. Oded Galor, hoy reputado profesor de economía en la Universidad de Brown, se graduó y fue académico en la Universidad Hebrea, donde también enseña Yuval Noah Harari. “Cuando vives en Jerusalén, la historia es ineludible”, piensa.
Doctorado en Columbia, Galor concilia su interés en la historia con su preocupación por la desigualdad y el crecimiento económico. Desde la Universidad de Brown comenzó sus investigaciones en torno a esos temas hace más de 30 años. Galor profundizó su exploración empíricamente, desarrolló modelos matemáticos y dio forma a una Teoría del Crecimiento Unificado.
Su teoría vino a reemplazar los modelos de crecimiento que se concentran específicamente en el siglo XX. “En consecuencia, no pueden arrojar luz sobre uno de los fenómenos más importantes en el curso del crecimiento económico, que es el surgimiento de una brecha enorme y persistente en el ingreso per cápita en todo el mundo en los últimos dos siglos”, observó.
Abarcadora y audaz, la teoría “es un intento de comprender el papel de las fuerzas históricas y prehistóricas en los patrones diferenciales de desarrollo y la gran disparidad en el nivel de vida en todo el mundo tal como lo vemos hoy. En términos generales, la teoría examina cómo los individuos, las sociedades y las economías han evolucionado prácticamente desde el surgimiento de los humanos modernos y cómo esta evolución contribuyó a la gran desigualdad en el mundo”.
“El proyecto de Galor es de una ambición impresionante”, escribió Robert Solow, premio Nobel de Economía. El resultado de su modelo “es una poderosa mezcla de hechos, teoría e interpretación”, agregó.
El académico israelí, hoy candidato al Premio Nobel, sintetizó su teoría y en diálogo con las ciencias sociales y biológicas escribió El viaje de la humanidad. Publicado en abril simultáneamente en 30 países, el libro explora en los orígenes de la riqueza y la desigualdad, desde la aparición del homo sapiens hasta nuestros días.
Dividido en dos partes, expone cómo la revolución agraria y los avances científicos y culturales fueron insuficientes para generar prosperidad prolongada: hasta el siglo XVIII, afirma, la humanidad vivía atrapada en la trampa de la pobreza, como escribió Thomas Malthus: el crecimiento demográfico ahogaba los frutos del progreso.
“A lo largo de casi 300 mil años después de la aparición de homo sapiens, los ingresos per capita fueron apenas superiores al mínimo necesario para sobrevivir”, escribe.
El punto de inflexión se produjo con la Revolución Industrial, la reducción de las tasas de natalidad y el impulso en la educación. Entonces, Europa y América del Norte “comenzaron a experimentar un aumento rápido y sin precedentes históricos del nivel de vida en distintos estratos sociales”.
Naturalmente, la prosperidad no alcanzó a todos por igual: extensas regiones de Asia, África y América Latina quedaron rezagadas, lo que generó una amplia y profunda brecha. En la segunda parte del libro, Galor analiza los factores históricos que inciden en la desigualdad y reconoce varias capas de influencia: condiciones geográficas, culturales, instituciones políticas y características sociales.
Ciertamente, no omite el impacto de la colonización y la globalización en la riqueza de unos y el empobrecimiento de otros. Pero sostiene que en la capa más profunda se encuentran factores geográficos que propiciaron instituciones que facilitaron o retrasaron el desarrollo. Así, en América Latina el sector agrícola se distinguió por la concentración de la tierra, lo que condujo a instituciones extractivas “caracterizadas por la explotación, la esclavitud y la desigualdad”. Tras la independencia, las élites “mantuvieron estas instituciones extractivas y ralentizadoras del crecimiento para conservar las disparidades económicas y políticas y sacar provecho de su persistencia, lo que condenó a estas regiones al subdesarrollo”.
En cambio, en Europa, las características del suelo y el clima promovieron instituciones con “una mayor inclinación a la cooperación, confianza, igualdad de género y una mentalidad más orientada al futuro”.
Un aspecto adicional es la diversidad: según Galor, altos grados de diversidad pueden inhibir el crecimiento al disminuir la cohesión social, y a su vez una baja diversidad entorpece la innovación. “Si Bolivia, que tiene una de las poblaciones menos diversas, fomentara la diversidad cultural, su ingreso per cápita podría aumentar hasta cinco veces”, escribe. “Si Etiopía, uno de los países más diversos del mundo, adoptara políticas para mejorar la cohesión social y la tolerancia de la diferencia, podría duplicar su ingreso per cápita actual”.
De este modo, concluye, sociedades con grados moderados de diversidad vieron aumentar la confianza y la innovación y alcanzaron niveles más altos de desarrollo.
A través del e-mail, Galor cuenta que su interés “por la desigualdad se ha basado en mi convicción moral personal, así como en la comprensión del posible efecto adverso de la desigualdad en la prosperidad económica. A pesar de la importancia de la desigualdad salarial en la generación de los incentivos económicos adecuados, es bastante evidente que la desigualdad excesiva de la riqueza afecta negativamente la ‘igualdad de oportunidades’ en la sociedad y, por lo tanto, es injusta y perjudicial para la eficiencia económica y la cohesión social”.
Un hito en la historia es la Revolución Industrial, pero más aún la educación: ¿Qué papel ha jugado la educación en este camino?
Desde la aparición del homo sapiens y el desarrollo de la primera herramienta para cortar piedra, el progreso tecnológico fomentó el crecimiento y la adaptación de la población humana a su entorno cambiante. A su vez, el crecimiento y la adaptación de la población amplió el grupo de inventores y expandió la demanda de innovaciones, estimulando aún más la creación y adopción de nuevas tecnologías. Sin embargo, durante la mayor parte de la historia, un aspecto central de la condición humana no se vio afectado en gran medida: el nivel de vida.
Durante milenios, las ruedas del cambio, la interacción reforzada entre el progreso tecnológico y el tamaño y la composición de la población humana giraron a un ritmo cada vez mayor hasta que, finalmente, se alcanzó un punto de inflexión que desató el rápido progreso tecnológico de la Revolución Industrial. La creciente demanda de trabajadores calificados y educados que pudieran navegar en este entorno tecnológico que cambia rápidamente incentivó a los padres a invertir en la educación de sus hijos y, por lo tanto, a tener menos hijos. Las tasas de fertilidad comenzaron a disminuir y los niveles de vida mejoraron sin ser contrarrestados rápidamente por el crecimiento de la población, y así comenzó un aumento a largo plazo en la prosperidad humana que el mundo ha experimentado en los últimos dos siglos.
Contrariamente a la tesis de Marx, que profetizó que la Revolución Industrial conduciría a la revolución socialista, usted argumenta que en las sociedades industriales se produjo más bien “una revolución en la educación de las masas”.
Marx sostenía que la intensificación de la competencia entre los capitalistas resultaría en una reducción de sus ganancias, induciéndolos a profundizar la explotación de los trabajadores. Sostuvo que, por lo tanto, la lucha de clases sería inevitable, ya que la sociedad necesariamente llegaría al punto en que “los proletarios no tienen nada que perder, excepto sus cadenas”.
Sin embargo, contrariamente a la hipótesis de Marx, la transformación del proceso de producción en el curso de la Revolución Industrial hizo de la educación un elemento crítico para impulsar la productividad industrial y mantener las tasas de ganancias. La educación y las habilidades de la fuerza laboral se volvieron cada vez más importantes para la clase capitalista, ya que se dieron cuenta de que la educación era la clave para evitar una disminución en sus márgenes de ganancia. Por lo tanto, en lugar de una revolución comunista, la industrialización desencadenó una revolución en la educación de masas.
En su libro afirma que la desigualdad en la distribución de la tierra fue muchas veces un obstáculo para el desarrollo de la educación. ¿Por qué?
Por cierto. Los poderosos terratenientes habían sido hostiles a la provisión de educación pública. Claramente, los terratenientes tenían el incentivo de reducir el éxodo de sus trabajadores a los pueblos cercanos. Por lo tanto, dado que se dieron cuenta de que la educación brindaba a los trabajadores habilidades que tenían mayor demanda en el sector urbano que en el sector rural, objetaron la provisión de educación para disminuir la migración del sector rural al urbano y aumentar sus tasas de ganancia. De hecho, regiones del mundo como América Latina, donde la desigualdad en la propiedad de la tierra era bastante significativa, tuvieron una transición más lenta de la agricultura a la industria y una menor prosperidad económica.
¿Cómo afecta la desigualdad al crecimiento?
La desigualdad de riqueza está asociada con decisiones ineficientes de educación e inversión de los segmentos más pobres de la sociedad. Por lo tanto, tiene un efecto adverso en la asignación de talentos entre ocupaciones y reduce la eficiencia económica. Además, afecta negativamente la cohesión social y se asocia con disturbios civiles y, por lo tanto, pérdida de productividad.
En 1989, el Consenso de Washington propuso una receta para el crecimiento: libre comercio, privatización de la industria, protección de los derechos de propiedad, disciplina fiscal, entre otros. Pero estas medidas no han logrado eliminar la pobreza y la desigualdad. ¿Por qué?
La privatización de la industria, la liberalización del comercio y la seguridad de los derechos de propiedad pueden ser políticas propicias para el crecimiento en los países que ya han desarrollado los requisitos sociales, culturales y educativos para el crecimiento económico, pero en entornos donde estos cimientos están ausentes, donde la cohesión social es tenue y la corrupción está arraigada, tales reformas universales a menudo han sido infructuosas.
Las características institucionales, culturales, geográficas y sociales que surgieron en el pasado lejano han impulsado a las civilizaciones a través de sus distintas rutas históricas y han fomentado la divergencia en la riqueza de las naciones. Indiscutiblemente, las culturas e instituciones conducentes a la prosperidad económica pueden adoptarse y formarse gradualmente. Las barreras erigidas por aspectos de la geografía pueden mitigarse. Pero es poco probable que cualquier intervención de este tipo que ignore las características particulares que han surgido en el transcurso del viaje de cada país reduzca la desigualdad y, en cambio, puede provocar frustración, agitación y estancamiento prolongado.
Durante la dictadura de Pinochet, Chile fue pionero en la adopción de reformas neoliberales que, si bien generaron crecimiento, también provocaron grandes desigualdades. Aun cuando los gobiernos democráticos desarrollaron políticas sociales, las desigualdades persistieron, se agudizaron y alimentaron un profundo descontento, que finalmente estalló en las calles en 2019. ¿Le sorprendió el malestar social en Chile?
Como dije antes, la persistente desigualdad es una fuente de malestar social, y el reciente malestar en Chile no es una excepción. Para mitigar el impacto inevitable del rápido cambio tecnológico y la globalización en la desigualdad, las sociedades deben garantizar la “igualdad de oportunidades”, de modo que a priori todas las personas tengan la misma probabilidad de beneficiarse de este progreso. Pero, además, las sociedades deberían proporcionar nidos de seguridad para aquellos segmentos sociales que no se benefician de este proceso. Esta política es tanto moralmente justa como económicamente sabia; fomentará la eficiencia y mitigará el efecto adverso del malestar social sobre la inversión y la productividad.
¿Está a favor de un mayor protagonismo del Estado que garantice los derechos económicos y sociales, como busca promover el proyecto de nueva Constitución en Chile?
Mientras estas políticas fomenten la igualdad de oportunidades, reduzcan el malestar social y mantengan los incentivos económicos adecuados, serán propicias para el crecimiento económico.
El crecimiento económico ha tenido un impacto enorme en el medioambiente. ¿Es posible lograr un desarrollo económico armónico, que reduzca las brechas sociales y sea ecológicamente sostenible?
Una clave para la compatibilidad del crecimiento económico con la preservación del medioambiente es una disminución en el crecimiento de la población. Un menor crecimiento de la población permitiría una mayor tasa de crecimiento del ingreso per cápita y una menor emisión de carbono. En este sentido, políticas que fomenten la igualdad de género y un mayor retorno de la inversión en educación podrían permitir alcanzar esta armonía.