En los primeros días de marzo, el escritor italiano Paolo Giordano (Turín, 1982) asistió a una cena con amigos en Roma. Los contagios aún no llegaban a dos mil, las muertes rondaban el medio centenar y vivían sin cuarentena. Durante la reunión, sus amigos compartieron su confianza en que sería una crisis transitoria, probablemente una cuestión de días. Las nubes negras de la epidemia venían aproximándose hacía semanas, pero parecía una amenaza muy lejana. “Por tanto, cuando el contagio golpeó nuestra puerta nos quedamos completamente aturdidos”, afirma.

El autor de La soledad de los números primos, uno de los escritores italianos más destacados de la actualidad, acaba de publicar En tiempos de contagio. Uno de los primeros ensayos en torno a la pandemia desatada por un virus que, como escribe, “nos ha pillado por sorpresa y vírgenes, sin anticuerpos ni vacunas. Es demasiado nuevo para nosotros”.

Formado en física teórica, Giordano publicó el 25 de febrero una columna en el diario Corriere della Sera. Titulada Coronavirus, el contagio matemático que nos ayuda a razonar en medio del caos, fue el punto de partida del ensayo que publica hoy, sobre la que acaso sea “la emergencia sanitaria más importante de nuestra época”.

Cuando Giordano comenzó a escribir, Italia contaba 1.200 contagios y 16 muertos. Hoy, las cifras llegan a 120 mil contagiados y 15.000 personas fallecidas en su país, mientras la emergencia se extiende por América Latina y Estados Unidos.

Conjugando números, información científica y observaciones cotidianas, el autor entrega reflexiones urgentes y aun válidas, “porque lo que está sucediendo no es un mero accidente, ni una calamidad ni, ante todo, una novedad: ha ocurrido otras veces y seguirá ocurriendo”.

En 90 páginas, el ensayo adopta una perspectiva global. No tiene sentido hablar de fronteras, dice, porque esta emergencia “va más allá de identidades y culturas: la propagación es la vara que mide hasta qué punto nuestro mundo se ha vuelto global, interconectado, inextricable”.

¿Imaginó de algún modo la gravedad que la epidemia alcanzaría en su país? ¿A qué lo atribuye?

La epidemia era previsible, incluso en su extensión, partiendo de las informaciones que nos llegaban de China y sobre todo de los números. Esto no significa que yo me haya quedado menos impresionado y sorprendido que otros. Una cosa es imaginar algo de manera abstracta, otra cosa es escuchar las noticias sobre hospitales colapsados, ver ataúdes llevados por el Ejército, encontrarse encerrados en casa…, y no teníamos ninguna razón para imaginar que Italia se encontraría a la delantera de todos los demás países occidentales, pero pasó.

En el libro, usted afirma que no teme al contagio, sino más bien a que todo se derrumbe. ¿Aún lo teme?

Las consecuencias de esta crisis serán innumerables e irán en todas las direcciones. Es la prueba más fuerte que nuestra civilización haya tenido que superar desde hace muchos decenios. No sé prever qué quedará y qué se desvanecerá. Esto es lo que me da miedo, es cierto. Pero me da miedo también la idea de que esta emergencia se acabe y nosotros volvamos apresuradamente a ser idénticos a como éramos antes, preparando las premisas para el próximo desastre. Por esta razón escribí este libro y por esto lo escribí tan de prisa. Para fijar las ideas ahora que están surgiendo y poderlas recordar en el futuro.

Fronteras mentales

A días de cumplir 12 años, Paolo Giordano vivió su primera cuarentena. Se contagió del virus “boca-mano-pie”. Incómodo y muy contagioso, le provocó ampollas alrededor de la boca y en sus extremidades, y lo obligó a aislarse. Recuerda que se sintió “muy solo y abatido, y que el día de mi cumpleaños me eché a llorar”.

“Tenemos una necesidad terrible de estar con los demás, entre los demás”, especialmente con quienes amamos, resalta. Pero hoy el sentido colectivo indica lo contrario.

“En tiempos de contagio volvemos a ser comunidad”, afirma. Pero la pandemia nos obliga a aislarnos. Es una paradoja que a algunos les ha costado comprender.

El virus nos ha llevado a muchas paradojas y esta es una de las más evidentes. La socialización y la libertad son dos de los valores más sagrados para nosotros. Medimos nuestro valor también en la capacidad de estar con los otros, de cuidar a los mayores y los enfermos. Ahora, de repente, tenemos que estar separados y no acercarnos a los mayores y los enfermos justamente para protegerlos. Es una paradoja y es innatural, pero es así. Los esfuerzos que hacemos para mantener las distancias no son realmente para protegernos a nosotros del virus: son para ayudar al sistema sanitario y proteger a los más débiles. ¿Cuántas otras veces hemos modificado tan radicalmente nuestro comportamiento para defender algo colectivo? Es un pensamiento nuevo. Y la disciplina que he visto en la gente me ha sorprendido y conmovido.

Ese espíritu de cooperación y solidaridad, ¿cree que será sostenible en el tiempo?

Lo espero, pero no sé si me lo creo. Cuando las enfermedades desaparecen, a menudo se llevan consigo todos los buenos propósitos. Tenemos que evitar que esto pase en este caso también. Por eso tenemos que escribir, confrontarnos, observarlo todo. La madurez de las personas se mide en gran mesura, en mi opinión, en su capacidad para transformar el sufrimiento en algo positivo. Creo que lo mismo se pueda decir de una civilización.

“La comunidad somos todos los seres humanos”, dice. Sin embargo, las respuestas a la crisis han sido particulares en cada país. ¿Sería necesaria una mayor coordinación internacional para enfrentar emergencias como esta?

Es necesario. Esta pandemia, tal y como sugiere la palabra, es un problema global. Nace de la misma globalización. Pero nosotros no estamos a la altura de la globalización que hemos creado. Los países cercanos en Europa pensaban poder evitar el contagio incluso cuando la situación en Italia ya era crítica. Nosotros pensábamos poderlo evitar cuando en China la situación era la que conocíamos. ¿Cómo es posible tanta ceguera? Nuestro mundo está conectado, pero nosotros seguimos teniendo fronteras en la cabeza. Hace falta una cooperación mundial sobre muchos temas: sanidad, economía, pobreza, migraciones. De otro modo estas crisis tendrán consecuencias cada vez más devastadoras.

Con la epidemia han brotado gestos de xenofobia y de nacionalismos en algunos países, incluyendo Italia; ¿son síntomas pasajeros o deberían preocuparnos?

Deberíamos preocuparnos siempre por ellos. El miedo frente a algo que para nosotros es tan nuevo hace posible cualquier reacción, incluso las más estúpidas. Pero tendríamos que preocuparnos siempre de la intolerancia. Y ser muy cuidadosos en este momento y explicar muchas cosas. Además, existe un riesgo real de autoritarismo en esta situación. Solo hay que pensar en lo que está pasando en Hungría. O en la necesidad de ser rastreados a través de los móviles, de compartir los datos sobre nuestra salud y nuestros movimientos. Como siempre, cuando la gente se siente expuesta a un peligro, está dispuesta a intercambiar una parte de su libertad a cambio de un sentido de seguridad. Pero tenemos que vigilar mucho lo que intercambiamos hoy, porque los efectos de las decisiones tomadas durarán más allá de la emergencia.

¿La globalización se verá afectada?

El cambio en nuestros comportamientos dependerá mucho de lo que dure la emergencia. Los movimientos serán una cuestión delicada todavía durante muchos meses. Y creo que esto cambiará nuestras costumbres. Creo que una cierta manera de vivir “globalizada” está ya demasiado instalada en nuestras sociedades como para que se pueda cambiar completamente.

El libro tiene una dimensión ambiental: critica nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza. ¿Considera que allí está, en parte, el origen del problema?

Las epidemias son fenómenos naturales, siempre existieron (peste, viruela, la gripe española). Los nuevos microorganismos potencialmente peligrosos para el hombre están escondidos en las forestas tropicales, en hábitats y ecosistemas. A veces pasa que uno de estos microorganismos “salta” al hombre y aprende a transmitirse entre los humanos. Esto es lo que pasó con el coronavirus. Con la deforestación, la cría masiva o la caza de animales en riesgo de extinción hacemos sencillamente más probable el contacto con estos microorganismos. Nuestra agresividad hacia la naturaleza nos pone en mayor riesgo.

¿Cree que la vida en sociedad cambiará tras la epidemia?

No me atrevo a decirlo. Hay tantas variables en juego que me parece imposible cualquier previsión. Pero si nada cambiara, sería triste.

En Chile la epidemia aún no llega al peak de contagios. ¿Qué recomendación podría ofrecer a partir de la experiencia en su país?

Las precauciones que aconseja la sanidad seguramente en Chile también -mantener las distancia, lavarse las manos, etc.- son de verdad las más eficaces. Cuanto antes se ponen en marcha, menos muertes se tendrán que contar y menos tiempo se tendrá que permanecer recluidos. Es una relación causal directa. Hay que mirar a los países que están más adelantados en el transcurso de la epidemia y aprovechar la ventaja. La otra necesidad primaria es la información. Todo el mundo tiene que estar bien informado.

Usted dice que últimamente piensa en el Salmo 90: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”. ¿Lo ha conseguido?

No lo sé. A veces prevalece el desaliento, otras la rabia. Pero estoy intentando poner a un lado todos los pensamientos posibles. He empezado un cuaderno grande y cada día escribo las reflexiones que esta crisis me está provocando mientras avanza. Espero, un día, poderlo usar para tener algo más de sabiduría.

En tiempos de contagio estará disponible mañana en ebooks y para pedidos online.