Les dijo que podían viajar a Marruecos, que él los recibiría en su casa. A mediados de los años 70, el pintor Claudio Bravo vino a Santiago y visitó el taller de su antiguo maestro, Miguel Venegas. Conoció a sus alumnos y les hizo una presentación con proyecciones de su obra, ya muy cotizada internacionalmente, pero poco conocida en el país. “Quedamos todos absolutamente en shock”, recuerda Ricardo Maffei, uno de los estudiantes del taller. Un par de años después, Maffei viajó con un compañero a España, con el propósito de llegar a Tánger, a visitar a Bravo. Y en poco tiempo tocaron la puerta de su casa.

-Él nos había invitado, pero no esperó que cobraríamos la invitación. Él estaba completamente dedicado a pintar. Al principio no fue fácil. Íbamos por un mes, pero yo me quedé dos meses y medio -recuerda.

En ese período, Ricardo Maffei aprendió, mejoró y refinó su técnica pictórica. Mirando trabajar a Claudio Bravo (1936-2011), escuchando sus críticas y consejos, recibió las lecciones más importantes de su formación. “Esa fue mi escuela. Después de esos dos meses y medio, volví muchas veces y nos hicimos amigos”, cuenta.

Nacido en Santiago en 1953, Ricardo Maffei es hoy el pintor realista más importante del país. Si bien usa las mismas técnicas de su maestro, se abrió un camino propio, distante de la estética barroca del pintor de Tánger y más próxima a un realismo minimalista, que según el crítico Edward Lucie Smith evoca “un estado meditativo”.

La luz natural entra por una de las ventanas de su taller, en Providencia, donde ha instalado un tablón. Un montaje basado en elementos sencillos, casi de desecho: retazos de paños, trozos de papel, cintas de embalaje, cartones recortados. Predominan los blancos en contraste con algunos elementos de colores: azules, púrpuras o rojos. La luz ilumina los objetos y crea sutiles matices. Es una composición modesta y austera y, sin embargo, al pasar a la tela o al papel adquiere un aspecto distinguido, elegante, no solo por lo refinado de la técnica, sino por la composición, el color, la profundidad y el juego de luces y sombras. Hay algo teatral en ellas.

-Son una especie de escenografías. Me interesaba crear una tercera dimensión y que el espectador sintiera la curiosidad de saber qué hay al correr las telas. Hay una especie de teatralidad -dice el pintor.

La escenografía ocupa un rincón de su taller, de donde salieron las 10 obras que actualmente expone en AMS Galería, en Vitacura: cinco óleos y cinco pasteles sobre papel. Algunas de ellas las exhibió en abril en ArtParis, la feria de arte más importante de Francia, que se realiza anualmente en el Grand Palais.

Sin abandonar su apego al realismo, Maffei juega en sus obras con guiños a la abstracción. Así, en esta serie de cuadros se encuentran las telas plegadas que remiten a los antiguos realistas, pero con una estética estilizada, junto con las líneas rectas y círculos. El conjunto crea atmósferas poderosamente sugerentes.

–Son elementos básicos, no hay una ornamentación especial, pero sí una búsqueda por la composición. Los pliegues de los paños no son rocambolescos, simplemente están cayendo, pero la luz me interesa, los distintos tonos. La luz es súper importante, la temperatura, los blancos más fríos o más cálidos y el contraste con otros colores. Con elementos muy sencillos trato de crear obras que sean interesantes.

Admirador de Vermeer y de la tradición realista, Maffei siente atracción también por la pintura abstracta, un universo del que antes se sentía distante.

-Yo nunca voy a ser un pintor abstracto, siempre voy a ser un pintor realista, pero me interesa la abstracción. Hay muchos pintores abstractos que me gustan mucho y que ahora, con la mirada madura, empecé a descubrirlos. Richard Dieberkon, por ejemplo, es un artista alucinante, un poco posterior a la escuela de Nueva York de los 50; es un gallo de California, más tardío, pero se hizo famoso en vida y tiene obras que son impresionantes. De Kooning es súper famoso y yo lo descubrí hace poco.

En sus inicios parecía muy asociado a Claudio Bravo, ¿cómo ve hoy esa relación?

Yo lo considero como mi mentor y mi maestro. Era un tipo especial, él hizo una carrera muy exitosa cuando llegó a España, retratando a la clase alta española, pero de repente dijo no, yo quiero dedicarme a la pintura. Empezó con una exposición en Nueva York y de ahí dijo me voy a Marruecos. Igual hay que tener cojones para irse a Marruecos, porque es un país musulmán. Él se hizo su propio mundo, se compró una casa antigua y la transformó en una especie de cubo blanco gigantesco, que fue la que yo conocí.

Ricardo Maffei recuerda aquella casa junto a un cementerio musulmán, desde donde veía procesiones fúnebres y tumbas abiertas. También se divisaba el mar Mediterráneo y, más allá del estrecho de Gibraltar, con un catalejo podía verse España. En ese ambiente pintaba Claudio Bravo, bajo un cielo diáfano y solo con luz natural, método que también adoptó Maffei.

-Claudio Bravo trabajaba ocho horas al día. Entonces, lo que yo hacía era ir a verlo silenciosamente, sin molestarlo, ver cómo hacía las composiciones: tenía un sistema parecido sobre mesas, pero en diferentes lugares, porque tenía un estudio gigante. Yo pintaba al lado y cuando él tomaba un recreo se acercaba y me decía, a ver, esto está mal dibujado, y de repente agarraba el pincel y me decía no, este color de aquí es más cálido, no tiene nada que ver con lo que tú estás haciendo, y así me iba corrigiendo. Después, cuando terminábamos de pintar, porque se acababa la luz, hacíamos una revisión de lo que yo había hecho ese día. Decía esto está bien, esto no, ¿por qué hiciste esto? ¿Por qué le estás poniendo tanta pintura? Era exigente y directo en su forma de enseñar.

¿Fue una buena escuela?

Absolutamente. Aprendí mucho con él. Después empecé a hacerme un poco más amigo, cosa que no es fácil con una persona así, porque además es alguien que te inspira mucho respeto, sobre todo cuando tú tienes 24 años. Era como hablar con Dios, digamos, una cosa así, no es una relación horizontal. Yo lo escuchaba con interés y hablaba cuando podía meter cuchara. Después eso se fue relajando con el tiempo, cuando tú empiezas a descubrir que tiene humor, que se ríe de sí mismo y esa cosa medio pomposa que tenía empieza a deshacerse un poco. Al final fui muchas veces a Tánger y después, cuando vino a Chile, tuvo una casa en el sur y también fui varias veces, siempre a pintar, no visitas sociales, para él siempre era pintar.

¿No le jugó en contra estar a la sombra de Bravo?

No. O sea, yo aprendí a pintar con él. Tener un maestro de ese nivel en términos de oficio es un lujo, digamos. En ese sentido, no estoy más que agradecido. Él logró un éxito apabullante, sobre todo para un pintor realista. Y finalmente yo estuve en la misma galería que él en Nueva York.

El realismo

Ricardo Maffei vivió 10 años en España antes de regresar a Chile, a fines de los 80. Acá se encontró con un medio donde convivían artistas conceptuales, algunos vinculados a la Escena de Avanzada, artistas de la performance o la instalación, así como el grupo de pintores con una sensibilidad más pop, como Samy Benmayor, Matías Pinto D’Aguiar y Bororo. En ese universo, Maffei se sentía extranjero.

-Yo era un outsider, completamente. A Claudio le pasaba lo mismo en España. La primera litografía que hizo la miraron con desdén los pintores abstractos de la época, que iban al mismo taller. Él se creó su propio mundo y lo que opinaban los demás no le importaba. Yo no tengo su personalidad, pero también me armé un poco mi propio mundo. Me acuerdo una comida con un grupo de pintores chilenos, hablaban y lo intelectualizaban todo, cosa que no tiene nada de malo, pero yo era un extraño y de repente uno de ellos me mira y dice tú eres un outsider absoluto. Sí, le dije, es verdad, pero no me molestaba.

Por esa época, recuerda, trabajó en la gran exposición de Claudio Bravo en el Museo de Bellas Artes, que fue un éxito de público.

Ha expuesto en Nueva York, en Madrid, en numerosas ferias internacionales, pero nunca ha expuesto en el Museo de Bellas Artes. ¿Por qué?

Hubo un intento un poco fallido. Una vez fui con Ana María Stagno, que es mi galerista. Tuvimos una reunión con el director de esa época, Roberto Farriol; me dijo que sí, pero me di cuenta de que era un poco al lote la cosa. O sea, no insistí mucho, porque cuando te metes a hacer una exposición en el Bellas Artes tienes que hacer mucha pega tú, no es como que si te invitaron de un museo en Estados Unidos o en España que hacen todo por ti. Acá te ceden el espacio, pero tienes que hacerte cargo de todo, desde el catálogo. Después no hubo más acercamientos.

¿Siente que ha faltado reconocimiento desde el punto de vista institucional a su trabajo?

Es que no sé si al mundo institucional le interese el realismo. Volviendo a Claudio Bravo: su exposición en un momento estuvo parada, porque al mundo institucional no le interesaba. Traer un pintor realista no era algo que le interesara demasiado al museo, esa es la verdad, a pesar del éxito que tenía fuera de Chile. A ti te puede no gustar algo o no interesar, pero cuando un artista tiene todo el éxito del mundo, ha expuesto en museos afuera, los museos tienen obras de él, hay que traerlo.

¿Fue solo un tema de prejuicio estético o había algo más?

Claudio tenía otras cosas que pueden haber molestado al establishment. Claudio contó con muchos privados que pusieron muchas lucas y todo eso facilitó el tema. Pero Claudio no tenía filtro a veces y se mandó unas declaraciones… Era súper buena persona, muy egocéntrico, pero buena persona, y le dijo a El Mercurio que el gobierno de Pinochet no había sido tan malo, algo así, del terror. Entonces José Balmes y todo su grupo saltaron y con toda razón. Y la exposición estuvo parada. Pero intervino Ricardo Lagos, que era ministro de Educación, y dijo esta exposición se hace. Lagos fue el gran impulsor de la exposición de Claudio Bravo.

¿Ha pensado en el Premio Nacional de Arte?

No, por lo que hablamos recién. O sea, te aseguro que a Claudio Bravo nunca le habrían dado el Premio Nacional, que fue mucho más importante que yo. A él seguramente no le importaba. Pero creo que en Chile hay un prejuicio contra el realismo. Yo creo que ni siquiera lo consideraron, estoy casi seguro de que nunca fue un candidato. En el Premio Nacional se han producido muchas injusticias, y no estoy hablando de mí, pero en el pasado hubo muchas omisiones. O sea, a Matta le dieron el premio cuando ya era híper famoso. Había pertenecido al movimiento surrealista de Breton en Francia, después estuvo en la escena de Nueva York. Y tipos que hoy son súper cotizados en el mercado, como Gorki, tuvieron de mentor a Matta. Yo lo admiro mucho, tiene obras alucinantes.

¿Ha visitado el Museo de Bellas Artes últimamente?

No. Benjamín Lira, amigo mío, cuando ve algo interesante me lo recomienda. ¿Sabes lo que echo de menos? El Centro Cultural La Moneda. Ese centro fue lo mejor para mi gusto que se ha hecho en los últimos años y creo que fue Lagos quien lo creó. Trajo cosas maravillosas: Frida Kahlo, Andy Warhol, Turner, Peggy Guggenheim y muchas más. Las vi casi todas y eran realmente fantásticas, pero de repente dejó de hacer esas grandes exposiciones.

La última de esas características fue la de Paul Klee en 2022.

Es una pena, porque a esas exposiciones iba mucha gente. Iban jóvenes, familias, era muy transversal. No era una cosa elitista.