Pensó que su oportunidad como novelista ya había pasado. A inicios de los 80, Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944) tenía dos novelas publicadas, escasos lectores y una recepción crítica poco favorable. Entonces dejó de escribir ficción y se empleó como periodista en la revista Inside Sports de Nueva York. Se dedicó a escribir sobre béisbol y fútbol universitario. La revista quebró en 1982, y él se dirigió a Sport Ilustrated, pero el editor lo rechazó: “Tú eres un novelista, no un periodista”, le dijo. Decepcionado, a Richard Ford no le quedó alternativa: fue a casa y comenzó a escribir una novela sobre un escritor fracasado de 38 años que se convierte en periodista y que responde al nombre de Frank Bascombe.

El periodista deportivo se publicó en 1986, fue un éxito de lectores y fue considerada uno de los mejores libros del año por revista Time. La novela transcurre durante el fin de semana de Pascua. El Viernes Santo Bascombe y su exesposa se encuentran en el cementerio, en el que habría sido el decimotercer aniversario de su hijo mayor, fallecido a los 9 años. El libro introdujo uno de los personajes más perdurables de la narrativa contemporánea, y fue el inicio de una exitosa saga que retrata, a través de momentos cotidianos y de las relaciones afectivas, los deseos, fracturas y sueños rotos del ciudadano americano.

Diez años más tarde apareció El Día de la Independencia, con Bascombe reconvertido en agente inmobiliario. Recibió el Premio Pulitzer y el Pen/Faulkner de ficción y ha sido valorada como una de las mejores novelas americanas del siglo XX, “la novela definitiva de la generación de posguerra”.

Acción de Gracias (2008) y Francamente, Frank (2014) extendieron y profundizaron la historia de Bascombe. A través de su mirada y sobre todo de su voz, Ford ha trazado un mapa social y emocional de Estados Unidos, los cambios culturales y los acontecimientos políticos de las últimas décadas, desde el 11-S hasta la irrupción de Donald Trump.

Lector de Hemingway, Chéjov y Faulkner, compañero de generación de Raymond Carver, en 2006 Ford recibió el Premio Princesa de Asturias de las Letras por el conjunto de su obra. El fallo del jurado lo relevó entonces como “el gran cronista del mosaico de historias cruzadas que es la sociedad norteamericana”.

Sé mía, su nueva novela editada por el sello Anagrama, es protagonizada por un Bascombe de 74 años. Su hijo Paul, a quien los lectores conocimos en el Día de la Independencia como un problemático adolescente, tiene 47 y sufre los síntomas avanzados de ELA. Frank ya es un jubilado con carné de biblioteca, pero aún se desempeña como agente de medio tiempo para una inmobiliaria boutique.

Bascombe es un sobreviviente y ha atravesado las décadas, dice, sin que ocurra nada grandioso en su vida, tampoco nada insuperable, aun cuando ha tenido momentos difíciles: “La dolorosa muerte de mi primer hijo varón (tengo otro). El divorcio (¡dos veces!). He tenido cáncer, mis padres han muerto. También ha muerto mi primera mujer. Me han disparado en el pecho con una AR-15 y he estado a punto de morir, pero me salvé de milagro. He sobrevivido a huracanes y a lo que algunos llamarían una depresión (fue leve, si es que en realidad lo fue). Sin embargo, nada me ha hundido hasta el fondo”, afirma.

Richard Ford y su esposa, Kristina, en su casa en Nueva Orleans.

Desde la enfermedad de su hijo Paul, Frank piensa más frecuentemente en la felicidad. Recuerda que su madre le encargó perseguir la felicidad, casi como una misión. Ahora piensa: “He sido lo bastante feliz para ser Frank Bascombe y no otra persona”.

Con su hijo Paul nunca tuvo una relación fácil y afectuosa, y ahora está encargado de cuidarlo. Lo acompaña durante unos días en un estudio experimental en la Clínica Mayo. Al término de este, Frank invita a su hijo a un viaje por la carretera, en vísperas del Día de San Valentín, y probablemente sea el último que harán juntos: le propone visitar el Monte Rushmore, el mismo que él visitó con sus padres siendo niño.

Inevitablemente, la sombra de la muerte aparece y los acompaña durante el viaje, pero la conjuran a través del humor y la ironía. Como es habitual en las novelas de Bascombe, en el camino no ocurren grandes cosas, pero está llenó de detalles y pequeñas historias. La expedición le sirve a Ford para enriquecer su perspicaz retrato de la sociedad americana.

En el camino, padre e hijo se encuentran con un concurso nacional de oratoria, que lleva a Frank a preguntarse “¿por qué creen los estadounidenses en la democracia?”. Una vez en Rushmore, frente a los rostros esculpidos en granito de los expresidentes Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln, Bascombe el padre tiene una extraña sensación. El monumento no encaja con su recuerdo y le parece al mismo tiempo grandioso y ridículo. Padre e hijo se ríen y por breves instantes logran conectarse.

En su libro de memorias Mi madre, relata una escena donde, hacia el final de su vida, le dice: «Debes ser feliz. Eso es muy importante». Ahora, en Sé mía es Frank quien dice: «Sé feliz… antes de que caiga el telón gris». ¿Cuál es su perspectiva sobre este tema?

Por supuesto, lo tomé prestado de mi conversación con mi madre en el lecho de muerte para incluirlo en esa escena (considerablemente alterada) en Sé mía. Pero este tema es una decisión de cada uno. Nunca imaginé que ser feliz fuera una de mis preocupaciones. Siempre creí que era feliz: me casé con la chica adecuada; encontré una vocación que atraía lo mejor de mí y saqué algo de esa vocación. He vivido lo suficiente (hasta ahora) para satisfacer mis ambiciones de escritor. Nunca pensé exactamente en qué hace feliz o no a una persona. Ello debe variar de persona a persona. Pero reconozco que ese tema es uno de los “grandes”. Y siempre he querido escribir sobre los asuntos más importantes que conozco. Cuando me senté a escribir las primeras líneas de Sé mía, realmente no tenía intención de escribir “felicidad”. Simplemente la palabra cayó sobre la página (y podría haberla borrado), pero cuando la vi allí, pensé: “Bueno, vale. Veamos cómo se ven las líneas 2, 3 y 4″. Y parecían estar bien.

En cierto modo, este y los otros libros sobre Frank llevan implícitamente una afirmación de la vida, un cierto optimismo a pesar del dolor y las pérdidas (que Frank ciertamente ha sufrido). ¿Qué impulsa su apego a esta idea?

Bueno, soy optimista. Creo que a pesar de que, como dices, hay pérdidas y mucho dolor, la vida definitivamente vale la pena vivirla, vale la pena el esfuerzo. Veo regularmente esta actitud retratada en personas de todas las circunstancias, todas las edades, géneros y situaciones. No es original en mí ni algo sorprendente. Y para un escritor, la literatura es optimista por naturaleza. La literatura presupone que habrá un futuro en el que lo que uno escribe pueda ser leído y apreciado. Para un escritor, escribir es un regalo para el uso de los demás. Y la literatura siempre ha sido un regalo para mí, como lector.

Mientras estaba leyendo Sé mía, tenía cerca El Día de la Independencia. En esa novela, Frank tiene problemas con su hijo, Paul, que tiene 15 años. Emprenden un viaje juntos. Ahora, padre e hijo emprenden otro viaje, el último: Paul tiene 47 años, se está muriendo y Frank lo cuida. El viaje evoca uno que Frank hizo cuando era niño, convirtiéndose en un momento de conexión para ambos. ¿Este viaje es también una experiencia de aprendizaje para ambos? ¿Qué significa para Ud.?

No soy un experto en lo que “significan” las cosas, las cosas que escribo, más allá de lo que dicen literalmente. Al intentar pensar en cosas que decir sobre la premisa de esta novela (tal como la describes), pensé que para un padre anciano y un hijo moribundo hay similitudes inevitables en sus circunstancias. Para cada uno de ellos, reconocer eso es un momento de amor y cercanía padre-hijo. El título del libro, en inglés, se refiere a Paul diciéndole a Frank “Sé mi padre”. Y para Frank es decirle a Paul “Sé mi hijo”. Lo cual no ha sido el caso más completo en sus vidas hasta la existencia de este libro. Lo que aprenden, si aprenden algo, es que se aman.

«Los budistas dicen que el viaje es lo que importa», escribe en la novela. ¿Cómo resuena esa frase para Ud.?

Supongo que simplemente lo creo, eso es todo. Para las novelas y los novelistas, escribir libros no consiste en terminar un trabajo sino en permanecer en él el mayor tiempo posible. Ahí es donde reside la experiencia más intensa, no en el momento de terminarlo.

“¿Por qué los estadounidenses creen en la democracia?”, pregunta Frank en la novela. ¿Tiene una opinión al respecto?

Esta pregunta sobre la democracia me supera. Es una forma de gobierno llena de fragilidades, como vemos en los desastrosos pronunciamientos de Donald Trump. Pero también es -hasta que llegue una mejor- quizás lo mejor para todos los involucrados.

De alguna manera, las novelas de Frank Bascombe pueden leerse como novelas políticas. ¿Está de acuerdo? ¿Es ese un efecto que busca?

Supongo que lo es. Por lo menos creo que lo que ocurre en la vida cotidiana de las personas es un reflejo de los acontecimientos, las actitudes y las decisiones que se toman en los niveles más altos del gobierno. O así debería ser. Una vez más, Trump es un ejemplo contrario. La mayoría de las locuras con las que amenaza y promete nunca serían toleradas en la vida privada de la mayoría de las personas. Bien podríamos medir nuestra política en función de nuestras propias vidas.

Durante la pandemia de Covid tuvimos una entrevista. Y en ese momento criticó la administración de Trump diciendo: “Make America Great Again es una maldición. Significa retroceder, donde encontraremos menos cosas excepcionales y buenas en Estados Unidos”. ¿Qué piensa sobre el regreso de Trump a la elección presidencial?

Detesto a Donald Trump, pero también debo darme cuenta de que representa las opiniones de muchos estadounidenses. Muchos estadounidenses ven a nuestro país como disfuncional, lo cual es así en muchos sentidos. Pero Trump no tiene soluciones para esta disfunción, no tiene cura para lo que nos aflige, no tiene planes, no tiene empatía. Como clarín, puede tener valor, pero como salvador no tiene ningún valor en absoluto.

En la última década, la cultura y el entorno literario han cambiado. Los lectores sensibles ingresaron al mundo editorial y la idea de evitar ofender a grupos o identidades se volvió común. Algunos libros clásicos, como los de Roald Dahl, han sido «reescritos» para adaptarse a esta nueva sensibilidad. ¿Cómo ha vivido este cambio cultural? ¿Qué opina al respecto?

Es una moda pasajera. La sufrí en pequeñas formas en la última media década. Pero ahora aparentemente es un obstáculo menor para los escritores, que parecen intrépidos y dispuestos a seguir adelante ofendiendo a la gente adecuada, diciendo la verdad, irritando a la autoridad. En mi experiencia, nadie que practicara este tipo de edición represiva se comprometía mucho con ella. Siempre fue una consigna emitida por la dirección, en un intento de ahorrar dinero, de ganar aun más dinero. Ninguno de nosotros pensó que duraría mucho, aunque todos lo odiábamos. El contrato de uno con la existencia no es que nunca te vas a sentir ofendido. Yo me siento ofendido todo el tiempo, pero no espero no sentirlo. Probablemente sea bueno sentirse ofendido de vez en cuando, y ofender. Significa que estás prestando atención.

«¿Cuál es mi proyecto ahora?», pregunta Frank casi al final de la novela. ¿Puedo hacerle la misma pregunta? Y una más: ¿Extrañará a Frank?

¿Cuál es mi proyecto ahora? Tengo 80 años. Me hago esa pregunta a diario. Me gustaría escribir una novela cómica corta, lo suficientemente corta como para que una persona de 80 años pueda prestarle atención el tiempo suficiente. Y no, no voy a extrañar a Frank. Frank, en mi caso, se ha ido. Lo tengo a él, y él me tiene a mí mientras yo viva.