Se volvió una palabra de uso común. O de moda, como dice Rodrigo Pérez de Arce. Ultraderecha: bajo ese concepto suelen agruparse liderazgos tan distintos como el de Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Santiago Abascal en España, José Antonio Kast en Chile y, más recientemente, Javier Milei en Argentina. Por lo mismo, no es un término que le guste al investigador del IES.
-Ultraderecha sirve como una gran etiqueta que nos evita pensar y que te hace tomar un atajo cognitivo, de manera tal de no enfrentar lo que hay debajo de esos fenómenos que a mí me parece que es súper interesante y al mismo tiempo superconflictivo.
Abogado y magíster en Sociología, profesor asociado a Faro UDD, Rodrigo Pérez de Arce está a punto de viajar al Reino Unido para cursar un doctorado. Pero antes entregó un texto sobre el fenómeno de las derechas radicales para el nuevo número de la revista Punto y Coma: “¿Qué hay de ultra en la ultraderecha?”.
En su artículo, Pérez de Arce toma relativa distancia, si bien tiene puntos en común, de las tesis de Cristóbal Rovira, especialista en las derechas radicales. Argumenta que lo que distingue estos grupos de la derecha tradicional, antes que su agenda valórica, es sobre todo su acción política.
-Por una parte está la guerra cultural, la idea de que estamos en un conflicto de suma cero, en el cual tú tienes que pasarle por encima al adversario, destruirlo, porque el adversario va a hacer lo mismo contigo a la inversa. Y, por otra parte, la antipolítica, que es una idea que viene de la práctica populista y que se refiere a que la política es llevar a cabo lo que pide la ciudadanía. En la mezcla de esas dos cosas, junto con las ideas conservadoras o liberales, estaría la ultraderecha.
En cambio, “la derecha tradicional tiene un compromiso mucho más intenso no solo con los medios comunes de la democracia, sino con las prácticas comunes de la democracia. Es decir, hay un tono del debate, una forma de negociar, y no está este esquema de guerra cultural”.
En ese sentido, puntualiza, si algo une a líderes como Trump, Bolsonaro o Milei es más bien el eje amigos y enemigos.
-Si te fijas en el caso de Milei, en la entrevista que da para la BBC le hacen notar con mucha nitidez lo distinto que es de Trump. Trump no es un libertario, es más bien flexible respecto del mercado, es proteccionista, mientras Milei es justo lo contrario en todos estos aspectos. ¿Cómo dos personas que piensan así de distinto están en el mismo bote? Y me parece que es solo por la manera de entender y ejercer la política.
De ese modo, prosigue, logran capitalizar cierto sentimiento común: el hastío.
-Es un hastío que puede referirse a distintas fuentes. En Chile, por ejemplo, se mezcló el tema de la antipolítica con el problema de la inseguridad. Y por eso republicanos tuvo un gran apoyo. En Argentina, el problema es la inflación y el hastío con el peronismo. En Brasil, la corrupción. En Estados Unidos también hay algo contra el establishment. Hay que mirar cuáles son esas causas para que el sistema democrático sepa enfrentarlas con eficacia.
Cristóbal Rovira define también a la derecha radical por su relación conflictiva, ambivalente con la democracia liberal. ¿Comparte ese punto?
En algunos casos sí. Pero no tiene tanto que ver, creo, con los mecanismos normales de la democracia. Trump, al principio, ganó electoralmente; después viene el asalto al Capitolio, que sí es un atentado directo contra la democracia. Algo parecido pasó con Bolsonaro. Pero a Santiago Abascal, José Antonio Kast o Milei uno no puede tildarlos de antidemócratas, porque respetan, o han respetado hasta ahora, todas las reglas formales de la democracia.
Desde la izquierda se suele advertir que la derecha radical, en este caso republicanos, puede ser un riesgo para la democracia. ¿No lo ve así?
Sólo que lo veo en un lugar distinto. Muchas veces se ataca a estos grupos por estar en contra del aborto. Pero eso dejaría como ultra a Patricio Aylwin, a Norberto Bobbio, y a todos quienes pensamos que el aborto es un mal moral. A mi juicio, ese tipo de cosas pueden ser discutidas y es natural que en una democracia, donde hay visiones distintas, se discutan. Ahora, el peligro más nítido que yo veo en esta derecha es que termina rompiendo el tejido social que hace posible la discusión política. En el fondo, si nos vamos a ver unos a otros como amigos y enemigos, la verdad es que no hay ninguna conversación posible.
El tema del aborto en tres causales se volvió un nudo de discusión en el proceso constitucional pasado. Para muchos sectores, se ponía en riesgo en el texto redactado por los consejeros republicanos, que fue rechazado. ¿Cómo vio a Chile Vamos en ese proceso?
Eso te muestra una parte del fenómeno que es bien relevante, que es que las derechas tradicionales tienen miedo y a veces se rinden frente al éxito electoral de estas nuevas derechas. Y piensan que el camino a seguir es abrazar su agenda completa, rendirse a sus prácticas políticas y pensar la política del mismo modo. En el caso del Consejo Constitucional fue muy claro. Chile Vamos debería haberle marcado la pauta mucho antes al Partido Republicano, desde las primeras entrevistas que dieron algunos de sus personeros. Y ahí, creo, está el gran riesgo de que la derecha tradicional claudique frente a esta derecha radical. Porque hoy, si tú miras la UDI o Renovación, la mayor parte de la gente está contra el aborto. ¿Cuál era la discusión con los republicanos? No el clivaje moral, sino si esto es pertinente meterlo o no en la Constitución.
Con motivo de los 50 años del Golpe, se cuestionaron las credenciales democráticas de Chile Vamos porque no tuvo una postura elocuente y tendió a relativizar los hechos. ¿Se está radicalizando?
Cuando las derechas duras entran, tensionan el espacio político de las derechas tradicionales, que se confunden. Entran en un estado de confusión y no saben muy bien qué es lo importante y qué no. Entre el piñerismo y el kastismo, Chile Vamos ha sido errático: no ha sabido muy bien cómo moverse. Y del otro lado, el gobierno a ratos es muy duro, a ratos está dispuesto a grandes acuerdos, y la derecha está muy perdida por los dos flancos, por su derecha y por la contraparte de la izquierda. Todo esto está complejizado, porque el gobierno está muy bajo en popularidad, y por lo mismo tú quieres hacer todo lo que no haga el gobierno. Y ese ejercicio de distinción ha llevado a la centroderecha a un lugar muy extraño e incómodo hoy. Y esto es una crítica directa a los liderazgos de Chile Vamos, que los veo desgastados, en muchos momentos se han perdido: no hay una orientación muy clara hacia dónde mover a la coalición.
Más allá del liderazgo de Evelyn Matthei y de la preocupación por la seguridad, ¿advierte un proyecto político en Chile Vamos?
No. Yo veo esto con mucha preocupación, porque creo que a pesar de que los temas que están en boga le acomodan a la derecha, no hay un plan detrás y no se ve por ninguna parte por ahora. Uno ve a Matthei muy escapada en las encuestas, y el triunfo es embriagante, te puede intoxicar. Me preocupa mucho que gane alguien de derecha, que puede ser Matthei u otro, y llegamos al 11 de marzo a preguntarnos ¿y ahora qué hacemos? Y eso pasa porque no hay un diagnóstico a la altura ni hay propuestas a la altura de ese diagnóstico.
¿Qué rasgos comparte José Antonio Kast con los líderes de derecha radical?
José Antonio Kast, sin duda, es un defensor de la agenda conservadora y del libre mercado más de lo que ha sido Chile Vamos. Pero a mí me parece que todavía no cruza la línea de la radicalidad. ¿Y eso qué es lo que te dice? Que todavía queda un espacio para que aparezca alguien más a la derecha de Kast, no en agenda, sino en estilo. Alguien como lo que intenta hacer todo el tiempo Tere Marinovic o lo que está tratando de capitalizar Rojo Edwards, que es una derecha abiertamente radical. José Antonio Kast puede tener muchos defectos, pero es un político institucional del viejo orden. Tiene una trayectoria política superextendida y no es un outsider. Para bien y para mal, porque él no logra captar completamente ese sentimiento de hastío, le falta una chispa que puede venir del Partido Republicano o de otro lado que puede hacer arder la pradera. Uno mira a José Antonio Kast y perfectamente podría estar en la UDI.
Desde luego, no es antisistema
Claro, no se quiere cargar el sistema por más crítico que sea. Eso no implica que José Antonio Kast no tenga problemas muy serios y los tendría a la hora de gobernar. Por ejemplo, el flanco que se le abre a José Antonio Kast con las mujeres es inmenso, y lo manejaron mal no solamente en el Consejo, sino que en la campaña presidencial. Que alguien que quiere cerrar el Ministerio de la Mujer hoy no tiene ningún sentido. Pero José Antonio Kast no es Milei ni es Bolsonaro, y la izquierda ha cometido un error en caracterizarlo en los exactos mismos términos que a esos liderazgos.
¿No es un líder que utilizando los mecanismos de la democracia una vez en el poder podría erosionarla?
Eventualmente, sobre todo cuando tenemos una disyuntiva que nos plantea con claridad Bukele, que es que tendríamos que elegir entre democracia y seguridad. Esa disyuntiva no es solamente para Kast. Ojo, cuando Tomás Vodanovic pide que haya militares en las calles también te muestra esta tensión entre seguridad y democracia. Pero no veo ese riesgo al menos en José Antonio Kast como persona. Otra cosa es la gente que lo rodea y la gente que levanta y que después deja el Partido Republicano. Como algunos parlamentarios.
Johannes Kaiser...
Johannes Kaiser, Gonzalo de la Carrera. O la misma Tere Marinovic. Y ese riesgo ahí sí me parece real. Porque cuando entran a gobernar estas derechas viven una permanente presión entre agrandar su base electoral hacia el centro o escuchar a los que están más a la derecha que los acusan de traidores. Y se vio muy nítidamente en el Consejo. Cada vez que hubo un mínimo movimiento, un pelito, hacia el centro, la derecha de Kast lo denunció en términos muy duros. Y esto está en la base de la práctica de estas derechas radicales. Es interesante que el problema que tuvo José Antonio Kast en el Consejo es análogo al que está teniendo el Presidente hoy, que está tensionado entre crecer hacia el centro y dar un giro hacia la socialdemocracia, pero tiene en su coalición una gran cantidad de gente que lo denuncia por amarillo, por tibio. A ambos lados del espectro están pasando cosas parecidas, y creo que un eventual gobierno de José Antonio Kast va a sufrir problemas análogos a los del Presidente Boric.
La discusión en torno a la justicia militar, ¿podría leerse como nostalgia de ciertas tendencias autoritarias?
Antes que el pinochetismo, yo creo que revela la precariedad intelectual de la derecha, porque la justicia militar se transformó en la discusión central de otra discusión que es cómo tú creas condiciones para que las fuerzas de orden y seguridad pública puedan llevar adelante su tarea.
¿Chile Vamos ha resignado moderación ante republicanos?
Afortunadamente, no por ahora. Y lo que te muestra el caso del Consejo Constitucional es que las derechas nuevas no tienen el partido ganado, que la conexión que establecen no siempre es perdurable, que no siempre logran dar gobernabilidad: Trump y Bolsonaro pierden la elección después y Vox termina cayendo muy fuertemente en España. Milei está recién comenzando. Creo que Chile Vamos cometería un error muy grave en rendirse a las lógicas y a las formas de hacer política de republicanos, porque perdería su especificidad y porque creo que el país necesita algo distinto a esa radicalidad: necesita política, conducción, necesita altura de miras, necesita generosidad. La ciudadanía no es solamente enojo, rabia, sino que también es perspectiva de futuro, crecimiento, una gestión razonable de la seguridad. Y Chile Vamos puede utilizar esos temas no solamente para crecer electoralmente, sino para crecer políticamente.