Desde su casa en el valle del Hudson, Simon Schama observó la rebelión de la naturaleza: durante el confinamiento por Covid, los animales silvestres rompían el distanciamiento y los zorros y las ardillas, los ciervos y los osos salían de los bosques para invadir calles y propiedades. “La naturaleza se está riendo de nosotros”, le escribió una amiga entonces. Era la risa del humor negro: en esos días el virus causaba millones de muertes en el mundo. Para el prestigioso historiador británico había algo evidente: “La mutualidad entre humanos y animales se ha visto peligrosamente alterada”.
La alerta más reciente la encarna el mpox, popularmente conocida como “viruela del mono”. Fue identificada en 1958 en simios de laboratorio y en 1970 se registró el primer caso en humanos en la República Democrática del Congo. Si bien el virus tiene reservorios en roedores, como los ratones rayados y las ardillas listadas, se le consideró de escaso riesgo. Pero la explosión demográfica en África, las guerras y el cambio climático favorecieron la migración de ese tipo de fauna silvestre hacia las ciudades. Y el comercio internacional de animales salvajes exportó la enfermedad hacia Europa y Estados Unidos, donde hubo un primer brote en 2003.
“Desde 1980 se han producido brotes de nuevas infecciones a un ritmo de una cada ocho meses en zonas cálidas, que van desde Brasil hasta África Central, en su mayoría víricas”, escribe Simon Schama en su nuevo libro, Cuerpos extraños, una historia de las pandemias, la inmunización y las vacunas.
La reciente pandemia de Covid dejó más de 29 millones de muertos en el mundo y, según Schama, subrayó una verdad esencial: la historia humana está circunscrita por la relación con la naturaleza. “Los imperativos bioecológicos, y no los emperadores de la construcción y la destrucción, son nuestros verdaderos gobernantes. Y la ciencia, y no el material militar, es nuestra mejor defensa”, escribe.
Miembro de la Orden del Imperio y de la Academia Británica, profesor en Columbia y editor en Financial Times, Schama (Londres, 1945) es autor de una premiada obra histórica, integrada por Ciudadanos: una crónica de la Revolución Francesa; Auge y caída del Imperio Británico; Historia de los judíos y la biografía Los ojos de Rembrandt, entre otras. En sus ensayos armoniza la historia cultural y de las ideas con una narración resuelta y elegante.
Con el subtítulo Pandemias, vacunas y la salud de las naciones, en Cuerpos extraños narra la historia de la inmunización a partir de las pandemias de viruela, el cólera y la peste bubónica en los siglos XVIII y XIX; releva a las mujeres y hombres que desafiaron su época y empujaron la inoculación y la vacunación, y los esfuerzos por crear una política internacional para combatir las pandemias. También subraya cómo la salud pública, la política y las teorías conspirativas están profundamente entrelazadas.
A inicios del siglo XVIII la viruela era una enfermedad peligrosa y altamente mortal. Lo sabía bien la poeta y aristócrata Mary Wortley Montagu, cuyo hermano murió debido al virus. Ella se contagió y sobrevivió, pero su rostro quedó con marcas para siempre. Cuando su esposo, Edward, fue nombrado embajador en Constantinopla, Lady Mary observó que los ciudadanos otomanos prevenían la viruela mediante la variolización, una idea descabellada para la época, cuando se desconocía la existencia del sistema inmune. Consistía en tomar una pequeña porción de pus de la viruela y, mediante un corte en la piel, introducirla en una persona sana. De regreso a Inglaterra, en 1718, ella decidió inocular a su hijo y promovió los beneficios de la técnica. Entre todas las opiniones en contra, recibió el respaldo de Voltaire, quien también había sufrido la enfermedad.
El médico Adrien Proust, padre de Marcel, el célebre autor de En busca del tiempo perdido, es otra figura significativa de esta historia. Creció entre oleadas de cólera que asolaron Europa en el siglo XIX. A partir de sus observaciones, concluyó que el cólera era una enfermedad contagiosa, provocada por gérmenes, como lo corroboró más tarde Robert Koch. Contra la opinión mayoritaria de la comunidad médica, sostuvo que las pandemias cruzaban fronteras gracias al movimiento y el transporte: “El cólera sigue las rutas del viaje humano”, escribió. Los barcos y los trenes favorecían su expansión, de modo que resultaba crucial la colaboración internacional para evitar los contagios. En las conferencias internacionales de salubridad, celebradas desde mediados del siglo XIX, propuso cuarentenas y cordones sanitarios y fue un adelantado en la idea de crear una organización mundial de salud, si bien sus ideas solían chocar con los delegados que se oponían a cualquier medida que afectara el comercio internacional.
Por esa época llegaba a París un joven judío nacido en Odessa, Waldemar Haffkine, alumno estrella de Élie Metchnikoff, futuro Nobel de Medicina. Haffkine huía de los pogromos en Rusia, y en el Instituto Luis Pasteur desarrolló la primera vacuna contra el cólera, que probó en sí mismo. Se trasladó a la India para continuar las pruebas y, aun con los obstáculos que le planteaba la administración colonial, vacunó a millones de personas. Durante la pandemia de peste bubónica, en 1896, fue convocado por el gobierno colonial. Brillante bacteriólogo, en tres meses logró una vacuna efectiva. Salvó millones de vidas, pero en 1902, 19 aldeanos murieron en Mulkowel tras ser vacunados. Más tarde se supo que el frasco se contaminó en la aldea; Haffkine era inocente, pero fue acusado, perdió su trabajo, su prestigio y su carrera se vio truncada.
“Esta historia no se extinguirá pronto”, afirma Schama. “Los avances visionarios de la ciencia, incluidos los de la virología y la bacteriología, se producen a un ritmo cada vez más rápido y salvan vidas”, dice. Pero ellos se estrellan hoy en el espejo distorsionado de “las políticas populistas”.
Usted ha escrito de historia política, historia de la cultura y el arte. “Al final, toda historia es historia natural”, escribe ahora, citando a Plinio el Viejo. ¿La pandemia modificó de algún modo su visión?
Sí, Cuerpos extraños es un libro muy inspirado por el Covid. La sorprendente y diversa reacción al desarrollo de las vacunas, que incluyó algunas teorías conspirativas, puso de manifiesto una de las grandes paradojas de nuestro tiempo: que nuestra casi infinita capacidad para la invención científica coexiste con la persistencia de la paranoia política y social, la irracionalidad y la histeria tribal. Especialmente cuando, como señala el capítulo inicial, las crisis biológicas y ecológicas están tan interconectadas. Pero quería usar el tiempo de confinamiento para indagar en la historia de esa paradoja, no necesariamente para escribir un libro sobre ello, en un campo donde, como bien insinúas, no era en absoluto una autoridad. Así es que fue -como creo que lo fue para muchas personas de todas las edades- un tiempo de intenso aprendizaje e investigación. La novedad de todo esto fue parte de la emoción.
¿Cómo pasó de la investigación al proyecto del libro?
Buscando un momento en que la razón, la ciencia y la epidemiología convergieran, realicé una investigación sobre la fundación de la OMS en 1948, la primera agencia especializada de la ONU que se creó. Fue su sitio web el que me señaló la existencia de las conferencias sanitarias internacionales del siglo XIX, sobre las cuales no sabía nada. Y esto, a su vez, me llevó a Adrien Proust, momento en el cual el escritor en mí se despertó y prestó mucha atención: “Aquí hay un relato, además de una historia”, pensé, y así fue. También recordé que poseía una copia del Elogio a Proust, y logré encontrarla al fondo de las estanterías. Eso me pareció una señal. A medida que el proyecto de estudio fue adquiriendo forma literaria, consulté mucho con mi esposa, una bióloga y profesora jubilada de genética y desarrollo. Así que tenía a alguien cercano que podía decirme si estaba completamente fuera de mi alcance mientras me sumergía en los inicios de la microbiología.
La figura de Adrien Proust es una de las revelaciones del libro. ¿Usted conocía su historia?
Sí, sabía que Adrien Proust era médico, pero a través de los ojos de Marcel lo había percibido como una figura pomposa, casi cómicamente grandilocuente, lo cual estaba muy lejos de la verdad. De hecho, fue el “padre” de la geografía epidemiológica, y la historia de su viaje a Rusia y Persia (Irán) fue extraordinaria. También estuvo en Bombay en pleno apogeo de la ola de peste bubónica, a principios de 1897. Así que no era en absoluto una figura aburrida; incluso, la historia de su relación con Marcel hacia el final de su vida fue fascinante. Y realmente fue el impulsor y creador de la colaboración global en salud pública.
Lady Mary Wortley Montagu fue una personalidad muy audaz. Voltaire, que había sobrevivido a la viruela, reconoció su inteligencia, pero ella fue cuestionada en su tiempo. ¿Cómo dimensionar el valor de su osadía?
Mary Wortley Montagu, como muchos han reconocido, fue extraordinaria en muchos aspectos; su apertura a las fuentes no occidentales de intervención profiláctica -y a la cultura levantina en general- fue asombrosa, aunque, por supuesto, estuvo influenciada por la muerte de su hermano a causa de la viruela y su propia experiencia aterradora con esta enfermedad. Inocular a sus hijos fue un acto de audacia casi escandalosa, cargado de un terrible riesgo. En esa época, sin conocimiento de la existencia del sistema inmunológico, parecía una locura introducir materia venenosa en el cuerpo bajo la suposición de que podría prevenir un ataque letal. Pero la comunidad de conocimiento del siglo XVIII, incluyendo la Royal Society, era mucho más abierta al conocimiento extranjero, siempre que pudiera ser respaldado por datos empíricos, ¡de lo que sería el caso cien años después! Sin embargo, Mary sufrió una tremenda hostilidad; su sexo y su coqueteo con la cultura levantina solo hicieron que esa hostilidad fuera más virulenta. Por eso, la “conversión” y promoción por parte de Voltaire fue crucial, al igual que el apoyo de la Princesa de Gales, posteriormente Reina Carolina.
El título del libro es polisémico. ¿Podría leerse como una metáfora de la historia del héroe trágico, Waldemar Haffkine, un judío ucraniano que no era médico, pero salvó millones de vidas en India?
Sí, efectivamente, Haffkine tuvo que soportar ser considerado “un espía ruso”, entre otras ideas disparatadas, en un momento en que el Raj británico en la India estaba neurótico por el peligro ruso al otro lado del Hindu Kush. Su condición de judío tampoco le ayudó, aunque, como se puede ver en el emotivo discurso de Joseph Lister (padre de la cirugía antiséptica) en 1899, eso puede haberle ayudado con los grandes y poderosos de la sociedad y la medicina británicas, muchos de los cuales eran filosemitas.
Hay un tema que recorre el libro y que Haffkine experimentó: la necesidad de persuadir a la gente sobre el uso de vacunas. ¿Qué importancia tenía y tiene ese aspecto?
Bueno, la persuasión es, como Haffkine sabía, crucial, y él era obsesivo (como lo fueron los promotores de la inoculación contra la viruela en la Royal Society) en la recopilación de datos que pudieran respaldar su caso. Sin embargo, una de las características más notables fue el cuidado que tomó al viajar por la India, al contar con un equipo de médicos y asistentes indios que pudieran mediar su presencia en aldeas, plantaciones de té, cuarteles e incluso prisiones. Él les rinde homenaje de manera muy conmovedora.
¿Cómo entiende hoy la persistencia del movimiento antivacunas?
El movimiento antivacunas es uno de los fenómenos más alarmantes de nuestro tiempo, pero internet se nutre de teorías de la conspiración; ha aplanado la autoridad del conocimiento, especialmente del conocimiento científico, y la noción de que algún agente maligno intenta insertar elementos de “control” en nuestros cuerpos bajo el disfraz de la benevolencia de la salud pública es irresistible para la histeria en la web. La comunidad del conocimiento aún no ha encontrado formas efectivas de lidiar con este problema.
A pesar de sus enormes logros, Waldemar Haffkine fue acusado y marginado injustamente. ¿Cree que, de alguna manera, es comparable al caso Dreyfus? ¿Fue un caso de antisemitismo?
En cuanto a Mulkowel, el antisemitismo no fue explícito, pero ciertamente estaba presente. Fue más un caso de que los funcionarios del Raj veían a Haffkine como un forastero “inestable”, lo que jugó en su contra en la injusticia del caso de contaminación. Por eso, la defensa de WJ Simpson y, especialmente, de Ronald Ross (Nobel de Medicina) fueron tan heroicamente significativas.
El exprimer ministro Boris Johnson sostuvo que el Brexit le permitió al Reino Unido contar con un programa de vacunas rápido y eficaz. ¿Cómo vio su manejo de la pandemia?
El Informe Hallett apenas está comenzando a estar disponible, pero, a pesar del brillante desarrollo de las vacunas, ya es evidente que el Reino Unido estaba mal preparado para el tipo y la escala específicos de la crisis que trajo el Covid-19. Por supuesto, Gran Bretaña no fue la única en esto.