Cuando recibió el Premio Nacional de Historia, en 2018, habló de una alegre responsabilidad. Sol Serrano se convirtió en la primera historiadora en obtener el galardón y se refirió a su disciplina como una forma de aportar a la comprensión de la vida en sociedad. “Nuestra pregunta como historiadores y como ciudadanos siempre será, ‘cómo queremos vivir juntos’. Eso es lo que yo interpreto y me siento una hija amada de la República”. Esa pregunta parece más acentuada acaso en las circunstancias actuales, cuando el país atraviesa un proceso constituyente de intenso debate, resultados inciertos y posturas controversiales.
Autora de una valiosa obra en torno a la formación del Estado y la historia de la educación en Chile, a Sol Serrano no le es ajena la participación en el debate y la vida pública: fue asesora del expresidente Aylwin, formó parte de la Mesa de Diálogo y participó en el Consejo Asesor Presidencial en Educación durante el gobierno de Michelle Bachelet.
Hace un mes, la académica de la UC adhirió a la carta difundida por los Amarillos por Chile, el movimiento fundado por Cristian Warnken. En ella, el grupo integrado por más de 70 personalidades, entre intelectuales, economistas y destacadas figuras de la ex Concertación, advierten sobre el espíritu refundador que domina en la Convención Constitucional. La carta afirma que el país quiere “reformas, no revolución, no una Constitución inarmónica o sesgada, sino una nueva Constitución equilibrada”.
Dedicada a la dirección de tesis en la universidad, recientemente Sol Serrano volvió a las actividades presenciales, si bien mantuvo su trabajo durante la pandemia. “Pero otra cosa es hacer vida de comunidad universitaria, de la cual me alegro mucho”, dice.
¿Qué la llevó a adherir al movimiento Amarillos por Chile?
Adherí a una carta, no a un movimiento. Y lo hice porque comparto el “espíritu” (no participé en la redacción) de mostrar las distintas posiciones que comprende esa enorme mayoría que votó por el Apruebo.
Es viernes y desde su departamento frente al Parque Forestal, donde aún vive ( “y a mucha honra”), se refiere a las dificultades del proceso constituyente, a la disyuntiva del plebiscito de salida y propone una alternativa que coincidirá con el informe de la Comisión Venecia que recién se conoció: buscar una tercera pregunta.
Para algunos intelectuales, como el sociólogo Carlos Ruiz, la reacción de los Amarillos no es precisamente moderada y busca tirarle la cadena a la Convención. ¿Cuál es su postura?
La analogía no es muy feliz en la forma y discutible en el fondo. No era en contra de la Convención, sino un llamado de alerta sobre el riesgo claro de que normas radicales tendrían por resultado una polarización en el plebiscito de salida. Eso es lo importante de rescatar. Y eso es lo que importa hoy, más allá de la carta.
¿Cree que los convencionales han estado a la altura del desafío histórico que significa una nueva Constitución para el país?
¡Quién soy para definir eso! Me preocupa seriamente que, por tratar de cambiar el país de manera radical y desde marcos conceptuales diversos que se entrecruzan, lleve a una regresión conflictiva, como ha pasado tantas veces en la historia.
Creo que el “proceso constituyente” ha estado a la altura de una democracia que se ha mostrado mucho más resiliente de lo que tantos agoreros han sostenido. No me cansaré nunca de citar a Miguel Luis Amunátegui a mediados del siglo XIX cuando auguraba que ahora correrían oleadas de tinta allí donde habían corrido oleadas de sangre.
Hemos tenido muchas crisis en la historia de Chile y me permito señalar que esta no ha llevado ni a una guerra civil ni a un golpe de Estado. Hubo violencia grave en el estallido social, qué duda cabe, pero desde el pacto constitucional de noviembre de 2019 hemos tenido más elecciones que nunca antes y ninguna de ellas ha sido impugnada. Ha corrida la tinta y no la sangre.
A su parecer, ¿qué ha relevado el debate en la Convención?
El proceso ha develado un país muy vivo. La voluntad de participación en la Convención llegó a sobrepasar su capacidad, pero allí está. Esa participación y sus contenidos habrá que procesarlos en todos los ámbitos para fortalecer la comunidad política. No minimizo las enormes dificultades que ha tenido la Convención Constitucional en lo procesal. Ha sido titánico. Extenuante. Las mayorías en las comisiones han ayudado poco. Han votado normas tan complejas e intrincadas, tan maximalistas y particularistas, que le dejan el trabajo al pleno, que tiene un piso fijo y muy poco tiempo.
¿Qué debería hacer la Convención para lograr una Constitución unificadora?
El pleno tiene mucho que hacer todavía. La comisión de Armonización también. Pero los márgenes no son amplios. Los convencionales nos piden que no nos quedemos en la escaramuza, sino que veamos lo acordado. Es justo. Pero vamos viendo a rebanadas. En dos palabras, tenemos que esperar el primer borrador. Hay muchas personas serias de izquierda que creen que el borrador va a ser más “sensato” de lo que hemos visto. Pero si hay algo que está en disputa en la Convención Constitucional es precisamente qué es “sensato”.
¿Usted qué piensa al respecto?
Personalmente creo que el borrador estará muy lejos de convocar a todo el Apruebo del plebiscito de entrada. Estaremos entonces en una disyuntiva de Sí o No que no refleja al conjunto del electorado. Por el contrario, polariza de manera dramática y lo que es peor, artificial. Nos estamos autoimponiendo una salida con pésimas consecuencias para el futuro.
En la práctica, rechazar equivale a apoyar la Constitución de Pinochet.
Exactamente, la campaña no podrá reflejar la complejidad del debate. Será entre la dictadura de Pinochet y un nuevo modelo de sociedad y de organización política muy controversial. Esta polarización no refleja al país de hoy. ¿No podemos, entonces, explorar la posibilidad de una reforma constitucional aprobada por el actual Congreso para que permita una tercera pregunta? Necesitamos desdramatizar el plebiscito de salida.
¿Una tercera opción? ¿En qué forma?
Una tercera opción descomprime el drama que es falso pero que puede transformarse en verdadero. Esto requiere mucho talento político y técnico. ¿ No hemos demostrado, acaso, tenerlo? Claro que es posible. No gastaré el tiempo de ningún lector con las ideas que a una modesta historiadora se le puedan ocurrir, pero tengo la certeza de que el Congreso podrá encontrar una pregunta suficientemente amplia para que incorpore el proceso constituyente, pero que permita también una nueva instancia. Ello requiere o de un acuerdo político o de una petición ciudadana importante, o de ambas. No lo sé.
La idea de la tercera vía es mejorar el texto constitucional resultante. ¿Cree que esta alternativa podría identificar a más personas que el Apruebo o el Rechazo?
Imposible saber si sería mayoritaria. Pero identifica a un sector no menor de los que votaron Apruebo. Mi punto es que reflejaría mejor al electorado y descomprime una polarización que no es tal. Sé muy bien las dificultades políticas y jurídicas que una “tercera pregunta” puede tener y tiene. Puede buscarse por otras fórmulas. Otra cosa es que el debate sea descalificado sin siquiera entrar en él. Como si solo plantearlo fuera “reaccionario”, anti-Convención Constitucional y tantos etcéteras que se podrían agregar. Al contrario, insisto en que es un camino que puede abrir nuevas opciones para una mayor representatividad ante una disyuntiva que no podíamos prever cuán extrema podría llegar a ser.
De lo que conocemos hasta hoy, qué aspectos le resultan particularmente controversiales? ¿La incorporación de la posibilidad del aborto, por ejemplo?
No quiero entrar en los contenidos porque sería muy largo y creo que un tanto inoficioso. Pero sí quiero decir que el aborto libre iba y va a ser aprobado con o sin reforma tarde o temprano. Claro que requiere precisiones muy significativas respecto al tiempo admisible, a la objeción de conciencia y varias más. Para mí, que soy contraria al aborto libre por razones filosóficas y no solo religiosas, es una batalla que en lo grueso doy por perdida en lo relativo a mayorías. Por lo mismo, no es mi motivación principal, que es descomprimir la polarización. Aunque, por cierto, para los cristianos, y no sólo los católicos, es un asunto crucial.
¿El Presidente debería intervenir o aportar a moderar la Convención?
Desdramatizar el plebiscito de salida ayuda al gobierno porque deja de ser un plesbiscito sobre él. El Presidente Boric necesita ampliar su base de poder para llevar a cabo sus reformas, lo cual implica allanar voluntades. Y al mismo tiempo tendrá un plebiscito muy polarizado. El Presidente no tiene que intervenir en la Convención. Tiene que discutir políticamente con su coalición de gobierno. Pero también debe prevenir que no tenga éxito y que un resultado muy estrecho a favor del Apruebo, y ni decir si gana el Rechazo, lo arrastre cuando goza de una inédita popularidad.
De todos modos, es una posición incómoda para el Presidente: él se la jugó, a costa incluso de su capital político, por el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución. ¿No debería apoyar el Apruebo?
Creo que el Presidente apoyará el Apruebo por justas razones. Mi análisis es más crudo. Su mandato legal es obvio. Otra cosa es cómo distinguirá su gobierno del resultado del plebiscito en lo político. Le tengo respeto al Presidente Boric, pero no voté por él. Eso no impide que no estimo positivo para el futuro del país que su gobierno haga suya una polarización que puede paralizarnos. Y sabemos que eso no existe. La paralización es perpetuar los conflictos que tenemos.
Aludiendo a sus palabras de 2018, concluye: “¡Quisiera que todas y todos nos sintamos hijos e hijas amados de la República!” .