A mediados de 2020, Steven Pinker se enfrentó con la irracionalidad. En medio de las protestas callejeras por el asesinato de George Floyd a manos de un policía, el sicólogo de Harvard compartió la reflexión de un académico afroamericano que destacaba el declive histórico del racismo en Estados Unidos. Días después, citó a un experto en violencia urbana: “Las protestas se centran en la vigilancia excesiva. Pero la vigilancia insuficiente también es mortal”. Y si bien en otro post resaltó cómo una policía inteligente puede reducir la violencia, para los simpatizantes del Black Live Matter había cruzado un límite: estaba minimizando o acallando el racismo sistémico.
Semanas más tarde, 500 miembros de la Sociedad Lingüista de Estados Unidos pidieron la expulsión de Pinker. Citando tuits recientes y antiguos, en una carta pública lo acusaban de mantener “un patrón de ahogar las voces de las personas que sufren violencia racista y sexista”.
Más allá de la crítica a Pinker, la carta podía encerrar un mensaje o un propósito de fondo: desalentar la disidencia, o más ampliamente, persuadir a quienes intentan romper el consenso. “¿Una organización dedicada al análisis lingüístico debe castigar a un académico destacado y brillante, porque, a raíz del asesinato de George Floyd, su política no es lo suficientemente izquierdista? Amigos, es hora de rechazar este evangelio”, respondió en Twitter el académico de Columbia, John McWhorter.
En su libro Racionalidad, Pinker (1954) vuelve sobre la controversia. Recuerda que el asesinato de Floyd “provocó protestas masivas y la adopción súbita de una doctrina académica radical, la teoría crítica de la raza, por parte de universidades, periódicos y corporaciones. Estas convulsiones eran atizadas por la impresión de que los afroamericanos corren un grave peligro de morir a manos de la policía. No obstante, como sucede con el terrorismo y los tiroteos en las escuelas, las cifras son sorprendentes”.
De acuerdo con las estadísticas, en un año promedio la policía mata a 65 americanos desarmados; de ellos, 23 son afroamericanos. Y esta cifra, subraya, es menos del 1% de las 7.500 víctimas de homicidios afroamericanas.
Por cierto, aun podría hacerse otro cálculo: del total de americanos desarmados asesinados por la policía, ¿qué porcentaje son afroamericanos? Y aquí la cifra sube a un 35%. Pinker no hace ese ejercicio, y es una de las cuentas que le cobran a propósito de su nuevo ensayo.
Publicado hace unos meses en Estados Unidos, y hace unas semanas en español, Racionalidad parte de un diagnóstico: hoy contamos con recursos inéditos para el razonamiento y, sin embargo, atravesamos una época de irracionalidad, con una esfera pública invadida de fakes news, teorías conspirativas y la retórica de la “posverdad”.
A un nivel más profundo, el ensayo trata de resolver una paradoja: ¿Si somos seres de naturaleza racional, por qué actuamos de modo irracional? Si hemos sido capaces de enormes avances científicos, técnicos y sociales, ¿por qué nos dejamos persuadir por argumentos falaces y líderes populistas?
Científico cognitivo y relevante intelectual público, Pinker es autor de libros populares y polémicos, como Los ángeles que llevamos dentro y En defensa de la Ilustración. En ellos postula que la ola ilustrada ha conducido a la humanidad hacia el progreso, con mayores niveles de bienestar, menor pobreza y violencia. Un enfoque resistido por algunos: “El optimismo de Pinker es pura mística”, ha dicho el ensayista David Rieff.
Pese a sus detractores, Pinker confía en la racionalidad humana. Y en su libro se propone desentrañar su naturaleza y responder por qué escasea y cómo promoverla. “Son muchos los que actúan como si la racionalidad estuviese obsoleta: como si el objetivo de la argumentación fuese desacreditar a nuestros adversarios más que razonar colectivamente en pro de las creencias más defendibles. En una época en que la racionalidad parece al mismo tiempo más amenazada y más esencial que nunca, Racionalidad es, por encima de todo, una afirmación de racionalidad”, escribe.
Verdad y justicia social
Hablar de racionalidad no suena muy cool: la racionalidad no es romántica ni pop, dice Pinker. De algún modo, la racionalidad suele estar asociada a falta de alegría y de emoción. A menudo el arte, el cine y la literatura han vinculado libertad y felicidad con renunciar a la lógica.
Incluso en ambientes universitarios, la razón parece encontrar hostilidades, según Pinker: “Movimientos académicos de moda como el posmodernismo y la teoría crítica (que no hemos de confundir con el pensamiento crítico) sostienen que la razón, la verdad y la objetividad son construcciones sociales que justifican el privilegio de los grupos dominantes. Estos movimientos tienen un aire de sofisticación que implica que la filosofía y la ciencia occidentales son provincianas, anticuadas e ingenuas ante la diversidad de formas de conocer halladas a lo largo de las épocas y las culturas”.
Para precisar el objeto de su estudio, el autor define la racionalidad como “la capacidad de utilizar el conocimiento para alcanzar objetivos”. ¿Y a qué llama conocimiento? A “creencias verdaderas y justificadas”.
Para el autor, la racionalidad no es una habilidad abstracta, y en parte por ello fracasamos en las tareas formales de razonamiento. Nos desempeñamos mejor en las situaciones y entornos que conocemos y donde hemos crecido: es decir, la razón tiene un componente social.
Sin embargo, en gran parte de los ambientes intelectuales “las falacias se cultivan con entusiasmo”, afirma. “Las universidades modernas, curiosamente (puesto que su misión consiste en evaluar ideas), han estado a la vanguardia de la búsqueda de formas de reprimir opiniones, entre las que se incluyen las de retirar la invitación y acallar a los oradores, apartar de las aulas a los profesores controvertidos, revocar ofertas de empleo y apoyo, expurgar artículos polémicos de los archivos y catalogar las diferencias de opinión como hostigamiento y discriminación punibles”.
Desde un punto de vista cognitivo, esto implica un cambio de paradigma. Eventualmente pasamos “de ideas que pueden ser verdaderas o falsas a expresiones de la identidad moral y cultural de una persona. Asimismo, denota un cambio en la manera en que los eruditos y los críticos conciben su misión: de buscar el conocimiento a promover la justicia social y otras causas morales y políticas”.
Gran parte del libro, en cualquier caso, gira en torno a las herramientas de la razón: la lógica formal, la probabilidad y la aleatoriedad, cómo funcionan las creencias ante las evidencias, la teoría de juegos y los criterios para tomar decisiones racionales. “Estas herramientas del razonamiento resultan indispensables a la hora de evitar la estupidez tanto en nuestra vida personal como en las políticas públicas”, advierte.
La narrativa de las víctimas
Una fuente de irracionalidad suelen ser los temores sociales, que pueden provocar reacciones desproporcionadas, observa Pinker. Recuerda el temor a los aviones, que causan menos muertes al año que los accidentes de automóvil. O la resistencia a la energía nuclear: pese a los desastres de Chernóbil y de Fukushima, la energía nuclear ha matado menos personas que las emisiones de carbón, que acaban con más de medio millón de vidas al año.
Igualmente, argumenta, aunque en Estados Unidos las muertes anuales por terrorismo son marginales, el impacto del 11-S distorsionó la percepción. Condujo a un estado de vigilancia masiva de ciudadanos y a dos guerras que mataron más del doble de soldados americanos y a cientos de miles de iraquíes y afganos.
Una desproporción similar observa en el asesinato de George Floyd. En su caso, su muerte puede leerse como ultraje comunitario, un ataque contra un miembro de un colectivo que se percibe como algo intolerable y que moviliza al grupo a sublevarse. De ese concepto proviene la idea de narrativa de las víctimas: un relato cuyo objetivo “no es la exactitud, sino la solidaridad”. Bajo esta luz, “la puntillosidad respecto de lo realmente acontecido no solo es irrelevante, sino también sacrílega o traidora”.
Un ultraje público, dice Pinker, “puede movilizar la acción postergada contra un problema de larga data, como está sucediendo contra el racismo sistémico en respuesta al asesinato de Floyd”. Pero la historia sugiere que “también pueden empoderar a los demagogos y abocar a las turbas hacia los cenegales y los desastres. En conjunto, sospecho que son mayores los beneficios obtenidos cuando las cabezas más frías evalúan los daños con precisión y responden a ellos de manera proporcionada”.
Sesgos y polarización
La racionalidad requiere que distingamos “lo que es verdadero de lo que queremos que sea verdadero”, señala Pinker. Es decir, “que no enterremos la cabeza en la arena, ni construyamos castillos en el aire ni decidamos que las uvas fuera de nuestro alcance están verdes”. Pero las tentaciones de la ilusión y el pensamiento mágico nos acompañan ancestralmente. Y entrega cifras que ilustran que tres cuartas partes de la población de Estados Unidos alberga creencias sobrenaturales, desde posesiones demoníacas a la astrología.
Una predisposición semejante facilitaría la adhesión a las fake news y la teoría de la conspiración.
Y más universalmente, todos somos víctimas de evaluación sesgada, dice Pinker. “En la asimilación sesgada, los individuos buscan argumentos que ratifiquen sus creencias y se protegen de aquellos que podrían refutarlas”, dice. “En la evaluación sesgada, desplegamos nuestro ingenio para apoyar los argumentos que respaldan nuestra posición y somos quisquillosos con aquellos que la refutan”.
Desde esta perspectiva no es que estemos viviendo en la era de la posverdad. “El problema estriba en que estamos viviendo en una sociedad de mi lado. Los lados son la izquierda y la derecha, y ambos lados creen en la verdad, pero tienen ideas inconmensurables de lo que esta es. El sesgo ha invadido progresivamente nuestras deliberaciones”, afirma.
Sicológicamente está en nuestra naturaleza abrazar mitologías. “Las mentiras descaradas y las conspiraciones de la posverdad trumpiana pueden concebirse como un intento de reclamar el discurso político para la tierra de la mitología en lugar de para la tierra de la realidad”, apunta.
De acuerdo con el autor, la ciencia enfrenta hoy una eventual pérdida de prestigio, debido a la desconfianza en las instituciones académicas. “Un motivo importante para la desconfianza es el asfixiante monocultivo izquierdista de las universidades, que castigan a los estudiantes y profesores que cuestionan los dogmas sobre el género, la raza, la cultura, la genética, el colonialismo, y la identidad y la orientación sexual”.
Nuestra tarea entonces es abrazar y promover la racionalidad desde la escuela. “Progreso es la abreviatura de un conjunto de retrocesos y victorias cosechados en un universo implacable, y es un fenómeno que precisa explicación”, afirma Pinker, y concluye: “La explicación es la racionalidad”.