En una tranquila sala del Museo del Louvre, lejos de las multitudes, se encuentra una de las delicadas joyas de su colección: El astrónomo, de Vermeer. El abuelo Henry y su nieta Mona, de 10 años, se detienen ante la obra, un cuadro pequeño y sugerente. La niña contempla la escena del joven astrónomo que examina un globo terráqueo sobre su escritorio y es bañado por una suave luz que ingresa por la ventana. Enfrentada a la sutileza de la pintura, animada de pequeños detalles, “fue la primera vez que Mona experimentó plena y sinceramente un placer sensorial”, escribe Thomas Schlesser, autor de la exitosa novela Los ojos de Mona.

La tela del pintor de Delft es una de las 52 obras maestras escogidas por Schlesser para dar forma a su novela. Publicada a inicios de año en Francia y traducida a más de 30 idiomas, Los ojos de Mona se convirtió en un fenómeno inesperado: una novela que encantó a los lectores, sorprendió a la crítica y remeció el mercado con una historia en torno a los museos y el arte.

Con motivo del éxito del libro, Schlesser, director de la Fundación Hartung-Bergman y autor de cinco libros, fue invitado en junio a dictar una conferencia en la Escuela del Louvre, la academia del museo. El título de su conferencia incorporaba una pregunta controversial en la tradición artística: “El arte al servicio de la vida: ¿Una ilusión infantil o una verdad existencial?”. Precisamente, esta pregunta se encuentra en el corazón de la novela.

Los ojos de Mona es una historia de descubrimiento y de amor entre un abuelo y su nieta a través de las obras maestras del arte. Mona es una niña sensible y curiosa, que una tarde de domingo, mientras hacía su tarea de matemáticas, su mamá preparaba la cena y su papá leía en su departamento de París, repentinamente dejó de ver.

-¡Mamá, está todo negro! -gritó de pronto.

En un segundo, la vista de Mona se oscureció. La familia corrió a urgencias. Después de una hora, Mona recuperó la vista. Fue sometida a toda clase de exámenes, pero los médicos no lograron encontrar la causa de su ceguera temporal. Tampoco descartaron que el episodio pudiera repetirse. Finalmente, su médico les sugiere a los padres llevar a Mona a terapia psiquiátrica. Pero Henry Viullemin, el abuelo de la niña, un hombre culto, sofisticado y apasionado por el arte, tuvo otra idea.

El astrónomo, de Vermeer

En lugar de llevar a Mona al psiquiatra, Henry decide regalarle una terapia distinta: cada semana, sagradamente, visitarán una de las grandes obras de la historia del arte. De este modo, si Mona llega a perder la vista definitivamente, piensa el abuelo, tendrá un tesoro de imágenes artísticas en su memoria.

El recorrido comienza en el Louvre, continúa en el Museo d’Orsay y prosigue en el Pompidou: durante un año, Mona y Henry visitan los tres grandes museos de París para ver obras de todas las épocas y estilos, desde Botticelli, Leonardo y Miguel Ángel, a Picasso y Frida Kahlo, pasando también por instalaciones contemporáneas de Marina Abramovic y Christian Boltanski. En sus visitas, abuelo y nieta se dejan llevar por las imágenes y emociones que sugieren las obras, sin complicarse con análisis complejos. Luego, el abuelo informa a la niña sobre la historia del artista y su contexto, y ambos conversan en torno a las preguntas y los valores humanos que se desprenden de ellas.

De esta forma, el libro entrega un recorrido estético, así como una reflexión en torno al sentido del arte y al lazo de amor entre nietos y abuelos. Con el subtítulo Una novela en 52 obras maestras, la novela se puede leer como una historia personal del arte o el museo imaginario del que habló André Malraux.

Thomas Schlesser demoró 10 años en elaborar y escribir el libro. Y su origen está asociado a una triste experiencia personal: la pérdida de un hijo. De algún modo, la novela gira en torno a la pérdida: la pérdida de la vista de Mona y, además, una pérdida familiar, la muerte de la abuela Colette, de la que nadie habla.

Más allá de ese impulso, el autor subraya que la historia que narra es esencialmente ficción.

-Debo aclarar primero que esta novela no tiene nada de autobiográfica: los episodios que la recorren son puramente ficticios y no tuve en absoluto a los abuelos de Mona. Sin embargo, adoraba a la generación de mis abuelos y a una abuela en particular, que fue fundamental en mi educación. La extraño, extraño a mis abuelos, todos los días. Pienso en ellos constantemente. Fueron mis primeros duelos, durante la infancia y la juventud. Este libro rinde homenaje a esa relación tan especial entre nietos y abuelos -dice .

Thomas Schlesser.

En lugar de una terapia psiquiátrica, como había recomendado el médico, Henry decide llevar a Mona todos los miércoles al museo para apreciar una obra maestra cada semana. ¿Reconoce una dimensión terapéutica o sanadora en el arte?

Sé que el libro sugiere eso, que hay un mensaje de este tipo, es innegable. Pero personalmente, y como historiador del arte, me cuido de hacer creer que esta virtud terapéutica existe. El arte no cura; sería una ofensa para quienes necesitan cuidados o para quienes los proporcionan dejar creer eso. Me gustaría creerlo, pero no lo creo mucho. Sin embargo, el arte consuela, y esa ya es una hermosa victoria.

Cada visita al museo se convierte en una lección para Mona, pero no es solo una lección de arte o estética. De hecho, la primera obra que aprecia junto al abuelo es Venus y las Tres Gracias, de Botticelli, y la lección trata de “aprender a recibir”. ¿En qué consiste ese aprendizaje?

Aprender a recibir es aprender a acoger, a escuchar. Es aprender a aprender, y es, por tanto, un primer paso en el camino de la emancipación. También es la piedra de toque de lo que nos permite vivir en sociedad de manera digna: recibir es lo que permite a quien da ver que su don a otro se realiza, y permite a quien recibe devolver lo que le ha sido dado. Es un círculo virtuoso que se pone en marcha.

Al menos desde Kant, existen escuelas de pensamiento que defienden la idea de la obra de arte y de la experiencia estética como un fin en sí mismo, no al servicio de algo externo. ¿Qué opina al respecto?

Es evidentemente una línea de fuerza intelectual extremadamente importante, fascinante y en gran medida constitutiva de nuestra modernidad. Pero, como habrás comprendido, es totalmente lo contrario de lo que promueve el libro: en Los ojos de Mona, Henry muestra a su nieta que el arte está al servicio de la vida.

El Molo visto desde el Bacino de San Marcos, de Canaletto.

Después de detenerse frente a la obra Canaletto, Mona concluye que es como si el artista “pusiera a Venecia en modo pausa”. Y el abuelo añade: “Canaletto detiene el mundo y nos invita a hacer lo mismo”. En el mundo actual, donde los grandes museos reciben multitudes, especialmente los de París, ¿hasta qué punto es posible esta actitud contemplativa?

Es posible. Honestamente, y a pesar del lugar común sobre la falta de concentración y la dispersión permanente, veo muy a menudo a personas sumergirse en la contemplación y la meditación, en el museo o en otros lugares. Así que, sin duda, diría que es posible. Sin embargo, lo que es cierto es que a menudo requiere disciplina y una implicación personal antes del tiempo de explicación. No quiero hacer creer que es tan fácil entrar en una obra de arte. Pero con un esfuerzo mínimo puede haber una recompensa máxima. Y si Mona, una niña de 10 años, lo consigue, ¿por qué no tú?

Cuando Mona y Henry observan el retrato de la madre de James Whistler, él piensa: “Pintar era, ante todo, amar”. ¿Qué significado tiene esta frase para usted?

Es una frase muy fuerte. Una frase que escuché de alguien y que me apropié. En la novela, no se sabe si es pensada por un personaje en discurso indirecto o si es una máxima del narrador. Prefiero dejarte soñar con su significado un poco flotante en lugar de extenderme sobre ella.

Retrato de la madre de James Whistler.

«Los muertos no nos dejan, no nos abandonan; son tan importantes como los que quedan», dice Henry a Mona cuando hablan de Fantin-Latour y Delacroix. Aquí y allá, la espiritualidad hace su aparición en el libro. ¿Reconoce una dimensión espiritual en el arte?

¿Cómo podría ser de otra manera? Sería traicionar a los propios artistas, a la historia del arte en general y a las experiencias estéticas de cada uno querer borrar esa dimensión. Pero, para responder de manera más personal, yo mismo estoy habitado por una fuerte energía espiritual y el libro, creo, refleja bien este aspecto de mí.

¿Qué lugar concede al humor e incluso a la provocación en el arte?

Inmenso. Henry, de hecho, explica varias veces a Mona el lugar y las virtudes de la risa, de la transgresión, e incluso del mal gusto en las obras. Pertenezco a una generación que creció en los años 80 y 90, donde estos aspectos eran cruciales, porque encarnaban y vehiculaban la libertad. Podemos observar dos cosas en tiempos recientes: primero, esa parte de la provocación ha terminado por cansar y convertirse en una postura fácil, convencional, una postura de falsa resistencia. En segundo lugar, las tendencias más recientes de la escena artística, sin ser homogéneas ni excluir del todo el humor y la provocación, han vuelto a ser más graves, dramáticas y a menudo dogmáticas en el plano moral.

Algunos críticos dicen que hoy en día el arte vive un proceso de colonialismo inverso. ¿Qué opina de ello?

Es una cuestión fascinante, pero que merecería un desarrollo de varias páginas para abordar todos los matices que la respuesta, al menos mi respuesta, merece en mi opinión.

La inteligencia artificial (IA) está revolucionando nuestro mundo. ¿Qué piensa de su uso en el arte? ¿Aumenta la creatividad? ¿Es el fin del arte tal como lo conocemos?

Es demasiado pronto para que pueda formarme una opinión. La pintura ha sido anunciada como “muerta” varias veces, y en particular por Marcel Duchamp en 1912 frente a una hélice salida de una fábrica cuya forma admiraba. Creo que hay que ser cauteloso, ya que la pintura sigue en buena forma... Dicho esto, evidentemente la IA es absolutamente increíble, prodigiosa, inquietante. Me guardo de hacer demasiados pronósticos. ¿Sabes qué? ¡Pregúntale mejor a ChatGPT!

El marco. Frida Kahlo.

Sé que inicialmente había seleccionado un centenar de obras, pero redujo la selección a 52. ¿Qué obras le parecen indispensables y por qué?

Quizás también sepas que respondo a esta pregunta (o a aquellas que se le parecen) de manera diferente cada vez que me la hacen. Hoy, y especialmente para ti, diría que la de Frida Kahlo era indispensable, porque habla de la supervivencia. Todos los autorretratos de Frida Kahlo hablan de la supervivencia. Y, además, en la novela, Mona propone colgarla junto a la Gioconda. Como el Centro Pompidou cierra en un año, ¡sería posible! Un autorretrato de Frida junto a la Mona Lisa sería tan hermoso.