Desde el 18 de marzo hasta la fecha han regresado 29.470 chilenos que se encontraban fuera del país (2.506 solo en el último fin de semana), a los que se suman 9.870 extranjeros residentes en Chile, en gran parte gracias a las gestiones de las autoridades diplomáticas chilenas para mantener las rutas aéreas abiertas, la suscripción de acuerdos binacionales de cooperación y vuelos humanitarios. Esto último, mediante charter de aerolíneas nacionales a las cuales se les han endosado pasajes que correspondían a empresas extranjeras que han dejado de operar por la crisis de salud.
Y aunque los esfuerzos continúan -esta semana se realizaron dos vuelos charter a Frankfurt para ir a buscar a chilenos que están en Europa-, en Cancillería tienen claro que cada día que pasa se hace más difícil lograr el retorno de más gente.
Son lo que, en privado, el canciller Teodoro Ribera ha llamado “las legiones perdidas”, en una analogía a la suerte que corrieron las tropas romanas al mando del general Marco Craso en una fallida incursión al Oriente, de las cuales muy pocas lograron regresar a casa.
“En algún momento, cada vez más próximo, tendremos que asumir que ya no los podremos traer de vuelta”, señalan fuentes de Relaciones Exteriores.
Según los cálculos del gobierno, son cerca de 4.000 los chilenos que por razones de turismo o trabajo aún permanecen en el extranjero. El problema es que la gran mayoría de ellos se encuentra en localidades pequeñas y muy distantes de centros urbanos importantes, lo que hace prácticamente imposible para las autoridades establecer una ruta de salida que esté garantizada.
Es la dificultad que han enfrentado por estos días los cerca de 90 chilenos que están en la India, muchos de ellos alejados de la capital, Nueva Delhi. Sacarlos por tierra es imposible. El gobierno indio estableció cuarentena total en todo su territorio y no solo cerró sus fronteras hacia el exterior, también prohibió el desplazamiento de las personas dentro del país.
En África, un grupo de 80 chilenos que estaban en distintos países llegaron por tierra, algunos de ellos tras recorrer más de 4.000 kilómetros, hasta Johannesburgo, con la intención de tomar un vuelo a Chile. Pero no pudieron hacerlo. En el aeropuerto internacional de esa ciudad quedaron varados y aún están en Sudáfrica.
El canciller Ribera se ha encargado de atender personalmente varios de estos casos. Hay uno, entre varios, que le preocupa sobremanera. Se trata de dos jóvenes misioneras chilenas, ambas de apenas 20 años de edad, que se encuentran en Benín, en África Central, y cuyos padres han solicitado reserva de sus nombres. El canciller habla con ellas dos veces a la semana, por WhatsApp, para saber de su estado y analizar eventuales alternativas de salida. Ninguna es fácil, considerando que tendrían que recorrer más de 4.200 kilómetros, cruzando a lo mínimo las fronteras entre seis naciones, muchas de las cuales ya se han cerrado.
El único aeropuerto internacional que está operando en toda África es el de Etiopía. La Cancillería suscribió acuerdos de asistencia recíproca con Etiopía y con las autoridades brasileñas para mantener abiertos los aeropuertos en esa nación africana y el de Sao Paulo, lo que ha permitido mantener, por ahora, una ruta de conexión aérea con el norte de África, el Medio Oriente y parte de Asia.
La existencia de rutas como esta es vital. Pero al canciller le cuesta cada vez más asegurar nuevas vías alternativas.
Sudeste sin retorno
El martes pasado, por ejemplo, Ribera habló con el canciller de Nueva Zelandia, Winston Peters, para pedirle que abrieran temporalmente sus fronteras y suscribir un acuerdo similar a los ya firmados con Sao Paulo y Etiopía. Las negociaciones están avanzadas, pero hasta el cierre de esta edición no se cerraban las conversaciones.
Abrir Nueva Zelandia, señalan en Cancillería, es crucial para ir en ayuda de los chilenos que están varados en el Sudeste Asiático, pues permitiría hacer un puente aéreo para que lleguen hasta Australia y desde ahí a Chile.
Al menos hay 187 chilenos en el Sudeste Asiático que se han contactado con las embajadas chilenas pidiendo ayuda para salir. Pero el tiempo corre en contra.
Qantas, la aerolínea que cubre la ruta Santiago-Sydney, en combinación con Latam, canceló sus vuelos a Latinoamérica el domingo pasado. Cada día que pasa, una aerolínea deja de operar o de manera inesperada una nueva frontera se cierra.
En medio de su desesperación, un grupo de 90 chilenos en Tailandia, por intermedio del abogado Álvaro Delgado, interpuso un recurso de protección ante la Corte de Apelaciones de Santiago, exigiendo a las autoridades chilenas hacer todos los esfuerzos para lograr su retorno al país.
En Cancillería se defienden. Muchas veces las gestiones que han realizado en medio de esta pandemia de nada sirven frente a la decisión de otro país de cerrar sus fronteras. El Covid-19, señalan varios diplomáticos chilenos, también dejó en cuarentena al multilateralismo y al derecho internacional. Los cancilleres en todo el mundo han perdido influencia, señalan fuentes de Relaciones Exteriores, frente a los ministros del Interior y de Defensa, en la toma de decisiones a la hora de cerrar fronteras y suspender vuelos.
La semana pasada, por ejemplo, Ribera debió contactar personalmente a los máximos ejecutivos de las aerolíneas Aeroméxico, Copa y Avianca, para presionarlos a reanudar sus vuelos a Chile o al menos que aceptaran endosar los pasajes que tenían vendidos a aerolíneas nacionales que harían vuelos humanitarios a Colombia y México en busca de algunos chilenos varados. La gestión, incluso, iba acompañada de una velada amenaza. Si el gobierno chileno lograba abrir las fronteras y garantizar la libertad de vuelo, las aerolíneas no podrían justificar razones de fuerza mayor para no devolver el dinero de los pasajes, por lo que quedaban expuestas a demandas colectivas de los pasajeros. Incluso fue más allá, si no volaban o traspasaban a los pasajeros a otras aerolíneas que sí lo hicieran, el gobierno chileno iba a evaluar la continuidad de sus operaciones a futuro en Chile.
La pesadilla de los working holidays
Para mediados de abril, muy pocas aerolíneas a nivel mundial seguirán operando. Será el momento, afirman en Cancillería, de asumir que “las legiones están perdidas” y los esfuerzos se concentrarán en realizar las gestiones para extender las visas. De otro modo, los chilenos en el extranjero podrían quedar más encima en situación de ilegalidad.
Pero ese no es el único problema que se avecina. En privado, la Cancillería advierte de otro gran flanco que está por estallar a fines de abril.
Más de 7.000 jóvenes chilenos, de entre 18 y 30 años, están actualmente fuera de Chile, bajo el programa working holidays que otorgan 20 países. Se trata de una visa que dura un año y que permite trabajar en el país anfitrión.
Australia otorga al año 3.500 cupos en Chile para esta visa; Nueva Zelandia, 940 cupos al año para chilenos que quieran ir, bajo la modalidad de trabajar y turistear. Hay otros 300 en Francia, 200 en Japón, al igual que en Polonia, Hungría y la República Checa. Otras naciones, como Alemania, Suiza, Portugal, ni siquiera ponen límites al número de jóvenes chilenos que cada año quieren viajar con el sistema de working and holiday.
Pero, en medio de la pandemia, con las medidas de cuarentena, los puestos de trabajo se han ido cerrando en todos los países. Muy pronto ya no tendrán recursos para sostenerse.
“Hace dos semanas me despidieron por la crisis del coronavirus. El café donde trabajaba como mesero y ayudante de cocina no lo han cerrado, pero como la gente no está saliendo de sus casas, comenzaron a despedir al personal, partieron por los que llevábamos menos tiempo. No había mucho que hacer. Todo lo que es trabajo de restaurantes, cafés, hotelería, ha bajado muchísimo y están cortando cabezas. La mayoría de los chilenos que llegó por working holiday han sido despedidos de sus trabajos. A comienzos de marzo se abrieron algunos puestos en supermercados, pero esos también se han ido cerrando en los últimos días”, dice Francisco Rojas, un joven contador auditor, desde Sydney.
Desde mayo de 2019 que está en Australia. Su plan era quedarse un año y lo que ahorraría trabajando en Sydney lo gastaría luego recorriendo el Sudeste Asiático. Tenía pasajes comprados para ir a Indonesia el 1 de mayo, pero el vuelo fue cancelado, lo mismo que sus pasajes de regreso a Chile para el 1 de julio próximo.
“Barajé la posibilidad de retornar a Chile antes, pero me cobraban un millón y medio de pesos extra solo por cambiar la fecha del pasaje que ya tenía”, cuenta al teléfono desde Australia.
Actualmente, Rojas vive en un hostal, con un grupo de 25 a 30 latinoamericanos, la mayoría argentinos y chilenos. Hace solo unos días encontró trabajo como camillero en un hospital para mujeres en Sydney, trasladando pacientes de un piso a otro del centro asistencial.
Rojas cuenta que tiene amigos que se fueron con la misma visa a Europa y Nueva Zelandia y que, aunque están sin trabajo, ya no pueden moverse, porque los vuelos están cancelados y las fronteras cerradas.
Catalina Riedemann, ingeniera comercial, 24 años, no tenía ahorros suficientes para intentar quedarse en Sydney. Había llegado a Australia en noviembre pasado con la intención de quedarse un año trabajando como mesera y luego recorrer Oceanía y el Sudeste Asiático, como miles de otros jóvenes chilenos.
En Sydney arrendó un departamento junto a tres amigas brasileñas y argentinas que conoció allá y que también, como ella, habían llegado bajo la visa working holiday. “Nosotros al principio, como no veíamos las noticias, no entendíamos la magnitud de lo que estaba ocurriendo. Recién el lunes 16 de marzo nos dimos cuenta de que la situación estaba realmente complicada. Varios amigos llamaban preguntando si teníamos algún dato de pega, porque los acababan de echar o porque les estaban reduciendo de cuatro a uno los turnos de trabajo que tenían, cosas así. Fue en esos días que comenzó a quedar la conmoción entre los chilenos que estábamos en Sydney”, relata.
El dinero que tenía apenas le alcanzaría para pagar la renta solo dos semanas más, y “si comía muy poquito, podía llegar a estar una tercera semana”, dice.
El jueves 26 de marzo pasado le llegó un correo avisándole que había un asiento disponible para un vuelo al día siguiente a Chile. Catalina no lo pensó más. Se inscribió y en unas horas hizo su maleta y partió. Fue todo tan rápido, que no alcanzó a despedirse de sus amigos.
Llegó a Santiago el 29 pasado. “Estoy mucho más tranquila. Estar allá era muy estresante. No sabías qué iba a pasar, ni cuánto tiempo ibas a poder resistir. Tampoco quería convertirme en un cacho para mis papás y estar pidiendo ayuda financiera para seguir en Australia. No quería venirme, pero era lo más responsable, porque no iba a poder estar más de tres semanas sin trabajar y ya no había trabajo”, relata.
Pero no todos tomaron esa opción. “Los más osados y con algunos ahorros están tratando de irse a las zonas rurales de Australia, donde dicen que todavía queda algo de pega. Los que están sin trabajo no saben qué hacer, porque no tienen dinero para trasladarse a otros sitios, solo les queda tratar de sobrevivir”, añade.
Raimundo Correa, ingeniero comercial, 26 años, también decidió venirse la semana pasada. Llegó el jueves 27 a Santiago y desde entonces no sale de su pieza, donde está cumpliendo la cuarentena.
En marzo del año pasado viajó a Australia con la visa working holiday y hasta febrero tenía trabajo en un centro de distribución. Ya había cumplido su periodo en Sydney, por lo que el 16 de marzo tomó sus maletas y se fue a recorrer Indonesia y Malasia. No alcanzó a viajar mucho. A los pocos días de haber llegado, el gobierno de Indonesia cerró las fronteras a raíz del coronavirus. Solo gracias a las gestiones de la Cancillería chilena, afirma, logró conseguir un vuelo. “Tuve que perder el pasaje que tenía y comprar uno nuevo para retornar a Chile. No sé si me van a endosar y devolver el dinero del pasaje que perdí”, señala.
El 20 de marzo le avisaron que el vuelo que tenía para ir a Malasia el 28 de marzo se había cancelado. Esa misma noche logró comprar un pasaje para Chile que salía al día siguiente, con escala en Australia. Pero cuando llegó al aeropuerto le dijeron que el vuelo había sido cancelado, porque Australia también había cerrado sus fronteras.
“Todo el proceso fue muy difícil. Pasé varios días dedicado solamente a buscar una alternativa de vuelo para regresar. La embajada nos ayudaba con los trámites, pero la verdad es que no nos podía asegurar ninguna ruta factible, porque las que aparecían se iban cerrando con la misma velocidad con que aparecían. A veces había una ruta que parecía confiable y de pronto te avisaban que se había cerrado la frontera”, añade.
Varios de sus amigos se quedaron en Australia. Uno se contagió de coronavirus. “La situación ha estado muy complicada para los chilenos que se fueron por working holidays a Australia, porque primero estuvieron los incendios, los que recién lograron ser apagados en febrero, y luego estallaron los primeros casos de la pandemia. Al principio, los primeros contagiados estaban aislados en los hospitales, pero después la gente se empezó a asustar. Hubo escasez en los supermercados, la gente se abalanzó a comprar de todo, hasta faltaba el papel higiénico”, recuerda.