El aburrimiento y la trama

Arias Abbott

Que después Arias apareciese todo el fin de semana hablando de la denuncia en los medios, solo aumentó la desazón que provocaba contemplar el asunto, como si seguirlo fuese algo parecido a mirar a través de las semanas un inesperado reality show.



El ataque vudú sigue. Este fin de semana, en otro capítulo insólito del caso de la Corte de Apelaciones de Rancagua, el fiscal Sergio Moya denunció a su jefe, el fiscal Emiliano Arias por tráfico de influencias, obstrucción a la investigación, ocultamiento y violación de secreto. Lo hizo el Viernes Santo, un día feriado, en una entrevista que le dio a radio Bío-Bío, después de que el fiscal nacional Jorge Abbott, sacase a Arias de la investigación y mantuviese a Moya en ella, ahora a cargo de Raúl Guzmán. Poco importó, para efectos de la denuncia pública que Moya estuviese siendo investigado por una arista de la Operación Huracán (por las asesorías informales que le habría prestado a los ex generales Bruno Villalobos y Gonzalo Blu) o que Guzmán vaya a dejar su puesto en la Fiscalía Metropolitana Sur para asumir en un par de meses como Secretario General del Senado. Que después Arias apareciese todo el fin de semana hablando de la denuncia en los medios, solo aumentó la desazón que provocaba contemplar el asunto, como si seguirlo fuese algo parecido a mirar a través de las semanas un inesperado reality show. De hecho, como en los realitys, toda acción o palabra parecía por momentos un simulacro, apenas el reflejo de algo que se movía por otras razones y donde el asombro o shock bien podían dar paso al aburrimiento o la anestesia en medio de esos patrones que se repetían, puras acciones prefiguradas en un relato que quería lucir verosímil pero que al parecer estaban escribiendo otros.

Pero no hay escándalo alguno acá. La plaza pública, esa misma que Parra había leído alguna vez como el set de Sábados Gigantes, ha mutado otra vez y no sabemos muy en qué consiste ahora mismo. De hecho, no es ni siquiera una plaza, el decorado de un programa de tv, ni nada parecido. Pero en la época de las fake news no hay nada insólito en el hecho que un fiscal denuncie a otro por la radio. Por el contrario, es como si aquel debiese ser su camino natural; un procedimiento abreviado tan obvio como aceptado en un mundo político hecho de selfies y redes sociales. De este modo, cualquier naturaleza escandalosa de la acción no es tal porque está determinada por la necesidad de exponer cualquier asunto en el espacio público, bajo la consigna que los ciudadanos son, antes que nada, espectadores. Ahí, la justicia aspira a ser leída como si el espectáculo fuese lo que determinase la legitimidad de las reglas de las propias instituciones.

Tampoco hay nada demasiado nuevo en eso. En un ensayo que le dedica a Balzac en una antología de piezas breves, el francés Emmanuel Carrère narra como lo veneró en su adolescencia, lo abandonó y lo retomó veinticinco años después. "Dos meses leyendo a Balzac" traza, de este modo, algunas notas sobre ese reencuentro en un momento en que al autor, "son más bien los escritores ilustres, los devotos de Flaubert, con su obsesión con la impersonalidad, la perfección formal y los libros que solo se sostienen gracias al poder del estilo" los que le "parecen sin encanto y vulgares, a su manera velada y por tanto más imperdonable".

El experimento es interesante. Carrère alguna vez leyó de joven un tercio de esa inmensa obra completa (137 novelas) y ahora es un adulto que examina la tradición de nuevo pues la obra de Balzac quiso abarcarlo todo, narrar el funcionamiento de la sociedad francesa del siglo XIX en su cacofonía total, en su condición de trama interminable. La novela es el orden o el deseo de orden y Carrère lo entiende así y se pierde en esa voluntad total, avanza en ella buscando su propio camino como si fuese una ciudad que se visita de nuevo. Dice: "esta vez no sigo el orden de la edición. La clasificación sociotemática decidida por Balzac no implica ninguna consigna de lectura. De un libro de La comedia humana se puede pasar a cualquier otro, pero precisamente esa libertad es la que incita a inventar una lógica, a tender puentes, y me divierte mucho, cuando leo una novela de Balzac, preguntarme de entrada cuál me apetecerá leer después. Una solución sistemática consistiría en seguir la cronología. Así veríamos envejecer al autor o a sus personajes. Otra solución: seguir a tal o cual personaje en el pasado o en el futuro, reencontrarlo como protagonista cuando le conocimos como figurante, o al revés".

Creo que me desvié; no sé qué tiene ver Balzac con lo de los fiscales. O quizás sí. Como si eso nos salvara, me pregunto estamos haciendo con éste y otros casos lo mismo que Carrère con esa infinidad de novela, buscando cierta condición literaria que explique todo este escándalo de corrupción (que al final representa el fracaso endémico de ciertos aspectos nuestro sistema judicial) en el diseño interminable de una narrativa hecha de innumerables giros argumentales, de traiciones inesperadas, de confrontaciones fraticidas surgidas de la nada. Por supuesto, corremos el riesgo de abandonar el libro a mitad de camino, comportándonos como espectadores antes que ciudadanos, confortablemente insensibles como si la indignación solo pudiese dar paso al tedio y otras formas del hastío.

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