Columna de Javier Sajuria: Se viene el estallido

Calama
Vecinos de Calama realizaron protesta por más seguridad, durante la visita del Presidente Gabriel Boric en octubre del año pasado. Foto: Camilo Alfaro / Agencia Uno.

Si con la elección de Gabriel Boric se esperaba que el péndulo ideológico se mantendría en la izquierda, lo cierto es que no ha sido así en una serie de temas relevantes. El discurso en seguridad, por ejemplo, se mueve al ritmo de lo que proponen los sectores más reaccionarios de la ultraderecha. Lo mismo ha ocurrido con el debate sobre inmigración.



Uno de los aparentes consensos en la opinión pública es que con los eventos de 2019 y el consiguiente proceso constituyente la balanza política se fue a un extremo, el de la izquierda. Tanto las propuestas del fallido proceso como las consignas del 2019 y 2020 hacían referencia al fin del neoliberalismo, a los derechos de los pueblos originarios, a las luchas del feminismo, entre otras. Para algunos, la combinación de estas ideas rompía con el límite de lo políticamente aceptable y, finalmente, terminaron rechazándolas. Pero al contrario de lo que prometían los sectores que se denominaban de centro, el fracaso del proceso no ha traído moderación, sino que una vuelta al otro extremo, el de la derecha.

En los 90, el académico italiano Piero Ignazi planteaba la idea de que en el mundo se venía una contrarrevolución silenciosa. Esta sería una reacción al proceso de la segunda mitad del siglo XX, en el que los ciudadanos comenzaron a gozar de mejores condiciones materiales de vida y, con ello, mover sus intereses hacia valores posmaterialistas como la igualdad de género, las luchas LGBTQ y el cuidado del medio ambiente. Desde entonces, distintos expertos han tratado de trazar la ruta en la que estas reacciones se desencadenan en distintos países.

Los eventos electorales ocurridos desde 2016, en especial el Brexit, la elección de Trump y la de Bolsonaro, han sido ocupados como ejemplos de esta reacción conservadora, en la que sectores que han gozado de privilegios y patrones culturales se sienten amenazados ante el creciente énfasis en la protección de minorías. Si bien es un fenómeno que alimenta el liderazgo y crecimiento de la ultraderecha, su efecto no se limita a ella. Sectores de izquierda, ansiosos por la transformación de la noción de clases social, tienden a minimizar las luchas de grupos minoritarios en búsqueda de supuestos valores universales (que, coincidentemente, se relacionan con la noción tradicional de clase).

Si con la elección de Gabriel Boric se esperaba que el péndulo ideológico se mantendría en la izquierda, lo cierto es que no ha sido así en una serie de temas relevantes. El discurso en seguridad, por ejemplo, se mueve al ritmo de lo que proponen los sectores más reaccionarios de la ultraderecha. Lo mismo ha ocurrido con el debate sobre inmigración, en que se habla de la criminalización de la inmigración irregular sin mayor interés en buscar medidas eficaces para controlarla.

Para qué hablar de pensiones, donde hay quienes buscan torpedear una reforma que lleva 12 años atrasada. O del general de Carabineros que decidió censurar a un medio de comunicación, algo más propio de gobiernos como los de Rafael Correa, Jair Bolsonaro o Donald Trump. El debate constitucional no ha estado exento del mismo espíritu reaccionario; los representantes de la derecha han desplegado todos sus esfuerzos para evitar cambios relevantes y entronizar aún más el sistema político e ideológico de la constitución de 1980.

A diferencia de Ignazi, que anunciaba la eventual llegada de una contrarrevolución, lo cierto es que ya estamos en medio de un contra-estallido. Uno que es poco cariñoso con la evidencia y muy cercano a los prejuicios. Sobre todo, aquellos que se entienden de buena manera con valores conservadores y autoritarios.

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