Columna de M. José Naudon: Pensiones, Constitución y elección de la Cámara: ¿Qué hay detrás?
A veces los hechos y las circunstancias que los precipitan ocultan las cuestiones fundamentales que hay detrás de ellos. Los últimos acontecimientos políticos son un buen ejemplo y exigen volver sobre una pregunta fundamental, generalmente olvidada: cómo tomar decisiones en materias de gran complejidad.
Para abordarla es imprescindible comprender la correlación que existe entre complejidad y la incertidumbre. Hoy las instituciones, sociedades o sistemas ya no están simplemente determinados por los elementos que los integran, sino por la interacción entre ellos. Este cambio progresivo dificulta la capacidad de comprender y predecir los fenómenos y, como consecuencia, genera incertidumbre. Visto así, uno de los grandes desafíos de nuestros tiempos, como sostiene el filósofo español Daniel Innerarity en su libro La sociedad del desconocimiento, es la reformulación de los conceptos de complejidad e incertidumbre entendiendo que hoy existen “demasiados elementos que están relacionados con demasiados elementos”. Frente a esta realidad, que trae aparejada una enorme desconfianza, emerge el peligroso riesgo del simplismo, porque “resulta muy gratificante que alguien te explique el mundo de un modo que creas entenderlo, aunque sea falaz, y que te permita comprobar que estás en el sitio correcto y formando parte de los buenos de la historia”. Esta tentación parece campear hoy en mundo político.
El debate sobre la reforma de pensiones, por ejemplo, parece haber olvidado que la función de la política no se reduce a implementar aquello que técnicamente parece más satisfactorio, sino debe integrar otras variables que pueden favorecer una estabilidad de largo plazo. ¿Es la solidaridad necesaria en una sociedad? ¿Cuál es la mejor manera de construir una solidaridad pública? ¿Se reduce nuestra obligación a la caridad? ¿La libertad requiere límites? ¿Resiste el país una nueva frustración en esta materia? ¿Tiene el Estado la capacidad de gestionar y asegurar lo que hoy promete? ¿Cuán cerca estamos de otras propuestas que, en su minuto, parecieron bastante razonables? ¿Debe regirse la política por las encuestas o es su labor ofrecer caminos diversos y abrir posibilidades? Estas y otras interrogantes resultan tan relevantes como ¿dónde obtendrá el dinero mayor rentabilidad? o ¿cómo terminar con la AFP?, pero el debate parece tenerlas relegadas a un muy secundario papel.
Lo mismo ocurre con el proceso constituyente. Nadie parece hoy interesado en seguir adelante. Y ya no se trata solo de promesas cumplidas o incumplidas (que por cierto es fundamental), sino de comprender que es imposible garantizar estabilidad y sustentabilidad sin hacerse cargo de este asunto. La derecha parece haber olvidado demasiado rápido los riesgos que parecían evidentes hace dos meses y la ceguera, aumentada por el temor a las bases y cálculos electorales de corto plazo, es un enorme riesgo. Lo mismo ocurre en el oficialismo, donde el silencio y el desgano tienen cara de dejar pasar el tiempo para cuando vengan tiempos mejores.
Por último, el espectáculo de la elección de la mesa de la Cámara de Diputados donde, más allá de los resultados, todo parece haber quedado peor, deja a la vista la alarmante fragmentación del sistema político que impide acuerdos y alianzas sólidas. Una mesa débil, varios partidos divididos, confianzas rotas y un impredecible camino hacia adelante no parece la mejor opción, pero nadie parece asumir que de no reformarse el sistema electoral (que solo puede hacerse vía proceso constituyente) seguiremos por la misma ruta.
Mientras sigamos la lógica de respuestas simplistas, irrevocables y de corto plazo no lograremos superar el enfoque fragmentario del conocimiento y las decisiones solo vendrán a exacerbar más aún la incertidumbre y la desconfianza.