Cómo se incubó la guerra sin cuartel Larraín v/s Desbordes que otra vez revuelve a RN
La pugna por el control del partido que mañana tendrá un nuevo episodio en el Consejo General -que resolvería si las elecciones internas son este año o el próximo- es una nueva batalla de la larga contienda que libran dos hombres que alguna vez fueron aliados y terminaron enemistados a más no poder. En RN esto es lo que recuerdan que ocurrió.
Quienes dicen tener buena memoria en este partido tan propenso a las zancadillas recuerdan lo siguiente. Que los dos comenzaron a hacer migas hacia mediados o fines de la década pasada, cuando Mario Desbordes Jiménez estaba pensando en embalar sus cosas y partir a Ecuador porque sus finanzas casi habían colapsado cuando su negocio de tiendas de revelado fotográfico sucumbió a los sensores digitales; allá tiene tíos, primos y primas y quería comenzar de nuevo. Militaba en Renovación Nacional desde el 2000 -ya había dejado Carabineros- y participaba en labores territoriales y en los grupos de profesionales del partido.
Carlos Larraín Peña había firmado la ficha el 2003, debutando como tesorero de RN. Tres años más tarde (2006) asumía la presidencia después de Sergio Díez, cuando Sebastián Piñera venía de perder la segunda vuelta presidencial con Michelle Bachelet y ya se preparaba para el asalto decisivo del 2009. Tenía como secretaria general a Lily Pérez -después se enemistarían sin remedio-, que le abrió alguna puerta a Desbordes en el colectivo. Los dos protagonistas de esta nota estaban en los extremos de la cadena de mando de Antonio Varas cuando se conocieron, congeniaron y el entonces jefe político le tomó confianza. También lo ayudó y le habría ofrecido alguna clase de auxilio, rememoran algunos. Otros dicen que eso no se concretó.
Como sea, Desbordes no se fue a vivir a Ecuador. Se quedó y le puso fichas a una carrera política en el partido que despegó a la sombra de Larraín, que se mantuvo por algunos años y que se fue ajando a lo largo de una trama en la que también figura el hoy ministro Segpres Cristián Monckeberg, y que terminó quebrándose hasta hoy, sin vuelta, a fines del año pasado. Los tres libran la pugna de fondo por apurar a diciembre o postergar al 2021 las elecciones internas de RN, y que se zanjaría mañana en un Consejo General telemático en el que no existirán los típicos conciliábulos de pasillo que terminan definiendo estas asambleas.
Esta enésima pelea puertas adentro en la historia partidaria tiene esta vez a Larraín y algunos de los suyos en la creencia de que Desbordes busca ganar tiempo para renunciar el próximo año al Ministerio de Defensa y volver a controlar RN; éste no se ha privado de opinar ni de intervenir en el proceso interno desde su cargo. Tampoco Monckeberg -aliado con él, se ha dedicado a llamados y reuniones-, cuya esposa, la diputada Paulina Núñez, es la candidata del jefe de Defensa para suceder a Rafael Prohens. El exlíder magallánico, en tanto, corre acá aliado con el canciller y ex vocero oficial del “Rechazo”, Andrés Allamand, quien se ha mantenido públicamente al margen. Aunque La Moneda no diga nada sobre esta reyerta, tiene a tres de sus ministros comprometidísimos en ella.
El fondo de este conflicto es prístino: quien controle RN el próximo período controlará las candidaturas a las parlamentarias, pero sobre todo a las de delegados convencionales y el timón de los contenidos a defender de una eventual futura Constitución. A Larraín esto es lo que más le interesa, lo considera más crucial que el pantano presidencial donde su partido no tiene candidato.
Muchos localizan las raíces de esta lucha entre Larraín y Desbordes, y el quiebre de la alianza entre ambos, en el derredor del pacto derecha-izquierda del 15 de noviembre que abrió el camino al plebiscito fijado para exactamente un mes más. El expresidente RN considera hasta hoy que su ex discípulo lo traicionó al negociar con sus adversarios y pujar por el acuerdo que amenaza con sepultar la Constitución de 1980, hito que califica de capitulación. Además cree que, de volver a dirigir el partido, el ministro podría pactar con sectores de la oposición. Desbordes sabe que él lo considera un traidor. Pero en esta trama hay algunos recovecos más.
La sociedad se hace añicos
A Larraín le han oído reflexionar de que cómo es posible que Desbordes se haya aliado “con la izquierda” si es que él era pinochetista cuando lo conoció. Eso es cierto: el ministro no ha renegado, al menos en su fuero interno, de su respaldo al Golpe Militar de 1973. El 2018 se trenzó en Twitter con otra usuaria de esa red social en un amargo debate dominical por derechos humanos, argumentando que a un compañero suyo en Carabineros lo había asesinado el FPMR. El intercambio escaló, hasta que él le posteó de vuelta un “Hágase ver”. Lo que su ex aliado piensa sobre el “11” es archiconocido.
Puede que eso los haya ayudado a congeniar, creen en el partido. Larraín es católico y conservador; Desbordes, masón y católico, pero allá no recuerdan que haya sido un problema. Carlos lo consideraba correcto y eficiente. Cuando Piñera ganó la Presidencia el 2010, Mario -que había trabajado en su campaña- asumió como subsecretario de Investigaciones, y cuando dejó ese mismo año dejó el cargo, el entonces líder RN lo fichó como su secretario general, es decir, como su brazo derecho.
La confianza de Larraín se tradujo en que comenzó a delegarle responsabilidades. Le entregó gran parte o toda (según quien recuerde) de la negociación de la campaña municipal del 2012, que terminó en un desastre para Piñera y la derecha, anticipando el regreso de Bachelet a Palacio. Pero RN no fue apabullada por la UDI. También acompañó al mandamás partidario en su intento por negociar con la DC una reforma al sistema electoral binominal, donde -recuerda una versión- echó manó a contactos con la oposición.
En un partido que siempre ha surfeado entre sus almas conservadora y liberal, Desbordes le pidió a su jefe que le diera metraje cuadrado de maniobra. Como el segundo al mando, recibió en RN a Luis Larraín Stieb cuando el gobierno y la derecha se enredaban en el Acuerdo de Vida en Común, que era resistido por quienes lo veían como una legalización encubierta del matrimonio homosexual. También recibió a Rolando Jiménez, histórico dirigente del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh). En RN algunos cuentan que eso solo fue posible porque Larraín le pedía a Desbordes que le avisara qué día iban a ir las visitas para él no estar presente.
Al final de los ocho años de mando de Carlos, Mario llegó a ser electo con la primera mayoría en la Comisión Política. Hasta ahí, todo bien. Pero cuando el líder pensó en su sucesión (el 2014 dejó la presidencia) fue que comenzaron los problemas, porque quien pretendía el trono era Monckeberg, y él y Larraín sencillamente no se entienden. En RN recuerdan que el jefe alentó a Desbordes a competirle a su rival. En vez de eso, los hoy ministros de Defensa y Segpres pactaron.
El acuerdo se tradujo en que Monckeberg -quien llevaba tiempo armando la oposición a Carlos- postulaba a la presidencia y Desbordes como su secretario general, y eso habría bastado para sacar a Larraín de sus casillas. Dicen que el entonces presidente amenazó con levantar otra lista, que en tal caso no lo iba a apoyar, el partido se volvió una caldera y según una versión ahí fue cuando se quebró la amistad y la alianza: ambos se trenzaron en durísimas discusiones que trataron de mantener en privado (Larraín ya había roto lazos con Lily Pérez y con su lote liberal que emigró para fundar Amplitud). El hoy ministro de Defensa tomó nota: su jefe había perdido el control de RN.
Monckeberg ganó la presidencia el 2014, arrasando con la lista del magallánico Álvaro Contreras Utrobicic. Asumió con una mesa en la que Desbordes mantuvo el cargo: fue el único sobreviviente de la administración Larraín. Sus amigos insisten en que ese proceso fue el que quebró sin vuelta su relación con su entonces jefe, y que lo que vino después del 18/O y del 15/N solo lo hizo público y lo agravó. Con Monckeberg extendieron el pacto que los había dejado al mando a un programa que diseñaron juntos, y que fue acumulando hitos que solo podían disgustar a Larraín.
Uno fue el cambio a la declaración de principios de RN (2014), que suprimió el siguiente párrafo: “Consciente del proceso de descomposición política y social que el régimen democrático chileno experimentó en las últimas décadas, cuya derivación totalitaria hizo ineludible el pronunciamiento militar de 1973, Renovación Nacional se propone imprimir al nuevo sistema político, la rectitud, la seriedad y la eficiencia necesarias para evitar el imperio de la demagogia y el retorno de la amenaza totalitaria”.
Otro episodio que en el bando de Desbordes y Monckeberg saben -o al menos asumen- que Larraín nunca les perdonó fue cuando promovieron con fuerza el financiamiento estatal a los partidos políticos, que le ponía coto al financiamiento privado. Monckeberg ganó un segundo período el 2016, y cuando dos años después, el 2018, Piñera regresó a La Moneda y lo fichó de ministro de Vivienda, Desbordes se quedó con la presidencia del partido.
Algunos cercanos a Larraín dicen que fue entonces cuando éste terminó de caer en la cuenta que su ex discípulo y su adversario interno se la habían jugado. Algunos le dijeron, después del 15/N, que cómo era posible que lo hubiese dejado llegar tan lejos en el partido. Cuando Desbordes se abanderizó con el acuerdo que permitió el plebiscito, y luego con el “Apruebo”, Larraín se molestó aún más, si cabe. “No entiendo cómo un presidente de un partido de derecha está de acuerdo con el Frente Amplio y el inenarrable Partido Comunista en esto de echar abajo la Constitución”, dijo en enero.
En febrero siguió; Desbordes le dijo de vuelta que “es penoso su discurso” y que “él está incómodo con mi presidencia por el diálogo, por el debate”. En junio de este año, Larraín le quitó el silenciador al cañón y sencillamente espetó que: “No, yo no votaría por Mario Desbordes en la próxima elección interna. Lo hice la vez anterior, pero esta vez no lo haría”.
Para qué decir cuando el todavía diputado “abrió la puerta” al apoyo al retiro del 10% de pensiones, que terminó siendo votado a favor por él y varios de sus diputados. Por entonces Larraín le escribió mensajes enrostrándole su actitud, mientras Allamand se enfrentaba a él en público; ambos ya habían chocado más de una vez durante las negociaciones constituyentes de noviembre. Con todo, Larraín pensaba entonces que Piñera había errado medio a medio al encajonarse en el rechazo al 10% y que debía haber sido más flexible y abrirse a un 6% con la oposición.
El resto es historia conocida. Ahí está la colección de entrevistas y frases en que Larraín y Desbordes se han dicho casi de todo. Mañana, en el Consejo General, ambos medirán fuerzas, aunque los protagonistas sean otros.
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