Emilio Álvarez Icaza, senador mexicano: “Si creen que generando estados de excepción en Santiago van a controlar la situación, cometerán un error gravísimo”
De visita en Chile para asistir a una reunión en la CEPAL que reúne a legisladores de distintos países a hablar del cambio climático, el senador y exsecretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos conversó con La Tercera sobre seguridad y militarización, tanto en México como en Chile. Pero también sobre la situación migratoria que afecta a las naciones del extremo sur y norte del continente, así como del estado de la región en términos políticos.
El senador mexicano Emilio Álvarez Icaza tuvo un viaje intenso, admitió. Viajó la madrugada del jueves a Chile, y asistió a un evento organizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de la ONU centrado en el cambio climático. Solo estuvo un día en el país, pero se tomó el tiempo para conversar con La Tercera de temas que atingen tanto a México como a Chile.
La seguridad y la batalla contra la delincuencia y el narcotráfico son tópicos que se arrastran desde hace años en su nación, cruzando a gobiernos de distintos colores que buscan una solución aún esquiva. El Presidente Andrés Manuel López Obrador ha desarrollado una estrategia que apunta a la militarización del sistema de seguridad entregando a las Fuerzas Armadas atribuciones que previamente tenían las policías civiles, como lo son el control del orden público, la situación migratoria en las fronteras e incluso la construcción de infraestructura. Política que, en opinión del senador, exsecretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y sociólogo, no es la correcta.
En Chile, la seguridad se ha convertido en uno de los principales temas durante los últimos meses, especialmente por los recientes asesinatos de carabineros en servicio. ¿Qué similitudes y diferencias ve entre México y Chile al respecto?
Chile tiene que verse en el espejo al interior de la región para no repetir los errores que se han cometido en países como México. La pregunta es cómo garantizar la seguridad en democracia, porque si se sacrifica uno de los dos, se terminan perdiendo ambos. En México llevamos 20 años incrementando las medidas punitivas y de militarización, cada vez más autoritarias, pero la seguridad está peor. El tratamiento de las redes de macrocriminalidad y los delitos de alto impacto tienen que ser trabajados de manera focalizada. Cuando hay delitos de alto impacto que avergüenzan e impactan a la sociedad, como lo que ha pasado con los carabineros en Chile, se tiene que ubicar y focalizar con inteligencia a las redes de macrocriminalidad que están actuando. Lo que Chile empieza a vivir es un fenómeno que nosotros vivimos hace años.
¿Qué fue lo que pasó en México para que la militarización se tomara las políticas públicas de AMLO?
El brinco hacia esta concepción de seguridad la dio Felipe Calderón (2006-2012) cuando declara la guerra contra el narco y hace uso generalizado de las Fuerzas Armadas en la seguridad pública. Luego vino Enrique Peña Nieto (2012-2018) a retomar esa política, e incluso trató de generar ordenamientos para el uso de las Fuerzas Armadas bajo la “Ley de Seguridad Interior”. López Obrador hizo exactamente lo contrario, articulando tres tipos de estrategia: programas sociales para contener el trabajo de jóvenes en la delincuencia; la inteligencia policial y reformas institucionales de la policía; y la creación de esta nueva cooperación que fue la Guardia Nacional. No sabemos qué pasó en el camino, que de repente giró y retomó el paradigma de la militarización, legitimando las labores del Ejército en la seguridad pública e intentando militarizar la Guardia Nacional. ¿Cuál es el problema? Los militares no están capacitados para la labor de seguridad pública. Un militar está entrenado en el uso extremo y letal de la fuerza, eso es lo que se espera de ellos, mientras que un policía debe estar capacitado no solo en la negociación del conflicto social, la convivencia y la proximidad con la gente, sino también en el uso proporcional de la fuerza. El mejor ejemplo de aquello es cuando se le pide a alguien que se detenga. Si esa persona no se detiene, un soldado o una persona con formación militar le va a disparar, sin importar si hay más bajas, daños o muertes. Un policía lo va a perseguir. Ese no entendimiento ha generado un problema en México, donde ya no sabemos de quién cuidarnos, si de los delincuentes o de la autoridad.
¿Se podría comparar lo que intenta hacer el Presidente López Obrador con lo que está pasando en El Salvador y el Presidente Nayib Bukele?
Así es, lo que es muy triste. Infelizmente, López Obrador está aplicando un modelo absolutamente autoritario y violador de derechos. Lo increíble es que llegó al poder con una oferta de seguridad ciudadana, y hoy está peor que los gobiernos anteriores. Ha utilizado al Ejército y a la Guardia Nacional como una fuerza de contención de migración, pero lo único que está haciendo es generar masivas violaciones a los derechos humanos sin beneficios a la seguridad. Yo creo que Chile tiene dos extraordinarias fortalezas que en México vemos como referencia. La primera es el cuerpo policial, el que es esencialmente un cuerpo profesional. En general, la gente tiene mucha más confianza en los cuerpos de la policía en Chile que en México. Cuando en mi país hay un accidente de tráfico, lo último que la gente hace es hablarle a la policía. Primero le habla al agente de seguros, y si llega el policía, entonces llegaron los problemas. La otra gran ventaja es el Poder Judicial, donde se deben concertar las distintas estructuras del proceso: administración, procuración e impartición de justicia. Si creen que solo generando estados de excepción en Santiago van a controlar la situación, van a cometer un error gravísimo. Hay una indignación generalizada, pero este tipo de sucesos son una trampa fácil para los políticos, porque quieren responder a la legítima indignación y preocupación de la gente con medidas punitivas.
¿La militarización, en ese sentido, la considera como una solución?
No solo no es una solución, sino que es una agua envenenada. Sobre todo cuando Chile está tratando de salir de un pasado tan autoritario. Su país es una sociedad que está tratando de construir sus avenidas de libertad y democracia. Regresar a mecanismos de control policial en la vida pública y medidas tan extremas como los estados de excepción, no va a corregir el problema, porque no es la población la que está generando el problema, es la delincuencia. Y lo que tienen que hacer es realizar acciones focalizadas contra los delincuentes. Eso requiere inteligencia, eso requiere coordinación y eso requiere... déjame decirlo así, hay que atinarle con rayo láser, no con perdigón.
¿Cómo se debería trabajar el tema migratorio considerando que se ha generado una especie de corredor de tránsito, tanto en Chile como en México, de personas cruzando el continente?
La gente de Venezuela está migrando a los extremos, hacia Chile-Argentina en el sur, y México-Estados Unidos al norte. Son flujos de miles, decenas de miles de personas. En el caso de México, incluso cruzan caminando, de manera dramática, el Tapón del Darién. Las historias de abusos, de vejaciones y literalmente de pérdida de vida son dramáticas. Yo creo que los países tendrán que convocar para atender una crisis humanitaria. Si quieren resolverla con contención migratoria, lo único que van a hacer es que crezcan los canales de trata de personas. México está intentando contener desde el paradigma de la seguridad, y lo único que está haciendo es profundizar los problemas. Ya vimos el incendio en la estación migratoria. Cuarenta personas murieron porque un contraalmirante, un militar, decidió no abrirles la puerta. Dio la orden de no abrir el candado, hecho ejemplificador de cuando hay militares haciendo labores que corresponden a civiles. ¿Por qué no murieron mujeres en Ciudad Juárez? Porque una señora les abrió el candado.
¿Cómo se podría solucionar este problema?
Cuando fue la guerra de Guatemala (1960-1996), México recibió a más de medio millón de refugiados. La guerra civil tuvo una onda expansiva de desplazados, porque fue una guerra profundamente sangrienta. Y lo que hizo México fue convocar a la comunidad internacional y generó dispositivos de atención humanitaria. Se hicieron campamentos de refugiados, programas de empleo y de atención a niños y niñas, e incluso programas de salud. Intervinieron distintas agencias de Naciones Unidas y también intervinieron distintos países. Me parece que la crisis venezolana requiere un tratamiento de esa dimensión. Estamos teniendo flujos migratorios de millones de personas. Es como una especie de migración escalonada. Unos quedan en Colombia, otros quedan en Perú, otros quedan en Chile, otros quedan en Argentina. En mi país se reciben cerca de 30 mil personas rechazadas de Estados Unidos al mes. Y como no hay una política pública, lo que eso exacerba es el conflicto no local. Eso tiene brotes xenofóbicos tremendos, porque la gente siente que le están quitando trabajo, que incrementa el crimen, la gente siente incluso espacios públicos tomados por los migrantes. Las plazas, los parques, las calles, etc. Si la autoridad está ausente, el conflicto aumenta. Y la manera de intervenir de la autoridad tiene que ser justamente con contención social, no con policías.
Sobre Chile y el Presidente Boric, ¿qué opinión tiene de su mandato?
A mí me parece, con los elementos que yo tengo, que la política exterior de Boric ha sido muchísimo más congruente y consistente que la de algunos de sus pares. Es una izquierda que no está dispuesta a callar los pecados y las atrocidades de la propia izquierda. Yo saludo que no sea una izquierda cómplice. Cuando Boric fue a México, en el Senado desplegamos una manta. Yo fui de los tres senadores que desplegó la manta que decía “Boric no defiende a asesinos en Nicaragua como López Obrador”, porque lo que está haciendo Daniel Ortega en Nicaragua es reproducir el modelo de Somoza. Generalmente lo que hacen los gobiernos por alineación ideológica es ser cómplices, y el actuar de Boric le ha dado una enorme legitimidad. Yo creo que el quiebre de su gobierno fue la manera en que se resolvió el tema de la nueva Constitución. No necesariamente la gestionó él, pero sí le tocó pagar el costo de que no avanzara. En ocasiones yo veo a Chile como un país súper polarizado. A veces me veo en ese espejo, porque acá son muy de extremos. En la medida en que no logren encontrar terrenos comunes de acuerdo, lo que va a pasar es que el conflicto se va a multiplicar.
¿Debería ser una tarea del Presidente Boric intentar solucionar esa polarización?
Yo pienso que el Presidente Boric tendría que ponerse por encima de la polarización. Y eso también tiene que ser otro aprendizaje con respecto a México. López Obrador no inventó la polarización, pero él lucra de ella. Si Boric tiene la capacidad de ponerse por encima de eso y procurar que haya mínimos espacios de encuentro en la sociedad chilena, va a tener posibilidad de ser un arreglador. Si cae en la tentación de hablarle a su público y, por tanto, intentar ganar capital político electoral con aquello, lo que va a hacer es reproducir un fenómeno que se ha venido repitiendo en Chile, ¿no? Gobiernos de izquierda, gobiernos de derecha, gobiernos de izquierda, gobiernos de derecha. Pero al final de cuentas hay fenómenos, como la desigualdad o la pobreza, que no se resuelven. La única manera de resolverlos es con pactos de Estado. Necesitamos, y eso es un problema en el que la izquierda no está dando el ancho, de jefes de Estado, no jefes de campaña. Y los gobiernos de izquierda en la región son más jefes de campaña.
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