Identidad

Piñera
Acompañado de ministros, dirigentes de Chile Vamos y candidatos presidenciales del sector, el Presidente Piñera anunció anoche el proyecto del gobierno para un tercer 10%.

No debiese extrañar que quienes suelen apoyar a la derecha perciban un vacío: muy pocos de sus representantes están dispuestos a defender, y menos a promover, las ideas que tradicionalmente los han caracterizado. Si sus propios políticos les han dado la espalda, no es ninguna sorpresa la sensación de agotamiento, hastío y desconfianza hacia ellos.



¿Cómo se comportará el votante de centroderecha en las elecciones de la próxima semana? La respuesta puede parecer obvia: votará por la derecha. Sin embargo, la apatía de quienes simpatizan con ese sector respecto de sus actuales representantes permite dudar de una afirmación tan tajante. ¿Acudirán a votar? Y si lo hacen, ¿por cuál derecha?

En parte de ese público se han empezado a escuchar frases como “queremos alguien que diga las cosas de frente”. Esa idea tiene expresiones que más parecen una pataleta: equiparan cualquier acuerdo a la tibieza y son incapaces de valorar el diálogo serio. Pero tal inquietud tiene otra manifestación más sensata, y cada vez más extendida, que revela la frustración hacia una clase política que dejó en la banca sus ideas más distintivas. Así, bajo la apariencia de diálogo se esconde una renuncia a defender aquello que se dice fundamental.

Por un lado, el gobierno ha actuado en varias ocasiones haciendo caso omiso de las preocupaciones más centrales de quienes lo apoyaron. La renuncia a la objeción de conciencia institucional ante el dictamen de un Contralor que se extralimitaba en sus funciones, la incapacidad de resguardar el orden público con pleno respeto a los derechos humanos, el reciente anuncio de no insistir en la cotización obligatoria para el reintegro de los fondos de las AFP o incluso, para algunos, el no haber dibujado una salida propia a la crisis de octubre llegando al punto de verse obligado a ceder la iniciativa política al Congreso, son algunos ejemplos.

Por otro lado, la facción oficialista del Congreso simplemente abandonó a su gobierno, quitándole su apoyo en decisiones cruciales y entregando gratuitamente cuestiones muy significativas para quienes los eligieron. Los sucesivos retiros de los fondos de pensiones son el ejemplo más claro de esa dinámica. Finalmente, los candidatos que se presentan como parte de ese sector suelen caer en simplismos y en promesas irresponsables pero que gozan de mejor prensa.

En ese escenario, no debiese extrañar que quienes suelen apoyar a la derecha perciban un vacío: muy pocos de sus representantes están dispuestos a defender, y menos a promover, las ideas que tradicionalmente los han caracterizado. Si sus propios políticos les han dado la espalda, no es ninguna sorpresa la sensación de agotamiento, hastío y desconfianza hacia ellos. Más aún si es que hace poco se decía que “los principios ya están”. Tal vez ni siquiera estaban: no basta el solo acuerdo en torno al libre mercado. Y quizá un primer paso sea esforzarse por ofrecer una lectura aguda del país y definir aquello que une a la centroderecha, más allá del mero rechazo a la izquierda. Sobre todo considerando que el grupo de votantes de ese sector es amplio y abarca un sinnúmero de sensibilidades. Robustecer los vínculos comunitarios y las agrupaciones sociales, la preeminencia de la persona frente a sistemas que son más grandes y poderosos que ella, como el Estado o el Mercado, o grados suficientes de independencia de la economía frente a la política contingente son algunos de los ejes en torno a los cuales ese sector puede reunirse. Pero hoy, tales principios parecen condenados a la más absoluta irrelevancia, al menos mientras el oficialismo se comporte tal como viene haciéndolo.

Dicho contexto no promete mucho de cara a las elecciones. Por de pronto, el vacío tendrá que llenarse de algún modo, y en ese intento se corre el riesgo de que las miradas se dirijan a cualquiera con un estilo más estridente, por muy simplonas que sean sus ideas o errada su mirada del país. Con todo, el mayor riesgo es que quienes suelen apoyar a la centroderecha simplemente no vayan a votar, perdiendo así escaños importantes dentro de la Convención. En cualquier caso, el precedente del último tiempo sugiere que nada asegura que quienes resulten electos voten de acuerdo a los principios que dicen defender. Así, frente a una izquierda que parece lograr lo que se proponga, los llamados a rodear la Convención, el intento por disminuir los cuórums de acuerdo y los afanes refundacionales no sorprende que el votante de centroderecha se sienta mayormente en un estado de desprotección y sin confianza en el proceso que iniciamos.

No hay que olvidar, sin embargo, que la urgencia remece y moviliza, que las crisis nunca son eternas y que los momentos más duros muchas veces vuelven la mirada a lo esencial. No obstante algunos episodios de los últimos meses, el votante de centroderecha puede esperar que ella actúe con generosidad y altura de miras. La nueva generación de intelectuales dedicados a nutrir el debate público con una mirada distinta a la tecnocracia imperante durante la transición; los candidatos jóvenes que ven genuinamente en el servicio público una opción de vida y una sociedad civil consciente de su responsabilidad auguran una dinámica distinta a la que hemos visto hasta ahora. Todo eso contribuye a robustecer el diluido sector; a nutrirlo de los elementos necesarios para enfrentar el momento que vivimos con una verdadera apertura a dialogar desde su propio ideario, pues de lo neutro nada surge. Así como está mal renunciar a dialogar, peor es renunciar a hacerlo desde la propia identidad.

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