Jugar con fuego

Jorge Sharp, alcalde de Valparaíso,

Fallan los que se dejan envolver por discursos e ilusiones sin exigir racionalidad y argumentos; fallan los que desconocen la historia y el esfuerzo que supone construir un país y una democracia...



El lunes 18 de octubre, frente a la ola de violencia y saqueos en Valparaíso replicada con igual fuerza en varias otras ciudades de Chile, Jorge Sharp posteó que “algo está fallando en las autoridades a cargo del orden público”. Su afirmación se suma a un sinnúmero de declaraciones del mismo tenor, que inundaron las redes sociales y los medios de comunicación.

Frente a ellas surge un inmenso estupor. ¿Creerá honestamente el alcalde de Valparaíso que dos años de validación de la violencia no tendrían efecto; que dos años de una narrativa de odio no producirían consecuencias; que dos años de minar las instituciones pasarían desapercibidos? ¿Pensará realmente que el actuar irresponsable y populista del Congreso, que la degradación de las autoridades, que la caída de los nuevos referentes sería indiferente? ¿Pensará que denigrar la función de Carabineros, que justificar con un indulto acciones eminentemente delictuales, que celebrar el no cumplir las reglas, que ser ciego frente al caos sería gratuito?

Resulta muy difícil sostener un razonamiento en este sentido. Visto así, o su declaración opera bajo un intenso sesgo de confirmación o, una vez más, frente a un problema complejo se propone una respuesta simplificadora que pone el peso en el otro, sin asumir la cuota que toca.

No es la intención de esta reflexión justificar la gestión del orden por parte de las autoridades a cargo, pero no mirar el contexto es tapar el sol con un dedo.

Las normas sociales, que regulan de manera implícita las relaciones entre ciudadanos y ciudadanas, entregan códigos de organización y comportamiento. Dada su naturaleza, requieren capacidad de adaptación, flexibilidad y porosidad para adecuarse a las nuevas necesidades evitando el surgimiento de conflictos que dificulten la vida entre los ciudadanos.

¿Qué ocurre cuando los nuevos códigos requeridos válidamente por la ciudadanía se encauzan inadecuadamente? Entonces todos pierden: aquellos que requieren el cambio no lo obtienen (e incluso pueden terminar peor), los conflictos que se buscaba evitar se exacerban, la sociedad se polariza o se desafecta, los ciudadanos se miran con sospecha, se toman rumbos de corto plazo y se olvidan las consecuencias de mediano y largo.

¿Qué falla o quizá quiénes fallan cuando esto ocurre? Fallan aquellos que anteponen sus intereses a los del país; fallan los que dejan de exigir a los líderes y autoridades una estatura moral estricta y los que se dejan seducir por falsos demiurgos y moralistas que no dan el ancho. Fallan los que se dejan envolver por discursos e ilusiones sin exigir racionalidad y argumentos; fallan los que desconocen la historia y el esfuerzo que supone construir un país y una democracia, los que denigran la política, los que creen que las instituciones se cuidan solas, los que validan la violencia como herramienta de acción política, los que eligen “dividir para reinar”.

Los graves incidentes este 18 de octubre deben ser un llamado de atención a no jugar con fuego, porque quien lo hace se puede quemar.